Aislada presencia

Fecha de publicación: 14-nov-2015 5:43:36

No pensé que todo acabaría de esta manera. Por desgracia, no creo volver a ver a Iván; estoy consciente de que se asegurará de no volver a saber de mí, ni de Gabriela. A estas alturas, ya ha de estar en otro continente, volviendo a empezar de cero, a sus veinte años.

De Luis, ni se diga. Pensar en ello me da náuseas y se me empapan los ojos. Nunca me perdonaré no haber hecho algo para evitar su muerte. Seguramente ya no podía con lo que había presenciado toda su vida, hasta sus cortos diecisiete años. Lo entiendo, nadie debería pasar por ello, y, por supuesto, ningún padre debería permitirlo... pero yo soy un cobarde bueno para nada.

Gabriela ahora está donde merece, aunque a veces pienso que incluso el aislamiento en aquel manicomio es demasiado bueno para ella, pues no creo que piense, y se arrepienta. Fue la pesadilla de sus hijos.

Todo pareció pasar rápido, ahora que me doy cuenta. Supongo que cuando no actúas sobre las cosas que ocurren a tu alrededor, el tiempo pasa más rápido, como un cortometraje acelerado.

Desde aquel día que conocí a Gabriela, le noté algo extraño, pero fui cegado por algo cautivante que posee ella. No sé si eran sus ojos color sol, o su amenazante mirada que te atrapa, cuyo peligro se disipaba con una radiante sonrisa.

El punto es que, al cabo de unos meses, se las había ingeniado para tenerme a sus pies y perdidamente enamorado. Recordarlo me hace sentir ingenuo, pues yo movía cielo, mar y tierra para enamorarla también; pero, si lo pienso detenidamente, nunca se enamoró de mí, solo me vio como un blanco fácil para sus planes.

Para el año y medio saliendo, ya nos habíamos casado. Todo era hermoso para mí, en mi mundo, pero en ocasiones que salía de mi burbuja me daba cuenta que, como en el primer día, siempre noté en ella algo más que solo amor, y no hacia mí.

Parecía tener ambición, pero no con buenas intenciones. Lucía obsesionada y ansiosa por algo que yo desconocía.

“Gabriela, ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que piensas?”, preguntaba yo con voz dulce.

“Eh… solo estoy cansada, seguramente es solo falta de sueño”, murmuraba Gabriela, fríamente.

Así era cada vez que se me ocurría mencionar algo respecto a su estado. Cada vez le creía y me tranquilizaba. Fui un completo iluso.

Nuestra casa siempre estaba silenciosa. Era agradable y tenía un bello decorado, pero en ella prevalecía un aire de misterio. Gabriela no hablaba mucho, y la mayor parte del tiempo discutíamos, pero yo siempre cedía. Yo era un buen esposo, la trataba de ayudar y la elogiaba; limpiaba la casa y trataba de mimarla. Sin embargo, Gabriela permanecía fría, a excepción de una que otra noche de pasión, solo cuando a ella le apetecía.

Una tarde de 1995, teniendo un año de casados, nació Iván. Yo estaba encantado, me empapaba de felicidad el retoño entre mis brazos. Por otro lado, me causaba una inquietante incertidumbre la manera en que Gabriela observaba al niño, pues en su mirada no veía mucho cariño; parecía verlo como un objeto. Dejé pasar ese detalle y seguí en mi nube de gozo.

Tres años después nació Luis, trayendo en mí la misma ola de alegría que su hermano. Yo juraría que una que otra ocasión Gabriela los veía con amor, pero me di cuenta, con los años, de que era un amor falso, fingido. En todo momento fui tolerante con ella y con los niños; por ende, era yo el que cuidaba a nuestros hijos.

Pasaron los años y todo parecía ser normal, tomando en cuenta lo que era estar normal con Gabriela. Pero mis sospechas aumentaron cuando Iván acababa de cumplir cinco años y Luis dos. Gabriela comenzó a convivir más con ellos, de una manera autoritaria. Se los llevaba todos los días fuera de casa, e incluso dejó de llevar a Iván a la escuela. Traté de intervenir en una ocasión, pero la mirada que me lanzó me hizo no volver a entrometerme en su camino. Un completo cobarde, ése era yo.

Después de un tiempo más me percaté de que tenía cuerpos disecados en el sótano, lugar de la casa que me restringía, hasta que advirtió de que yo era un cobarde. ¿Qué tenían que ver dos tiernos niños en esto? Al principio solo era para atraer víctimas para Gabriela, pero con el tiempo les ordenó que le ayudaran.

Presencié muchas veces cómo Iván les ponía cinta adhesiva en la boca a sus presas, y su cara al ver a Gabriela, su madre, destripando aún con vida a aquellas personas inocentes. Por supuesto, yo nunca decía nada, a pesar de que Iván volteaba a verme con melancolía en busca de ayuda, señalándome a su hermano sentado en la esquina y viendo todo. Pero me quedaba callado. Con el tiempo esa mirada se convirtió en odio hacia mí. Yo sufría por dentro, pues no podía decir nada; mi cobardía era más fuerte, aunque mi amor fuera más grande.

Es por eso que escribí esto, pues cuando se suicidó Luis me sentí tan desdichado y enfurecido conmigo mismo, que no podía soportar que Gabriela siguiera así. Logré que la detuviera la policía, y que Iván fuera libre.

Mi hijo nunca me perdonó, el hecho de que yo no hablara le traía más dolor. La verdad es que ni siquiera tuve el valor de decirle que Gabriela me había cortado la lengua aquel día que entré al sótano por primera vez.

Tercer semestre de bachillerato (2015)

Pasaron los años y todo parecía ser normal, tomando en cuenta lo que era estar normal con Gabriela. Pero mis sospechas aumentaron cuando Iván acababa de cumplir cinco años y Luis dos. Gabriela comenzó a convivir más con ellos, de una manera autoritaria. Se los llevaba todos los días fuera de casa, e incluso dejó de llevar a Iván a la escuela. Traté de intervenir en una ocasión, pero la mirada que me lanzó me hizo no volver a entrometerme en su camino. Un completo cobarde, ése era yo.

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