Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 62

ESTA VEZ, UNA HISTORIA PROPIA. Y BIEN REAL

¿QUE LAS HAY? ¡LAS HUBO!

Aunque respeto el derecho de tener cualquier creencia por absurda que parezca, siempre tomé prudente distancia de los que creían en las ánimas.

Hasta diciembre de 1969.

Ese mes había terminado de cursar el penúltimo año de abogacía en La Plata. Y antes de emprender el regreso a Gualeguaychú, me quedé unos días, de colado en la casa de calle 44 N° 911 donde vivía Milcíades José Zuluaga. También moraban allí, Jorge Grande Coco”, de Roque Pérez (Pcia. de Bs. As) y “ChicheIrigoytía de Gualeguaychú. 

Conocía esa casa desde unos cinco años antes. Allí había vivido antes, otro amigo: José María Villanueva, quien meritoriamente se costeaba la carrera de abogacía con el oficio de fotógrafo. Hacía las revelaciones en una habitación alta que después habitó Pipo Fischer, por entonces estudiante de Bellas Artes. Y en ese singular cubículo que conservaba la decoración de paredes hecha por Pipo, me alojaba yo como huésped por aquellos días.

Una noche, después de cenar, Coco y Chiche se fueron al cine. Con José nos quedamos alargando la sobremesa y entre otros temas cotidianos, me hizo un relato que en principio tomé como una de sus habituales ocurrencias para pasar el rato. Me dijo muy serio, que esa casa tenía una historia trágica porque el gordo Villanueva había matado allí una persona. 

Obviamente no le creí, pero seguí escuchando el relato para ver adonde quería llegar. José abría los ojos bien grandes cuando me contaba -lleno de asombro, como para transmitirme su miedo- que algunas noches, según la posición de la luna, se escuchaba la voz del muerto clamando por el malo de Villanueva.

Al levantarnos de la mesa me pidió que por esa noche yo durmiera en la habitación de abajo así el estudiaba más tranquilo en la de arriba. Me tiré entonces en su cama a leer el Clarín, lo que hice con gran contracción, a punto tal, que inicialmente no le di importancia a algunos ruidos. Más bien me habían parecido los normales de una silla que se mueve en la habitación alta.

No habían pasado quince minutos, cuando baja José y me pregunta un tanto alarmado:

- No sentiste unos ruidos raros acá abajo?

- Si, pero no le di bolilla porque me parecía que eras vos con la silla…

- Pero si yo estaba estudiando en la cama…

Pues bien, José subió, yo retomé mi lectura y al rato siento el mismo ruido.

Tampoco le di mucha importancia, pero esta segunda vez José bajó presuroso y más decidido.

- Bueno, no quería alarmarte, pero como no es la primera vez que pasa, te lo tengo que decir: es el ánima del muerto que cada tanto clama por Villanueva

Y uniendo la acción a la palabra volvió con un crucifijo y una vela para espantar los malos espíritus con unas acciones y gestos rituales.

- Quedate tranquilo, con esto se calma por un rato.

En realidad yo estaba tranquilo porque además, sabía que José era un bromista de aquellos.

Pero no me duró mucho tiempo.

A pesar de que seguía leyendo el diario mientras los ruidos eran acallados por los ritos del improvisado exorcista, en un momento mi actitud cambió. Justo en el momento en que bajo la hoja para hacer una pausa y mi vista se encuentra con una cómoda que estaba frente al pie de la cama.

¡Se movía al unísono con los ruidos!

A partir de ahí presté más atención y entonces fui consciente de que los raros sonidos, efectivamente no venían de arriba, aunque me costaba ubicar su confuso origen.

Y algo más cambió: ahora era yo el que lo llamaba a José para que bajara con la vela y el crucifijo.

Cada vez que bajaba, los ruidos amainaban pero al rato volvían aumentados. Y no sólo en volumen: en un determinado momento se aquietaron los provenientes de golpes y entonces pude percibir algunas voces, en principio inentendibles. Pero enseguida capté claramente una lejana letanía:

- Villanueeeevaaaaaa……

- Villanueva, me mataaaassteeee...

Lo que siguió fue para mí un infierno: no sólo se movía la cómoda, sino las sillas, la cama y la mesa de luz, mientras la voz del ánima no dejaba de atormentarme con acompañamiento de cadenas.

José mismo, en un momento se dio por vencido y abandonando el crucifijo y la vela se fue al patio, por lo que pensé que él también era presa del pánico.

Hasta que no aguanté más y le dije:

- Disculpame José pero yo quiero descansar, así que me voy a mi departamento.

Intentó convencerme de que todo iba a terminar, pero como me vio muy decidido aprontando mis petates, tomó otra decisión: corrió la cama, abrió una tapa que había en el piso y así pude ver con sorpresa cómo salían a las carcajadas Chiche y Coco (que obviamente no habían ido al cine) desde un sótano cuya existencia yo ignoraba.

Con ellos, emergía la parafernalia de instrumentos que había bajado “la producción” de la broma: linternas, cadenas, tachos, ollas, palos y los cuchillos con los que movían desde abajo los muebles, a través de las hendijas del viejo piso de pino tea.

Claro, después empecé a “atar cabos”: a partir de que fui yo el que pedí que bajara para exorcizar, él habrá pensado: “te tengo, ya entraste…” Después me confesó que cuando se fue al patio era porque no aguantaba la risa.

¿Si me enojé? Al contrario; muchas otras bromas las habíamos pergeñado juntos, como cuando lo metimos preso a Garay y otras similares. Pero esta vez me tocó caer a mí y no solo la acepté, sino que me rendí sumiso ante un auténtico maestro del humor y muy creativo.

Por eso desde entonces, cuando me hablan de ánimas, digo que efectivamente para mí, las hubo. Si, las hubo por un rato hace medio siglo.

Eso sí: creo en el destino de las personas y el mismo José es un ejemplo: no habían pasado dos años cuando él, con su flamante título de farmacéutico, se hacía cargo en Rosario del Tala, de la farmacia que antes perteneciera al más grande genio del humor que pasó por Entre Ríos: Cecilio Errazquin (a) el boticario loco.

Por lo demás, los moradores de aquella casa no pasaron en vano por la vida: Chiche se graduó abogado, se quedó por allá e hizo como tal, una meritoria carrera en el servicio penitenciario de Buenos Aires. Pipo hizo una trayectoria artística de relieve internacional como Pipo Pescador.

Los demás volvimos a nuestros respectivos pagos; Coco a Roque Pérez, donde fue farmacéutico e Intendente; José María Villanueva ha sido un empresario exitoso y dirigente de prestigio. José fue Intendente de Rosario del Tala y yo, si bien le anduve cerca al honroso puesto, por otra broma lo fui sólo por un día (eso es otra historia) y he quedado aquí para contar ahora aquella broma inolvidable.

Como ven, acá también contamos “las perdidas”. 

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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