Relats de cap d'any 1998-1999

Desert 13 Contest of Literary Creation

This was the text submitted to us for completion:

Jaime no había dormido durante toda la noche. Su ultima comida, un yogur, no parecía haberle sentado demasiado bien. Llamo al trabajo. No iría a trabajar durante todo el día. Una vez hubo colgado el teléfono se dirigió al cubo de la basura. La tapa del yogur no indicaba que estuviera caducado.

Para distraerse, mientras tomaba un reconfortante poleo, encendió la televisión.

"Esta madrugada, en el Hospital General, han sido atendidos númerosos casos de ciudadanos afectados por un extraño síndrome tóxico..."

Jaime se puso pálido, "En rueda de prensa los médicos encargados del caso sugirieron la posible relación del mismo con una conocida marca de yogures vendidos en un céntrico supermercado de nuestra ciudad..."

Jaime volvió al cubo de la basura. Comprobó que su cena había sido un yogur de marca conocida y que la bolsa de basura era la de un céntrico supermercado. Jaime palideció mucho más. Llamó a Maruja, su eficiente asistenta.

And these were the texts that were sent it back:

Pero la muy cerda no parece estar en casa... o al menos no tiene el mas mínimo interés en contestar a mis llamadas. La imagino como de costumbre, envuelta en una innumerable orgía de hombres y mujeres la noche anterior. Maruja, Maruja... y pensar que por sus caderas perdí la cabeza... Pero su adicción a las drogas y al sexo enseguida me alejaron de ella. Al final ha terminado como mi asistenta, limpiando lo que yo ensucio por un mísero jornal...

Pero dejo de marcar su número de teléfono cuando mis uñas empiezan a licuarse. Se deshacen en gotas cerúleas que se evaporan antes de llegar al suelo. Miro mis dedos como hipnotizado. Las uñas ya no existen. Las huellas digitales se disuelven y mis dedos ya no me acreditan. Como enloquecido me río y me río porque la transformación no es en absoluto dolorosa. Debo estar alucinando porque mi piel se estira y estira y se rompe y la carne surcada de venas, surcada de nervios; entra en contacto con el aire y se disuelve. Pronto seré un esqueleto con vértebras de cristal que crujirán y se quebrarán.

Así ocurre cuando la carne desaparecida deja en su lugar un nuevo yo formado por luz y un par de alas traslúcidas se despliegan como por encantamiento en mi espalda. Miro hacia el techo y el techo se acerca a mi, pero soy yo el que se acerca a él porque mis pies de luz ya no tocan el suelo ni sienten el frío ni el dolor ni el cansancio. Descalzo, desnudo e incorpóreo me elevo hacia el cielo y en lugar del techo con molduras de mi apartamento estoy en un túnel, subiendo, volando en espiral hacia arriba. Miro sobre mi cabeza y veo el final del túnel. Veo la luz y en el momento en el que veo la luz la mano de Dios toca mi frente y Su Halo me envuelve y mi pecho arde en una hoguera de alegría. Subo y subo y a mi alrededor escucho armonías imposibles sobre acordes que no existen y antes de que pueda gritar he llegado a la luz.

Y en la luz me sumerjo. Mis pies vuelven a tocar el suelo rodeado de colores que jamás había visto y jamás había imaginado. Me acostumbro a la luz como antes me acostumbraba a la oscuridad que nunca más cegará mis ojos.

En este instante estoy en mi ciudad, de nuevo. Los edificios, los amigos... todo regresa a mi mente y recuerdo que cuando la abandoné solo fue temporalmente.En este instante me pregunto cual es la razón por la que los hombres temen ese pequeño y mágico regreso llamado muerte.

Las hay de preciosas, aka Angel G.

Maruja era el mejor enlace que Jaime había tenido, en todos los años en que había estado trabajando para la Agencia, y en cualquiera de sus numerosas misiones. En efecto, si llegaba tarde a las citas clandestinas, traía castañas calentitas para todos; cuando olvidaba la contraseña secreta, cantaba con voz fuerte y alegre el soy minero a través de la puerta. Y para colmo, tenía unas tetas impresionantes. A veces asomaban entre los botones de la blusa, detrás de las tarjetas de identificación, los pezones prietos y magníficos presionando la tela y ereccionando los pequeños miembros de la concurrencia. Jaime siempre había sospechado que el tamaño inusualmente grande de las tarjetas se debía a la influencia creciente que el Departamento por un Espionaje No Sexista estaba adquiriendo en la cúpula de la organización.

Sea como fuere, no era ahora el momento de rememorar los momentos gloriosos de sus avistamientos corporales. O quizás sí, porque en cuestión de horas estaría muerto. Y no sólo él, sino toda la plantilla de agentes destinados en la zona. Había visto a buen puñado de ellos en el hospital, en las imágenes que había ofrecido la televisión. Esta vez el servicio de contrainteligencia había actuado bien. Jaime esperaba algo así desde hacía semanas, porque un topo le había informado que por fin los contras habían acabado de leer el Manual del Perfecto Contraespía. Piensa, se dijo a sí mismo Jaime. ¿Qué ha podido fallar? La circular. Claro, la última circular. Jaime empezaba a notar espasmos intestinales, pero aun así se movió rápido. Abrió el segundo cajón de la cómoda. Allí estaba, debajo de los calzoncillos rojos de franela (los que siempre había soñado ponerse en la primera cita extra-profesional que tuviera con Maruja). La leyó:

Circular núm. 34, vol. III, año 32º.

A todos nuestros espías allende los mares.

El Departamento de Magnitudes Corporales ha detectado un aumento generalizado del peso corporal y del volumen abdominal de los agentes radicados en el extranjero. El Gabinete de Telas y Medidas advierte al respecto que de continuar la tendencia señalada, el coste global de los uniformes de campaña aumentará entre un diez y un quince por ciento, lo cual representa una desviación presupuestaria que el Departamento de Restricciones Presupuestarias no está dispuesto a tolerar. En consecuencia, se hace saber que, con fecha de hoy, se prescribe el reemplazo del habitual chorizo frito con pimientos de los martes y los jueves por la noche por un yogur de una conocida marca que una de nuestras multinacionales señeras distribuye por el mundo entero.

Cuando dio la vuelta al pequeño cartoncito que contenía el mensaje y vio la foto de la estatua de la Libertad, comprendió que no habría sido demasiado difícil interceptar el mensaje. Sustituir las entregas en valijas diplomáticas por el envío ordinario de alegres postales había sido una propuesta un tanto peregrina de algunos agentes que, sin embargo, lograron que fuera aprobada en la última asamblea general. Eso explicaba lo del yogur. Pero todavía quedaba un enigma por resolver: ¿cómo habían podido envenenar a todos los agentes a la vez?

Jaime notaba dolorosamente que sus facultades iban mermando. Empezó a sudar, y caminaba con dificultad. Le quedaba poco tiempo, y Maruja no llegaba. Se dejó caer en el sofá, viejo y destartalado, como todo en la casa. Y fue la cutrez del tresillo el que le hizo comprender: ¡la segunda circular también había sido interceptada! La buscó: esta vez venía la imagen del Golden Gate en el anverso. Advertía que nuevos cortes en el presupuesto obligaban a la dirección a reducir el aporte mensual destinado a los alquileres de viviendas para los agentes. Como consecuencia, tanto él como sus colegas se habían visto forzados a cambiar de residencia y a buscar alojamiento en la única zona de la ciudad en donde les alcanzaba para el alquiler —precisamente el casco antiguo, el conjunto de callejuelas que rodeaban el céntrico supermercado objeto del sabotaje. Misterio solucionado. Jaime respiró, afanosamente pero no sin una cierta satisfacción. Sólo le faltaba una cosa para morir tranquilo, y ella no se lo podía negar: era el último deseo de un moribundo.

Sonó el timbre. Jaime se arrastró hasta la puerta, descompuesto, y la abrió con extrema dificultad. Allí estaba Maruja, radiante y servicial, con el escote más generoso que nunca había llevado. "Maruja", le dijo, "me muero. Enséñame las tetas, te lo suplico, es mi última voluntad". "Vete a cagar", fue la respuesta de ella, y las últimas palabras que oyó Jaime. Cuando cerró definitivamente los ojos, Maruja farfullaba, ofendida: "¿Ustedes los varones nunca piensan en nuestra dignidad como personas, ni que los maten, verdad? Manda cojones…."

Vómito, aka Torribio Blups

— ¡Maruja! —exclamó deteniéndose frente al mueble bar

— Menos mal que me ha llamado, Jaime —empezó diciendo la asistenta— porque estoy verdaderamente confundida y exaltada . Ayer a poco de haberse ido, ese novio que me dijo usted que se había echado y que si quiere saber mi opinión, a mi nunca me pareció trigo limpio, se despertó y empezó a proferir una retahíla de malas palabras que yo, francamente, no habría consentido en mi propia casa, pero claro, una tiene que callarse en la ajena. Cuando acabó el repertorio, que hay que ver lo nutrido que es, el señorito, que salió de su cuarto en pelota picada, me pregunto que si tenía dinero a mano....

La asistenta cogió aire para continuar. Jaime cerró los párpados y hundió cuanto pudo la cabeza entre los hombros en un vano intento de amortiguar el impacto de la verborrea de Maruja, mientras cogía fuerza para gritar un sonoro "¡Oiga!"

— ... Y yo le di lo poco que tenía escondido en el bote de las alubias secas, unas perras que aparto de lo que usted me da, que si una no fuera precavida al final de la semana no tendríamos ni para yogures. El entonces me preguntó que si sabía yo donde podía adquirir un pasaporte que diera el pego. Fíjese, un pasaporte falso. Yo le pregunté a mi vez con algo de sorna, hay que reconocerlo, que si lo necesitaba para el viaje de bodas, y como me contestó que sí, con mucha guasa, le di la dirección de un perito buenísimo. — ¡Con decirle que me han contado que ha expuesto dos veces en Carabanchel!

— Escúchame, Maruja —intentó intercalar Jaime sin éxito.

— El chico me dijo que no tardaría, se vistió y se fue con el dinero. Al cabo de una hora llamaron a la puerta. Pensé que sería él, pero eran dos pimpollos vestidos de uniforme, los cuales con muy buenos modos me dijeron que dónde estaba el chico que le acompañaba a usted a menudo y que seguro que compartía el dormitorio, si tal nombre, añadieron con mala leche, podía darse a semejante pocilga que asomaba por la puerta, que se había quedado abierta. A lo que respondí que yo era pobre, pero que a limpia no me ganaba nadie; que fueran a ver los baños y la salita, que a la leonera aún no había entrado, que el señor Jaime es muy puntilloso, higiénico y aprensivo...

— Precisamente, Maruja.... oh, cielos —chilló Jaime mientras contemplaba su rostro enverdecido en el espejo del mueble bar.

— ...que no sabía de qué chico me estaban hablando, y que me negaba a seguir contestando preguntas si no comparecía al punto mi abogado.

— Tú has visto demasiada televisión, Maruja. Pero... oye.

— ...que lo que a mi me hacia falta no era un abogado, sino un veterinario. ¡Figúrese! Me puse hecha una fiera… y me llevaron a comisaría .

— Maruja, yo no me encuentro bien, creo... ¿ Has dicho a comisaría?

— Sí —dijo Maruja. Parece ser que está implicado en nosequé de un compló industrial de lecheras. ¿Qué sabe usted de eso?

— Yo no sé nada. ¿Por qué no les dijiste la verdad?

— Hombre —dijo Maruja. ¡No iba a delatar a su novio!

— ¿Un compló de lecheras? —recapituló un Jaime con el rostro enmohecido por la indigestión. Entonces sonó el timbre de la puerta. Maruja se quedo hablando media hora en el vacío.

El cielo estaba ya gris cuando la ambulancia aparcó junto a la tapia del hospital y todos se apearon. El comisario dio unos pasos por delante de Maruja. Cogieron a Jaime por los tobillos y los omoplatos para cambiarlo de camilla. Unos metros más tarde, Jaime abrió los ojos .

— "Chico, ¡qué a1egría! Permítame que sea la primera en felicitarle" —oyó decir a una Maruja abalanzada sobre la cama blanca. No acertaba a entender a qué se refería. "Estuviste requetebién. Y no te preocupes por ese novio, ya ligarás. Aquí hay enfermeros muy guapos.

Fue más tarde cuando Jaime se enteró con gran consternación de que, en el atolondramiento de la intoxicación había conseguido retener atado a la cama con una esposas al psicópata de su novio, que resultó ser un desaprensivo contraespía de Danone. Al día siguiente, para desayunar, en lugar de darle un yogur, como a los demás convalecientes, le dieron pan y una Pepsi-Cola.

Koniek, aka Ximo M.

Pero Maruja no le contestó. Jaime encontró a su asistenta muerta en su habitación. Aterrado recogió el yogur que había en el suelo al lado de Maruja. Era exactamente igual al que se había comido Jaime la noche anterior. Un sudor frío le recorrió el cuerpo. Volvió a dejar el yogur al lado del cuerpo de sus asistenta. Su vista perdida se fijó un segundo en la televisión que seguía encendida. Un documental exhibía unas magníficas imágenes de las pirámides de Egipto. Jaime se fue a su habitación. Se vistió rápidamente. En una pequeña bolsa metió su maquinilla de afeitar y su cepillo de dientes. Guardó su pasaporte en el bolsillo de su americana y se abalanzó hacia la puerta.

Había tenido mucha suerte, le dijo la empleada de Iberia que le vendió el billete. Sólo quedaba una plaza en el vuelo Madrid-El Cairo que salía casi inmediatamente. Se acomodó en su asiento y cerró los ojos. Nunca había viajado en primera clase.

Jaime era traductor de libros y de guías de viaje en una gran editorial. Aun así, sólo había salido de Madrid una vez, cuando se casó. París.

Desde el aeropuerto de El Cairo enlazó con otro vuelo, y en poco más de hora y media aterrizó en Luxor, su destino final.

Jaime admiró cada una de las 131 columnas del templo de Karnak. Casi podía ver a los grandes faraones de Egipto paseando por aquella misma sala. Tocó una de las columnas con gran respeto. Cuando él estuviese muerto, cuando sus hijos estuviesen muertos, aquellas columnas seguirían allí majestuosamente erguidas sobre la arena del desierto. El día acababa, pero no quería regresar al hotel sin haber visto el Valle de los Reyes. Allí estaban las tumbas más hermosas del mundo. Mientras contemplaba como el sol se escondía por el horizonte y encendía las viejas piedras de los edificios de Tebas, sintió un pequeño dolor en el cuello.

Anna se estaba vistiendo para asistir al entierro de su asistenta. Maruja había muerto de un fatídico ataque el corazón. El marido de Anna, Jaime, había desaparecido el mismo día de la muerte de Maruja. Sonó el teléfono. Mientras esperaba que su hijo acabase de hablar se entretuvo ojeando el periódico abandonado en la mesa del comedor. Todos los enfermos del síndrome del yogur habían sido dados de alta. El hijo mayor de Ana colgó el teléfono y llamó a su madre. Tenían que irse a El Cairo esa misma tarde. Les habían llamado desde la embajada española en Egipto. Un grupo terrorista islámico, de nombre impronunciable, había cometido un atentado en Luxor. Al principio creían que no había ningún español entre los muertos, pero después habían encontrado a Jaime con una bala en la cabeza. Les requerían para la identificación del cadáver.

Ana asintió tristemente.

Ra, aka Júlia DM.

Al instante apareció una mujer regordeta, ataviada con su habitual delantal blanco y recomponiéndose un mechón de pelo rubio tras la oreja.

— A ver, ¿qué pasa? —dijo con tono complaciente.

— Maruja ¿dónde compró el yogur que me dejo anoche en la nevera?

— Pero, Jaime ¿está usted bien? Le veo muy pálido y sudoroso...

Jaime insistió y preguntó, de nuevo.

— Diga Maruja ¿dónde?

— Pues en el super de siempre. En el de 1a plaza del...

— ¿Y usted? ¿Ha comido yogur?

— Bueno, ¿qué pasa? Tanta preguntita, tanta preguntita... Debería saber que soy alérgica a la lactosa, pero como siempre anda ensimismado... Jaime la interrumpió bruscamente y le explicó todo lo que le había sucedido durante esa mañana y puso especial énfasis en la intoxicación masiva que llenaba los informativos televisivos.

— ¡Santo Cielo! —exclamó Maruja. Sí que me ha resultado melindre. La tele, la tele...Ahora mismo le preparo un zumo y se le acabo la intoxicación. Dicho esto, dio media vuelta y se fue hacia la cocina sacudiendo la cabeza y pensando en que tendría un pésimo día con Jaime lloriqueando a su alrededor.

Al tiempo, Jaime, se quedo en su butac6n frente al televisor dudando por unos instantes y preguntándose a sí mismo que hacer. De repente, se puso en pie y gritó:

— Maruja, me voy al hospital.

La mañana era soleada y apacible. En la calle no se oía una mosca. Jaime pensó que realmente ocurría algo extraño al atravesar la plaza. Ciertamente no era habitual tanto silencio a esas horas.

Una fuerte punzada le atravesaba el costado y sudoroso apretó el paso. Cada vez se sentía peor. —¿Por qué he de saber si mi asistenta es alérgica a la lactosa? Demonios. Debí llamar a un taxi —se dijo.

Mientras divagaba, llego al hospital. Un equipo de televisión había ocupado la entrada y una mujer joven hacia preguntas a todo aquel que se le ponía a la altura de su micrófono. Jaime sonrió y, por un instante, se sintió dentro de una teleserie americana.

"Vamos a informarles puntualmente de la evolución de todos las afectados por el síndrome del yogur. Cada media hora estará con nosotros el equipo medico encargado de este extraño caso de intoxicación masiva. Por el momento, sigue especulándose sobre la idea de que pudiera haberse manipulado una partida de yogures de una afamada marca francesa. Durante la larga noche han fallecido dos pacientes de este hospital y todos nos preguntamos: ¿Qué van a hacer las autoridades al respecto? "

— Joder, dos muertos —pensó Jaime.

Se dirigió apresuradamente al mostrador de información. Automáticamente, una enfermera le dio un formulario y un número.

— Rellene este formulario con sus datos, vaya a la sala del fondo a la izquierda y espere a que le avisen —dijo mientras le señalaba el camino.

Avanzó por el pasillo central y vio como todas las salas estaban llenas de gente contándose su caso complacientes. Llegó a la sala señalada por la enfermera y se situó junto a una puerta con un letrero muy llamativo: "LABORATORIO".

Al poco tiempo se oyó su número a través de un pequeño altavoz, situado en una esquina de la sala. Una amplia y conocida sonrisa le recibió. Era María.

— ¡Jaime! —dijo sorprendida. ¿Qué te pasa?

— Verás, es que no me siento demasiado bien y anoche, yo, cené un...

— Bien, bien. Cenaste lo de siempre. Tortilla, zumo y yogur. ¿Me equivoco?

— Sí, pero es que he visto en los informativos que un yogur ha intoxicado a mucha gente y... bueno... yo...

— ¡Vaya joya!. Además hipocondríaco. Bueno, siéntate. Voy a sacarte sangre y ya veremos.

Sin perder su sonrisa, María, se puso manos a la obra. Antes de recibir el pinchazo, Jaime, ya se había desmayado.

Sintió como unas manos frías le daban palmaditas sobre las mejillas. Tenía el brazo izquierdo doblado hacia arriba, mientras el derecho sujetaba una tirita. Seguramente ya le habían realizado la extracción y él se sentía todavía peor. El celador que le había despertado le indicó que en una hora le darían los resultados y que podía pasar a recogerlos por el mostrador de información. Dio media vuelta y se marchó por el pasillo.

Jaime se quedó plantado en medio del pasillo y pensó que, a juzgar por su mala suerte, debía estar plenamente afectado por el síndrome y que no soportaría la incertidumbre; así que decidió salir a dar un paseo.

Al cabo de una hora de dar vueltas, volvió hacia el hospital. El equipo de televisión ya no estaba y los pasillos se habían descongestionado un poco. Una vez en el mostrador esperó sus resultados con un gran vacío en el estómago. La enfermera le dio un sobre cerrado con membrete del hospital y le dijo que ya se podía marchar.

— No me ingresan —pensó. Estoy desahuciado.

Una vez que llegó a casa se encerró en su habitación y únicamente tomó un caldo de pollo que le había preparado Maruja, antes de irse. Tuvo sueños extraños de amplios pasillos blancos y mujeres crueles de sonrisa permanente. Una vez que anocheció, el vacío del estómago se hizo más profundo y Jaime se levantó de la cama. En la cocina, frente a su tortilla y su zumo, se decidió a abrir el sobre con los resultados.

"Una vez analizada su muestra sanguínea y comparados los índices básicos de su analítica, pasamos a determinar que debe realizar una vigilancia estricta de su colesterol. Aconsejamos una visita a su consulta de medicina general lo antes posible. Firmado: el equipo médico" .

Jaime decidió que, de momento, cenaría solo zumo. Al menos hasta que se resolviese el misterio del síndrome del yogur.

Muac, aka Sonia Q.

Dicen que cuando te atrapa la muerte pasan por delante tuyo, de una manera rápida y desordenada, las imágenes de toda una vida. Pero Jaime sólo recordaba sus últimas vacaciones: Turquía , la patria del yogur; y Bulgaria, el primer estudio en población humana sobre sus efectos en la longevidad. Y nada le pasaba por la mente de una manera rápida y desordenada. Estaba pálido, pero presente. Por fin: línea.

"Este es el contestador automático de Maruja Montero. En estos momentos no estoy, ni desearía estar, en mi domicilio. No intentes localizarme porque tampoco estoy en el país, ni en el extranjero. ¿Quizás Saturno? Por fin puedo decir lo que nunca me atreví a decirte. Jamás te has fijado en mí a pesar de mi esmero en el trabajo y afectivas atenciones. Sólo te he interesado como escoba, siempre a punto para recogerlo todo , toda la mierda que tú dejabas. Lo siento porque me gustabas. Y mucho . ¿Que qué pasa con los demás intoxicados? Todos igual que tú, desagradecidos con una mujer que lo único que os pedía era amor. Amor verdadero y multiplicado. Bueno, te dejo, os dejo. El tren a Saturno me espera y allí la plena orgía extrasexual. Un último secreto: mi verdadero nombre es Rosa Torres. Besssazzzos."

Maruja Rosa, aka Vilu P.

Maruja no contestaba. Tal vez ya venía de camino. O no: su casa no era la única que ella regentaba, por así decirlo, ese mismo día.

Jaime pensó cuan desvalidos quedarían todos, solteros y solos, ahora que Maruja se jubilaba.

Volvió a mirar el televisor. No daban más noticias sobre el caso.

Le corría un sudor frío por la espalda y fue a buscar ropa de abrigo. Abrió el armario en busca de su bata de felpa. Notó cierto desorden. Se sintió mareado. Se sentó de nuevo frente al televisor; sin noticias.

Decidió por fin llamar al hospital para contrastar los síntomas. Le recomendaron acudir inmediatamente para mayor seguridad.

Mientras se vestía, frente al armario, notó de nuevo que algo faltaba. La maleta. La maleta no estaba en su sitio. ¡Y el dinero! Solía guardar pequeñas cantidades en la maleta.

A Jaime todo le daba vueltas y se desplomó.

Maruja se despertó desconcertada. Intentó reconocer la habitación en penumbra, pero ¿qué era esa algarabía? Al fin respiró tranquila; el tren, el coche-cama. Abrió las cortinas y vio la estación , aún no era París, pero debía faltar muy poco para llegar.

Buscó la maleta para vestirse. Al verla pensó en Jaime. Y en Andrés, en Juan, en Pedro… Sonrió. Tal vez su pequeña broma de despedida no había sido del agrado de todos. ¡Pero mucho peor fue sufrir sus terribles adicciones al bifidus!

Chacha Gabor, aka Anna R..

Home - Storage Room - My Life as Myself - Books - Ethereal World