Había un hombre muy desorganizado que se llamaba Miguel. Nunca se cepillaba los dientes porque se le olvidaba dónde había puesto el cepillo de dientes y la pasta dental. Se duchaba por las mañanas, pero casi siempre se le olvidaba usar jabón y champú. Olía mal todos los días. ¡Caramba!
Todos los días ponía una taza de café encima del coche y se subía al coche. Cada día, la taza de café se caía del coche. Un día Miguel tuvo que ir al supermercado a comprar una raqueta de tenis nueva porque no podía encontrar la suya. La había buscado varias veces por varias horas, pero no la pudo encontrar. Se le olvidó que no se venden raquetas de tenis en el supermercado.
Miguel fue al coche y, al manejar, recordó que tenía que ir a la estación de servicio porque necesitaba gasolina. Al llegar a la estación de servicio, notó que no llevaba zapatos. Notó también que no tenía su taza de café. Se le olvidó porque estaba en la estación de servicio. Entró a comprar una taza de café. Compró una tarjeta porque recordó que era el cumpleaños de su mamá. Fue al correo con la tarjeta. Puso la tarjeta en el buzón, pero a último momento recordó que se le había olvidado poner un sello. Puso la mano adentro del buzón para rescatar la tarjeta y se rompió el brazo.
Miguel tuvo que ir en seguida al consultorio de la médica. Fue a pie, porque el coche no tenía más gasolina. Tenía que pagarle a la médica, pero no tenía mucho dinero en efectivo. Entonces tuvo que ir al banco para sacar dinero. No pudo sacar el dinero porque cuando llegó al banco, alguien abrió la puerta y le pegó a Miguel en la cara. Casi se le cayó un diente.
¡Caramba! ¡Tenía que ir al consultorio de la dentista en seguida o por lo menos a una farmacia a comprar aspirina! Cuando llegó al consultorio a la una y media de la tarde, miró el letrero que decía: “Se abre a las dos. Se cierra a las tres”. Esperó hasta casi las dos y media. Por fin, la dentista llegó. La dentista trató de sacarle el resto del diente que casi se le cayó, pero no pudo. A las tres de la tarde, el consultorio se cerró. La dentista le pidió a Miguel que la esperara hasta que regresara. “¡Cómo no!” le dijo Miguel. “¡Hasta pronto!” le dijo la dentista.
Miguel esperó por unos momentos, pero pronto salió del consultorio porque se le olvidó por qué estaba allí. Al salir, se encontró con su amigo Víctor. Víctor le dio a Miguel su raqueta de tenis. Miguel la había dejado en casa de Víctor. Víctor le dijo: “Tenemos una cita para jugar al tenis hoy. ¿Se te olvidó?” Al ver a Víctor, Miguel recordó la cita. También vio que su coche no estaba allí. No pudo ir a jugar al tenis hasta que llamó a la policía para decirles que alguien le había robado el coche y los zapatos.