El campamento espacial, una experiencia inolvidable

Fecha de publicación: 13-oct-2013 3:40:34

“Un campamento espacial… no suena mal…”. Éstas fueron las palabras que hicieron eco en mi mente mientras tomaba un avión desde San Diego, California, a Huntsville, Alabama, el 28 de febrero. Esta experiencia que tuve fue una de las más grandes y con mayor impacto, con tantas actividades y recuerdos que siempre tendré presentes.

Llegando al estado de Alabama me recibieron dos instructores del campamento, que me dirigieron a un autobús listo para llevarme a las instalaciones. Al arribar al lugar me dieron un recorrido de las instalaciones, en donde pasaría una semana entera mientras hacía varias actividades, en las cuales se reforzarían el trabajo en equipo y el liderazgo. Se encontraban presentaciones, pláticas con varios expertos en temas varios, prácticas de laboratorio y de estación espacial, entre otras.

Los instructores que estuvieron presentes eran muy profesionales y de los más atentos, aparte de ser muy accesibles. Había varios educadores de diferentes nacionalidades, por ejemplo: Abebe Tululu, de África, y Jesse, de Estados Unidos. El instructor a cargo de mi equipo se llamaba Chris Hemsworth, y era originario de Nueva York. Era muy simpático y nos invitaba a dar lo mejor de nosotros.

Los compañeros con los que trabajé venían de países de todo el mundo, desde Alemania hasta Sudáfrica y Australia, Brasil, China, India, Países Bajos e Italia. Después de darnos una pequeña charla se empezaron a hacer los equipos y mis compañeros fueron: Adam Linghao, de China; Katelyn Rice, de Estados Unidos; Juliana, de Brasil; Jeroen, de los Países Bajos, y Alan Contreras, de México. Todos íbamos con todas las ganas de aprender y de compartir nuestras nacionalidades y costumbres. Yo, como representante de México, di a conocer nuestra moneda y alguna otra cosa que tenía a la mano, como un moño de mariachi, fotos de mi país y una bandera de México. También hubo otro compañero mexicano, como ya mencioné: Alan Contreras, de Chihuahua.

Nos llevaron a una universidad, donde nos enseñaron sobre las cargas eléctricas, haciendo un experimento para comprobar si la papa o la naranja tenian más carga; la importancia de la ingeniería industrial, haciendo un ejercicio simulando una empresa productora. Además, sobre los motores a base de agua, con una demostración de un carro con dicho motor, que reveló por qué los carros no están todavía hechos así: el motor se sobrecalienta y disminuye su desempeño, un desperfecto que no se ha podido solucionar.

Tuvimos una plática con el capitán Robert Hoot Gibson, un piloto retirado que tiene el título de “el hombre que lo voló todo”: 133 naves, civiles y militares. Él ha volado 14,000 horas colectivamente. Dijo tener un registro de cinco misiones al espacio por su experiencia y destreza; logró aterrizar un F-14 sin tren de aterrizaje en plena noche, sobre un barco portaaviones.

Esa noche tuvimos un evento social, donde nos alentaban a abrirnos más, con un karaoke.

También se llevaron a cabo actividades al aire libre, en donde se reforzaban nuestra confianza y el trabajo en equipo. Uno de estos ejercicios era poner en línea unos pedazos de madera, con los que deberíamos cruzar un camino (que era el espacio), y solo teníamos ocho disponibles para realizarlo. Otro ejemplo era usar unas tablas para cruzar unas islas, y nos teníamos que coordinar sin decir ni una sola palabra.

Fuimos a un instituto de biotecnología, en donde nos enseñaron la importancia del estudio del ADN; y sobre la genética, con un juego de video en el que teníamos que guiar a unos astronautas a la luna Tritón, ayudarlos a sobrevivir por veinte años y regresarlos sanos y salvos.

Nos llevaron a un curso en el que se instruía a pilotar un avión en una cabina de simulación, y al terminar un entrenamiento espacial, en el que se enseñaba la importancia de cada puesto en la estación internacional espacial.

Se crearon los cohetes y se probaron, y tuvimos una plática. Se hizo otra noche social, en la que se nos dio un discurso sobre lo importante de que estuviéramos ahí, así como el paso que estamos dando, el futuro que somos para el mundo. Fue muy triste estar despidiéndonos de todos, ya que en tan poco tiempo logramos ser un equipo que podría enfrentar cualquier obstáculo.

Creo que mi estancia en el campamento espacial fue y será uno de los recuerdos más gratos. Fue como una aventura inolvidable.

Versión completa del texto publicado en la revista La Fragua, número 1, página 13.

José Romero Yáñez (der.), en

el campamento espacial.