Maestros y discípulos: cómo elegir un buen profesor
Juan Pablo Serra
—Guía de estudio—
Si observamos con atención aquello que hacen los mejores estudiantes universitarios, veremos que una de las claves de su éxito reside en que buscan, encuentran y aprenden de auténticos maestros. Es decir, aprovechan lo que puede dar de sí una relación educativa, aquella que se da a través de “la conversación interesante sobre algo interesante” y que “encuentra su lugar privilegiado cuando atendemos dialógicamente a una realidad que nos enriquece y que es merecedora de esmerada atención” (Barrio 2009: 13).
Los diálogos platónicos son, seguramente, el lugar de la literatura occidental que mejor ejemplifican este hecho, pues ofrecen numerosas situaciones de conversación interesante sobre temas interesantes. Cuando Sócrates dialoga con Fedro sobre un discurso acerca del amor, lo primero que hacen es buscar un lugar idóneo, caminando por la orilla del río Iliso. Después de forzar a su amigo Sócrates a que dé un discurso sobre el amor, éste amenaza con irse, pero Fedro le detiene.
Fed.— No, Sócrates, todavía no; no antes de que se pase este bochorno. ¿No ves que ya casi es mediodía, y que está cayendo, como suele decirse, a plomo el sol? Quedémonos, pues, y dialoguemos sobre lo que hemos mencionado, y tan pronto como sople un poco de brisa, nos vamos (242 a 4-8).
Platón nos muestra lo que sería una situación pedagógica ideal. Quizá sea difícil que en el día a día acontezca una situación así, en que un alumno pide a su maestro que se quede (“todavía no”) (Meirieu 2006: 36-37). No obstante, forma parte de la excelencia universitaria el dejarse guiar por grandes profesores. Buscar maestros no es sólo algo que un estudiante lleva a cabo por razones utilitarias o de mera conveniencia. Responde a un anhelo humano de encontrar un verdadero “amigo”, una compañía con la que recorrer el camino de la vida (y de la vida en la Universidad) y que nos de seguridad en cada paso.
A grandes rasgos ¿quién es maestro? Aquel que da su vida educando y que, a través de una amistad, testimonia una serie de certezas para que el discípulo llegue a ser todo lo que está llamado a ser.
1. Aquel que no sólo da información y conocimiento, sino que entrega su vida, ni más ni menos: aquel que da lo que tiene. Y que lo hace para que otro sea él mismo. Como escribe Gerardo Diego en su poema “Brindis”:
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño (Diego 1991: 141).
2. ¿Cómo? Educando. Maestro es toda persona que, mediante su experiencia, introduce en la realidad según la totalidad de sus factores. Al fin y al cabo, educar no es más que esto: introducir a alguien en la realidad, es decir, en el significado de las cosas, según la definición de Jungmann. Pero, para que esto sea posible, primero ha de asumir y hacer ver que la realidad tiene significado, que no es indiferente.
Por tanto, quien educa no reduce la realidad a dos o tres datos o ideas, sino que mira… a la realidad misma. Es en este sentido que el maestro transmite y lleva a la esencia de las cosas. “Educar no es informar, es formar, dotar al discípulo de unos valores que le permitan abrir los ojos de una manera gratuita hacia las cosas altas, lo valioso, lo bueno” (Aranguren 2004: 49). ¿Qué hace falta para que esto se dé? La primera premisa de toda relación educativa: asumir que la realidad tiene significado y que el significado es un dato que encontramos y descubrimos en la realidad, no algo que inventamos.
Resulta muy ilustrativo a este respecto lo que cuenta la violinista Anne-Sophie Mutter en una reciente entrevista sobre su maestro Herbert von Karajan, quien precisamente fue “maestro” y no sólo instructor por llevar a Mutter a la esencia de las cosas: “Karajan me descubrió a ver la música más allá de mi propio violín. Me enseñó a llegar a la esencia de la partitura. Era un cambio de perspectiva en beneficio de la totalidad y en beneficio igualmente de la comprensión del compositor”. De hecho, gracias a haber aprendido con Karajan, Mutter reconocerá que toca mejor a Bach, “pienso que ahora estoy más cerca de la esencia y de la transparencia de su música, una música fuera del tiempo” (Amón 2004). Por tanto, Mutter admite que ahora al tocar a Bach es capaz de ofrecer no “su” interpretación de la partitura de Bach, sino ¡la del propio Bach!
El maestro abre perspectivas, te enseña a ver —junto a él— la realidad total y, con él, aprendes que comprender algo realmente es ir más allá de “tu propio violín”, de tus propias ideas preconcebidas (o la falta de ellas) y de lo que la sociedad o el pensamiento dominante dicen. Para ello, el maestro revive la tradición, pues el vínculo con la tradición y con la hipótesis interpretativa de la vida que de ella nace hace que la educación no sea abstracta, sino concreta.
3. El maestro educa a través del intercambio, a través de una relación entre libertades. Es decir, no sólo da sino que también recibe, “sabe hacer preguntas, crear la ficción de que es él quien necesita de una explicación y quien se ha metido en esa aula para aprender” (Aranguren 2004: 47). En este sentido, más que el saber en sí mismo, el maestro transmite el deseo de saber, “mostrando su propia actitud de búsqueda” (Barrio 2009: 54).
Por otra parte, como ha repetido Nubiola, los mejores profesores “son aquellos que quieren a sus estudiantes, quieren que crezcan y ponen al servicio de ese objetivo toda su ciencia y todos sus afanes” (Nubiola 2007: 23). Es decir, que el maestro, sobre todo, educa en una relación de amistad, pues “querer a una persona es educarla. Y, a la inversa, educar no es posible sin un cierto grado de amistad” (Barrio 2009: 83). Quizá porque lo más vivo, lo más fundamental —que no es otra cosa que los porqués, los significados de la realidad y de la existencia— sólo es comunicable mediante una relación empática, en la intimidad. En este sentido, ha dicho Steiner, “enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital un ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir” (Steiner 2004: 26). ¿Para qué? Para despertar los anhelos más profundos del corazón del educando. Si algún bien proporciona el contacto con los grandes libros y las grandes propuestas culturales es justamente el de humanizar al educando, reavivando los anhelos y exigencias más profundas de su corazón (felicidad, verdad, belleza, justicia, amar y ser amado…).
4. Además, el maestro actúa no tanto por ganar un salario ni por “cumplir”, cuanto por vocación, por la necesidad de responder ante un encargo para toda la vida, y de testimoniar la certeza de que la vida sí tiene sentido. Por eso es que Meirieu puede afirmar que enseñar no es otra cosa que transmitir la alegría del descubrimiento. En las manos del maestro “está la capacidad de entregar a la siguiente generación un testimonio lleno de sentido” (Aranguren 2006: 70). Por tanto, es inconcebible un maestro que no comparta aquello que ha estudiado, que conoce, que cree y que da sentido a su propia vida. Steiner, a este respecto, trae a colación el modo en que Ovidio describe a Pitágoras:
se acercó con su mente a los dioses, y las cosas que la naturaleza negaba a la contemplación humana las extrajo con los ojos del espíritu. Y cuando había estudiado todas las cosas con su mente y vigilante preocupación, las entregaba a todos para que las aprendieran, y a la multitud que guardaba silencio (Steiner 2004: 25).
5. Por último, maestro es aquel que pone una “obsesión” en el camino de los alumnos. ¿Cuál? La de llegar a ser quien eres. “Un maestro es aquel que «pone una obsesión en el camino de sus alumnos», logrando transmitir la invitación a que piensen por sí mismos, a que afronten de verdad la vida desde la perspectiva de una personalidad propia, no masificada, «prestándoles un libro, quedándose después de clase, dispuestos a que vayan a buscarlos» y, yo añado, decididos a ir en su busca” (Aranguren 2006: 74). El maestro, por tanto, despierta el “don” que posee y el “don” que es un niño o adolescente.
Referencias bibliográficas
Amón, Ruben (2008). “El dogmatismo es el fin de la música, me parece pretencioso e innecesario” (entrevista a Anne-Sophie Mutter), El cultural (El Mundo), 2 octubre 2008.
Aranguren, Javier (2004). “Educar no es proyectar”, Nuestro Tiempo, 606 (diciembre), 42-49.
——— (2006). “Lecciones de los maestros”, Nueva Revista, 106 (julio-septiembre), 69-74.
Barrio, José María (2009), El balcón de Sócrates: una propuesta frente al nihilismo, Rialp, Madrid.
Diego, Gerardo (1991). “Brindis” [1925], en Antología de la Poesía española del siglo XX, M. Díez y M. P. Díez (eds.), Istmo, Madrid, 139-141.
Meirieu, Philippe (2006), Carta a un profesor joven, Graó, Barcelona, 2006.
Nubiola, Jaime (2007), “Profesores que quieren aprender”, NewsUIC, X aniversario, septiembre, 23.
Platón, Diálogos III, Gredos, Madrid, 1997.
Steiner, George (2004). Lecciones de los maestros, Siruela, Madrid.