Si la muerte pisa mi huerto…

Fecha de publicación: 15-feb-2014 0:13:17

Karen Esquivel

El día de tan esperado evento por fin ha llegado. La mayoría de los alumnos de la secundaria del Salva han trabajado muy duro para lograr éxito en el festival (a excepción de unos cuantos escépticos que disfrutan de las horas libres que tienen ese día). Desde hace unas semanas, se ha estado preparando todo para que salga a la perfección: flores de papel, recolección de papel picado y veladoras, alumnos comisionados a la decoración de las tumbas y altares, y también unos cuantos que practican y practican para alguna presentación artística.

La salida es temprano para tener tiempo de dejarlo todo listo. Algunos alumnos no nos vamos: estamos ahí desde las 7:00 de la mañana hasta la hora del acontecimiento, pues el tiempo no alcanza para ir y volver. La escuela se va quedando vacía poco a poco, hasta que los únicos que permanecen son los maestros y los alumnos que por una u otra razón no se retiran. El aire huele a flor de cempasúchil, y se puede respirar la tensión, pues faltan sólo unas pocas horas para que la gente empiece a llegar. Por un lado, se cuelgan las mejores calaveras de los alumnos en el llamado Rincón del Verso. Más allá, el altar al padre Salvatierra está casi listo, y se le añaden unos cuantos detalles finales. Las tumbas y catrinas de cada grupo están formadas y en orden ascendente, listas para ser observadas y admiradas por su belleza. En el salón 2 se acomoda todo para parecer tenebroso, pues ahí se les contarán leyendas de ultratumba a los visitantes más valientes. En la entrada al Instituto cuelgan unas cuantas veladoras, que dan un aspecto mágico y también misterioso a la escuela.

Pasan las horas y el colegio ya está perfecto, sin embargo los alumnos participantes empiezan apenas a arreglarse. Están los que se pintan como catrinas y catrines vivientes para el concurso; los que lo hacen para una presentación, ya sea de música o de teatro; y los que están encargados de asustar a los invitados con su caminar sigiloso y un susurro en el oído. Comienza el apuro y la desesperación, resta tan solo una hora y media y faltan muchos de ser pintados. Se toman medidas y la maquillista hace su trabajo más rápido, hasta que todos están finalmente listos para su presentación.

La gente llega poco a poco, y se interna en un ambiente tradicional mexicano con papel picado y flores de colores vivos, y veladoras que iluminan tenuemente el lugar. Son dirigidos al Aula Magna, donde los alumnos de música tocan la conocida Danza Macabra y cantan “Viene la muerte”. A la salida de éstos, los integrantes del grupo de teatro presentan un performance que termina con un grito que aturde los oídos de muchos espectadores. Se cierra el telón con un aplauso y ovaciones de los familiares de los jóvenes.

Afuera del pequeño escenario, el salón de Leyendas es lo más concurrido. La mayoría de los que hacen fila están ahí por morbo o por ganas de demostrar su valentía frente a sus amigos (o la niña que les gusta). El público también se reúne frente a una tarima, en la que se presentan las catrinas y catrines que, gracias al blanco y negro de su cara, han quedado irreconocibles. El Rincón del Verso no tiene mucha asistencia, sin embargo las personas que van son deleitadas con los bellos poemas que los talentos de secundaria escribieron, e incluso pueden crear sus propias calaveras. Algunos alumnos pasan al frente a explicar los elementos del altar dedicado al padre que da nombre a nuestra escuela, Juan María de Salvatierra, y dan una corta biografía de éste.

La gente no deja de disfrutar del festival que les ofrece la escuela, pero poco a poco, se empiezan a marchar. El acontecimiento no termina hasta pasadas las 12, pues el público no dejaba de llegar o simplemente no se iba. Fue un éxito, eso es seguro. El esfuerzo y trabajo duro de tantas personas culminó finalmente en esta bella velada, que alegró a vivos y probablemente a muertos también.

Durante el Festival de Día de Muertos 2013.

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