Relats de cap d'any 2001-2002

Relats de cap d'any 2001-2002

Sumari

Contamos un, dos, tres, y todos sacamos nuestro botón a la vez.. Srta Marvel, aka Vicent Lluís P..

Le encontramos erguido frente al féretro.. Mayoral de Chijuala, aka Sònia Q.

Helmut y Konrad parecían nerviosos. Nunca Más, aka Angel G.G.

El sexto.. Ernesto Hai-Alai, aka Ximo M..

El era tonto, nosotros unos cretinos.. Antonio Jala, aka Torribio Blups

La verdad es que nunca he sabido explicar muy bien porqué participé en aquel concurso de televisión. El cangrejo, aka Júlia D.M.

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Contamos un, dos, tres, y todos sacamos nuestro botón a la vez.

No debíamos preocuparnos por él, pero estaba claro que ninguno de nosotros nos perdonaríamos nunca haberle animado a participar en aquel proyecto sin sentido. Hoy, tres años después, volvíamos a encontrarnos y no era por casualidad que los cinco llevásemos un botón de plata y nácar en el bolsillo. Contamos un, dos, tres, y todos sacamos nuestro botón a la vez. Alzamos juntas nuestras manos hasta que los cinco botones se unieron por encima de nuestras cabezas y un rayo de luz emergió desde la tierra hasta el cielo, transmitiéndonos toda su energía. Por fin nuestro experimento podía ponerse en práctica al convertirnos a cada uno de nosotros en un ser poderoso y al grupo en:

LOS CINCO FANATICOS

Rayos Uva tenía como misión sobrevolar las playas y provocar el máximo número de cánceres de piel. Por el contrario salió disparado en dirección a la Antártida chocando y tapando el agujero de la capa de ozono.

Peor suerte corrió Aspira man. Su cometido era succionar a Bin Laden con o sin afganos inocentes y con la única finalidad de obtener la recompensa. Su destino fue aparecer misteriosamente en la pampa argentina tragándose toda su deuda externa.

La única chica del grupo, la Mujer Invisible, en su intento de sabotear la red penetró en los discos duros de los grandes servidores. Un grave error de sistema la llevó a convertirse en una patética exhibicionista y aparecer en una página web donde no podía ser vista dada su nueva condición.

Y qué decir de mi, el Capitán España. Henchido de orgullo patrio me asenté en Tarifa, con mi polo azul y los colores de la bandera en el cuello. Mi escudo, cual cama elástica, hacía rebotar a los inmigrantes que pretendía cruzar la frontera devolviéndolos a su pais de origen. Lástima que los treinta quilos que perdí en la última dieta de adelgazamiento hicieron de mi un colador para la península.

Nosotros cuatro fuimos concebidos con objetivos diferentes, pero con un único fin: la maldad. En cambio el quinto elemento fue creado con un sexto sentido: la capacidad de anular nuestras habilidades con su bondadoso comportamiento. No es de extrañar que hace tres años nos arrepintiéramos de haberle llamado y hoy, tras estos desastres, no nos perdonemos haberle llamado. La profesora Querol nunca tuvo que habernos dejado poner un botón de plata y nácar en el bolsillo de Vicente Ferrer.

La Señorita Marvel, aka Vicent Lluís P.

Le encontramos erguido frente al féretro.

No debíamos preocuparnos por él, pero estaba claro que ninguno de nosotros nos perdonaríamos nunca haberle animado a participar en aquel proyecto sin sentido. Hoy, tres años después, volvíamos a encontrarnos y no era por casualidad que los cinco llevásemos un botón de plata y nácar en el bolsillo.

Le encontramos erguido frente al féretro. Estaba muy desmejorado, pero, pese a todo, mantenía aquel porte elegante que siempre le había diferenciado de todos nosotros. Su rostro estaba totalmente pálido, casi transparente y, sin embargo, conservaba la mirada clara e inocente. Había llorado mucho y esto se reflejaba a través de unas notables manchas rojas alrededor de sus ojos. No era de extrañar que nos sorprendiese encontrar una sonrisa y un fuerte apretón de manos como principio del reencuentro en lugar de desdén, reproches y amargura.

Antes de ir a su encuentro habíamos acordado que lo más conveniente para todos era decir bien poca cosa, cumplir con nuestro cometido y quedar en un segundo plano durante el funeral para poder salir de allí lo antes posible. Amador, por ser el hermano de más edad, quedaba encargado pues de, llegado el caso, recoger todos los botones y dárselos a él, pero ninguno de nosotros quería desprenderse de su más preciado tesoro y lo manteníamos aferrado a nuestra mano dentro del bolsillo. Sabíamos que tarde o temprano aquel botón podía representar nuestra salvación ahora que los acontecimientos se habían precipitado de una forma absolutamente violenta, descontrolada y peligrosa para nuestras vidas.

Hacia apenas unas semanas que habíamos conseguido averiguar su paradero tras su desaparición durante su viaje a la Casa del Reposo, incitado y animado por nosotros para conseguir los fondos suficientes para construir nuestra propia escuela. Sabíamos que el viaje era peligroso y largo porque, durante aquel mismo año, habían desaparecido varias personas de otras congregaciones mayores a manos de los "asalteros". La guerra estaba próxima y nuestra casa había sido saqueada unas cuantas veces en poco tiempo. Ya por entonces se comentaba que no éramos bien recibidos en según que haciendas, pero nuestra congregación era muy pequeña y, creíamos que no levantaba demasiadas suspicacias por estar ubicada en el centro de la isla y fuera de la influencia de los Mayorales y de los "asalteros", por lo que decidimos seguir con nuestro propósito y enviar al menor de nuestros hermanos.

No volvimos a saber de él hasta que un buen día, tres años después, unos indígenas del sur nos trajeron una niñita, de poco más de un año, desnutrida y agonizante envuelta en una tela vieja, sucia y raída, pero que conservaba aún parte de la cruz de nuestra congregación bordada en lo que no hacía demasiado tiempo había sido parte de uno de nuestros hábitos. Su hábito.

Supimos entonces quien era Santero, cabecilla de un notable grupo de "asalteros" que luchaba en el sur contra los Mayorales de la hacienda Chijuala y que había ganado fama por sus encarnizadas incursiones en los poblados no cooperantes. Que andaba huido intentando llegar a la costa y que aquel que llegase a la hacienda con su cabeza tendría una gran recompensa de trigo y plata, bienes tan deseados como necesarios para sobrevivir en aquellos días. Nuestra casa estaba tan vacía de alimentos y de agua como el resto del poblado y la niñita, arrancada de los brazos del cadáver de su madre, murió a los pocos días sin que pudiéramos hacer nada por ella. Apenas quedaba nadie sano a nuestro alrededor y habíamos decidido partir lo antes posible e intentar llegar a la costa para salir de la isla si nos era posible. Los constantes ataques al poblado habían acabado con todos los animales y arrasado los cultivos y ya no nos quedaba nada con lo que negociar el pasaje para salvar la vida del menor de nuestros hermanos salvo la pequeña porción de plata de los botones arrancados de la cruz, símbolo de nuestra congregación, y encerrados fuertemente en nuestros puños dentro del bolsillo.

Mayoral de Chijuala, aka Sònia Q.

Helmut y Konrad parecían nerviosos.

No debíamos preocuparnos por él, pero estaba claro que ninguno de nosotros nos perdonaríamos nunca haberle animado a participar en aquel proyecto sin sentido. Hoy, tres años después, volvíamos a encontrarnos y no era por casualidad que los cinco llevásemos un botón de plata y nácar en el bolsillo.

Helmut y Konrad parecían nerviosos. Tal vez el clima austral de Paraguay no nos sentaba bien. Probablemente nunca nos acostumbraríamos...

- El Hombre confiaba en nosotros... al final, un par de días antes de que llegaran los malditos comunistas... Sólo estábamos nosotros allí para intentar protegerle, - dijo Konrad.

- Nosotros y el coronel Wiessman- dijo Dieter, olvidando por un momento que habíamos acordado evitar nuestros cargos en las conversaciones.

- Vamos, -tercié yo. Lo del libro no tiene importancia. Que ese maldito cabrón de Wiessman se quedara con el diario de la niña judía y luego tuviera cojones de venderlo es lo de menos.

El calor de Asunción en otoño era húmedo, casi insoportable. El doctor Kreilinger sudaba copiosamente, pero, pensándolo bien, también sudaba en Alemania, en pleno invierno, durante la guerra.

Los tres años que llevábamos en Paraguay había sido una especie de muerte en vida para los cinco. Kreilinger, Konrad, Dieter, Helmut y yo habíamos hecho nuestro juramento ante el Hombre. Yo mismo, a su requerimiento, había apretado el gatillo y había esparcido sus sesos por toda la habitación, en Berlín. Conseguimos llevarnos el cadáver, eso fue lo más fácil. De hecho, está enterrado a pocos metros, en el jardín de mi casa, aquí en Asunción.

Dieter guardaba los diamantes. Era el único en el que todos confiábamos. De momento estaban allí, nadie había reclamado su parte... ¿para qué queríamos el dinero en este rincón olvidado del mundo?

- Esos cabrones de Nüremberg... todo son mentiras. Maldita sea, una guerra es una guerra, siempre hay víctimas- Konrad seguía con su misma canción, todos estábamos ya hartos de escucharla día tras día. -Y lo peor, el libro de la maldita niña de Wiessman. Esa asquerosa judía y su maldita familia... los mataría ahora mismo.

- Ya lo hiciste, Konrad- rió Helmut y todos con él- No creo que duraran mucho tiempo en Dachau. Para ti aquello fueron unas bonitas vacaciones en Ámsterdam. ¿Recuerdas cómo los encontramos? En aquel escondite, lo asustados que parecían... ¿Recuerdas cómo lloraba la niña? ¿Cómo se llamaba...? ¿Elsa?

- ¿Qué importa eso? El jodido Wiessman se llevó su diario, y no se le ha ocurrido otra cosa que venderlo a una editorial de judíos... Anna, creo que se llamaba Anna... y los muy cretinos ni siquiera tenían diamantes en casa. Judíos sin diamantes... ¿quién se lo podría imaginar?

Estallamos en una carcajada. Konrad era un gran tipo. Aquella tarde en Ámsterdam, los cinco, los seis contando con Wiessman, nos llevamos un pequeño botín, sólo para recordar la ocasión. Seis botones de plata y nácar. Seis botones del vestido de una niña judía llamada Anna.

Terminamos el café, aromático, amargo. Era lo único que parecía de buena calidad en Paraguay.

-Perros judíos sin diamantes -reía Konrad... - Malditos perros judíos...

Nunca Más, aka Angel G.G.

El sexto

No debíamos preocuparnos por él, pero estaba claro que ninguno de nosotros nos perdonaríamos nunca haberle animado a participar en aquel proyecto sin sentido. Hoy, tres años después, volvíamos a encontrarnos y no era por casualidad que los cinco llevásemos un botón de plata y nácar en el bolsillo.

No me gusta tener que hacer esto...- rompió el silencio, Martina , la mayor.-...pero, no hay más remedio. Cometimos un tremendo error apostando por Ernesto y lo sabéis. Sugeriría que pusiéramos las sillas en círculo, quiero una charla , y no tener la sensación de estar echando una vez más el sermón.

Olga fue la única que le rió la gracia. Precisamente ella, la hermana que un buen día ya lejano tomo la iniciativa.

Fue durante una cena consumada en su casa , a la luz de las velas , naturalmente, según los cánones de la relación entre nosotros instaurada y estilizada hasta el formalismo. Se declaró preparada: dijo que estábamos preparados ,que el largo conciliábulo corría el riesgo de aplastarse en frustración si no intervenía a avivarlo un impulso valiente , decidido y definitivo de acabar con la causa de tantos años de humillación.

Quisimos preverlo todo, de manera que todo fuera perfecto, sin ningún sobresalto de sorpresa. Decidimos el día y la hora del desenlace de una locura llamado proyecto; el lugar , las palabras con que adornaríamos la ceremonia: fue como escribir - atentos a los detalles y a la combinación de los sabores - un completo menú de un refinado ágape del cual habíamos de ser comensales los cinco mayores ; y el pequeño, quien lo sirviera...

Sin velas, aunque como antes, en la clandestinidad que da la poca luz, los cinco , tres años después , no llegábamos a cerrar un círculo incompleto.

Martina siguió hablando del margen de buena suerte que nos había permitido extender sobre lo sucedido y de forma alternativa, el consuelo del olvido o del fatalismo. Reconocí por mi parte que en estos años había probado a veces el gesto de escrutar mi rostro en el espejo y buscar alguna muestra de dolor o arrepentimiento. Nada compartido con los demás , ni tan sólo la duda sobre Ernesto.

Guillermo , el tercero , era quien más nuevas daría de él. Contó que sólo la apariencia de una enfermedad mental había impedido momentáneamente a nadie de su entorno indagar más en la verdad de sus delirios . El médico que le atendía tomaba escrupulosa nota de sus pensamientos , era por tanto cuestión de poco tiempo que finalmente distinguiera sus fantaseos de una historia lógica y macabra , y entonces acudiera a la justicia.

A Olga , la cuarta , y a mi , nos costaba reconocer el peligro . Siempre nos despreocupamos de él , convencidos que nunca nadie daría crédito a quien decidimos fuera el ejecutor final de un plan cuyo interés para nosotros radicaba sólo en su objetivo final , y quien había resultado ser su segunda víctima y el puntal de nuestra perdición.

Finalmente, Juana, la segunda, habló para explicar sus deseos apenas refrenables de confiar el monstruoso secreto: pero durante este tiempo ,nunca halló un referente que por instinto pudiera juzgar digno o capaz de entender las razones del proyecto. Tanto silencio le había llevado sin duda a terminar de una forma inesperada con el peso de su conciencia.

Alzó la voz cuando quiso saber si habíamos cumplido con el ritual. Acompasados , mis tres hermanos y yo asentimos.

Juana me miró con serenidad : " Ha llegado la hora de que tu también estés preocupado por él . Pronto le vereis entrar por esa puerta. A Ernesto le hablé yo de la reunión. Está aquí fuera esperando y no ha venido solo; su médico y el alguacil vienen con él. Cuando entren os pediré que vaciéis los bolsillos y que ilustreis mejor discurso ordenado y completo sobre un proyecto que acaba hoy. Trataré de explicar como descubrimos que seis vecinos del pueblo eramos hermanos, como las desgraciadas vidas de nuestras madres alimentaron aquellos odios y concilios clandestinos y como lo que llamamos proyecto se convirtió en la cruel tortura y asesinato de nuestro maldito padre. Ernesto habrá cumplido el ritual, y en su bolsillo llevará el sexto botón de plata y nácar que aquel día arrancamos con saña de su sotana.

Ernesto Hai-Alai, aka Ximo M.

El era tonto, nosotros unos cretinos.

No debíamos preocuparnos por él, pero estaba claro que ninguno de nosotros nos perdonaríamos nunca haberle animado a participar en aquel proyecto sin sentido. Hoy, tres años después, volvíamos a encontrarnos y no era por casualidad que los cinco llevásemos un botón de plata y nácar en el bolsillo.

El era tonto, nosotros unos cretinos. Pero eso era entonces. Ahora él es rico, y nosotros tenemos que vender botoncitos de nácar y de plata en la mercería de la abuela. Los cinco: el mostrador es largo y cabemos todos.

Sin duda conseguimos lo que nos propusimos: convencerle de que nos comprara unas estampitas que tenían un premio por cobrar cien veces superior a los cinco millones que le sacamos: uno para cada uno. El plan, entonces, sí que tenía sentido. Lo que pasa es que las estampitas, que nos habíamos encontrado minutos antes tiradas en la boca de una alcantarilla, tenían premio, realmente. Pero claro: de eso nos enteramos después, cuando oímos por la radio del coche que un honrado vecino del pueblo del que huíamos a toda velocidad había ganado una primitiva y una quiniela al mismo tiempo, ambas multimillonarias.

Con sus nuevos recursos, al tipo le dio por encontrarnos --para agradecernos, nos decían sus agentes, nuestro bonito gesto hacia él. Y lo consiguieron. Fuimos cazados, los cinco: Jorgito, Ana, Dick, Julián y yo mismo, Timmy. Y nos dieron un trabajo honrado en la tienda familiar: 'Botones de Nácar y Plata Martínez Hijos y Hermanos. Tienda modernizada'.

Hoy es el gran día. Tras un mes de prueba, la familia nos ha aceptado. El millón por barba se esfumó en pasajes transatlánticos intentando dar esquinazo a los agentes. Y ahora cobramos el sueldo mínimo interprofesional, pero nos han prometido un incremento superior a la inflación en la zona euro para el año que hoy comienza. Y un lote con la colección completa del Harry Potter.

Y aquí estamos, con las uvas en la mano y los botones en los bolsillos, esperando que el gran tipo haga su entrada. Nos han dicho que va a proponernos despachar en la tienda que acaba de inaugurar en Miami Bich. No está nada mal. Pero viniendo hacia aquí hemos recogido unas estampitas que hemos visto en la boca de un contenedor de papel para reciclar. ¿Y te imaginas que...?

Antonio Jala, aka Torribio Blups

La verdad es que nunca he sabido explicar muy bien porqué participé en aquel concurso de televisión.

No debíamos preocuparnos por él, pero estaba claro que ninguno de nosotros nos perdonaríamos nunca haberle animado a participar en aquel proyecto sin sentido. Hoy, tres años después, volvíamos a encontrarnos y no era por casualidad que los cinco llevásemos un botón de plata y nácar en el bolsillo.

La verdad es que nunca he sabido explicar muy bien porqué participé en aquel concurso de televisión. Supongo que no supe decir que no. La idea fue de Elliot, nos faltaba un día para licenciarnos y estabamos los seis tirados en los catres de nuestro barracón. Ninguno tenía trabajo ni idea de cómo conseguirlo. El futuro se presentaba bastante negro. Así que por qué no? Era todo muy simple, nos presentábamos al cásting, nos elegían y una vez en la isla nos bastaba con ir eliminando a los demás, sin que se notase, claro. Después solo teníamos que repartirnos el premio. Como símbolo de nuestro acuerdo cada uno debíamos guardar uno de los botones de nuestro traje de paseo y llevarlo siempre encima.

Cuando lo recuerdo no entiendo como nos parecía tan sencillo. Pero lo mas increíble de todo fue que funcionó. Nos eligieron a todos. El fingir que no nos conocíamos fue fácil e ir eliminando a los demás concursantes aún lo fue mas. Eramos fuertes, listos y sin escrúpulos. A la final llegamos Tom, yo y una chica muy guapa a la que no eliminamos porque la verdad nos alegraba la vida. Pero evidentemente perdió la prueba de inmunidad. En la votación que hicieron nuestros compañeros ganó Tom y a él le entregaron el cheque de un millón de dólares.

Nunca acudió a nuestra reunión para repartirnos el premio. Simplemente desapareció.

Nos ha costado tres largos años encontrarle, pero lo hemos hecho. De nada han servido sus súplicas y lamentos, nunca debimos confiar en él. Antes de abandonar la isla lanzamos al mar nuestros cinco botones, el de Tom quedó enterrado en la arena...para siempre.

El cangrejo., aka Júlia D.M.

PAINFUL BITS. Edited by Torribio Blups

http://www.torribioblups.net/painfulbits

Last updated on February 23, 2002