Amor, casinos y un recuerdo

Fecha de publicación: 16-may-2015 2:45:25

Desperté muy cansada, el día anterior había sido un día muy agotador. Me senté sobre la cama, observando mis pequeños y albinos pies. Había tenido un sueño… más bien como un recuerdo. En él aparecía un niño… Ese niño del que me había enamorado cuando apenas conocía el concepto del amor. Ese chicuelo se llamaba Ricardo… Ricardo Gómez.

Nos conocimos en Mexicali, solíamos ser vecinos. Él vivía enfrente de mi casa, por así decirlo, ya que nosotros ocupábamos una habitación en un pequeño hotel cerca de la línea fronteriza.

El recuerdo que tuve iba más o menos así: él se encontraba enfrente de mi carro con algunas lágrimas en sus mejillas, conteniendo el llanto que explotaría en unos momentos. Me había volteado a ver, pero cuando notó que no lo dejaba de observar retiró su mirada de mí y optó por agachar la cabeza.

Después mi padre encendió el auto y lo puso en marcha. Nuestro destino era el Valle Imperial, regresaríamos a nuestra antigua casa, regresaríamos a Estados Unidos. Yo solo permanecía callada y sin expresión alguna.

Tras pensar en mi pequeño recuerdo llegó mi primita.

“¿En qué tanto piensas?”, me preguntó.

“Oh, solamente recuerdo un suceso de cuando era más chica”, contesté, lanzando un suspiro.

Mi padre se pasaba todo el tiempo en la calle. Saliendo de trabajar se dirigía a un bar, a beber hasta perder la conciencia, mientras que mi madre trabajaba casi todo el día en un mercado, para poder ganar más dinero.

“¿Podrías contármelo? ¡Por favor!”, me pidió con cierto tono de alegría.“Está bien, pero toma asiento, que es un poco larga la historia”, le dije, apuntando al sillón.Todo gracias a aquella ley, la Ley Seca. Ésta entró en vigor en octubre de 1919. Consistía en que se prohibía la producción, venta y consumo de bebidas alcohólicas en todo Estados Unidos.Mi padre, al oír la noticia, reaccionó realmente mal. Aún lo recuerdo: golpeaba todo a su camino. Solía ser un alcohólico, y cuando la Ley Seca empezó a aplicarse estaba como un loco, no sabía qué hacer, ya que se encontraba deseoso de beber. Mi madre y él tuvieron una gran discusión; por mi lado, yo solo estaba nerviosa y callada, pero no daba mi opinión, no me gustaba meterme en problemas.

Esa misma tarde mis padres partieron a México, mientras que yo permanecí en mi casa sola. No tenía hermanos. Me la pasé observando el gran techo color negro de mi cuarto. A veces me sentía sola.

Mi padre se pasaba todo el tiempo en la calle. Saliendo de trabajar se dirigía a un bar, a beber hasta perder la conciencia, mientras que mi madre trabajaba casi todo el día en un mercado, para poder ganar más dinero.

Después de algunas horas ellos regresaron, y tenían algo que decirme: según esto, habían encontrado un bonito y hogareño hotel en el cual podríamos vivir al irnos a México. Le di un último vistazo al techo y me paré para salir un rato a caminar.

Pasaron semanas, hasta que llegó el gran día en que nos mudaríamos. Al cruzar la frontera alcancé a observar una gran cantidad de negocios que estaban en construcción… Eran bastante grandes. Pensaba que tal vez eran cervecerías o casinos, pero no tenía ni la más mínima idea de si estaba en lo correcto o no. Pero, aunque estuviera en lo correcto, en lo personal me daba igual: ¿a qué niña como yo la dejarían entrar? Al que realmente le importaría sería mi padre.

Mexicali aparentaba ser un buen lugar para vivir. Tal vez no había la misma seguridad ni orden que en Estados Unidos, pero lucía como una población acogedora.

Llegamos a un pequeño hotel. No era lo mejor del mundo, pero podría adaptarme rápido. Lo primero que hicimos fue ir a recepción a pedir las llaves del cuarto en el que viviríamos.

El niño me sonrió con una expresión de alegría, yo le devolví la sonrisa. Después alzó su mano y la estrechó con la mía fuertemente.

Al llegar al cuarto noté a un niño, alrededor de dos años mayor que yo, el cual corría de un lado para otro por el pasillo. Solamente ignoré el hecho de que estaba ahí y entré en la habitación junto con mis padres.Desempaqué todas mis cosas. Lo más interesante que había llevado de mi antigua casa era una cámara fotográfica y un marco para fotos; lo único que le faltaba era una foto. Había decidido que algún día que me sintiera muy feliz viviendo en Mexicali tomaría una foto de eso.

Salí a inspeccionar el hotel. Era algo viejo y un tanto sucio, pero ¿a quién le importaba? A mí me daba igual. A los minutos me topé con el niño que había visto hacía rato. Lo observé con mayor detalle: era bastante guapo y lindo. Pero no me debía enfocar en los niños, solamente seguir mi vida y reconstruirla. Estaba allá por mis padres, no para enamorarme.

El niño me sonrió con una expresión de alegría, yo le devolví la sonrisa. Después alzó su mano y la estrechó con la mía fuertemente.

“Hola, señorita, yo soy Ricardo Gómez. ¿Cuál es su nombre, bella dama?”, me preguntó alzando la ceja.

Pero, ¡esperen un momento! ¿Cómo sabía inglés? ¿O cómo sabía que yo lo hablaba?

“¡Qué caballero! Mi nombre es Lucy Smith. Por cierto, ¿cómo sabías que hablo inglés?”, contesté dudosa.

“Lindo nombre, pero no más bello que tú. Por cierto, se nota que vienes de Estados Unidos”, me dijo, lanzándome una mirada cautivadora.

Y así pasó. Con el tiempo nos fuimos uniendo más. Formamos una hermosa amistad, éramos excelentes amigos. Pero, a pesar de eso, yo sentía algo más por él: amor. Y con él fue que tomé mi primera foto en Mexicali, la que me hacía sentir verdaderamente feliz viviendo ahí.

Solamente reí al ver sus expresiones. Aparte de lindo y guapo era gracioso. Buen partido para cualquier chica.“¿Qué haces por aquí, Lucy?”, me preguntó con curiosidad.“Mi padre es un alcohólico que necesita de la bebida, y ya que se publicó la Ley Seca decidió venir aquí. Así de simple”, contesté lo más brevemente posible.“Oh, aquí tenemos a una gringa”, me dijo sonriente.“Prefiero el término ‘americana’”, dije alegre. Continuamos hablando, hasta que llegó la noche y cada quien fue a su habitación.

Y así pasó. Con el tiempo nos fuimos uniendo más. Formamos una hermosa amistad, éramos excelentes amigos. Pero, a pesar de eso, yo sentía algo más por él: amor. Y con él fue que tomé mi primera foto en Mexicali, la que me hacía sentir verdaderamente feliz viviendo ahí.

Con el paso de los años, a causa de que en el sur de la frontera la ley seca no se aplicaba, una gran cantidad de estadounidenses empezaron a mudarse a México a conseguir lo que en Estados Unidos se les negaba. Empezó a aumentar el turismo; esto ocasionó la apertura de bares, cantinas, fábricas de cerveza, etcétera.

Debido a que se crearon más atracciones turísticas, había más trabajo. Gracias a esto mi padre consiguió dos empleos y mi madre por fin pudo dejar de trabajar en aquel mercado tan horroroso.

Cierta vez, cuando estaba afuera del hotel, llegó Ricardo y me propuso que fuera su novia. Habían transcurrido alrededor de 13 años: yo tenía 20 y Ricardo 22. Yo seguía viviendo con mis padres, pero al tener 21 me mudaría, para formar mi vida por mí misma.

A los días mi padre nos dio la noticia de que regresaríamos a Estados Unidos. Yo me negué, pero mi padre me obligó. No tuve otra opción. Empaqué todo y subí al carro.

Enfrente del auto se encontraba Ricardo, viéndome con lágrimas en el rostro. Yo solo opté por quedarme quieta. Lo observé con tristeza. Él giró su mirada y después agachó la cabeza. Yo solo susurré: “Te extrañaré”. En eso el carro avanzó y la imagen de aquella persona que se había ganado mi corazón fue desvaneciéndose.

“Y desde entonces no lo volví a ver…”, terminé de contarle a mi primita, mientras observaba en mis manos aquel marco que había guardado desde niña, el cual por fin tenía una foto. Una foto de Ricardo y yo juntos cuando eramos pequeños. Mi primita no dijo palabra alguna. A los minutos llegó mi tía por ella.

A pesar de todo, yo ya estoy casada y tengo una pequeña hija de cinco años. Pero nunca olvidaré la época de la ley seca ni a mi primer amor…

Segundo grado de secundaria (2014)