Romain Nadal: "Yo elegí venir a Venezuela"

Por Crisbel Varela

Aprendió español en su niñez, en su época de estudiante formó una asociación contra el racismo y le gustan las canciones de Los Amigos Invisibles. El jefe de la misión diplomática francesa, Romain Nadal, en clave personal.

Puede parecer contradictorio, pero Romain Nadal no soñaba con ser embajador, ni siquiera diplomático. Lo que sí tenía era interés por la vida pública, lo que caracteriza hoy su labor.

La actividad cultural en Venezuela auspiciada por la embajada de Francia ha sido amplia durante los últimos años. Sin ir muy lejos, “Francia en Escena” llenó el último mes de actividades queiban desde el cine francés, conciertos de música clásica o el homenaje a Daft Punk realizado en la Concha Acústica de Bello Monte, hasta obras de teatro y seminarios académicos.

También el aspecto social ha caracterizado su labor, con aportes a comedores populares y escolares, jornadas de salud, promoción de los derechos civiles y políticos, de las comunidades indígenas y de la población LGBTIQ+.

¿Pero quién es Romain Nadal, embajador de Francia en Venezuela, más allá del trabajo cultural y filantrópico?

Nadal nació en Montpellier y pasó toda su niñez en Nimes, al sur de Francia. Era un pequeño introvertido -según describe- y con una infancia marcada por lo rural y cultural. La sonrisa aflora apenas empieza a hablar de esos años.

“Mis abuelos paternos y maternos vivían cerca de Montpellier. Pasaba muchas vacaciones en pueblos rurales del sur de Francia con ellos y mis padres. Mis abuelos paternos eran obreros agrícolas, de vendimia, trabajaban la uva, el vino. Y los maternos tenían un vínculo muy fuerte con la agricultura y con el trabajo de campo. Así que tuve una infancia que calificaría de mediterránea”.

En su niñez también aprendió español porque su padre era catedrático del idioma y además solían viajar a España: “Mi papá era exigente con el aprendizaje del idioma extranjero. Tengo un hermano que también es docente de español como mi papá. Si tuviera que resumir mi entorno cultural y familiar, era de gran diversidad, de apertura a las demás culturas y civilizaciones con un interés marcado por todo lo hispánico”.

Contra el racismo

Cuando Nadal llegó a la adolescencia cursó estudios en Nimes, a la que describió como una ciudad marcada por varias capas de civilizaciones, con monumentos romanos importantes.

Aunque durante el bachillerato aún no tenía claro que quería ser embajador, sí empezó a interesarse por la vida pública, por lo que se involucró en la lucha contra el racismo.

“En los años 80 aparece un voto importante para la extrema derecha y en aquel momento había mucha tensión en la sociedad francesa (que sigue existiendo) sobre las cuestiones de inmigración, tolerancia y lucha contra el racismo. Como estudiante, en el liceo formé con otras personas una asociación de lucha contra el racismo. Ese fue uno de mis compromisos cuando era joven”.

En 1995, al terminar la secundaria, llegó el momento del cambio: “Empecé mis estudios superiores en París, hasta llegar a la carrera diplomática. Fue mi primera ruptura familiar, intelectual, social, porque paso de una pequeña ciudad del sur de Francia a la capital parisina. Eso para mí fue una gran evolución e incluso revolución”.

Por elección

Entre los países que había elegido Nadal para ejercer como embajador estaba Venezuela. Asegura que fue una de sus primeras opciones.

“Cuando empecé en la carrera diplomática mi primera misión fue el derecho internacional y europeo medioambiental y dediqué los cuatro primeros años de carrera a eso. Luego ingresé en el departamento de asuntos jurídicos como especialista de derecho internacional medioambiental y europeo. Tuve otros cargos en el ministerio, hasta llegar a portavoz del ministerio en 2013, durante cuatro años y a mi salida, entre mis preferencias para ser embajador tenía a Venezuela, era una elección mía”.

De esta forma llegó Nadal a Venezuela en 2017 para encargarse de la embajada de Francia. Desde entonces, su trabajo en las comunidades y a favor de la cultura se ha convertido en parte de la movida artística y educativa de un país que hasta ese momento no conocía.

El embajador “adoptado” por Venezuela también es un hombre de familia. Tiene un hijo de 19 años que vive en Francia, a veces visita el país para ver a su padre y está cursando estudios políticos en la actualidad.

“Cuando llegué a Venezuela mi hijo tenía 14 años. Vino muchas vacaciones de Navidad aquí, dos fueron en Canaima, 2017 y 2020, todas inolvidables por el paisaje y una extraordinaria por la excursión que hicimos en Roraima con una comunidad pemona. Esa excursión fue al final del primer año de pandemia, es uno de los momentos entre él, la comunidad pemona, amigos venezolanos y yo, que fue inolvidable”.

Unidos por las parrillas

Los gustos personales de Nadal, hablan de la diversidad a la que llama el embajador.

Desde gustos musicales como Los Amigos Invisibles, a la música clásica y el funk. A películas como “La vida es bella”, “El gran dictador” y “Cinema Paradiso”, que son de las que más le han impactado, la lista de preferencias de Nadal también incluye libros como Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes y Nuestra señora de París de Victor Hugo.

Nadal habla de la cultura como un todo que engloba no solo música o una película, sino también la gastronomía. Y la afición por la comida le ayudó en esos primeros días en Venezuela en los que se sentía un poco solo.

“En este país hay una gran fraternidad, un gran sentido de la relación con el otro. Por ejemplo, me fascina compartir una parrilla los fines de semana con amigos venezolanos y es un momento de gran cariño donde todos preparamos la parrilla juntos, el tostón, la papa frita, tomamos algún aperitivo… Es una muestra de amor entre amigos y familia y eso me ha ayudado a luchar contra la soledad, porque aunque tengo un hijo solo viene a pasar vacaciones. Entonces, es un símbolo de la gran apertura de espíritu de los venezolanos, de la capacidad que tienen para adoptar a las personas extranjeras y hacerles sentir como miembros de la familia aunque hayan llegado recientemente”.

Y no solo disfruta la mesa con una parrilla. Además le gustan las empanadas (que le recuerdan a su infancia cuando viajaba a España y comía empanada gallega) de carne y pescado; las caraotas, el mango, el casabe tostado con queso y los aguacates.

El embajador considera que “la cultura enriquece a las demás culturas” y que es la aproximación a los demás: “Es la valoración de una identidad pero que se enriquece al contacto de las otras identidades”.

Publicado originalmente en El Estímulo