De mi primera visita a Fresnillo, Zacatecas

Fecha de publicación: 19-jun-2017 2:46:43

Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar

Finalmente, se me presentó la oportunidad de viajar al centro de México. He tenido una vida muy sedentaria; y desde que radico en Mexicali mis viajes han sido al resto del estado, o de regreso a casa, a visitar a mi familia en Guerrero Negro.

Pero, atendiendo a una invitación de mi amigo Daniel Silva, decidí conocer Fresnillo, Zacatecas, en julio de 2008, hace ya nueve años. Conseguí boleto en Aeroméxico, en el vuelo redondo Tijuana-Calera-Tijuana.

Como la salida desde el aeropuerto tijuanense estaba programada para las ocho de la mañana, opté por abordar el camión el jueves 17 por la noche y pernoctar en aquella ciudad, de modo que me fuera posible estar a tiempo a la hora de subir al avión.

Pasé la noche en la Central Camionera de Tijuana. Cené en uno de los puestos de comida que se encuentran ahí (y que brinda el servicio las 24 horas del día) y estuve leyendo a lo largo de la madrugada. Horas después, a las seis y media, tomé un taxi que me llevó hasta el aeropuerto.

Fueron casi dos horas de vuelo. Sumadas a las dos horas de diferencia entre Baja California y Zacatecas, llegué al aeropuerto de Calera alrededor del mediodía. La tarde estaba lluviosa. Me trasladé en taxi hasta la central camionera de Fresnillo, lugar donde había quedado de encontrarme con Daniel.

Él ya se había encargado de reservarme una habitación en un hotel del centro de la ciudad. Y allá nos dirigimos. El establecimiento era austero, pero muy cómodo y limpio, y sobre todo económico.

Descansé un rato y fuimos a un restaurante rústico, donde vendían hamburguesas muy ricas. Fresnillo es una ciudad pequeña, tranquila, muy bonita. Colonial, la fundaron en el siglo XVI, pues del cerro Proaño empezaron a extraer plata. Su mina llegó a ser la de mayor producción en el mundo.

La lluvia se mantuvo intermitente toda la tarde. Cayeron varios rayos y se interrumpió el servicio eléctrico de manera breve en dos o tres ocasiones.

De gente amable y una ciudad muy bonita

El sábado Daniel me llevó a recorrer la ciudad en carro.

El centro de Fresnillo es amplio, pero las calles son angostas, de modo que todo mundo conduce con lentitud y la gente cruza las calles sin la menor preocupación. Muchas personas usan bicicletas. En ese perímetro se encuentran cuatro parques, a donde van las familias y los jóvenes a pasear, pues el clima es agradable (¡descansé del calor de Mexicali!).

Los fresnillenses que tuve la oportunidad de tratar eran muy amables, muy sencillos (excepto la mujer que atendía la librería; creo que andaba en sus días…). La comida es deliciosa y barata, también.

Por la tarde Daniel debía participar en un partido de volibol. Me invitó a que lo acompañara, para que le echara porras; pero como no entendía lo que ocurría en el juego, me quedé calladito en las gradas.

El domingo ya fue un día soleado, y jornada completa de paseo. Por la mañana visitamos el parque ecológico y zoológico, que se encuentra a las faldas del cerro Proaño, donde está la mina del mismo nombre.

Se ofrece un servicio guiado para ingresar a la mina y subir a la cima a través de puentes colgantes. La verdad, no me atreví; si hasta me atemorizó cruzar un puente sobre el arroyo del parque… Me sirvió de pretexto un letrero que advertía que se prohibía (o no se recomendaba) el ascenso de hipertensos y gorditos…

El parque estaba muy bien cuidado. Pertenece a la compañía minera Peñoles. Vimos varias especies de animales, desde coyotes hasta jaguares, pasando por serpientes, patos, zorras, tejones, pavorreales, palomas y demás.

Aunque no nos introdujimos a la mina, sí visitamos su entrada, donde pudimos apreciar algunos objetos antiguos, fotos y una imagen de la virgen de Guadalupe.

Cerca de ahí se halla un lugar que se llama Los Jales, donde se ofrecían paseos en lancha. Pero como tampoco me atrevería a tomar alguno, no fuimos. (Curiosamente, siento mayor miedo a subirme a una lancha que a un avión).

Nos dirigimos después al Centro Cultural Ágora, cercano al parque ecológico. Es un edificio muy bonito, que el siglo antepasado fue sede de la Escuela Superior de Minería. Como los inmuebles coloniales, consta de muchos salones que rodean un patio amplio. Desafortunadamente, mostraba señas de descuido.

En ese lugar funciona el museo de la ciudad, con varias salas dedicadas a personajes destacados de Fresnillo, o de Zacatecas, como el músico Manuel M. Ponce, el fotógrafo Pedro Valtierra, el pintor Francisco Goitia… Hay otras salas dedicadas a músicos, por lo que me enteré de que la ciudad posee una historia musical muy importante.

También se ubica en ese edificio el Archivo Histórico local, y como centro cultural se enseñan diversas disciplinas artísticas. Ese día, a pesar de ser domingo, había niños y jóvenes tomando clases en varias aulas.

La parte posterior del edificio es un museo de minas, o algo así, donde se exhiben objetos y fotografías del pasado de la industria extractiva en la ciudad.

Fue un recorrido muy interesante, que disfruté bastante, hasta que mi cintura me pidió descanso.

De un taxista que me hizo entrar en pánico

El lunes temprano, aún a oscuras, salí del hotel y caminé dos cuadras, hasta el parque central de la ciudad, donde abordé un taxi para dirigirme al aeropuerto de Calera.

Ese 2008 en Fresnillo ya empezaban los problemas de inseguridad a causa de los famosos Zetas. Durante el trayecto a la terminal aérea, el chofer sólo hablaba de ejecuciones y levantones, por lo que me invadieron los nervios. En un momento dijo: “Pues yo aquí traigo un tubo para defenderme de los que me quieran asaltar”. Para eso, yo había recordado los casos de las bandas de taxistas secuestradores que operaban en el De Efe, y comenzaba ya a ser presa del pánico. Hasta pensé en llamar a Daniel y, como no queriendo la cosa, decirle en cuál sitio había tomado el taxi; de ese modo, si me desaparecían, al menos las autoridades sabrían por dónde empezar a investigar…

Pues bueno –como decía mi papá--, al mismo tiempo el taxista se veía muy sencillo y amable. Aparentando tranquilidad, le seguí la plática. Sin embargo, la oscuridad abonaba a mi nerviosismo, además de que yo sólo veía letreros que anunciaban Zacatecas, pero ninguno que anunciara el ansiado aeropuerto.

Un poco más adelante, el hombre me dijo que también llevaba un cuchillo justo en medio de los dos asientos. “Aquí lo tengo, ¿lo alcanza a ver?”, me preguntó. Yo, completamente asustado, me asomé, pero no vi nada. Sentía pavor de que lo sacara y me amenazara con él. Creo que con la voz temblorosa –al igual que lo estaban mis piernas– solo alcancé a responderle: “Pues qué bueno que anda preparado”.

Poco después el taxista dio vuelta al camino al aeropuerto, y descansé cuando se estacionó…

Tras ese gran susto, disfruté el amanecer, pues una vez que documenté el equipaje salí a tomar aire fresco y escuchar el canto de las aves. Llegó a mi mente el calor de Mexicali y sentí pocas ganas de regresar a casa.

El retorno ocurrió sin contratiempos.

Fue un viaje muy corto. Desafortunadamente mi economía no me permitió alargarlo más. Pero en verdad lo disfruté, bastante.

Al año siguiente volví de nuevo a Fresnillo; en esa ocasión conocí también el santuario del Santo Niño de Atocha y Jerez, el pueblo donde nació y vivió su infancia y juventud el gran poeta Ramón López Velarde.