Hoy en día, el hombre ha dejado de asombrarse y, por ende, de preguntarse acerca de las razones profundas de muchas cosas. Algunos pensadores han mostrado su preocupación y han escrito sobre el tema.
Por ejemplo, Julián Marías señala en alguno de sus libros que el hombre de nuestro tiempo, rodeado de una infinidad de aparatos, ejecuta gran cantidad de operaciones sin saber cómo funcionan esas máquinas. Simplemente se dedica a apretar teclas: “Casi nadie tiene ni la menor idea de cómo todo esto funciona, por ejemplo de cómo en un segundo se puede tener la raíz de un número, apenas posible por procedimientos matemáticos normales. Esto quiere decir algo muy grave y en lo que rara vez se piensa: el hombre de nuestro tiempo ejecuta constantemente operaciones sin inteligibilidad. Renuncia a entender, confiado en el éxito, en la eficacia, sin preocuparse de más, sin sentir siquiera curiosidad por comprender cómo pasa todo lo que se utiliza a diario.”[1]
Lo que preocupa a Marías de este pragmatismo salvaje es la consecuencia de esta nueva situación: “Creo —nos dice— que la consecuencia más inquietante de esta situación, enteramente nueva, agudizada en los últimos decenios, es que el hombre deja de hacerse preguntas. No porque esté seguro, sino por una curiosa y extrañísima omisión. El núcleo de la actitud que se va imponiendo y generalizando es que no se ve como persona responsable, con dudas, problemas, fines, deberes”[2].
[1] J. Marías, Razón de la filosofía, Alianza editorial, Madrid, 1993, p. 46.
[2] Ibidem., p. 47.