Michael Aris - Introduction to Freedom From Fear (Spanish)

Freedom From Fear (Libres del miedo)

Aung San Suu Kyi.

Introducción, por Michael Aris.

5239 words, 30410 characters.

Traducido por Torribio Blups.

Read the original English text here

Era una noche tranquila en Oxford, como tantas otras, el último día de marzo de 1988. Los niños estaban ya en la cama y nosotros leyendo un rato cuando sonó el teléfono. Suu lo cogió y le comunicaron que su madre había sufrido un ataque grave de corazón. Colgó el teléfono y empezó inmediatamente a hacer las maletas. Tuve el presentimiento de que nuestras vidas iban a cambiar para siempre. Dos días después, Suu estaba a miles de kilómetros, al lado de la cama de su madre en Rangoon.

Después de tres meses de atender a su madre en el hospital día y noche, se hizo evidente a Suu y a los médicos que no iba a recuperarse, por lo que Suu decidió llevarla a la casa familiar en Rangoon. El entorno familiar y la asistencia de un equipo médico allí desplazado garantizaban que sus últimos días fueran tranquilos. Cuando Alexander y Kim acabaron el curso en Oxford, volamos a Rangoon; al llegar, encontramos que Suu había hecho de la casa un remanso de paz, bajo su dirección tierna pero firme. El estudio del piso de abajo había sido transformado en sala de hospital; la vieja señora se sintió muy reconfortada al enterarse de que sus nietos habían llegado.

En los meses precedentes, los estudiantes habían empezado a tomar las calles exigiendo un cambio radical, y las autoridades les habían hecho frente brutalmente. En un incidente, cuarenta y un estudiantes heridos habían muerto asfixiados dentro de una furgoneta de la policía. Pero lo que había puesto en pie a todo el país justo el día después de que los chicos y yo llegáramos fue un discurso inesperado y extraordinario del hombre que había gobernado Birmania desde el día que había triunfado el golpe de estado en 1962. El 23 de julio, Ne Win, el general convertido en civil, anunció que dimitía y que convocaba un referéndum para que el pueblo decidiera el futuro político del país. Todavía recuerdo haber visto con Suu la escena del discurso tal como la mostró la televisión estatal --como todo el mundo en Birmania, se quedó electrizada. Por fin, el pueblo iba a tener la oportunidad de tomar el control de su propio futuro. Pienso que fue en ese momento, más que en ningún otro, en el que Suu tomó la determinación de dar un paso adelante. Y sin embargo, la idea había ido tomando forma en su cabeza durante las quince semanas anteriores.

A decir verdad, ya desde sus primeros años, Suu había estado profundamente preocupada por la cuestión de qué podría hacer para ayudar a su gente. Ni por un minuto olvidó nunca que era la hija del héroe nacional birmano, Aung San. Fue él quien lideró la lucha por la independencia respecto al gobierno colonial inglés primero, y respecto a la ocupación japonesa después. Entrenado por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, él y sus colegas entre los legendarios 'Treinta Camaradas' entraron en Birmania con el ejército invasor japonés, que había prometido devolver la independencia al país. Cuando tal promesa se demostró falsa, Aung San pasó a la clandestinidad para dirigir la resistencia con su Ejército para la Independencia de Birmania que acababa de crear. Colaboró con los Aliados en su reinvasión del país, y después de la guerra negoció con el gobierno laborista de Clement Attlee los términos de la independecia final. Pero él y casi todo su gabinete fueron acribillados a balazos el 19 de julio de 1947, sólo unos meses antes de la transferencia de poder. Un rival político celoso fue el cerebro de la masacre.

Suu, que nació el 19 de junio de 1945, conserva sólo un ligerísimo recuerdo de su padre. Y sin embargo, todo lo que ha aprendido sobre él la ha hecho creer en su coraje desinteresado y en su vision de una Birmania libre y democrática. Alguien podría decir que llegó a obsesionarse con la imagen del padre que nunca conoció. En Oxford reunió una importante colección de libros y ensayos sobre él, tanto en birmano como en inglés. Hay una cierta inevitabilidad en la manera como ella, al igual que él, se ha convertido ahora en un símbolo de la esperanza y del deseo popular. En la hija y en el padre parece darse una extraordinaria coincidencia de realidad y leyenda, de hechos y palabras. Y sin embargo, nunca antes de 1988 había entrado en los propósitos de Suu luchar por nada tan trascendental. Cuando abandonó Oxford para hacerse cargo de su madre, su preocupación principal había sido la redacción de su tesis doctoral sobre literatura birmana para la Universidad de Londres. (Un borrador de la tesis está en el mismo disco del ordenador desde el que escribo; además, supongo que ella todavía está matriculada en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos en calidad de estudiante de posgrado). Incluso había albergado esperanzas de poder poner en marcha, algún día, un programa de becas para estudiantes birmanos, al igual que una red de bibliotecas públicas en Birmania.

Y a pesar de todo, siempre solía decirme que si alguna vez su gente la necesitaba, no iba a fallarles. Hace poco repasé las 187 cartas que me envió desde Nueva York a Bhutan en los ocho meses previos a nuestra boda en Londres en enero de 1972. Una y otra vez expresaba la preocupación de que su familia y su gente malinterpretara nuestro matrimonio y lo viera como un debilitamiento de su devoción hacia ellos. Constantemente me advertía que un día tendría que volver a Birmania, y que confiaba en mi apoyo cuando ello ocurriera, no como un deber hacia ella, sino como un favor personal.

'Sólo pido una cosa, que si llegado el momento mi gente me necesita, me ayudes a cumplir mi deber hacia ellos'

'¿Te sería muy pesado soportar una situación como esa? No sé lo probable que es que suceda, pero la posibilidad es real.'

'A veces me atormenta el miedo de que las circunstancias nos puedan llegar a partir en dos, en un momento en que seamos tan felices uno en el otro que la separación no pueda ser otra cosa que un infierno para los dos. Y aun así, ¡tales miedos son tan fútiles e inconsecuentes: si nos amamos y nos llevamos en el corazón tanto como podamos mientras podamos, no me cabe ninguna duda de que el amor y el enternecimiento acabarán triunfando'

Suu me escribió tales cosas, y muchas como esas, ahora hace veinte años. Hoy en día es una presa de conciencia en su país, mantenida en completo aislamiento del mundo. Las semillas de su condición actual fueron sembradas hace mucho tiempo.

Por lo tanto, no fue una sorpresa cuando Suu me dijo que estaba decidida a empezar la lucha. Por mi parte, había llegado el momento de realizar la promesa que, años atrás, había hecho de darle todo mi apoyo. Sólo que, como Suu quizás, había imaginado que, si este día llegaba alguna vez, sería un poco más tarde, cuando nuestros hijos, ya mayores, pudieran valerse por sí mismos. Pero el destino y la historia nunca parecen ir de la mano. Los acontecimientos son impredecibles y no se acomodan a nuestras conveniencias. Además, las leyes de la historia humana son demasiado inciertas para ser usadas como guía de la acción. Los únicos recursos de que disponía Suu, los únicos que tendría que haber necesitado, eran su extraordinariamente cultivado sentido de la responsabilidad, y el poder de su razón. Sin embargo, su condición única como hija del héroe nacional era, al mismo tiempo, su bendición y su carga más pesada. Aunque el régimen militar se había apropiado de la imagen de su padre en provecho propio, la reputación de aquél continuaba viva e inviolada en el corazón de la gente. Y Suu nunca había perdido sus raíces birmanas, ni los valores de su cultura de origen, a pesar de los muchos años que había pasado fuera. Su conocimiento del legado histórico birmano y de la lengua de su país, y muy importantemente, su negativa a renunciar a la ciudadanía birmana y a su pasaporte a pesar de estar casada con un inglés --todos estos factores se aliaron con las tristes circunstancias de la enfermedad de su madre para hacerle inevitable el compromiso con su pueblo.

En los momentos turbulentos que siguieron a la dimisión de Ne Win el 23 de julio de 1988, y a la negativa de su partido de celebrar un referèndum que decidiera el futuro de Birmania, la casa de Suu pronto se estableció como el centro principal de actividad política del país, y el escenario de tantas idas y venidas como el toque de queda permitía. Todas las clases posibles de activistas, de todas las tendencias y de todas las edades, llegaron hasta allí. Suu habló a todos ellos de derechos humanos, un concepto poco corriente en Birmania hasta entonces. Y Suu empezó también a hacerse presente más allá de las puertas de su casa. Alexander, Kim y yo estábamos detrás de ella cuando habló a una inmensa multitud en la pagoda Shwedagon, el 26 de agosto, por primera vez.

Y a pesar de la frenética actividad, la casa nunca realmente llegó a perder la condición de ser un refugio para el amor y para el cuidado constante. Suu es una persona asombrosa, desde todos los puntos de vista, y creo que puedo decir eso, después de veinte años de matrimonio; y aun así, no puedo llegar a entender cómo se las arregló para dividir sus esfuerzos tan ecuánimamente entre el cuidado celoso de su madre agonizante y el activismo que la llevó a convertirse en la líder de la lucha por los derechos humanos y por la democracia en su país. Sin duda, contribuyeron a ello su sentido inflexible del deber y su firme entendimiento de lo que está bien y de lo que está mal, de la justicia y la injusticia cualidades ambas que pueden ser una carga pesada para otros, pero que ella lleva con toda la gracia.

En el momento en que la madre de Suu murió, el 27 de diciembre, nueve meses después del primer ataque, parecía que hubiera habido un cataclismo. Las manifestaciones callejeras acababan invariablemente en un baño de sangre, por el intento de las autoridades de sofocar la revuelta, que se había extendido ya por todo el país. No me será fácil olvidar la brusca alternancia de miedo y esperanza, de euforia y desesperación; ni el contraste entre el sonido de las armas de fuego en la calle y el de las palomas en el jardín.

Tres jefes de estado fueron obligados a dimitir, por presión popular, en rápida sucesión; el poder real, sin embargo, estaba en manos de los cargos militares leales a Ne Win. La parte del ejército controlada por esos oficiales finalmente dieron un golpe de estado que dio el poder al SLORC, el Consejo para la Restauración del Orden y de la Ley del Estado. El SLORC reiteró la promesa de unas elecciones libres y justas, utilizando mientras tanto fuego real en su objetivo de vaciar las calles de manifestantes. Suu y sus colaboradores más cercanos pronto formaron su propio partido, la Liga Nacional para la Democracia (NLD, National League for Democracy).

Fueron los jóvenes miembros que se habían afiliado a su partido los que se encargaron de organizar a las multitudes que en número de millares se reunieron para asistir al funeral de su madre el 2 de enero de 1989. Yo también pude asistir, porque aun habiendo sido obligado a salir del país unas semanas antes, se me permitió regresar a Rangún para estar con Suu cuando su madre murió. Volé desde Bangkok con nuestros hijos, que habían terminado con sus clases otra vez. Incluso el único hermano con vida de Suu fue autorizado a venir desde los Estados Unidos para el funeral, lo que en otras circunstancias nunca hubiera sido permitido.

Las negociaciones y los arreglos para el funeral de la viuda del héroe nacional se llevaron de manera ejemplar. Fue la única ocasión en que las autoridades ofrecieron cooperación a Suu, porque se dieron cuenta de que si no lo hacían las consecuencias serían desastrosas. Militares, estudiantes y políticos colaboraron con Suu para ordenar las cosas de una manera tan eficaz que hizo que todo el mundo se diera cuenta de lo ventajoso que sería para el país conseguir una unidad bajo su liderazgo. Pero la cooperación de los militares no pasó de ahí, por desgracia. El prestigio de Suu y su popularidad creciente parecía que chocaban de frente con lo que el Ejército había llegado a representar. Las llamadas constantes al diálogo y la comprensión que Suu realizó antes y después de estos acontecimientos fueron completamente ignorados.

En los siete meses siguientes Suu consolidó la fuerza y presencia de su partido desplazándose por casi todo el país. Nuestros hijos y yo mismo habíamos vuelto a Oxford por aquel entonces. Y aunque Suu escribía tan a menudo como le era posible, sabíamos más por las noticias de prensa que por sus cartas. Leíamos en los periódicos el acoso oficial y el vilipendio a que estaba siendo sometida por las autoridades. Pero el efecto que ello tenía en la gente era el contrario al que pretendían: cuanto más se la atacaba, más gente se unía a su causa.

En retrospectiva es fácil ver por qué ella y su partido eran considerados la mayor amenaza a todos los intereses creados del viejo régimen. Las autoridades confiaban en que la proliferación de partidos produjera un parlamento completamente dividido que pudieran dominar de la manera que más les conviniera. El jefe del estado, el general Saw Maung, había declarado oficialmente que esperaba que el gobierno que se formara estuviera constituido por una coalición múltiple de partidos. La perspectiva de un partido que ganara ampliamente las elecciones iba en contra de todo lo que esperaban.

No trataré aquí de detallar los movimientos, las actividades y la estrategia política de Suu durante ese tiempo; al fin y al cabo, no estuve con ella y no conozco los hechos de primera mano. Supongo que lo harán futuros historiadores cuando el tiempo, la distancia, y el acceso a fuentes que ahora son inaccesibles posibiliten una valoración desapasionada. Pero no creo que encuentren nada que sugiera que Suu no actuó sino con dedicación a una causa altruista. Ella dio unidad a lo que hasta entonces había sido una revuelta espontánea y sin liderazgo. Desde el principio insistió en que el primer objetivo del movimiento tenía que ser la lucha no violenta por los derechos humanos. Habló a la gente corriente de su país como hacía mucho tiempo que nadie se les dirigía --como individuos susceptibles de amor y de respeto. En una larga campaña de desobediencia civil, Suu no respetó gran número de las medidas draconianas introducidas por los militares. Escribió cientos de cartas a las autoridades quejándose de los excesos, pero ninguna obtuvo respuesta. Al mismo tiempo, constantemente les pidió que abrieran una vía de diálogo, pero sin resultados.

Las cosas se precipitaron en julio de 1989. En los días previos a la fiesta nacional del Día de los Mártires, que conmemora la muerte de su padre juntamente con los miembros de su gobierno, Suu decidió hablar francamente y señalar lo que era el principal obstáculo para el cambio político --el control en la sombra que el viejo general retirado Ne Win ejercía todavía sobre el ejército. Expresó sus dudas de que la junta gobernante tuviera intención de mantener la promesa de transferir el poder a un gobierno civil. Y cuando anunció su intención de liderar una marcha para rendir tributo a los mártires, las autoridades respondieron rápido haciendo que el Ejército ocupara las calles. Ante la perspectiva de un terrible derramamiento de sangre en Rangún, Suu canceló la marcha.

Nuestros hijos, Alexander y Kim, se habían reunido ya con su madre desde sus escuelas en Oxford --su tercer viaje desde el principio del drama. Esta vez yo no pude ir con ellos porque mi padre acababa de morir en Escocia. El 20 de julio oí la noticia de que Suu había sido sometida a arresto domiciliario. No tenía ninguna idea de cuál era su situación, ni tampoco la de los muchachos. Afortunadamente, tenía en mi poder un visado válido para Birmania en mi pasaporte. Informé a las autoridades de mi intención de volar a Rangún inmediatamente.

Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto Mingaladon pude ver, ya en la pista, una fuerte presencia militar. El avión fue rodeado por soldados, y antes de bajar por la pasarela fui identificado y escoltado a la fuerza hasta el salón VIP. El empleado consular británico que había venido expresamente a recogerme fue incapaz de contactar conmigo. Durante veintidós días estuve, de hecho, ilocalizable. Nadie sabía lo que me había podido ocurrir. La prensa británica publicó historias del profesor de Oxford que había desaparecido. Mi familia en Inglaterra estaba extremadamente preocupada. EL gobierno británico y la Unión Europea presionaron mucho a las autoridades, pero sin resultado. Me había esfumado.

La historia de lo que sucedió realmente durante esas tres semanas (quizás la mayor crisis que hemos tenido hasta el momento que afrontar como familia) podría ocupar un libro entero, pero voy a ser breve. El mismo atento oficial militar que se reunió conmigo en el aeropuerto dijo que, si accedía a acatar las mismas condiciones del arresto domiciliario de Suu, podía permanecer con ella y con los muchachos. Esas condiciones excluían contacto alguno con la embajada o con cualquier persona implicada en política. Pude asegurarles honestamente que había venido exclusivamente a estar con mi familia y que por tanto no tenía inconveniente en someterme a tales términos. Así pues, me condujeron desde el aeropuerto hasta la casa, que también estaba rodeada de soldados. Las puertas estaban abiertas y entramos. No tenía ni idea de lo que iba a encontrar.

Y lo que encontré fue a Suu en el tercer día de una huelga de hambre. Su única exigencia era que la dejaran ingresar en prisión con todos los jóvenes seguidores que habían sido detenidos en la sede del partido cuando las autoridades la arrestaron. Estaba convencida que su presencia en la carcel con ellos les proporcionaría una cierta protección contra el maltrato. Comió su última comida en la tarde del 20 de julio (el día de su arresto) y durante los siguientes doce días hasta el mediodía del 1 de agosto sólo aceptó agua. Ese día un oficial militar vino a darle su garantía personal, en nombre de las autoridades, de que sus jóvenes seguidores no serían torturados y que las causas contra ellos seguirían el curso de la ley. Suu aceptó el compromiso, y los médicos que habían sido asignados a atenderla, cuyo cuidado había rechazado hasta entonces, se afanaron a ponerle una vía intravenosa, con su consentimiento por fin. Había perdido cinco kilos y medio. Todavía no sé si las autoridades cumplieron su promesa.

Todo esto, Suu lo había pasado muy calmadamente, y los chicos también. Pasó su tiempo de ayuno muy tranquilamente, leyendo y hablando con nosotros. Yo, por el contrario, no estaba tan calmado, aunque fingía estarlo. Actuando como mediador, me llevaron a una reunión en el ayuntamiento de Rangún para que presentara las demandas de Suu al comandante en jefe del destacamento de Rangún, y a través de él, a la cúpula del SLORC. En todas las ocasiones fui tratado con gran cortesía. Once días después de que Suu terminara su huelga de hambre fui finalmente llevado al encuentro del cónsul británico en unas instalaciones militares para invitados. Delante de los oficiales del SLORC, confirmé la historia de la huelga de hambre de Suu, que de alguna manera había sido ya filtrada a la prensa. De hecho, luego supe que la historia había aparecido en la edición asiática de la revista Time, con su imagen en portada.

Suu recuperó el peso y la fuerza en los días que siguieron. La crisis pasó y la tensión se relajó. Los chicos aprendieron artes marciales de los guardias. Ordenamos la casa, e hice tratos con las autoridades para enviar paquetes a Suu desde Inglaterra y para intercambiar cartas con ella. Las cosas parecían ir bien. El curso escolar en Oxford, otra vez, estaba a punto de comenzar. Salimos hacia Inglaterra el 2 de septiembre.

Fue la última vez que a los chicos se les dejó estar con su madre. Algunos días después de que llegamos a casa, la embajada birmana en Londres me hizo saber que los pasaportes de mis hijos no eran válidos y habían sido anulados, basándonse en que no tenían derecho a la ciudadanía birmana. Todos los intentos de obtener visados para sus pasaportes ingleses han fracasado. Muy claramente, el plan era hundir emocionalmente a Suu separándola de sus hijos, con la esperanza que aceptara el exilio permanente de su país. Yo, sin embargo, fui autorizado a volver una vez más para pasar con ella dos semanas, durante la Navidad siguiente. Al parecer, las autoridades habían confiado en que intentaría convencerla para que se viniera conmigo. Pero, de hecho, y conociendo la fuerza de voluntad de Suu, ni siquiera había pensado en intentarlo. Quizás fue en ese momento cuando se dieron cuenta que no les era útil para sus propósitos.

Los días que pasé con ella esa última vez, completamente aislados del mundo, constituyen uno

de los recuerdos más felices que conservo de todos nuestros muchos años de matrimonio. Fueron días maravillosamente pacíficos. Suu había establecido un régimen estricto de ejercicio, de estudio y de piano, que yo me ingenié para alterar. Estaba memorizando una serie de sutras budistas. Yo había traído un regalo de Navidad para cada día, y los iba sacando uno a uno. Tuvimos todo el tiempo del mundo para hablar de lo que quisimos. No sospeché que sería la última vez que estaríamos juntos, en el futuro previsible.

Mientras estuve allí, las autoridades trajeron documentos referentes a su partido y a las elecciones. ELla tenía que firmarlos si quería presentarse a las elecciones a pesar de estar encarcelada. Y los firmó. Y aunque semanas después se supo que el SLORC había decretado que su candidatura no era válida, ello no tuvo ninguna consecuencia para el resultado final de las elecciones. El 27 de mayo los birmanos fueron a votar y votaron por el partido que ella había fundado y que dirigía. En una victoria extraordinaria, la Liga Nacional por la Democracia ganó 392 de los 485 escaños en juego --más del 80 por ciento. Contrariamente a lo que se temía, la votación fue totalmente libre y justa. La razón de ello parece que fue el cálculo del SLORC de que ningún partido en solitario podía ganar. Suu, sin embargo, siempre había tenido el convencimiento de que si las elecciones eran libres, su partido las ganaría, aunque dudo que previera una victoria tan grande. Y de nuevo apareció su imagen en la portada del Time; la fotografía, tomada durante uno de sus largos viajes en campaña, la mostraba con los labios agrietados y los ojos irritados por el polvo.

El voto fue para ella; muchos de sus votantes no sabían nada de su candidato local, excepto que representaba a Suu. Encerrada a la fuerza durante los diez meses previos a las elecciones, había ido sin embargo ganándose un sitio en el corazón de los birmanos. Hay una gran ironía en ésto, porque se estableció un cierto culto a la personalidad que Suu habría sido la primera en lamentar. La lealtad a los principios, decía a menudo, es más importante que la lealtad a los individuos. Pero Suu personificaba a la perfección los principios por los que ella y toda la gente estaban luchando; así que los birmanos la eligieron a ella.

En los días que siguieron se esperaba con gran expectación que la junta militar la liberara de su confinamiento domiciliario y anunciara un calendario para la transferencia de poder a la Liga Nacional para la Democracia. Lejos, en Oxford, pensé que, por lo menos, eso serviría para que nos dejaran volver a reunirnos con ella, a los chicos y a mi. Pero no iba a ser así. Recibí una última carta suya fechada el 7 de julio de 1990. En ella me pedía que le enviara copias de los dos poemas épicos indios, el Ramayana y el Mahabkarata; comentaba el hecho de que había mucho más humor en las versiones tailandesa y camboyana de la descripción del rey-mono Hanuman que en la versión original india. La carta trataba además de cuestiones familiares, y de cosas que quería que le enviara. Fue la última carta que recibí. Todos los intentos desde entonces para hablar con ella han fracasado.

Muchas personas han intentado influir en la junta para que nos permita tener acceso a Suu, pero sin éxito. En el momento en que escribo esto hace más de dos años que nuestros hijos vieron a su madre por última vez; un año y diez meses desde que yo estuve con ella; y un año y dos meses desde su última carta. El SLORC se esfuerza en disimular el alcance de su aislamiento, y ni siquiera lo denomina 'arresto domiciliario'. Afirman que ella es libre para ir al encuentro de su familia en cualquier momento, sin aceptar el hecho que, aunque su marido es británico, Suu es birmana y el pueblo birmano no sólo la ha aceptado plenamente como compatriota sino que ha hecho de ella el talismán para su libertad futura.

Los acontecimientos han dado la razón a Suu. El régimen no parece tener ninguna intención de transferir el poder. Se habla mucho de la necesidad de una nueva constitución antes de que el poder sea transferido, pero no se ha anunciado ningún calendario para su elaboración. Hubo elecciones libres, que enviaron un mandato claro a la junta en el poder. Pero no ha sucedido nada desde entonces. Suu todavía está confinada.

Actualización: Septiembre 1991

Diecisiete días después de enviar este manuscrito a los editores, recibí una llamada telefónica del Comité Noruego para el Premio Nobel en la que me comunicaban que el premio Nobel de la paz de ese año había sido concedido a Suu. Lo que sigue es parte del comunicado que redacté para la prensa.

'Mi esposa Suu ha obtenido el premio Nobel de la paz. Mucha gente oirá hablar por primera vez gracias a ello de su valiente liderazgo en la lucha no violenta por la restauración de los derechos humanos en su país. Estoy convencido de que, hoy, el papel desempeñado por Suu servirá de inspiración a un gran número de personas en el mundo.

La alegría y el orgullo que sus hijos y yo sentimos en este momento sólo es comparable a nuestro estado habitual de tristeza y ansiedad. No sé si el premio Nobel de la paz ha sido concedido alguna vez a alguien en una situación tan extrema de aislamiento y de peligro. De lo que estoy seguro es que nunca se le ha dado a una mujer en esa situación. Suu cumple ahora el tercer año de detención política decretada por las autoridades militares birmanas. Nosotros, su familia, tenemos prohibido el contacto con ella y no sabemos nada de su estado, excepto que está confinada en soledad. No sabemos siquiera si todavía la tienen encerrada en su propia casa o si la han trasladado a algún otro sitio.

Al parecer, las autoridades birmanas le han ofrecido en múltiples ocasiones la liberación a cambio de que acepte el exilio permanente. Conozco a Suu bastante bien para estar seguro de que nunca se conformará a ello. Ella está firmemente decidida a continuar por el camino que ha elegido, aceptando el sacrificio. Estoy convencido de que sólo viajará a Oslo en Diciembre para recoger el premio en persona si las autoridades se comprometen a no impedir su regreso al país, aunque sólo sea para continuar con su detención solitaria.

Es mi profunda deseo, y mi esperanza, que el premio Nobel sirva para hacer avanzar, de alguna manera, lo que ella siempre ha perseguido --un proceso de diálogo encaminado a conseguir una paz duradera en su país. Y de manera egoísta, también espero que nuestra situación familiar mejore un poco como resultado del gran reconocimiento que el premio supone a su coraje físico y moral; y que, por lo menos, nos sea permitido visitarla de nuevo. La echamos muchísimo de menos.

14 octubre de 1991

Actualización (2ª edición).

Entre mayo de 1992 y enero de 1995 nuestros hijos y yo pudimos visitar a Suu regularmente, aunque ella seguía detenida. Eso le dio la oportunidad de emitir comunicados ocasionales y responder a unas pocas peticiones para que compusiera discursos públicos, que yo y otros hicimos públicos en su nombre. Dos de estos discursos están incluídos en esta nueva edición de sus escritos, juntamente con la transcripción de parte de la conversación que tuvo con el congresista americano Bill Richardson en febrero de 1994. La colección de escritos, tal como está ahora, acaba con el comunicado que Suu leyó a los periodistas el 11 de julio de 1995, el día posterior a su liberación después de casi seis años de confinamiento. Mirando ahora a la fotografía que se le tomó en aquel momento, y que he seleccionado para la portada, puedo ver otra vez lo que todos esos años han supuesto para ella, la sabiduría y la belleza que ha reunido más allá del sufrimiento infligido. ¿Quién puede dudar ahora de su amor y de su valentía?

Oxford, 12 de julio de 1995.

PAINFUL BITS. Edited by Torribio Blups

http://www.torribioblups.net/painfulbits

Last updated on December 05, 2001