Desmond Morris - El mono desnudo

El mono desnudo (fragmentos)

Desmond Morris

ISBN 84-473-0234-2. Traducción de J. Ferrer Aleu.

T.O. The Naked Ape, 1967

Note: Citations are marked in blue (all highlighted text inside citations due to the authors themselves); my own comments, if any, are preceded by 'EFR' (Torribio Blups); the rest is a digest of the text, either my own words or paraphrasing the author's.

Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de homo sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales. Se muestra orgulloso de poseer el mayor cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la circunstancia de que tiene también el mayor pene, y prefiere atribuir injustamente este honor al vigoroso gorila. Es un mono muy parlanchín, sumamente curioso y multitudinario, y ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico.

[El mono desnudo] [T]odo su cuerpo, su sistema de vida, fueron aparejados para su existencia en el bosque, y después, de pronto (de pronto, en términos de evolución), se vio lanzado a un mundo donde sólo podía sobrevivir si empezaba a vivir como un lobo inteligente y armado. Ahora debemos examinar con atención la manera en que esto afectó, no sólo a su cuerpo, sino, en especial, a su comportamiento, y en qué forma experimentamos la influencia de esta herencia en los días actuales.

Un mono solitario es una criatura vulnerable. Carece de las poderosas armas naturales del carnívoro, y si se encuentra solo es fácil presa de los cazadores al acecho.

Además, para convertirse en un matador biológico (como opuesto al cultural), el mono cazador tenía también que modificar el horario de su comportamiento en lo referente a la alimentación. Se acabaron los continuos piscolabis y empezaron las copiosas comidas espaciadas. Empezó a practicarse el almacenamiento de alimentos. La básica tendencia a volver a un hogar estable tuvo que ser incorporada al sistema de comportamiento. Hubo que mejorar la orientación y las aptitudes caseras. La defecación tuvo que convertirse en una regla espaciada de comportamiento, en una actividad privada (carnívora), en vez de la actividad común (primate).

La pesada tarea de criar y adiestrar a un joven que se desarrollaba lentamente exigía una coherente unidad familiar. En otros grupos de animales, ya sean peces, pájaros o mamíferos, observamos que, cuando la carga se hace demasiado pesada, surge entre la pareja un vigoroso lazo que ata al macho y a la hembra durante todo el período de crianza. Eso fue, también, lo que ocurrió en el caso del mono cazador.

Si la organización de nuestras actividades terrestres —alimentación, miedo, agresión, sexo, cuidados paternales— se hubiesen producido únicamente por medios culturales, no cabe duda de que actualmente la controlaríamos mejor y podríamos desviarla en un u otro sentido, adaptándola a las crecientes y extraordinarias exigencias de nuestros avances tecnológicos. Pero no hemos hecho nada de esto. Hemos inclinado reiteradamente la cabeza ante nuestra naturaleza animal y admitido tácitamente la existencia de la bestia compleja que se agita en nuestro interior. Si somos sinceros, tendremos que confesar que se necesitarán millones de años, y el mismo proceso genético de selección natural que la originó, para cambiarla. Mientras tanto, nuestras civilizaciones, increíblemente complicadas, podrán prosperar únicamente si las orientamos de manera que no choquen con nuestras básicas exigencias animales, ni tiendan a suprimirlas. Desgraciadamente, nuestro cerebro pensante no está siempre de acuerdo con nuestro cerebro sensitivo. Hay muchos ejemplos que muestran el punto en que se han extraviado las cosas y en que las sociedades humanas se han estrellado o se han embrutecido.

Y ahí tenemos a nuestro Mono Desnudo, vertical, cazador, fabricante de armas, territorial, neoténico, cerebral, primate por linaje y carnívoro por adopción dispuesto a conquistar el mundo. Pero es un producto novísimo y experimental y, con frecuencia, los modelos nuevos presentan inmperfecciones. Sus principales agobios derivarán del hecho de que sus progresos culturales rebasarán a todos los progresos genéticos. Sus genes quedarán rezagados, y tendremos que recordar constantemente que, a pesar de todos sus éxitos en la adaptación al medio, sigue siendo, en el fondo, un mono desnudo.

Sexualmente, el mono desnudo se encuentra hoy en día en una situación un tanto confusa. Como primate, es impulsado en una dirección; como carnívoro por adopción, es impulsado en otra; y como miembro de una complicada comunidad civilizada, lo es incluso en otra.

Gran parte de esta fase de formación de la pareja puede desarrollarse en público, pero cuando se pasa a la fase precopulativa se busca la soledad, y las sucesivas formas de comportamiento se producen, en lo posible, aisladamente de los otros miembros de la especie. En la tase precopulativa aumenta de manera chocante la adopción de la posición horizontal. Los contactos entre los cuerpos aumentan en intensidad y duración. Las posiciones poco intensas de costado dan progresivamente paso a los contactos cara a cara de gran intensidad. Estas posiciones pueden mantenerse durante muchos minutos o incluso varias horas, mientras las señales visuales y vocales pierden gradualmente importancia y se hacen más frecuentes las señales táctiles. Estas comprenden pequeños movimientos y variadas presiones de todas las partes del cuerpo, pero particularmente de los dedos, manos, labios y lengua. La pareja se despoja total o parcialmente de la ropa y el estímulo táctil de piel a piel es aumentado en una zona lo mayor posible.

Durante esta fase, los contactos boca a boca alcanzan su mayor frecuencia y duración, y la presión ejercida por los labios varia desde una suavidad extrema a una extrema violencia. Durante las respuestas de alta intensidad, los labios se separan y la lengua se introduce en la boca del compañero. Los movimientos activos de la lengua sirven para estimular la piel sensible del interior de la boca. Los labios y la lengua se aplican también a otras muchas zonas del cuerpo del compañero, especialmente a los lóbulos de las orejas, el cuello y los órganos genitales. El macho presta atención particular a los senos y los pezones de la hembra, y el contacto de los labios y la lengua se convierten en más complicados lametones y chupetones. Una vez establecido el contacto, los órganos genitales del compañero pueden ser también objeto de acciones de esta clase. Cuando se produce esto, el macho suele dedicarse principalmente al clítoris de la hembra, y la hembra al pene del macho, aunque en ambos casos se abarcan otras zonas.

Además del beso y de las acciones de lamer y de chupar, la boca se aplica también a diversas regiones del cuerpo del compañero en una acción de morder, de intensidad variable. En general, esto se limita a suaves mordiscos de la piel, o a débiles pellizcos, pero a veces puede convertirse en violentas e incluso dolorosas mordeduras.

Mezclado con los estímulos vocales del cuerpo del compañero, y frecuentemente acompañándolos, se produce una abundante manipulación de la piel. Las manos y los dedos exploran toda la superficie del cuerpo, pero especialmente la parte delantera y, cuando la intensidad es mayor, las nalgas y la región genital. Como en los contactos orales, el macho presta atención particular a los senos y pezones de la hembra. En su movimiento, los dedos golpean y acarician repetidamente. De vez en cuando, agarran con fuerza, hasta el punto de que las uñas pueden hundirse profundamente en la carne. La hembra puede asir el pene del macho y sacudirlo rítmicamente, simulando los movimientos de la cópula, y el macho estímula los órganos genitales de la hembra, particularmente el clítoris, de modo parecido y frecuentemente con movimientos rítmicos.

Además de estos contactos de la boca, de las manos y del cuerpo en general, existe también una tendencia, en los momentos más intensos de actividad precopulativa, a frotar rítmicamente el sexo sobre el cuerpo del compañero. Se producen también muchas contorsiones y entrelazamientos de brazos y piernas, con ocasionales y fuertes contracciones musculares, de manera que el cuerpo experimenta una enorme tensión, seguida de relajamiento.

Éstos son, pues, los estímulos sexuales practicados en el compañero durante los arranques de actividad precopulativa, y que producen una agitación fisiológica sexual suficiente para que se produzca la cópula. Ésta empieza con la inserción del pene del macho en la vagina de la hembra. Ordinariamente, se realiza cara a cara, con el macho sobre la hembra, ambos en posición horizontal y teniendo la hembra las piernas separadas. Existen muchas variaciones de esta posición, según veremos más adelante; pero ésta es la más sencilla y la más típica. Después, el macho inicia una serie de rítmicos empujes de la pelvis. Éstos pueden variar considerablemente en fuerza y rapidez, pero si no hay ningún impedimento, suelen ser rápidos y muy penetrantes. En el curso de la cópula, hay una tendencia a reducir los contactos orales y manuales, o, al menos, a reducir su sutileza y complejidad. Sin embargo, estas formas ahora subsidiarias de estímulo mutuo prosiguen en cierto modo durante la mayor parte de las secuencias de la cópula.

La fase copulativa es típicamente mucho más breve que la precopulativa. En la mayoría de los casos, y a menos que emplee tácticas dilatorias, el macho llega al momento de la eyaculación en pocos minutos. Otras hembras primates no parecen llegar a una culminación del episodio sexual; en cambio, la hembra del mono desnudo constituye una excepción a este respecto. Si el macho sigue copulando durante largo rato, también la hembra alcanza un momento de consumación, una experiencia orgásmica explosiva, tan violenta y liberadora de la tensión como la del macho, y fisiológicamente idéntica, salvo la única y natural excepción de la evacuación de esperma. Algunas hembras pueden llegar muy pronto a este momento, mientras que otras no llegan en absoluto; pero, en general, se alcanza entre los diez y los veinte minutos del comienzo de la cópula.

Es raro que exista esta discrepancia entre el macho y la hembra en lo que atañe al tiempo requerido para alcanzar el clímax sexual y el alivio a la tensión. Es éste un asunto que habremos de examinar con mayor detalle más adelante, cuando estudiemos la significación funcional de las diversas pautas sexuales. Bástenos decir aquí que el macho puede superar el factor tiempo y provocar el orgasmo de la hembra prolongando y agudizando los estímulos precopulativos, de modo que ella se encuentre ya fuertemente excitada antes de la penetración del pene, o bien empleando tácticas inhibitorias durante la cópula, a fin de retrasar el propio orgasmo, o prosiguiendo la cópula inmediatamente después de la eyaculación y antes de que cese la erección, o tomándose un poco de descanso y copulando por segunda vez. En este último caso, su debilitado impulso sexual hará que, automáticamente, tarde más tiempo en alcanzar el clímax y dé ocasión a la hembra de alcanzar el suyo.

Cuando ambos partícipes han experimentado el orgasmo, sigue normalmente un considerable periodo de agotamiento, de relajamiento, de descanso y, con frecuencia, de sueño.

De los estímulos sexuales debemos pasar ahora a las respuestas sexuales. ¿Cómo responde el cuerpo al estímulo intensivo? En ambos sexos se producen considerables aumentos de las pulsaciones, de la presión sanguínea y de la respiración. Estos cambios empiezan durante las actividades precopulativas y alcanzan su máximo en el momento de la consumación. El número de pulsaciones, que normalmente es de 70 a 80 por minuto, se eleva a 90 ó 100 durante las primeras fases de la actividad sexual, aumenta hasta 130 durante la actividad intensa y llega hasta 150 en el orgasmo. La presión sanguínea, que empieza aproximadamente en 120, se eleva a 200 e incluso a 250 en el momento del clímax sexual. La respiración se hace más profunda y más rápida, y, al acercarse el momento del orgasmo se convierte en un prolongado jadeo, a menudo acompañado de rítmicos gemidos o gruñidos. Al final, el rostro puede estar contraído, con la boca muy abierta y dilatadas las ventanas de la nariz, a la manera de los atletas en su máximo esfuerzo o de las personas a quienes les falta el aire.

Detrás de la fachada de la ciudad moderna sigue morando el viejo mono desnudo. Sólo los nombres han cambiado: en vez de 'caza' decimos 'trabajo'; en vez de 'campo de caza', 'barrio comercial'; en vez de 'cubil', 'hogar'; en vez de apareamiento, 'matrimonio'; en vez de 'compañera', 'esposa', etcétera.

Sin embargo, aunque el sistema básico sexual ha sido conservado en una forma bastante primitiva [...] se han introducido, en cambio, numerosos controles y restricciones de menor importancia. Estos se han hecho necesarios debido al complicado surtido de señales sexuales anatómicas y fisiológicas y a la creciente sensibilidad a los estímulos sexuales adquirida durante nuestra evolución. [...] Incluso en las simples unidades tribales, los miembros de la pareja debieron de sentir la necesidad de ocultar de algún modo sus señales sexuales al transitar en público. Si la sexualidad tenía que agudizarse para mantener unida a la pareja, debieron de tomarse medidas para apaciguarla cuando sus miembros estaban separados, a fin de evitar el estímulo excesivo de terceros. En otras especies que forman parejas, pero que viven en comunidad, esto se logra mediante ademanes agresivos; pero a una especie cooperativa como la nuestra le convenían métodos menos beligerantes. Aquí es donde entra en juego nuestro desarrollado cerebro.

[...] [L]a cobertura de la región genital con alguna sencilla prenda debió de ser un perfeccionamiento cultural muy primitivo. Sin duda [...] el empleo de vestidos como protección contra el frío tomó incremento al desparramarse la especie por climas menos benignos; pero, probablemente, esta fase fue muy posterior. El empleo de vestiduras antisexuales varió según las diversas condiciones culturales, extendiéndose a veces a otras señales sexuales secundarias (senos, labios) y dejando de hacerlo en otras ocasiones.

Otro importante mejoramiento fue la realización en privado de los propios actos sexuales. No sólo se convirtió el aparato genital en una parte privada, sino también en una parte usada en privado.

[L]os contactos cuerpo a cuerpo han llegado a adquirir tal importancia en el comportamiento sexual que tienen que ser aplazados durante la rutina de la vida diurna. Hay que reprimir el contacto físico con extraños en nuestras atareadas y populosas comunidades. Cualquier roce accidental con el cuerpo de un desconocido va inmediatamente seguido de una disculpa, cuya elocuencia suele ser proporcional al grado de sexualidad de la parte del cuerpo tocada. [...] Esta restricción de los contactos con desconocidos sólo se interrumpe normalmente en condiciones de gran aglomeración o en circunstancias especiales derivadas de la categoría de ciertos individuos (por ejemplo, los peluqueros, los sastres y los médicos) que están socialmente 'autorizados para tocar'. El contacto con parientes y amigos íntimos está más permitido. Sus papeles sociales han quedado claramente definidos como no sexuales, y existe menos peligro. Pero incluso así, las cortesías de salutación se han estilizado sobremanera. El apretón de manos se ha convertido en norma rígidamente establecida. El beso de salutación ha tomado su propia forma ritual (besos recíprocos en la mejilla) que nada tiene que ver con el beso sexual en la boca.

Se aplican también otros controles más patentes, en forma de artificiales códigos morales o de leyes sexuales. Estas varían considerablemente de una civilización a otra, pero la principal finalidad es siempre la misma: evitar la excitación sexual de los desconocidos y suprimir la interacción sexual fuera de la pareja. [...] El único método de comportamiento que parece tener alguna eficacia es el antiguo sistema del castigo y la recompensa: castigo para los excesos sexuales y recompensa para la continencia sexual. Pero esto, desde luego, produce la represión, más que la disminución del impulso.

[...] Como antes he indicado, la razón de las restricciones es bastante justa: se trata de evitar un estímulo sexual desenfrenado que rompa los lazos entre las parejas. Pero ¿por qué no una total restricción en público? ¿Por qué no limitar las exhibiciones sexuales, tanto biológicas como artificiales, a los momentos de intimidad entre los componentes de la pareja? Esto se contesta, en parte, diciendo que es precisamente nuestro alto nivel de sexualidad el que exige una constante expresión y un constante desahogo. Se llega a él para mantener unida a la pareja, y ahora resulta que en la estimulante atmósfera de una sociedad compleja sirve para crear continuamente situaciones ajenas a tal pareja. Pero esto es sólo una parte de la respuesta. El sexo se emplea también por motivos de conveniencia, maniobra muy corriente en otras especies de primates. Si una mona quiere acercarse a un macho agresivo con fines no sexuales, realiza a veces una exhibición sexual, no porque quiera copular con él, sino porque obrando así despertará su impulso sexual lo suficiente para eliminar su agresión. Estas formas de comportamiento se denominan actividades remotivadoras. La hembra emplea el estímulo sexual para remotivar al macho y conseguir, de esta manera, una ventaja no sexual. Trucos parecidos son empleados también por nuestra especie. Gran parte de los estímulos sexuales artificiales tienden a este fin. Al hacerse atractivos a los miembros del sexo contrario, los individuos pueden reducir eficazmente los antagonismos con otros miembros del grupo social.

Desde luego, tratándose de una especie en que los individuos están atados por parejas, esta estrategia tiene sus peligros. El estímulo no debe ir demasiado lejos. Aceptando las básicas restricciones sexuales impuestas por la civilización, es posible dar claras señales de que 'no estoy disponible para la cópula', y al propio tiempo, dar otras señales que digan: 'no obstante, soy muy sexual'. Estas últimas cumplirán su misión de reducir el antagonismo, mientras que las primeras evitarán que las cosas salgan de su cauce. De esta manera, uno sabe nadar y guardar la ropa.

Echando ahora una mirada retrospectiva a todo el escenario sexual podemos observar que nuestra especie ha permanecido mucho más fiel a sus fundamentales impulsos biológicos de lo que habríamos podido imaginar en un principio. Su sistema sexual de primate, con modificaciones de carnívoro, ha sobrevivido con notable éxito a todos los fantásticos avances tecnológicos. Si tomamos un grupo de veinte familias suburbanas y lo colocamos un medio primitivo subtropical, donde los machos tengan que salir de caza para obtener comida, la estructura sexual de esta nueva tribu requerirá muy pocas modificaciones, o acaso ninguna. En realidad, lo que ha ocurrido en todos los pueblos grandes o ciudades ha sido que los individuos que moran en ellos se han especializado en sus técnicas de caza (de trabajo) pero han conservado su sistema socio-sexual más o menos en su forma primitiva. Los inventos de la ciencia-ficción sobre criaderos de niños, actividades sexuales colectivizadas, esterilización selectiva, y división del trabajo controlada por el Estado en las funciones procreadoras no han llegado a materializarse. El mono del espacio sigue llevando en la cartera el retrato de su mujer y de sus hijos, mientra navega a toda velocidad con rumbo a la Luna. Sólo en el campo de una limitación general de la natalidad podemos presenciar ahora el primer ataque serio a nuestro antiquísimo sistema sexual por las fuerzas de la civilización moderna.

Las exigencias de la locomoción vertical no han sido muy piadosas para la hembra de nuestra especie; este avance fue sentenciado con una pena de varias horas de doloroso parto.

Aproximadamente en el mismo momento en que el niño empieza a andar sin ayuda [15 meses aprox.], comienza también a pronunciar sus primeras palabras, muy pocas y sencillas al principio; pero pronto crece su vocabulario con asombrosa rapidez. A los dos años, el niño corriente puede pronunciar unas 300 palabras. A los tres, ha triplicado esta cifra, a los cuatro logra decir unas 1600 y, a los cinco, alcanza las 2100. Este asombroso ritmo de aprendizaje, en el campo de la imitación vocal, es exclusivo de nuestra especie y debe ser considerado como uno de nuestros grandes logros. Es algo relacionado, según hemos visto, con la apremiante necesidad de una comunicación más precisa y eficaz, en conexión con las actividades de la caza cooperativa. No hay nada como esto, nada que se le parezca lo más mínimo, en otras especies actuales de primates próximamente emparentados con nosotros.

Volviendo de nuevo a nuestra propia especie, los gruñidos básicos e instintivos, los gemidos y gritos que compartimos con otros primates, no los desechamos con nuestra recién conquistada habilidad verbal. Nuestras señales sonoras innatas permanecen y conservan sus importantes papeles. No sólo proporcionan los cimientos vocales sobre los que construiremos nuestro rascacielos verbal, sino que existen también por su propio derecho, como aparatos de comunicación típicos de la especie. A diferencia de los signos verbales, surgen espontáneamente y significan lo mismo en todas las civilizaciones. El grito, el sollozo, la risa, el rugido, el gemido y el llanto rítmico transmiten los mismos mensajes a todos y en todas partes. Como los sonidos de otros animales, están relacionados con los estados emocionales básicos y nos dan una impresión inmediata del estado motivador del que vocaliza. De igual manera hemos conservado nuestras expresiones instintivas: la sonrisa, la mueca, la mirada fija, la cara de pánico y el rostro iracundo. También éstas son comunes a todas las sociedades, y persisten a pesar de la adquisición de muchos gestos culturales.

Así pues, la risa dice: 'Reconozco que el peligro no es real', y transmite este mensaje a la madre. Entonces, la madre puede jugar vigorosamente con el niño, sin hacerle llorar. En los niños, las primeras causas de la risa son los juegos infantiles de los padres: palmoteos, saltos rítmicos sobre las rodillas y elevaciones en el aire. Más tarde, las cosquillas desempeñan un papel principal; pero no antes del sexto mes. Todos estos estímulos son violentos, pero realizados por el protector 'seguro'. Los niños aprenden muy pronto a provocarlos; por ejemplo escondiéndose, con lo cual experimentarán la 'impresión' de ser descubiertos; o jugando a escapar, para ser alcanzados.

El mono desnudo, incluso en su edad adulta, es un mono juguetón. Esto es consecuencia de su naturaleza curiosa. Está llevándo constántemente las cosas a su límite, tratando de sorprenderse a sí mismo, de impresionarse a sí mismo sin hacerse daño, y cuando lo consigue demuestra su alivio con el estruendo de sus contagiosas carcajadas.

El reírse de alguien puede llegar a ser, también, una poderosa arma social entre los niños mayores y entre los adultos. Es un acto doblemente insultante, ya que indica que el individuo objeto de la risa es espantosamente extraño, y al mismo tiempo, indigno de ser tomado en serio.

Mucho de lo que hacemos en nuestra edad adulta se funda en esta absorción imitativa durante los años de nuestra infancia. Con frecuencia nos imaginamos que actuamos de cierta manera porque este comportamiento está de acuerdo con algún código abstracto y severo de principios morales, cuando, en realidad, lo único que hacemos es someternos a una serie de impresiones puramente imitativas, profundamente arraigadas en nosotros y 'olvidadas' desde hace largo tiempo. Es la inmutable obediencia a estas impresiones (junto con nuestros impulsos instintivos, cuidadosamente disimulados) lo que hace tan difícil en las sociedades el cambio de costumbres y de 'creencias'. [...] Afortunadamente, poseemos un poderoso antídoto contra esta debilidad inherente al proceso de aprendizaje imitativo. Tenemos una agudizada curiosidad, una necesidad intensa de explorar, que actúa contra la otra tendencia y produce un equilibrio susceptible de éxitos fantásticos. Sólo si una civilización llega a adquirir una excesiva rigidez, como resultado de su sujeción a la repetición imitativa, o demasiado audaz en su exploración desenfrenada, acabará por hundirse. [...] Afortunadamente, existe la sociedad que tiende al logro gradual de un perfecto equilibrio entre la imitación y la curiosidad, entre la copia sumisa e irreflexiva y la experimentación progresiva y racional.

[...] Para muchas especies de animales, no es más que esto. No hay exploración como finalidad en sí. En cambio, en los mamíferos superiores y, sobre todo, en nosotros, se ha emancipado como impulso distinto y separado. Su función es proporcionarnos un conocimiento lo más sutil y completo del mundo que nos rodea y, si es posible, de nuestras propias facultades en relación con él.

En todo comportamiento exploratorio, sea artístico o científico, se desarrolla el eterno combate entre los impulsos neofílico y neofóbico. El primero nos empuja a nuevas experiencias; nos hace buscar afanosamente la novedad. El segundo nos retiene, hace que nos refugiemos en lo conocido. Nos hallamos constantemente en un estado de equilibrio inestable entre las atracciones opuestas del nuevo estímulo excitante y del antiguo y familiar. Si perdemos nuestra neofilia, nos quedaremos estancados. Si perdemos nuestra neofobia, correremos hacia el desastre. Este estado de conflicto explica no sólo las más visibles fluctuaciones de las modas y caprichos, del tocado y del vestido, de los muebles y de los coches, sino que constituyen también la misma base de todo nuestro progreso cultural. Exploramos y nos atrincheramos; investigamos y nos estabilizamos. Paso a paso aumentamos el conocimiento y la comprensión, tanto de nosotros mismos como del complejo medio en que vivimos.

Si queremos comprender la naturaleza de nuestros impulsos agresivos, tendremos que estudiarlos bajo el prisma de nuestro origen animal.

La excitación agresiva produce en nosotros los mismos trastornos fisiológicos y las mismas tensiones y agitaciones musculares que hemos descrito al referirnos a los animales en general. Como otras especies, exhibimos también una gran variedad de actividades de dispersión. En algunos aspectos, no estamos tan bien pertrechados como otras especies pera convertir estas reacciones básicas en elocuentes señales. [...] En otros aspectos, somos mucho más hábiles. Nuestra propia desnudez, que impide el eficaz erizamiento de los pelos, nos da la oportunidad de emitir elocuentes señales mediante la palidez y el rubor. [...] Lo que más hemos de observar aquí es el color blanco: equivale a actividad. [...] [E]s producto de la activación del sistema nervioso simpático, el sistema de la 'acción', y no debe ser tratado con ligereza. Por el contrario, el enrojecimiento es menos alarmante: es producto de los frenéticos intentos compensadores del sistema parasimpático, e indica que el sistema de la 'puesta en marcha' empieza a ser socavado. Es menos probable que os ataque el rival iracundo y de rostro congestionado que el de cara pálida y labios apretados. El conflicto del de cara encendida es tan intenso que se encuentra entorpecido e inhibido; en cambio, el de rostro pálido está presto para entrar en acción. No hay que jugar con ninguno de los dos, pero es mucho más probable que el de cara pálida pase al ataque [...]

Acompañamiento especializado e importante de todas estas manifestaciones es la exhibición de amenazadoras expresiones faciales. Estas, junto con nuestros signos vocales verbalizados, nos brindan el método más preciso para comunicar nuestro exacto humor agresivo. Aunque, como dijimos en otro capítulo, nuestra cara sonriente es exclusiva de nuestra especie, nuestros rostros agresivos, por muy expresivos que sean, se parecen mucho a los de todos los otros primates superiores. (Al primer golpe de vista, podemos decir si un mono está enfadado o asustado, pero aún tenemos que aprender a conocer su cara amistosa). Las reglas son muy sencillas: cuanto más domina el impulso de ataque al impulso de fuga, más se proyecta la cara hacia delante. Cuando ocurre lo contrario y domina el miedo, todos los detalles faciales parecen retroceder.

Ya que hemos aludido a la religión, convendrá quizás examinar más de cerca esta extraña forma de comportamiento animal antes de abordar otros aspectos de las actividades agresivas de nuestra especie. [...] Si lo hacemos así, llegaremos a la conclusión de que, en sentido de comportamiento, las actividades religiosas consisten en la reunión de grandes grupos de personas para realizar reiterados y prolongados actos de sumisión, al objeto de apaciguar a un individuo dominante. El individuo dominante en cuestión adopta muchas formas, según las civilizaciones, pero tiene siempre el factor común del poder inmenso. Algunas veces toma la forma de un animal de especie diferente, o de una versión idealizada de éste. Otras veces es representado como un miembro más sabio y más viejo de nuestra propia especie. Otras, adopta un aspecto más abstracto, y es considerado, sencillamente, como 'el estado' u otro término semejante. Las reacciones de sumisión pueden consistir en cerrar los ojos, bajar la cabeza, juntar las manos en actitud de súplica, hincar las rodillas, besar el suelo e incluso postrarse en él, con frecuentes acompañamientos de gemidos o de vocalizaciones cantadas. Si estos actos de sumisión son eficaces se logra el apaciguamiento del individuo dominante. Como su poder es tan grande, las ceremonias de apaciguamiento tienen que realizarse a regulares y frecuentes intervalos, para evitar que surja de nuevo su enojo. Generalmente, pero no siempre, se identifica el sujeto dominante con un dios.

Dado que ninguno de estos dioses existe en forma tangible, ¿por qué fueron descubiertos? Para dar respuesta a esta pregunta tenemos que volver a nuestros orígenes ancestrales. [...] Volviendo a nuestros inmediatos antepasados, resulta claro que con el desarrollo del espíritu de cooperación, tan vital para el éxito de la caza en grupo, el ejercicio de la autoridad por el individuo dominante tenía que ser severamente limitado, si había de conservar la fidelidad activa, como opuesta a la pasiva, de los demás miembros del grupo. [...] Este cambio en el orden de las cosas, aunque vital de cara al nuevo sistema social, dejaba, empero, un importante hueco. Persistía la antigua necesidad de una figura onmipotente capaz de tener al grupo bajo control, y su falta fue compensada con la intervención de un dios. La influencia de esta figura divina podía, entonces, actuar como fuerza adicional a la influencia, más restringida, del jefe de grupo.

A primera vista, es sorprendente que la religión haya prosperado tanto, pero su extraordinaria potencia es simplemente una medida de la fuerza de nuestra tendencia biológica fundamental, heredada directamente de nuestros antepasados simios, a someternos a un miembro dominante y omnipotente del grupo. Debido a esto, la religión ha resultado inmensamente valiosa como contribuyente a la cohesión social, y cabe dudar de que nuestra especie hubiese llegado muy lejos sin ella dada la combinación única de circunstancias de nuestros orígenes evolutivos.

La religión ha sido también causa de muchos e innecesarios sufrimientos y calamidades, siempre que se ha formalizado excesivamente en su aplicación, y siempre que los 'ayudantes' profesionales de las figuras divinas han sido incapaces de resistir la tentación de pedirles prestado un poco de su poder para su propio uso. Pero a pesar de su abigarrada historia, constituye un elemento imprescindible de nuestra vida social. Cuando llega a hacerse inaceptable es calladamente, o a veces violentamente, rechazada; pero inmediatamente resurge bajo una nueva forma, quizás hábilmente disfrazada, pero conteniendo los mismos antiguos elementos básicos. Sencillamente, tenemos que 'creer en algo' Sólo una creencia común puede unirnos y mantenernos bajo control. Podría argüirse, partiendo de esto, que cualquier creencia es útil, con tal de que sea lo bastante fuerte; pero esto no es rigurosamente cierto. Tiene que ser grandiosa, y parecer grandiosa. Nuestra naturaleza comunitaria exige la realización y la participación en un complicado ritual colectivo. La eliminación de 'la pompa y la circunstancia' dejaría un terrible vacío cultural, y la instrucción dejaría de actuar debidamente en el profundo, emocional y necesario nivel. En cambio, ciertos tipos de creencia son particularmente inútiles y embrutecedores, y pueden llevar a una comunidad a rígidas normas de comportamiento que obstaculizan su desarrollo colectivo. Como especie, somos animales eminentemente inteligentes y curiosos, y, si la creencia se adapta a esta circunstancia, resultará altamente beneficiosa para nosotros. La creencia en el valor de la adquisición del conocimiento, la comprensión científica del mundo en que vivimos, la creación y apreciación de los fenómenos estéticos en sus numerosas formas y la extensión y profundización de nuestro campo de experiencias en la vida cotidiana se están convirtiendo rápidamente en la «religión» de nuestro tiempo. La experiencia y la comprensión son nuestras imágenes, bastante abstractas, de los dioses, a quienes irritará nuestra ignorancia y nuestra estupidez. Las escuelas y Universidades son nuestros centros de enseñanza religiosa; las bibliotecas, los museos, las galerías de arte, los teatros, las salas de conciertos y los campos de deportes, nuestros lugares de adoración en comunidad. Cuando estamos en casa, adoramos con nuestros libros, periódicos, revistas y aparatos de radio y de televisión. En cierto sentido, seguimos creyendo en otra vida, porque parte del premio de nuestros trabajos creadores, el sentimiento de que, gracias a ellos, seguiremos «viviendo» después de muertos. Como todas las religiones, ésta tiene también sus peligros; pero, si hemos de tener alguna, como parece ser el caso, parece ciertamente la más adecuada a las cualidades biológicas exclusivas de nuestra especie. Su adopción por una creciente mayoría de la población mundial puede servir de compensadora y tranquilizadora fuente de optimismo, en contraste con el pesimismo antes expresado, concerniente a nuestro futuro inmediato como especie superviviente.

A pesar de todos los demás progresos, los planos de nuestros pueblos y ciudades siguen dominados por nuestra antigua necesidad, propia del mono desnudo, de dividir nuestros grupos en pequeños y discretos territorios familiares. En aquellos sitios donde las casas no han sido aun comprimidas en bloques de pisos, la zona prohibida es cuidadosamente vallada, cercada o amurallada para aislarla de los vecinos; y como en otras especies territoriales, las líneas de demarcación son rígidamente respetadas y defendidas.

Las actividades de aseo social han llegado a ser casi independientes de sus estímulos primitivos. Aunque siguen teniendo la función vital de mantener limpia la piel, su motivación parece ser ahora más social que cosmética. Al contribuir a que dos animales permanezcan juntos, con ánimo colaborador y no agresivo, ayudan a estrechar los lazos interpersonales entre los individuos del grupo o de la colonia.

Este sistema de señales amistosas ha dado origen a dos procedimientos remotivadores que se refieren, respectivamente, al apaciguamiento y al alejamiento del temor. Si un animal débil tiene miedo de otro más fuerte, puede apaciguarlo mediante la invitación del chasquido de labios y el subsiguiente aseo de su piel. Esto reduce la agresión al animal dominante y ayuda al subordinado a que el otro lo acepte. Se le permite estar 'presente' por los servicios que presta. A la inversa, si un animal dominante quiere calmar los temores de otro más débil puede lograrlo valiéndose del mismo modo. Con el chasquido de sus labios, da a entender que su ánimo no es agresivo. A pesar de su aureloa dominante, puede mostrar que no pretende causar daño. Este hábito particular —exhibición tranquilizadora— es menos frecuente que la variedad de apaciguamiento, por la sencilla razón de que es menos necesario en la vida social de los primates. El animal débil posee pocas cosas que el dominante pueda apetecer y no pueda lograr con la agresión directa.

Hay muchos ejemplos de dolencias corrientes y que podríamos llamar de 'invitación al aseo', como son la tos, los resfriados, la gripe, el dolor de espalda, la jaqueca, algunos trastornos gástricos, el dolor de garganta, el estado bilioso, las anginas, y la laringitis. El estado del paciente no es grave, pero sí lo bastante enfermizo para justificar unos mayores cuidados por parte de sus compañeros de sociedad. Los síntomas actúan de la misma manera que las señales de invitación al aseo, motivando comportamientos confortadores por parte de médicos, enfermeras, farmacéuticos, amigos y parientes. El paciente provoca una reacción de simpatía amistosa y de atención, y en general, esto basta para curar la enfermedad. La administración de píldoras y de medicamentos sustituye a las antiguas acciones de aseo y da pie a un rito operacional que mantiene la relación entre paciente y cuidador, a través de esta fase especial de interacción social. La exacta naturaleza de los medicamentos tiene poca importancia, y, situados en este plano, existe poca diferencia entre las prácticas de la Medicina moderna y la de los antiguos hechiceros.

[...]

[...] Los miembros de una comunidad que tiene éxito en sus empresas o que están socialmente bien situados, raras veces padecen 'dolencias de invitación al aseo'. En cambio, los que tienen problemas sociales, temporales o permanentes, son sumamente susceptibles de ellas.

[...] [U]na dolencia lo bastante seria para hacernos guardar cama tiene la gran ventaja de volver a crear, para todos nosotros, las cuidadosas atenciones de nuestra segura infancia.

Todos somos, hasta cierto punto, cuidadores frustrados, además de pacientes, y la satisfacción que se puede obtener de cuidar al enfermo es tan fundamental como la causa de la enfermedad. Algunos individuos sienten una necesidad tan grande de cuidar a los demás, que pueden provocar y prolongar activamente la enfermedad de un compañero, a fin de poder expresar con mayor plenitud sus afanes cuidadores. Esto puede producir un círculo vicioso, exagerándose desmedidamente la situación entre cuidador y paciente, hasta el punto de crearse un inválido crónico que exige (y obtiene) una atención constante.

La tercera categoría importante de animales en relación con nosotros, después de los rapaces y de los simbióticos, es la de los competidores. Cualquier especie que compita con nosotros, disputándose comida o espacio, o se interfiera en el curso normal de nuestra vida, es despiadadamente eliminada. Huelga hacer una lista de tales especies. Virtualmente, todo animal no comestible o simbióticamente inútil es atacado y exterminado. Este proceso continúa hoy en todas las partes del mundo. En el caso de los competidores de poca importancia, éstos pueden verse ayudados por la suerte; pero los rivales serios tienen muy pocas probabilidades de sobrevivir. En tiempos remotos, nuestros más próximos parientes primates fueron nuestros rivales más temibles, y por ello no es de extrañar que seamos la única especie superviviente de toda la familia. Los grandes carnívoros fueron también serios competidores nuestros, y también ellos fueron eliminados en todos los lugares donde la densidad de población de nuestra especie rebasó cierto nivel. Europa, por ejemplo, se encuentra virtualmente despojada de todas las grandes formas de vida animal, salvo en lo que atañe al inmenso hervidero del mono desnudo.

En cuanto a la otra categoría importante, la de los parásitos, su futuro parece aún más tenebroso. Se intensifica la lucha, pues si somos capaces de llorar la muerte del rival atractivo que nos disputa la comida, nadie verterá una sola lágrima por la hecatombe de las pulgas. Con el progreso de la ciencia médica, la fuerza de los parásitos decrece velozmente. Y esto supone una nueva amenaza para todas las otras especies, pues al extinguirse los parásitos y mejorar nuestra salud, aumenta enormemente la velocidad de crecimiento de nuestra población y se acentúa la necesidad de eliminar a todos los competidores de importancia secundaria.

PAINFUL BITS. Edited by Torribio Blups

http://www.torribioblups.net/painfulbits

Last updated on June 14, 2001