Hidalgo

Fecha de publicación: 24-dic-2014 23:38:20

Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Ignacio Allende

  • Josefa Ortiz de Domínguez

  • José María Morelos

  • Miguel Domínguez

  • Juan Aldama

  • José Mariano Jiménez

  • Mariano Abasolo

  • Ignacio Elizondo

  • Mariano Hidalgo

  • Indalecio Allende

  • Sacerdote

  • Juez del Santo Oficio

  • Teniente

  • Soldado 1 (insurgente)

  • Soldado 2 (realista)

  • Soldados insurgentes

  • Soldados realistas

  • Criada de Hidalgo

  • Criada de los Domínguez

  • Pancho

  • Lupe

  • Jóvenes indígenas alfareros

  • Gente del pueblo

ESCENA 1

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Sacerdote

  • Teniente

  • Soldados 1, 2 y 3

  • Gente del pueblo

Escenografía: En un extremo del escenario, un patio vacío. Al fondo, cercana a la pared, un banco de madera. Frente a éste se colocarán, formados, los tres soldados.

Vestuario: Hidalgo vestirá pantalón negro o de color oscuro y camisa blanca de mangas largas; en la mano derecha portará un breviario, y en la izquierda un crucifijo o un rosario. El sacerdote vestirá sotana color oscuro. El teniente y los soldados vestirán a la usanza militar de la época. Igualmente la gente del pueblo: las mujeres con vestidos de colores, faldas amplias, rebozos, huaraches; los hombres con pantalones y camisas de manta, sombreros, huaraches.

Se escucha un redoble de tambores. Entra el pelotón a las órdenes del teniente y se coloca en formación frente al banco donde se sentará Hidalgo para ser ejecutado. El teniente se dirige a una puerta, por donde sale Hidalgo portando el breviario y el crucifico o rosario, seguido del sacerdote. El teniente escolta al preso, que se dirige a los soldados.

HIDALGO: (al teniente) Señor teniente, en mi celda hay unos dulces. ¿Podríais enviar por ellos?

El teniente ordena con la cabeza a uno de los soldados, que presuroso va a cumplir su cometido, mientras los demás permanecen en silencio. El soldado regresa con los dulces y los entrega al preso.

HIDALGO: (toma los dulces y entrega uno a cada soldado del pelotón. En seguida les da la bendición, mientras les dice) La mano derecha que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros. Que Dios os bendiga.

Hidalgo, rezando con el breviario y acariciando con sus dedos el crucifijo, se dirige lentamente al banco, inclinada la cabeza. Se postra ante él y lo besa. A su lado se encuentra el sacerdote, a quien entrega el breviario y el crucifijo, una vez puesto de pie. Se sienta de frente en el banco, el cuerpo erguido, mirando fijamente a los soldados.

TENIENTE: (con energía) ¡Sentaos de espaldas!

HIDALGO: (ve al teniente y le responde con tranquilidad) Moriré de frente.

TENIENTE: ¡De espaldas, he dicho!

HIDALGO: (se pone de pie y alza la voz) ¡Y yo os digo, teniente, que moriré de frente!

El teniente le sostiene la mirada al reo y asiente. Hidalgo se sienta de nuevo y el teniente ordena con la cabeza a uno de los soldados, para que prepare al reo. El sacerdote se retira y se mantiene en oración, a un costado del patio. El soldado ata los pies de Hidalgo a las patas del banco y le venda los ojos. Hidalgo pone la mano derecha en el pecho.

TENIENTE: ¡Preparen…! ¡Apunten…! ¡Fuego…!

El pelotón dispara, pero solo logran herir al preso, que se inclina en el banco y mueve la cabeza a los lados.

TENIENTE: ¡Fuego!

El cuerpo de Hidalgo se estremece y se inclina hacia el otro lado, con gestos de dolor.

TENIENTE: ¡Fuego!

El cuerpo de Hidalgo se desploma en el piso. Queda inerte y se escucha un redoble de tambores. El sacerdote, el teniente y los soldados permanecen inmóviles. Al terminar el redoble, por el otro extremo del escenario entra un grupo de personas, hombres y mujeres, vestidas de manera humilde, que lanzan una porra al aire. Mientras ellos gritan, los personajes de la escena del fusilamiento se retiran en silencio. Los nuevos personajes dicen la porra mientras se desplazan lentamente por el escenario, hasta salir por el otro extremo.

VOZ 1: ¿Quién al gachupín humilla?

TODOS: ¡Costilla!

VOZ 2: ¿Quién al más pobre defiende?

TODOS: ¡Allende!

VOZ 3: ¿Quién a su libertad aclama?

TODOS: ¡Aldama!

TODOS: Corre, criollo, que te llama

y, para más alentarte,

todos están de tu parte:

Costilla, Allende y Aldama.


ESCENA 2

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Mariano Hidalgo

  • Criada

  • Jóvenes indígenas

Escenografía: Taller de alfarería en el pueblo de Dolores: una mesa de madera y sobre ella algunas vasijas de barro, sillas para los alfareros, material para pintar las vasijas (pinceles, brochas, pinturas, etc.).

Vestuario: Hidalgo vestirá sotana color oscuro; la criada, una falda de colores larga, hasta los tobillos, blusa blanca y mandil; Mariano: pantalón y chaqueta, corbata de moño; los jóvenes indígenas: ropa blanca de manta y huaraches.

Los jóvenes se encuentran sentados a la mesa de trabajo, decorando las vasijas de barro. La criada cruza el escenario a toda prisa y abre la puerta. Entra Mariano Hidalgo.

CRIADA: ¡Don Mariano! ¡Buenos días le dé Dios! ¡Pasad!

MARIANO: ¡Buenos días te dé también Dios a ti, Asunción! Pasé por la casa, pero no encontré a mi hermano. Con toda seguridad andará sumamente ocupado, como siempre.

CRIADA: (amable) Don Miguel anda muy ocupado, pero para su hermano siempre tiene tiempo. Voy a llamarlo. (Inclina la cabeza y sale).

Mariano se acerca a ver trabajar a los jóvenes, que se mantienen absortos y en silencio en su labor y apenas alzan la cabeza para saludarlo. Entra Hidalgo.

HIDALGO: ¡Mariano! ¡Qué gusto! ¡No te esperaba!

Ambos hermanos se abrazan.

MARIANO: Solo paso a saludarte, Miguel. Espero no distraerte demasiado.

HIDALGO: ¡Para nada, para nada! Ya ves que con tanta actividad que tenemos en la parroquia, queda poco tiempo para hacer otras cosas. Pero es muy sano dejar las ocupaciones por unos momentos.

MARIANO: Necesitas descansar un poco. Con los talleres, la orquesta de música, las tertulias, la celebración de los sacramentos, apenas tienes tiempo para dormir.

HIDALGO: ¡Y que lo digas! Pero bien vale la pena todo el esfuerzo (señala con la mano hacia la mesa donde trabajan los jóvenes). Cuando veo lo que la gente ha logrado avanzar, me digo que todo mi trabajo no es en vano. ¡Y no debe ser en vano!

MARIANO: Sí. Es tan difícil a veces la vida de la gente, que debemos buscar la manera de hacerla más ligera.

HIDALGO: ¡Y más productiva, Mariano! Son inteligentes, y les gusta trabajar. Solamente hay que enseñarles con mucha paciencia. ¡Y harán cosas maravillosas!

MARIANO: A veces creo que estar aquí en Dolores no es realmente un castigo para ti. Se ve que lo disfrutas mucho.

HIDALGO: Bueno… No les gusté como rector del Colegio de San Nicolás, ya ves. Decían que era demasiado liberal. Y ahora estoy aquí. Pero donde me encuentre haré lo que me gusta: ayudar a la gente, enseñarle para que salga de su ignorancia, y, si se puede, de su pobreza. (Entra la criada y se dirige a ambos hombres).

CRIADA: ¿Los señores deseáis un poco de chocolate?

HIDALGO: ¡Muchas gracias, Asunción! Vamos en un momento. (La criada sale. Hidalgo se dirige a Mariano): Al menos tomarás un poco de chocolate conmigo, ¿verdad?

MARIANO: El chocolate de Asunción no lo rechazaré nunca. No me digas que también tú le enseñaste a prepararlo…

HIDALGO: (junto con Mariano, se encamina hacia la puerta) ¡Ja, ja, ja! ¡No, para nada! Asunción es una mujer excepcional, ya la conoces muy bien. ¡Me atiende como a un rey, y cocina riquísimo!

Salen.

ESCENA 3

Personajes:

  • Ignacio Allende

  • Juan Aldama

  • Josefa Ortiz de Domínguez

  • Mariano Abasolo

  • Miguel Domínguez

  • Criada

Escenografía: casa del matrimonio Domínguez, en Querétaro: mesa amplia cubierta con un mantel; sobre ella, copas; sillas para los participantes en la reunión.

Vestuario: Doña Josefa deberá vestir un vestido elegante, amplio; un collar; su cabello, recogido con diademas; además, pulseras y aretes. Domínguez y Jiménez: traje oscuro y corbata de moño. Allende, Aldama y Abasolo, uniforme militar de la época. La criada, vestido amplio, de colores.

Entran los anfitriones y sus invitados; tras ellos, la criada.

DOMÍNGUEZ: Pasad, estáis en vuestra casa. (A la criada): El servicio, por favor.

La criada hace una reverencia y sale.

DOÑA JOSEFA: Tomad asiento, poneos cómodos.

Los invitados agradecen y se sientan: Allende al centro, los Domínguez a ambos lados del grupo.

ALLENDE: Don Miguel, doña Josefa, ustedes siempre tan excelentes anfitriones. Estamos muy agradecidos por vuestra hospitalidad aquí en Querétaro.

DOMÍNGUEZ: Por favor, ¡qué agradecéis, capitán Allende! Es para doña Josefa y para vuestro servidor un placer teneros en nuestra casa.

DOÑA JOSEFA: Es lo menos que podemos hacer para apoyar la causa que nos une.

Llega la criada con una botella y sirve las copas, mientras los demás siguen conversando.

ALDAMA: (bromea, al servirle la criada su copa) ¡Doble para mí, por favor! (Todos ríen).

Al terminar de servir, la criada deja la botella sobre la mesa, hace una caravana frente a doña Josefa y se retira.

ALLENDE: Sí, esta causa requiere de todo nuestro esfuerzo. No es poca cosa, señores, doña Josefa, la empresa que nos hemos propuesto.

ABASOLO: Así es, capitán Allende. Está de por medio todo. La sobrevivencia del reino…

DOMÍNGUEZ: Todo está de por medio, capitán Abasolo. Si Fernando VII no recupera el trono pronto, la situación estará mucho más difícil.

ALLENDE: Tenemos que lograr cambios, con el rey o sin él. Ya no podemos continuar de la misma manera. La Nueva España debe ser gobernada por sus propios habitantes.

DOMÍNGUEZ: Además, está la situación fiscal. Toda nuestra riqueza se va a la metrópoli…

DOÑA JOSEFA: Para los pobres indios no queda nada. No les dan nada. ¡Tienen una vida tan miserable…!

ABASOLO: (a doña Josefa) Vuestra merced los ayuda bastante a que su vida sea menos miserable, doña Josefa.

DOÑA JOSEFA: No es mucho lo que puedo hacer por ellos, capitán Abasolo, hago lo posible. En atender a mi esposo y a nuestros hijos debo invertir bastante tiempo también.

DOMÍNGUEZ: (a los invitados) Doña Josefa tiene tiempo para todos. Es una esposa y una madre excelentes, una mujer muy generosa con los demás. ¡Digna de admiración! Y no debería ser yo quien lo dijera…

ALDAMA: Pero es la verdad. ¡Porque aquí no se aceptan las mentiras! (Todos ríen).

DOÑA JOSEFA: ¡Es tan grato contar con su buen humor, capitán Aldama!

ALLENDE: Precisamente debemos acordar cómo lograr que el pueblo se nos una en esta lucha que queremos emprender. Quienes estamos aquí reunidos difícilmente tendremos eco en la plebe.

DOÑA JOSEFA: Están tan necesitados. Sus ansias de liberarse de tantos abusos los llevarán a cualquier sacrificio.

ABASOLO: Necesitamos a alguien que tenga todo el respeto de ellos. Alguien a quien sigan sin ninguna desconfianza.

ALDAMA: Quizá el padre Hidalgo…

DOMÍNGUEZ: ¿El cura de Dolores, decís?

ALLENDE: Ya lo he pensado. Considero que es la persona idónea. En los pocos años que tiene atendiendo la parroquia de Dolores, ha llegado a ser muy querido por la gente. Los ayuda bastante, les ha enseñado muchas cosas.

DOÑA JOSEFA: Tenemos conocimiento de ello. Creo que sería conveniente acudir a él cuanto antes.

ABASOLO: Estoy de acuerdo con doña Josefa. Entre más pronto lo agreguemos a nuestra causa, será mucho mejor.

ALLENDE: Si os parece, acudiré con prontitud a Dolores para conversar con él. Está enterado de nuestras reuniones y coincide con nuestras ideas. No será difícil convencerlo.

DOMÍNGUEZ: Estamos de acuerdo, capitán Allende (mira a los demás, buscando su consentimiento. Los demás lo expresan). Acudid en nuestro nombre ante el padre Hidalgo y decidle cuánto bien hará por nuestra causa su participación.

ALLENDE: ¡Muy bien!... Señores, doña Josefa, ha sido un placer, pero ya es tarde y debemos marchar. (Se pone de pie, los demás hacen lo mismo). Os mantendré informados de todo, como siempre.

DOMÍNGUEZ: Capitán, señores, el placer ha sido nuestro. Recuerden que ésta es vuestra casa y que os recibiremos aquí en Querétaro con el mayor gusto.

Los invitados se despiden de los anfitriones, besando la mano de doña Josefa y dando un abrazo a Domínguez. Este los acompaña a la puerta, seguidos por doña Josefa. Todos salen.

ESCENA 4

Personajes:

  • Hidalgo

  • Allende

  • Criada

Escenografía: la biblioteca de la casa de Hidalgo: un escritorio con algunos libros sobre él, dos sillas, un librero.

Vestuario: Hidalgo: con sotana oscura y anteojos para leer; Allende: su uniforme militar; la criada: la misma vestimenta de la segunda escena.

Hidalgo se encuentra leyendo, sentado a su escritorio. Entra la criada, Allende se queda a la puerta.

CRIADA: Padre, desea veros el capitán Ignacio Allende.

HIDALGO: (se pone de pie) ¡Capitán, cuánto gusto! ¡Pasad, por favor! (Allende se acerca, se arrodilla y besa la mano del cura. Hidalgo, a la criada): ¿Podrías traernos chocolate, Asunción? (Señalando la silla que está frente a su escritorio). Sentaos, capitán, que vuestro cansancio ha de ser mucho.

ALLENDE: (toma asiento, mientras Hidalgo vuelve a su silla, tras el escritorio) Sois muy amable, padre. He venido a veros en cuanto me ha sido posible, tal como os había anunciado en la última carta.

HIDALGO: La he leído con mucha atención. Como me informáis, los planes son iniciar la insurrección durante la feria de San Juan de los Lagos…

ALLENDE: Creemos que esos días de diciembre son los más adecuados. (Entra la criada y les sirve el chocolate. Pausa. La criada se inclina ante Hidalgo y se retira)… No debemos dejar nada a la improvisación, ni precipitarnos.

HIDALGO: Estoy completamente de acuerdo, capitán. La experiencia de la conspiración de Valladolid no debe repetirse. A pesar de que os advertí a todos ustedes en aquella ocasión de que no era todavía el momento…

ALLENDE: No lo olvido, padre. Esa es la razón por la que ahora estamos preparando todo con sumo cuidado. Hemos comentado en las reuniones que vuestro apoyo nos sería de mucha importancia.

HIDALGO: Sabéis que tenéis mi apoyo, capitán.

ALLENDE: Lo sabemos, padre, pero consideramos que debe ser vuestra excelencia quien tome el mando de esta lucha.

HIDALGO: Pero yo solo soy un cura, no tengo conocimientos militares.

ALLENDE: Estaremos a vuestro lado, padre. Pero tomad en cuenta que la confianza que la gente del pueblo deposita en vuestra excelencia será fundamental para tener su apoyo. Sin vos, será para nosotros muy difícil levantar sus ánimos.

HIDALGO: (se pone de pie, camina lentamente en silencio, las manos a la espalda, pensativo) Mmmh… no lo sé… no había pensado participar de ese modo en la lucha… La gente de Dolores necesita mucho de mi ayuda…

ALLENDE: (también se pone de pie y se acerca a Hidalgo) Todos los que anhelamos la libertad de la Nueva España necesitamos de vuestra ayuda, padre. Debemos ponernos sin dudar al servicio de la causa del rey y de nuestra religión.

HIDALGO: (mira fijamente a Allende por unos instantes, en silencio; suspira) ¡Que Dios nos dé fuerzas, capitán! ¡Las necesitaremos!

ALLENDE: Dios está de nuestro lado, padre. De eso no tengo duda. ¡Usted tomará el mando de esta lucha!

HIDALGO Pero no me dejaréis solo (sonriente).

ALLENDE: (ríe, aliviado) ¡Ja, ja! ¡En ningún momento, padre! (Beben un poco de chocolate, aún de pie)… Debo marcharme, el día camina rápido y hay todavía asuntos importantes por atender (se hinca frente al cura).

HIDALGO: (le da la bendición) ¡Que Dios os acompañe, capitán! Espero estar con vosotros en la próxima reunión.

ALLENDE: (besa la mano de Hidalgo y se pone de pie) Daré a nuestros compañeros la buena nueva. ¡Estarán gustosos de veros en la próxima reunión!

HIDALGO: (le señala la puerta) Os acompaño, capitán. (Salen).

ESCENA 5

Personajes:

  • Miguel Domínguez

  • Josefa Ortiz de Domínguez

Escenario: la habitación de doña Josefa: una cama, un tocador con espejo, y sobre él algunos objetos, papel, una pluma de ave y un tintero.

Vestuario: Don Miguel: traje oscuro, corbata de moño; doña Josefa: vestido amplio y elegante, joyas.

Doña Josefa se encuentra sentada frente al tocador cuando entra intempestivamente don Miguel a la habitación.

DON MIGUEL: (se dirige hacia ella, hablando con voz fuerte, y la toma de los hombros) ¡Josefa, nos han descubierto!

DOÑA JOSEFA: (sobresaltada, se pone de pie) ¿Qué dices, Miguel? ¿Cómo ha sido eso?

DON MIGUEL: (muy preocupado, mira a todos lados y se sienta en la cama, para tranquilizarse; doña Josefa permanece de pie) Acaban de informarme y de darme órdenes de que investigue y detenga a los conspiradores. El sargento Araujo nos delató. Cometió un asesinato, y para evitar la pena capital confesó al fiscal que estaba participando en la conspiración, dio todos los detalles (Pausa)… Al parecer nuestros nombres no los mencionó.

DOÑA JOSEFA: ¡Tenemos que avisar a Allende y al padre Hidalgo de inmediato!

DON MIGUEL: (la mira con energía) ¡Tú no harás nada! ¿No te das cuenta de que nuestras vidas corren peligro? ¡No te moverás de aquí, no lo permitiré!

DOÑA JOSEFA: ¡Pero este momento es decisivo, Miguel! ¡Sabíamos los peligros a los que estábamos expuestos!

DON MIGUEL: Así es, pero eso no significa que vamos a lanzarnos a los brazos de la muerte. ¡Quédate aquí, y yo simularé que investigo, para dar tiempo!

DOÑA JOSEFA: ¿Pero qué pasará con nuestros compañeros?

DON MIGUEL: (se pone de pie) Ya hallaré la forma de comunicarme con ellos. ¡Pero no deseo, por ningún motivo, que te pongas en riesgo! ¡Te quedarás aquí hasta que todo se normalice! (Doña Josefa se queda callada, mira al piso. Don Miguel se acerca y la abraza) Todo estará bien. Yo ahora debo ver por nuestra familia, por ti y por nuestros hijos.

Doña Josefa no responde y don Miguel sale, cerrando la puerta con llave desde fuera. Ya sola, doña Josefa empieza a caminar por la pieza.

DOÑA JOSEFA: ¡No puedo quedarme así! ¡Tengo que avisar a Allende, no deben detenerlos! (Se sienta al tocador y escribe una nota. Se dirige a la puerta y toca, hasta escuchar la voz de su criado desde el otro lado). Francisco, necesito darte una encomienda confidencial… Ve de inmediato a San Miguel el Grande, a la casa del capitán Allende, y entrégale este recado (pasa la nota por debajo de la puerta)… No debes demorarte, de ti depende que todo salga bien… ¡Que Dios te acompañe!... (Se dirige a un lado de la cama y se hinca para hacer una oración).


ESCENA 6

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Ignacio Allende

  • Ignacio Aldama

  • Mariano Abasolo

  • Gente del pueblo

Escenografía: por un lado, el estudio de la casa de Hidalgo (escenografía de la escena 4); por otro lado, el atrio de la iglesia: un espacio amplio, con la fachada del templo al fondo y una campana colgando, que puede ser de cartón o de foam; los tañidos de campana pueden grabarse previamente.

Vestuario: Hidalgo, con sotana oscura; Allende, Aldama y Abasolo, con sus uniformes militares; la gente del pueblo, con vestimenta indígena.

Entra Hidalgo apresuradamente al estudio, seguido por Allende y, detrás, Aldama y Abasolo.

HIDALGO: ¡Yo insisto en que ya no hay tiempo que perder!

ALLENDE: Padre, disculpadme, pero yo insisto en que lo mejor será organizarnos. Necesitamos un ejército, aunque sea pequeño, con conocimientos mínimos de la disciplina militar.

HIDALGO: (enérgico) ¡No podemos esperar, capitán Allende! Cada minuto que pasa pone en riesgo toda nuestra empresa. ¡Pueden detenernos en cualquier momento!

ALDAMA: Padre, si vuestra merced me permitís, debo deciros que yo estoy de acuerdo con el capitán Allende. Podemos ocultarnos en la sierra y ahí preparar muy bien a nuestro ejército.

HIDALGO: Podemos reclutar ya a mucha gente, capitán Aldama. Es más importante tener un ejército numeroso y con todo el ímpetu para luchar, que un ejército pequeño, por mejor preparado que esté.

Guardan silencio y se miran unos a otros, pensativos. Finalmente, Allende asiente, y junto con él Aldama.

HIDALGO: (viendo que los demás están de acuerdo con él, a Abasolo) Capitán Abasolo, ¡id de inmediato al cuartel! Deberéis tomar las armas que ahí se encuentren para repartirlas entre los presos que liberaremos de la cárcel. ¡Serán de gran ayuda para nosotros!

ABASOLO: (se cuadra) ¡A la orden! (Se retira).

HIDALGO: Es hora de llamar a la gente.

(Salen los tres al atrio de la iglesia. Hidalgo toma la campana y empieza a tañerla. Al sonido de los tañidos se va reuniendo la gente).

HIDALGO: Mis amigos y compatriotas: no existen ya para nosotros ni el rey ni los tributos. Esta forma vergonzosa que solo conviene a los esclavos la hemos sobrellevado por casi tres siglos como signo de tiranía y servidumbre, terrible mancha que sabremos lavar con nuestro esfuerzo. (Hace una pausa y mira a toda la gente del pueblo que se ha reunido). ¡Llegó el momento de nuestra emancipación, ha sonado la hora de nuestra libertad, y si conocéis su gran valor ayudadme a defenderla! (La gente del pueblo aplaude con fuerza). Pocas horas me faltan para marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber, de suerte que sin patria y sin libertad estaremos a mucha distancia de la verdadera felicidad. (Más aplausos, con fuerza). ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América, por la cual vamos a combatir! (A cada viva lanzada por Hidalgo la gente responde con efusividad).

Allende se acerca a Hidalgo y conversan brevemente. Enseguida, Allende da instrucciones a la gente, mientras Hidalgo sale.

ALLENDE: ¡Necesitamos organizarnos de inmediato! ¡Necesitamos armas! ¡Id a buscar y conseguid lo que podáis: piedras, palos, machetes, palas…! ¡Y volved con el ánimo de luchar hasta el final! (Da media vuelta y sale, seguido por Aldama. La gente del pueblo sale por el lado opuesto).

ESCENA 7

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • José María Morelos

  • Soldado 1

  • Soldados

  • Gente del pueblo

Escenografía: un campamento, con soldados y gente del Ejército insurgente, en momentos de descanso (se pueden ver mujeres cocinando, soldados deambulando, etcétera). Al fondo se aprecia el estandarte de la Virgen de Guadalupe que Hidalgo usa como bandera.

Vestuario: Hidalgo, con pantalón y chaqueta oscuros, cinto de tela de color rojo; Morelos: similar a Hidalgo, con un pañuelo en la cabeza; la gente del Ejército, como indígenas; el Soldado 1, con su uniforme completo; los restantes soldados, con pantalón oscuro y camiseta blanca.

Entra Morelos, viendo a todos lados, buscando a Hidalgo. Se dirige a una mujer y le pregunta; esta le contesta con un movimiento de cabeza, sin apenas verlo, señalando el rumbo por donde puede hallar a Hidalgo. Morelos sigue caminando y se le acerca el Soldado 1.

MORELOS: Busco al padre Hidalgo. ¿Dónde puedo encontrarlo?

SOLDADO 1: (mira detenidamente al recién llegado y se da media vuelta) Seguidme.

Entra Hidalgo por el otro extremo del escenario; camina con lentitud, pensativo. El soldado y Morelos llegan hasta él.

SOLDADO 1: (se cuadra) ¡Mi capitán, os busca este hombre!

HIDALGO: (ve a Morelos y sonríe abiertamente, extendiendo los brazos) ¡Padre José María! ¡Pero qué sorpresa!

MORELOS: (se hinca ante Hidalgo y le besa la mano) Mi querido maestro, ¡que el Señor os esté colmando de bendiciones!

HIDALGO: (toma a Morelos por los hombros y lo ayuda a incorporarse) Ya no soy más vuestro maestro, padre. Estamos ahora en similares condiciones. Este regreso a Michoacán me ha permitido encontrarme con personas apreciadas, como vuestra merced.

MORELOS: El aprecio es mutuo, padre. Me enteré de que estabais poniendo en práctica las enseñanzas que nos disteis en el Colegio de San Nicolás, de luchar sin descanso por la libertad, y he venido a buscaros.

HIDALGO: Sí, padre. Las circunstancias me han obligado a dejar el curato de Dolores para encabezar esta campaña militar en contra de un gobierno que ya no queremos más. Han sido días pesados y estamos ciertos de que el futuro no nos depara a nosotros ver llegar a buen fin esta causa. Pero la patria nos necesita, y si por ella hemos de entregar nuestras vidas, estamos dispuestos a hacerlo.

MORELOS: Veo que son muchos los que os siguen ya, padre. Miles…

HIDALGO: Iniciamos el 16 de septiembre, hace poco más de un mes, con ochocientos hombres. Pero a grandes cantidades se nos ha unido la gente por donde hemos pasado. Tenemos ya alrededor de ochenta mil hombres en nuestras filas.

MORELOS: ¡Un grandioso ejército, padre!

HIDALGO: ¡Tantas son las ansias de libertad de nuestro pueblo, padre José María, que no han dudado en unirse a nuestra causa! Y vedlos (señala con la mano hacia la gente, Morelos mira detenidamente mientras escucha): se han venido con todo y sus familias, con lo poco que les pertenece. Se ha unido a nosotros todo tipo de gente: indios, criollos, soldados que han desertado del ejército virreinal…

MORELOS: ¿No os resulta difícil comandar a un ejército tan numeroso y tan diverso? He oído de algunos excesos que se han cometido, de una masacre en Guanajuato…

HIDALGO: Sí, debo reconocerlo. Pero debéis comprender por vuestra parte, padre, que ahora que estos hombres por fin ven ante sí la posibilidad de ser libres y vivir su propia vida, están vengando todas las atrocidades que se cometieron contra ellos y sus familias durante tanto tiempo. Debemos comprenderlos.

MORELOS: ¿Os han nombrado capitán?

HIDALGO: En efecto, han depositado en mí toda su confianza. Y no puedo defraudarlos, a pesar de todo lo que tenemos en contra. ¿Os habéis enterado del edicto de excomunión, verdad?

MORELOS: ¡Un edicto tan lamentable...! Al luchar por la libertad está usted predicando las enseñanzas de Nuestro Señor… (Pausa) ¿Y a dónde os dirigís ahora, padre?

HIDALGO: Nuestro destino es la Ciudad de México. Queremos tomarla para declarar finalmente la independencia de la Nueva España… ¿Desearías apoyar nuestra causa, padre José María?

MORELOS: Padre, mucho me honraría que me nombrarais capellán de vuestro ejército, para asistir espiritualmente a estos hombres que valerosamente están ofrendando todo lo que tienen por la libertad.

HIDALGO: Aún más, padre: os nombro general y os comisiono para que vayáis a levantar a los pueblos del sur. Tomad Acapulco, necesitamos que la llama de la independencia se encienda también en esas tierras.

MORELOS: (se cuadra) ¡Disponed de mis fuerzas, capitán! ¡Atenderé vuestras órdenes de inmediato!

HIDALGO: (lo toma del brazo y empieza a caminar con él hasta salir del escenario) Venid conmigo, general. Tenemos mucho que hacer.

ESCENA 8

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Ignacio Allende

  • Ignacio Aldama

  • Mariano Abasolo

  • José Mariano Jiménez

Escenografía: un estudio, con un librero en la pared, un escritorio con papeles y una pluma en su tintero, sillas; al fondo, el estandarte de la Virgen de Guadalupe.

Vestuario: Hidalgo, con pantalón y chaqueta oscuros, cinto de tela de color rojo; los restantes, con su uniforme militar.

Entran Allende y Aldama, conversando.

ALLENDE: No ha sido fácil para mí estar aquí en Guadalajara, pero mis opciones no eran muchas, como bien lo sabéis, Juan. ¡Son tan grandes ya las diferencias que tengo con el cura…!

ALDAMA: Lo sé muy bien, Ignacio. Os conozco desde niños y he llegado a conocer también al padre Hidalgo. Sus formas de pensar en muchos aspectos se oponen.

ALLENDE: Aún no puedo aceptar ni entender por qué decidió no avanzar contra la Ciudad de México, cuando habíamos derrotado al ejército realista en el Monte de las Cruces. ¡Para estas fechas ya habríamos consumado la independencia!

ALDAMA: El padre insiste en que su decisión fue la mejor. Dice que evitamos una matanza en la ciudad capital.

ALLENDE: (alza la voz, enérgico) ¡Matanza tuvimos en Guanajuato! ¡Y matanzas están ocurriendo aquí en Guadalajara! Ahora que el cura se hace llamar “alteza serenísima” demuestra cómo el poder se está convirtiendo en una obsesión para él. ¡Ha ordenado que degüellen a los españoles presos! (Toma a Aldama del brazo). ¡Esto no era lo que queríamos, Juan!

Entra Hidalgo, seguido por Abasolo y Jiménez. Allende y Aldama se cuadran.

HIDALGO: Aquí estáis... He recibido informes de lo cercanas que están las tropas de Calleja. Comentaba con el mariscal Abasolo y con el coronel Jiménez que lo mejor sería que las atacáramos por la retaguardia.

ALLENDE: Disculpad, vuestra alteza, pero me parece que lo mejor será que dejemos el paso libre a Calleja, mientras que nos dividimos para atacarlo desde diversos frentes, y lancemos en contra del centro de su ejército a nuestros mejores hombres.

Aldama, Abasolo y Jiménez asienten mientras Allende expone su plan. Hidalgo niega con la cabeza.

HIDALGO: ¡No debemos desunirnos, capitán Allende! Si nos separamos seremos presa fácil de los realistas. No quiero que se repita la derrota que nos infringieron en Aculco.

ALLENDE: (alzando la voz) ¡Para evitar una nueva derrota, no quiero exponer a nuestros hombres y perderlos en una sola acción!

HIDALGO: (mira fijamente a Allende y se dirige a los demás) Dejadnos solos.

Aldama, Abasolo y Jiménez se cuadran y salen.

HIDALGO: (una vez a solas con Allende) ¡Capitán, no os permito que me alcéis la voz de esa manera! ¡Recordad quién tiene el mando!

ALLENDE: (tranquilizándose) Disculpad mi atrevimiento, vuestra alteza, pero nos encontramos en una situación difícil. Cierto que hemos recuperado nuestro ejército, contamos con una fuerza de noventa mil hombres...

HIDALGO: (interrumpe) Y Calleja solo viene al frente de cinco mil.

ALLENDE: Sí, pero perfectamente adiestrado. Nuestros hombres aún carecen del sentido de la disciplina. Por ello la estrategia debe ser lo más importante. Mucho más que la cantidad de nuestros soldados.

HIDALGO: La estrategia, capitán, ya la he indicado: atacaremos por la retaguardia.

Ambos hombres se miran fijamente, en silencio.

HIDALGO Podéis retiraros, capitán.

Allende se cuadra en silencio y sale. Enseguida sale Hidalgo, por el extremo opuesto.


ESCENA 9

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Ignacio Allende

  • Ignacio Aldama

  • Mariano Abasolo

  • José Mariano Jiménez

Escenografía: una habitación con una mesa o escritorio, sillas.

Vestuario: Hidalgo, con pantalón y chaqueta oscuros, cinto de tela de color rojo; los restantes, con su uniforme militar.

Entran Aldama, Abasolo y Jiménez.

ALDAMA: El camino será arduo. Debemos estar bien preparados.

ABASOLO: Debemos procurar todas las provisiones. El viaje hacia el norte, como bien decís, Juan, no será nada fácil.

ALDAMA: Ya no deben tardar Ignacio y el padre Hidalgo. Es urgente que acordemos cómo habremos de continuar con nuestra empresa.

Entra Allende.

ABASOLO: Esperábamos que el padre os acompañara.

ALLENDE: (molesto) ¡Ese cura bribón...! En unos momentos estará con nosotros.

ALDAMA: ¿Creéis que estará de acuerdo en ceder el mando?

ALLENDE: Deberá estarlo. No podemos permitir que las cosas sigan como van. Ya nos derrotó Calleja, ya acabó con nuestro ejército. Solo nos queda confiar en que recibamos apoyo de Estados Unidos.

Entra Hidalgo.

HIDALGO: Señores, buenos días. (Se detiene, al ver que los militares no se cuadran ante él. Todos guardan silencio unos momentos).

ALLENDE: Padre, es necesario que revisemos el mando de nuestra campaña militar.

HIDALGO: (esquiva la mirada de los militares) ¿Qué pretendéis?

JIMÉNEZ: Yo propongo que se creen dos mandos: uno político y otro militar. (A Hidalgo) El político, a cargo de vuestra merced, y el militar (viendo a Allende) a vuestro cargo, Ignacio.

ALDAMA: Yo apoyo la propuesta de José Mariano.

ABASOLO: Estoy de acuerdo también.

HIDALGO: (tras una pausa) Bueno, señores, no tengo ninguna objeción.

ALLENDE: (a Abasolo) Es momento, también, Mariano, que nos expliquéis vuestro proceder. Os habéis ausentado en varias ocasiones. No olvido que durante la toma de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, preferisteis permanecer en casa de un amigo, en lugar de sumaros a la batalla.

HIDALGO: ¡Nuestra causa no admite vacilaciones, capitán Abasolo! ¡Mucho menos en estos momentos, en que nos encontramos a un paso de la derrota definitiva!

ABASOLO: ¿Y qué decís de vuestros errores, padre? ¿Ésos sí tienen justificación?

HIDALGO: ¡No es lo mismo errar a rehuir la responsabilidad!

ALDAMA:¡Ni a traicionar!

Abasolo pretende liarse a golpes con Aldama, pero Allende interviene para calmar los ánimos.

ALLENDE: ¡Estos momentos requieren de unidad y serenidad! (Pausa. Abasolo se tranquiliza un poco) ¡Capitán Abasolo! ¡Capitán Aldama! (Ambos oficiales se cuadran ante Allende). ¡Tened todo listo para partir! (Salen Allende e Hidalgo).

ABASOLO: (una vez a solas, a Aldama) ¿Me acusáis de traidor, Juan? ¿Tenéis pruebas en mi contra?

ALDAMA: Vuestras repetidas ausencias, Mariano, son prueba suficiente de que no estáis entregando el alma a nuestra causa. Una causa que incluso nos reclama la propia vida. ¡Y eso no tiene otro nombre que traición!

JIMÉNEZ: Calmad los ánimos. No debéis pelearos en estos momentos.

Aldama da la media vuelta y empieza a salir.

ABASOLO: En estos momentos no. (A Aldama) ¡Pero ya llegará la hora, Juan…!

Sale Abasolo, seguido de Jiménez. Instantes después sale también Aldama.

ESCENA 10

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Ignacio Allende

  • Ignacio Aldama

  • Mariano Abasolo

  • José Mariano Jiménez

  • Ignacio Elizondo

  • Indalecio Allende

  • Soldado 2

  • Soldados realistas

Escenografía: un camino por el campo: árboles, arbustos; armas; cordones o mecate para atar a los detenidos.

Vestuario: Hidalgo, con pantalón y chaqueta oscuros, cinto de tela de color rojo; los restantes, con su uniforme militar.

Elizondo y sus soldados esperan el paso de la caravana de insurgentes, para emboscarlos.

ELIZONDO: (a sus soldados, asomándose al camino) Seguramente ya están cerca. Fue buena idea haberles dicho que los esperábamos con agua para calmar su sed, aquí, en Acatita de Baján. Estos caminos del desierto no son nada fáciles de transitar. (Al soldado 2): Asomaos y ved si ya están aquí.

SOLDADO 2: (avanza un poco y se cubre el rostro con la mano para ver mejor) ¡Ya se divisan, mi coronel! ¡Ya empiezo a ver sus carruajes!

ELIZONDO: (a sus soldados) ¡Estad preparados para apresarlos vivos! ¡Atadlos rápidamente en cuanto los desarmemos! (Se oculta con sus hombres y espera el paso de los insurgentes).

Entra Abasolo y los soldados salen a su encuentro, empuñando sus armas. Al verse acorralado, se rinde; es desarmado y atado. Lo retiran a un extremo del escenario. Entra Allende, seguido de su hijo Indalecio, de Aldama y de Jiménez. Los realistas salen a su encuentro; Allende empuña su arma e Indalecio hace lo mismo.

ELIZONDO: (a sus soldados) ¡Acercaos y amarradlos!

Indalecio hace intentos de disparar, pero los realistas abren fuego contra él y lo matan. El joven cae muerto a los pies de su padre.

ALLENDE: (cae de rodillas y toma el cuerpo de su hijo en brazos) ¡Indalecio, hijo…! ¡Hijo mío…! (Pausa. A Jiménez): La vida de mi hijo es lo más preciado que puedo ofrecer a nuestra patria. ¡Ahora ofrezco la mía, que sin mi hijo ya no vale nada!

Los soldados detienen a los insurgentes, los desarman y los atan. Los retiran a un costado del escenario, junto a Abasolo. Entra Hidalgo, y es sometido al igual que sus compañeros. Los soldados empujan a los prisioneros, saliendo del escenario. Queda Elizondo frente a Allende.

ALLENDE: ¿Estáis satisfecho, Elizondo? ¿Cuánto costó vuestra traición?

ELIZONDO: ¡Callaos! ¡Ahorrad saliva, que faltan todavía muchos días y noches de camino en este desierto, hasta que lleguemos a Chihuahua! ¡Ahí os espera el paredón! (Empuja a Allende y salen del escenario).

ESCENA 11

Personajes:

  • Miguel Hidalgo

  • Juez del Santo Oficio

  • Soldados

Escenografía: un cuarto con una mesa como altar improvisado, con un mantel, una patena con una hostia sin consagrar, una vinajera con un poco de vino y un cáliz (pueden ser de cartón); un cuchillo de cartón o madera. Una silla, sobre la cual se encuentran una sotana blanca y una estola.

Vestuario: Hidalgo, con pantalón y camisa blanca de mangas largas; el juez del Santo Oficio, con sotana oscura y el rostro cubierto (para dar una imagen de un personaje siniestro); los soldados, con su uniforme militar.

Entra el juez del Santo Oficio y revisa minuciosamente que todo esté en orden. Lleva unos documentos en las manos, que también revisa, mientras espera. Entran los soldados llevando casi a rastras a Hidalgo, quien presenta golpes en la cara, su camisa blanca con manchas de sangre y un poco desgarrada.

JUEZ: (al reo) ¡Responded bajo juramento de decir verdad!

HIDALGO: (alza la mano derecha y mira fijamente al juez) ¡Lo juro!

JUEZ: Decid su nombre completo:

HIDALGO: Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga.

JUEZ: Se os acusa de herejía y apostasía.

HIDALGO: ¡Mentís! ¡Niego ser hereje ni apóstata!

JUEZ: Para salvar vuestra alma, debéis arrepentiros de vuestros pecados. ¡Arrepentíos de la causa de la independencia!

HIDALGO: ¡Por la causa de la independencia no cometí pecado alguno! ¡No tengo nada de qué arrepentirme!

JUEZ: Leeré de nuevo el edicto de excomunión dirigido contra usted y los demás dirigentes de esta revuelta contra el rey y nuestra religión. Vuestros compañeros han muerto ya. Se arrepintieron de sus pecados y lograron salvar sus almas. ¡Ahora os corresponde arrepentiros!

HIDALGO: (enérgico) ¡Os he dicho que no tengo nada de qué arrepentirme!

JUEZ: (toma los documentos y empieza a leer) “Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de los santos cánones, y de la inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador, y de las vírgenes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines, y de todos los santos patriarcas y profetas, lo excomulgamos, anatemizamos y lo secuestramos de los umbrales de la Iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Satán y Abrirán”.

HIDALGO: (desesperado) ¡No me arrepentiré, no tengo nada de qué arrepentirme!

JUEZ: (continúa la lectura) “Que el Hijo, quien sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado en nuestro bautismo, lo maldiga (Hidalgo se cubre el rostro con las manos, empieza a flaquear). Que la Santa Cruz a la cual ascendió Cristo por nuestra salvación, triunfante de sus amigos, lo maldiga. Que la Santa y eterna Virgen María madre de Dios lo maldiga”.

HIDALGO: (se pone las manos al pecho y ve al cielo, grita con desesperación) ¡No…! ¡Eso no…!

JUEZ: (continúa la lectura) “Que todos los ángeles y arcángeles, principados y potestades, y todos los ejércitos celestiales lo maldigan. Que San Juan el Precursor, y San Pedro y San Pablo y San Juan el Bautista, y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo juntamente lo maldigan. Ojalá que todos los santos desde el principio del mundo y todas las edades quienes se hayan ser amados de Dios, le condenen; y ojalá que los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos le condenen. (Hidalgo cae de rodillas al piso, mueve la cabeza a ambos lados y sigue gritando). Que sea condenado en dondequiera que esté en la casa o en el campo; en los caminos o en las veredas; en las selvas o en agua, o aún en la Iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir; en el comer y en el beber; en el ayuno o en la sed; en el dormitar y en el dormir; en la vigilia o andando…”.

HIDALGO: (se arrastra ante los pies del juez y suplica) ¡No sigáis! ¡Parad! ¡Deteneos! ¡Por piedad…!

JUEZ: “Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en frente y oídos, en sus cejas y mejillas, en sus quijadas y narices, en sus dientes, en sus labios y garganta; hombros y muñecas; en sus brazos, manos y dedos. Que sea condenado en sus venas, muslos, caderas, piernas, pies y uñas delos pies. (Hidalgo continúa suplicando, en vano) Que el Hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo, con todos los poderes que hay en él, se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. Amén. ¡Así sea!”. (Los soldados responden): Amén.

Pausa, silencio. Solo se escuchan los sollozos de Hidalgo. El juez hace una seña a los soldados, éstos se acercan al reo y lo ponen de pie frente al inquisidor.

JUEZ: Si queréis salvar vuestra alma, firmad este documento, donde muestrais vuestro arrepentimiento y pedís a los insurgentes que se apartan del errado camino que están siguiendo.

Da la pluma a Hidalgo, este la toma y, sin leer el documento, estampa su firma. Enseguida, los soldados visten a Hidalgo con la sotana y la estola. El reo pone un poco de vino en el cáliz, toma este con una mano y la patena con la otra mano. Se hinca frente al juez, quien le quita de sus manos el cáliz y la patena.

JUEZ: (raspando con el cuchillo las palmas de las manos y las yemas de los dedos de Hidalgo) Os arrancamos la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir, que recibisteis con la unción de las manos y los dedos.

El juez quita a Hidalgo la estola y la sotana.

JUEZ: Por la autoridad de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la nuestra, os quitamos el hábito clerical y os desnudamos del adorno de la religión. ¡Os arrojamos de la suerte del señor, como hijo ingrato, a causa de la maldad de vuestra conducta! (Pausa) ¡Arrodillaos!

Hidalgo, ya sin las ropas clericales, se arrodilla ante el juez.

JUEZ: Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga, ¡estáis condenado a muerte! Seréis pasado por las armas al amanecer del 30 de julio. ¡Que Dios tenga piedad de vuestra alma!

Los soldados toman a Hidalgo, lo levantan y lo sacan del escenario. El juez sale por el extremo opuesto.

ESCENA 12

Personajes:

  • Pancho (de aproximadamente 27 años)

  • Lupe (de aproximadamente 18 años)

Escenografía: al fondo, la fachada de la Alhóndiga de Granaditas, de una de cuyas esquinas cuelga una jaula con la cabeza de Hidalgo.

Vestuario: Lupe: vestido amplio y de colores, rebozo, huaraches; Pancho: pantalón y camisa de manta claros, huaraches.

Entran ambos personajes, Pancho lleva del brazo a Lupe. Caminan lentamente mirando hacia arriba, donde se encuentra la jaula con la cabeza de Hidalgo. Se detienen frente a ella en silencio.

PANCHO: (tras una pausa) Aquí está, Lupe. ¿La ves? Tiene ya ocho años colgada ahí. Es puro hueso, puro esqueleto. ¡Pensar que esa cabeza estuvo llena de ideas y deseos buenos para todos!

LUPE: No la imaginaba así, Pancho. ¡Tan triste! Me habías dicho que el padre Hidalgo era una persona muy alegre.

PANCHO: Sí lo era. Y todos lo queríamos mucho. Desde que se fue a la revuelta, en Dolores ya nada fue igual. Como que el pueblo se quedó muy triste.

LUPE: ¿Y por eso te viniste a Guanajuato?

PANCHO: Me vine a trabajar a la tienda de mi tío José. Él fue quien me dijo que hacía poco que habían traído las cabezas a colgarlas aquí, a la alhóndiga.

LUPE: ¿Y por qué hicieron tal barbaridad?

PANCHO: Para que nos diera miedo a todos de seguir sus pasos. Pero ya ves: muchos han seguido luchando.

LUPE: Hasta tu hermano Bernardo se fue también a pelear. ¡Que Dios lo esté cuidando!

PANCHO: Sí, ¡Dios quiera y no veamos después su cabeza aquí colgada también!

LUPE: (se persigna) ¡Ave María Purísima!

PANCHO: Y si algún día la encontramos aquí, Lupe, será porque mi hermano también entregó su vida para que todos tengamos libertad. ¡Yo me siento orgulloso de él!

Permanecen unos instantes en silencio, viendo la cabeza de Hidalgo. Salen lentamente.

TELÓN