Tarea y trabajo

Habría que distinguir entonces la tarea, que es una ocupación de la que el fondo de la mente puede distraerse, del trabajo aplicado en el que se entrega uno, al menos tanto como se puede. Este último, que comporta alegrías y sufrimientos entrelazados, como todo don del ser entero, debería merecer él solo el duro nombre de trabajo. Payot tenía razón al decir: El tiempo del verdadero trabajo es duro. Y refutaba los casos de los grandes trabajadores conocidos en las Letras, mostrando que a menudo lo que llamaban trabajo consistía en una labor de braceo, de agitación regulada, de torpeza erudita; en suma, de todo lo que constituye la trama de toda existencia casera y que se resume en la bella palabra de tarea. Payot nos habla de Zola o de Flaubert; nos presenta a estos centauros trabajando durante diez horas seguidas, no porque hiciesen un esfuerzo continuo, sino porque habían sabido mecanizar su operación o porque se detenían escogiendo la palabra más adecuada. Su verdadero trabajo consistía entonces en el ejercicio del gusto, lo que exige mucho tiempo sabiamente perdido y mucha indolencia: la contención lo estropearía todo. Pero no confundamos los géneros. La tarea o el discernimiento no son trabajos en el sentido puro que yo le doy a esta palabra que implica una movilización total del ser. Se trataría, al menos para los que comienzan, de no engañarse a sí mismo, llamando esfuerzo a lo sólo es su caricatura, su huella o su preparación. Encender las velas no es decir la misa.

Jean Guitton, El trabajo intelectual [1951], Rialp, Madrid, 1999, p. 40

Esta distinción entre tareas y trabajo intelectual es tan intuitiva como útil para comprender algo elemental, y es que hay que saber mecanizar las tareas para que no ocupen todo el tiempo y dejen lugar para la actividad realmente creativa, que es el trabajo intelectual. Algo parecido ocurre en los trabajos profesionales y también en los artísticos. Como se observa en el siguiente clip -extraído del making of de la película Alfie (2004)-, hacer una película conlleva mucha preparación: realizar storyboards, buscar localizaciones, contratar actores, revisar aspectos técnicos, etc. Muchas de estas tareas es muy posible que no se lleven a la pantalla, pero, como dice Charles Shyer, dan confianza. Además, ahorran tiempo, esto es, liberan tiempo, para que uno pueda dedicarse a lo que es más creativo (que, en el caso de la dirección de cine, es la dirección de actores).