LA REBELDÍA DE ESTUDIAR: UNA PROTESTA INTELIGENTE
Gerardo Castillo Ceballos
Capítulo 5 — Aprende a motivarte para el estudio
La falta de motivos interiores es una de las causas principales de una voluntad débil para el estudio. Ahora bien, ¿cómo desarrollar un buen motivo para estudiar y, más aún, ¿qué es un motivo?
Los motivos son valores interiorizados
La palabra motivo significa etimológicamente “lo que mueve”. El motivo mueve a la voluntad para realizar o reanudar algo de una forma determinada, pero sólo mueve a la voluntad. Los valores, en cambio, mueven a la persona en su conjunto. Por decirlo de otra manera, el motivo es algo “privado”, pues las mismas acciones se pueden llevar a cabo movidas por distintos motivos en distintas personas aunque, por sí mismas, las acciones realizan los mismos valores; por ello, el valor es “público”, puede proponerse y compartirse.
Para tener un motivo es preciso preferir un valor a otros y hacer de él algo propio. De ahí que el motivo sea un valor interiorizado. Cada vez que uno hace el esfuerzo voluntario de estudiar algo que cuesta es porque ha visto un valor intrínseco en la realización de esa tarea. A la vez, se aprecia ese valor porque está relacionado con alguna de las necesidades personales. Los valores (si son verdaderos e importantes) impulsan al hombre a ser más y mejor, a superarse continuamente.
Aprende a descubrir valores
Si uno no aprende a descubrir valores, no podrá contar con motivos propios y duraderos para hacer lo que debe. Ahora bien, no deben confundirse los valores con los objetivos prácticos que uno se propone conseguir, ni entender como valor algo que se presenta como un valor “reducido”. Para descubrir valores hay que considerar las necesidades de la persona en las diferentes etapas de su vida: infancia, adolescencia y juventud.
El niño (6-11 años) quiere, por encima de todo, saber y sentirse incluido. En la tercera infancia aparecen las necesidades sociales, de pertenecer a un grupo de compañeros y de recibir la aprobación de las personas queridas. Esta también es la edad del saber, el niño quiere saber todo de todo y esa necesidad está relacionada con valores como la verdad, la cultura, el trabajo, la perseverancia… Por ello, en esta etapa la unión de la necesidad de saber con la necesidad social suscita los motivos para el estudio propios de la infancia: tener más prestigio ante los compañeros, obedecer a los padres y profesores, aprender cosas prácticas útiles para la vida, encontrar respuestas concretas a las preguntas, la satisfacción de la tarea bien hecha y del deber cumplido.
El adolescente (12-16 años) lo que busca es ser alguien y ser querido. En la adolescencia surgen propiamente las necesidades del yo, la necesidad de ser alguien y sentirse comprendido, valorado, aceptado y querido. Además, se tiende a obrar en función de valores afectivos, por lo que —en muchas ocasiones— son este tipo de necesidades unidas a valores más interiores (verdad, autenticidad, valentía) los que conforman la base para motivar el estudio en el adolescente.
El joven (17-25 años) persigue dar una forma acabada y perfeccionar su persona. En la edad juvenil surgen las necesidades de autorrealización y el interés por perfeccionarse como persona, de ahí que la conducta del joven se da en función de valores que dan sentido a la vida (la verdad, la belleza, la bondad) y que orientan a la búsqueda de la sabiduría, la felicidad y la armonía. También es ahora cuando más se valora la autenticidad, el poder contar con un fondo personal e intransferible del cual surjan las acciones y decisiones. Puesto que es en esta etapa cuando se establece una jerarquía personal de valores (morales, estéticos, sociales, físicos, materiales), es el momento de descubrir en plenitud para qué me sirve estudiar.
Aprende a conocer y a mejorar tus motivos para el estudio
A lo largo de estas etapas, se van sucediendo una serie de motivos que pueden mejorar el estudio y que van desde el conseguir una recompensa (motivación extrínseca), desarrollar la personalidad y aprender algo nuevo (motivación intrínseca), y servir a los demás (motivación extrínseca). Lo cierto es que, cuando un estudiante se propone realizar una tarea concreta, puede sentirse impulsado por los tres tipos de motivación. De la conformación de su personalidad dependerá cuál de ellos prime sobre el resto.
Para desarrollar la capacidad de interesarse por los temas que uno estudia, es útil y beneficioso que haya un cierto interés inicial hacia ese tema. Ciertamente, no es imprescindible que lo haya, pues ese interés puede cultivarse, pero, de hecho, es una experiencia común el comprobar cómo, cuando una asignatura se deja de lado, nunca llega uno a interesarse por ella. En otras palabras, el interés hay que trabajárselo. Además, cuanto más se conoce y comprende una materia, cuanto más sentido se le encuentra, mayor es el interés que despierta. Y, por último, la satisfacción que produce el haber aprendido algo se convierte en una motivación para aprender más.
Usa recursos para despertar el interés por las materias de estudio
Que despierte el interés por una materia de estudio depende del esfuerzo que uno invierta en intentar comprender la finalidad de cada tarea que se realiza para estudiarla (pues al descubrir el porqué de cada tarea, surge en ti el interés por realizarla). También depende de que se estudie relacionando y no aprendiendo cosas sueltas. Además conviene conocer pronto los resultados del aprendizaje, comprobando qué es lo que has aprendido en cada tema de estudio. Por otro lado, ese interés se mantiene al aplicar lo que se estudia a situaciones prácticas. Por último, la curiosidad se fomenta con preguntas sucesivas y la disposición a aprender nuevas respuestas que contesten a las preguntas iniciales, lo que a la larga hará que el contenido cobre más “sabor” para ti.
Resumen elaborado por: Sorkunde Jáuregui, Gema Mielgo y Patricia Barrenengoa
Reelaboración: Juan Pablo Serra