Quizá

Fecha de publicación: 22-jul-2017 3:44:09

Quizá empezó su caminar con las primeras horas del alba. O aun a oscuras, cuando sus dilatados ojos y su sutil olfato podían guiarlo a través de las penumbras. Se habría desperezado y puesto lentamente en pie sobre sus cuatro patas. Tras mirar a todos lados y aguzar su oído, habría empezado a moverse con toda calma, su fría nariz pegada al piso.

Quizá se habría encontrado en algún callejón de la colonia Benito Juárez. O en la Independencia. O más al oriente, pasando incluso el bulevar Gómez Morín. Y hasta aquel rincón que lo habría guarecido durante la noche, los nacientes rayos solares lo habrían invitado a salir de nuevo a la conquista del mundo, a enfrentar adversidades y refrendar su título de rey de la calle.

Quizá, husmeando por ahí, habría encontrado algún mendrugo, o un hueso a medio roer. Se habría acercado a alguna taquería llena de trasnochados y desmañanados. Habría mirado a los comensales con sus ojitos tiernos, implorando por un trozo de carne o una porción de tortilla. Y algún caritativo le habría lanzado medio taco, con el que habría mitigado en parte su hambre lacerante.

Quizá, en su andar matutino, se habría encontrado con otros compañeros que, como él –¿o ella?... No pude ni podré saberlo ya–, buscarían también adueñarse de la calle. Y algunos de esos nuevos compañeros no habrían sido del todo amigables. Habrían salido a relucir las fauces retadoras, se habrían escuchado gruñidos amenazantes y se habría dado, tal vez, algún intercambio de leves o feroces mordiscos.

Quizá, deambulando, habría cruzado la vista de un niño, o un grupo de niños. Uno de ellos le habría silbado, llamándolo; y él se habría acercado, con cierta desconfianza, inclinándose ante la mano afectuosa que le habría acariciado su suave o hirsuto pelo. Algún adulto lo habría amedrentado, obligándolo a retirarse, y otros pequeños lo habrían hecho blanco de vertiginosas pedradas.

Quizá, bajo el sol del mediodía, se habría topado con un resguardo sombreado que le habría permitido unos minutos de descanso. Habría tomado una pequeña siesta, soñándose como el soberano de un hogar plácido, echado a los pies de un amoroso dueño; o habría vuelto a sus tiempos de cachorro, cuando retozaba junto a sus hermanos y regresaba ansioso al amparo de su madre.

Quizá, tras despertar y reiniciar su camino hacia el occidente, habría vivido de nuevo experiencias de acogimiento y rechazo, en esa lucha cotidiana por preservar su identidad y mantener viva la esperanza de hallar un noble corazón.

No pude, ni podré saber, nada de lo anterior. Todas estas suposiciones me han dado vueltas en la cabeza una y otra vez, durante meses o años, después de haberlo visto cruzar el bulevar Benito Juárez aquella tarde.

Lo seguí con la vista por unos segundos, al pardear caluroso. Yo esperando el camión frente al Hotel Lucerna, y él intentando ser más veloz que las luces del semáforo. Pero no corrió con tanta suerte. Antes de llegar a la esquina poniente se reinició el tráfico y un auto le golpeó las patas traseras. Su agudo chillido se impuso al ruido citadino y él apresuró el paso.

Siguió por la avenida Independencia y no lo vi más. Quizá el choque no fue tan fuerte que le haya impedido recuperarse. Quizá, así lastimado, habrá hallado el noble corazón que tanto buscaba.

Quizá.

2017

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