Estudiante es aquel «que realiza un esfuerzo constante» (Goethe) por adquirir una visión global sobre el mundo y el ser humano, así como por forjar un criterio con que valorar todo aquello que le rodea. La posesión de este criterio, que Max Scheler denomina estructura personal, es lo que diferencia al universitario y, también podríamos añadir, a la persona madura. Por eso, “culto” no es el erudito ni el investigador sino
quien posee una estructura personal, un conjunto de movibles esquemas ideales, que, apoyados unos en otros, construyen la unidad de un estilo y sirven para la intuición, el pensamiento, la concepción, la valoración y el tratamiento del mundo y de cualesquiera cosas contingentes en el mundo; esos esquemas anteceden a todas las experiencias contingentes, las elaboran en unidad y las articulan en el todo del “mundo” personal[1].
Es justamente la búsqueda de ese “estilo” personal lo que marca el reto a conseguir en los años de estudiante universitario. Un estilo que se traducirá de mil maneras, desde la vestimenta y el habla, hasta el modo de pensar, juzgar y trabajar. Y que, además, unifica y articula con consistencia el mundo personal. Pues, como dirá Scheler, culto es quien incorpora el saber como parte de su propio ser[2].
[1] Scheler, M., El saber y la cultura [1925], trad. de J. Gómez de la Serna, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1983, p. 85.
[2] Pacheco Gómez, M., “Misión de la Universidad”, Anales de la Universidad de Chile, 6/2 (diciembre 1995), p. 55.
Extraído de Juan Pablo Serra, "Contexto histórico: cada cosa en su sitio",
en M. Lacalle, B. Vila, A. Abellán y J. P. Serra, Grandes libros: Antígona y Gorgias, Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, 2ª ed, 2011.