Al investigar la esencia de un individuo, una época histórica, una familia, un pueblo, una nación, u otras unidades sociales cualesquiera, habré llegado a conocerla y a comprenderla en su realidad más profunda, si he conocido el sistema, articulado en cierta forma, de sus efectivas estimaciones y preferencias. Llamo a este sistema el ethos de este sujeto. Pero el núcleo más fundamental de este ethos es la ordenación del amor y del odio, las formas estructurales de estas pasiones dominantes y predominantes, y, en primer término, esta forma estructural en aquel estrato que haya llegado a ser ejemplar. La concepción del mundo, así como las acciones y los hechos del sujeto, van regidas desde un principio por este sistema.
El concepto de un ordo amoris tiene así una significación doble: una significación normativa y una significación solamente de hecho o descriptiva. Esta significación es normativa no en el sentido de que la ordenación misma sea un conjunto de normas. En tal caso, no podría ser establecida sino por alguna voluntad —humana o divina—, pero no podría ser conocida de manera evidente. Y justamente existe semejante conocimiento del rango de todos los posibles títulos que para ser amadas poseen las cosas, según su interno y propio valor. Es el problema central de toda Ética. Y lo supremo a que el hombre puede aspirar es a amar las cosas, en la medida de lo posible, tal como Dios las ama, y vivir con evidencia en el propio acto de amor la coincidencia entre el acto divino y el acto humano en un mismo punto del mundo de los valores. El ordo amoris, pues, solamente se convierte en norma cuando, después de ser conocido, se halla referido al querer del hombre y ofrecido a su voluntad. Pero también es fundamental descriptivamente el concepto del ordo amoris. Porque es el medio de hallar, tras los embrollados hechos de las acciones humanas moralmente relevantes, de los fenómenos de expresión, de las voliciones, costumbres, usos y obras espirituales, la sencilla estructura de los fines más elementales que se propone, al actuar, el núcleo de una persona, la fórmula moral fundamental según la cual existe y vive moralmente este sujeto. Por tanto, todo lo que podemos conocer de nosotros de moralmente valioso en un hombre o en un grupo tiene que reducirse —mediatamente— a una manera especial de organización de sus actos de amor y de odio, de sus capacidades de amar y de odiar: al ordo amoris que los domina y que se expresa en todos sus movimientos.
Quien posee el ordo amoris de un hombre posee al hombre. Posee, respecto de este hombre, como sujeto moral, algo como la fórmula cristalina para el cristal. Ha penetrado con su mirada dentro del hombre, allá hasta donde puede penetrar un hombre con su mirada. Ve ante sí, por detrás de toda la diversidad y complicación empírica, las sencillas líneas fundamentales de su ánimo, que, con más razón que el conocimiento y la voluntad, merecen llamarse “núcleo del hombre” como ser espiritual. Posee un esquema espiritual la fuente originaria de donde emana radicalmente todo cuanto sale de este hombre.
Max Scheler, Ordo amoris [1933]
Traducción de Xavier Zubiri
Caparrós, Madrid, 1996, pp. 22-23 y 27