La música es un idioma universal que une a las personas. Su poder es aun más fuerte cuando combina elementos de diferentes culturas. La música latina se caracteriza por su evolución constante a través de los años gracias a la fusión de distintos géneros musicales. Por ejemplo, el grupo musical ChocQuibTown, de origen colombiano, logró una fusión única de música caribeña con el rap estadounidense. Otro ejemplo es el mexicano Carlos Santana quien desde hace 40 años es pionero en combinar ritmos latinos con rock, interpretando canciones conocidas hoy en todo el mundo.
Musica, de los pobres a los ricos (856)
por Julieta Roffo
Aunque junio recién haya empezado y las temperaturas polares desalienten la posibilidad de pensar en el verano, en Internet ya pueden comprarse las entradas para ser testigo del Carnaval de Río de Janeiro, en febrero de 2013. Las más baratas, en una ubicación algo incómoda y para el día de menor importancia, cuestan 98 dólares. Las más caras, para los días en los que desfilarán las scolas de mayor reconocimiento, valen más de 2.700 dólares.
Es que cada febrero la ciudad brasileña recibe a miles de turistas de todo el mundo que viajan especialmente para visitar el sambódromo y ser parte de un espectáculo que goza de fama mundial. Sin embargo, esa reputación globalizada del samba no estuvo siempre: cuando surgió, el ritmo descendiente de la inmigración africana –especialmente de Angola- que hoy caracteriza a Brasil en el mundo, era una expresión asociada a la población de menores recursos, que empezaba a aglomerarse en las que hoy son extensísimas favelas sobre los morros de Río.
El samba no es el único caso de ritmo que sale de cierto lugar marginal ante la opinión pública, que con el correr del tiempo acepta a la vez que adapta estas expresiones culturales. En las orillas rioplatenses –porque el origen del tango está casi tan en disputa como el lugar de nacimiento de Carlos Gardel entre argentinos y uruguayos-, el tango corrió una suerte parecida en sus primeros años.
Fueron los “piringundines” los primeros escenarios para la danza típica que hoy convoca multitudinarios campeonatos mundiales en el Luna Park, y representa a Buenos Aires en el mundo, mientras que en las antípodas asiáticas despierta un interés antes inimaginable. A fines del siglo XIX y principios del XX, el arrabal era lugar en el que el tango crecía, aunque algunos jóvenes –siempre hombres- de las clases más acomodadas se acercaran hasta allí para bailarlo y, en el mismo trámite, conocer a alguna mujer.
Para que la clase media porteña aceptara abiertamente el tango primero tuvo que consagrarse en París, una ciudad que siempre albergó a las bohemias artísticas: “No fue difícil que el osado baile creado en la capital del Plata encontrara (en París) un terreno abonado para florecer y convertirse en curiosidad al principio, y en moda y furor después”, explica el estudioso del tema Alberto Mariñas en su Apunte histórico sobre la disciplina. Desde la Ciudad Luz, un ejemplo que Buenos Aires persiguió como nunca antes en las primeras décadas del siglo XX, llegó la legitimación para una expresión cultural que había nacido en sus propios suburbios.
En Estados Unidos ocurrió algo parecido: según el crítico alemán Joachim-Ernst Berendt, “el jazz es una formad e arte musical que se originó en los Estados Unidos mediante la confrontación de los negros con la música europea”. El epicentro de esa nueva manifestación fue Nueva Orleans, a fines del siglo XIX, y luego Chicago y sobre todo Nueva York se convirtieron en lugares protagónicos, a medida que, con el tiempo, este género musical con exponentes como Louis Armstrong, Duke Ellington y Miles Davis, se ganó la aceptación de la mayoría.
En 1924, el New York Times calificaba al jazz como “el retorno de la música de los salvajes”. Más de sesenta años después, en 1987, el Congreso declaró al género como “un excepcional tesoro nacional”. En el medio, el estilo musical se había fusionado con elementos “más occidentales”, incluso de la música clásica, y además la segregación hacia la raza negra –de esa etnia provenían los exponentes más importantes del jazz- había disminuido considerablemente tras años de luchas por la reivindicación de sus derechos.
Más cerca en el tiempo, y de nuevo en estas orillas, entre 2000 y 2001, cuando la Argentina atravesó una crisis económica tan profunda que las consecuencias se volvieron sociales, surgió un nuevo género: en los barrios más humildes del conurbano, especialmente en Tigre, San Fernando y Pacheco, empezó a sonar la cumbia villera. Pibes chorros, Mala fama y, sobre todo, Damas gratis, de la mano de su líder y letrista Pablo Lescano, se convirtieron en bandas que cobraron gran popularidad entre los que pasaron a ser “cumbieros”.
Este género, influenciado por otras cumbias de países latinoamericanos como Perú, Bolivia y sobre todo Colombia, sacudió con sus letras costumbristas, vinculadas a veces al sexo, al crimen o al consumo de drogas, a los sectores medios y altos, y a los medios de comunicación. Tanto es así, que el entonces Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) estableció en julio de 2001 las “Pautas de evaluación para los contenidos de la cumbia villera”: allí se establecían distintas cuestiones, como la exaltación del consumo de sustancias o su banalización, como pasibles de recibir una infracción.
El tiempo, como es habitual, acomodó las cosas: antes había sido el rock –o incluso el tango- quien se había ocupado del sexo y las drogas. La cumbia villera ya no es tan mirada de reojo como en sus inicios, y aunque no sería una mayoría la que se reconocería como “cumbiera”, también son pocos los que se quedan sin bailar alguna canción emblemática del género en un boliche, un casamiento o una fiesta entre amigos.