La “Ética” aparece por primera vez, junto a la “Lógica” y la “Física”, en la escuela de Platón. Estas disciplinas surgen en una época que convierte el pensar en “filosofía”, la filosofía en eπιστήμη (ciencia) y la ciencia misma en cosa de escuela y de empresa escolar. En el tránsito a la filosofía así entendida nace la ciencia y desaparece el pensar. Los pensadores anteriores a esa época no conocen ni una “Lógica” ni una “Ética”, ni la “Física”. Y sin embargo su pensar no es ni ilógico ni inmoral. La φύσις la pensaron, no obstante, con una profundidad y una amplitud que ninguna “Física” posterior consiguió jamás alcanzar. Las tragedias de Sófocles comprenden el hθος más originariamente que las lecciones de Aristóteles sobre “Ética”, si fuera lícita semejante comparación. Un dicho de Heráclito, que sólo consta de tres palabras, dice algo tan sencillo que en él se pone inmediatamente de manifiesto la esencia del ethos.
El dicho de Heráclito reza así (frag. 119): hθος anθrvpv daimvn. Se suele traducir en general: “su carácter es para el hombre su demonio”. Esta traducción piensa de modo moderno, pero no griego. hθος significa estancia, lugar de residencia. El vocablo designa el recinto abierto en el que el hombre habita. Lo abierto de su estancia deja que aparezca lo que corresponde a la esencia del hombre, lo cual, por tanto, al llegar se detiene en su cercanía. La estancia del hombre contiene y protege la llegada de aquello que le pertenece al hombre en su esencia. Esto, de acuerdo con las palabras de Heráclito, es el daimvn, el dios. El dicho dice: el hombre, en la medida en que es hombre, vive en la cercanía del dios. Con este dicho de Heráclito coincide una historia que relata Aristóteles (De part. anim. A 5, 645a 17). Reza así:
De Heráclito se cuentan unas palabras que dijo a unos extranjeros que querían serle presentados. Al acercarse vieron cómo se calentaba junto a un horno de pan. Se quedaron sorprendidos y esto, sobre todo, porque él les animó a ellos, indecisos, a que entraran con estas palabras: “también aquí hay dioses”.
El relato habla por sí mismo, pero, con todo, hay algo que destacar.
La multitud de los visitantes extranjeros, en su impertinente curiosidad por el pensador, se encuentra en el primer momento de su llegada decepcionada y desconcertada. Cree que tiene que encontrar al pensador en circunstancias que, frente a la habitual manera de vivir de los hombres, tengan todos los rasgos de lo excepcional y de lo raro y, por lo tanto, de lo sorprendente. Con su visita al pensador la multitud espera encontrar cosas que, por lo menos durante algún tiempo, ofrezca materia a una charla entretenida. Los extranjeros que quieren visitar al pensador esperan acaso verle justo en el preciso momento en que, sumido en profunda meditación, piensa. Los visitantes quieren “vivir” esto, no para ser tocados por el pensar, sino para poder decir que han oído y visto a uno del que a su vez se dice que es un pensador.
En lugar de esto los curiosos encuentran a Heráclito junto a un horno de pan. Este es un lugar plenamente cotidiano e insignificante. Ciertamente aquí se cuece el pan. Pero Heráclito no se encuentra junto al horno de pan ocupado en cocer el pan. Está aquí solamente para calentarse. Muestra así en ese lugar tan cotidiano toda la precariedad de su vida. La visión de un pensador que tiene frío ofrece poco interés. Con esta decepcionante visión los curiosos pierden asimismo las ganas de acercarse más. ¿Qué han de hacer ahí? Este acontecimiento cotidiano y sin gracia de que alguien tenga frío y esté junto al horno lo puede encontrar cualquiera en cualquier momento en su propia casa. ¿Para qué, pues, han de buscar un pensador? Los visitantes se disponen a marcharse. Heráclito lee en su rostro su curiosidad decepcionada. Sabe que en la multitud la ausencia de una sensación esperada basta para empujar de inmediato a los recién llegados a volverse. Por eso los anima. Les invita expresamente a entrar con las palabras: einai gar kai entauqa qeouz , “también aquí hay dioses”
Estas palabras colocan la estancia (hqoz) del pensador y su actuar a otra luz. Si los visitantes entendieron inmediatamente esas palabras o si, en general, alcanzaron a entenderlas y a ver por tanto todo de manera diferente a esta otra luz, es cosa que no dice el relato. Pero el que esta historia haya sido contada y nos sea transmitida todavía a nosotros, gentes de hoy, supone que lo que cuenta procede de la atmósfera de ese pensador y que la caracteriza. kai entauqa, “también aquí”, junto al horno, en este lugar corriente, donde toda cosa y toda circunstancia, todo obrar y todo pensar es conocido y usual, es decir, seguro, “también aquí”, en el recinto de lo seguro, einai qeouz, resulta “que hay dioses”.
hθος anθrvpv daimvn, dice Heráclito mismo: “la estancia (segura) es para el hombre lo abierto a la presencia del dios (de lo inaudito)”.
Ahora bien; si, de acuerdo con el significado fundamental de la palabra hθος, el término Ética quiere decir aquel pensar que piensa en la estancia del hombre, entonces aquel pensar que piensa la verdad del ser como el elemento original del hombre en cuanto existente, es ya en sí mismo la Ética originaria.
Martin Heidegger, Carta sobre el Humanismo [1947], 354-356
Traducción de Juan Miguel Palacios