Pianista nocturno

Fecha de publicación: 14-nov-2015 5:06:16

En las calles mañaneras de aquel 1976, niños corrían y jugaban levantando tierra, en camino a la escuela. A esas tempranas horas corría una fresca brisa acompañada del inigualable sol de Mexicali, apenas despertando.

Los padres dejaban a sus hijos ir por su cuenta a la escuela desde los nueve o diez años. No era riesgoso para ellos, pues había poco vandalismo. Se estrenaba un importante espacio cultural, el Teatro del Estado, así como también grandes bulevares, y por el recién construido Centro Cívico se transitaba. Nuevas colonias surgían, debido al incremento de la población. Por lo mismo, las mañanas se ocupaban desde temprano, pero todo era tranquilo.

En la calle Panamá, allá por la Cuauhtémoc Sur, se situaba un gran edificio. Ladrillo sobre ladrillo, con ventanas de hierro, la Escuela Primaria Presidente Alemán se llenaba de niños desde las 7 a.m. Con sus mochilas pesadas llenaban los salones del primer piso. En el segundo piso de ese edificio había dos polvorientos cuartos, cerrados con un viejo, pesado y grande candado cada uno; uno de ellos era un teatro y en el otro guardaban un aparatoso piano de cola.

Muchos habían escuchado hablar sobre el asesinato del maestro de piano. Unos decían que había sido apuñalado por otro maestro frustrado; otros, que sus manos fueron cortadas a machetazos. De cualquier manera, se decía que yacía el alma del maestro, o sus manos putrefactas, en aquel cuarto junto con su adorado piano.

En la escuela, en un cuarto del primer piso, le habían dado alojamiento a un conserje. Él tenía un hijo que estudiaba ahí mismo en la primaria y que vivía junto con él. Mi padre, Ricardo, era amigo del hijo del conserje.

Una noche poco luminosa, alrededor de las nueve marcadas en el reloj, Ricardo y su amigo se encontraban jugando en la acera de la escuela. Muy tranquilos platicaban y reían, olvidando realmente dónde estaban y lo que sucedía en las noches neblinosas de la calle Panamá, exactamente donde ellos jugaban.

Tal como cuenta la leyenda, se hicieron las nueve y media cuando sucedió. El sonido de las melancólicas teclas empezó a recorrer las sombrías calles nocturnas. Ambos niños quedaron paralizados; pues aquella alma perturbada y sus melodías encarceladas sonaban con tanto fervor, pero tan suaves, que les ponía la piel de gallina.

Mi padre me cuenta esto de corazón. Dice que de niño siempre escuchaba hablar sobre el pianista de su primaria, pero nunca le daba importancia alguna. Sin embargo, desde ese día que el sonido de las teclas entró por sus pequeños oídos, él nunca sabrá si habría sido un ratón caminando sobre las teclas o algo por el estilo, pero le consta que no lo olvidará.

Tercer semestre de bachillerato (2015)

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