Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 56

LOS LAVIGNA 

Introducción

Aunque su origen se remonta hasta antes de la década del 50, no podemos dejar de recordar este singular reducto, que comenzó como carnicería y terminó como un boliche muy social y hasta culturoso, como se estilaba en la época.

ESQUINA CON HISTORIA

Allá por los años treinta, la esquina de Montevideo y Paraná (hoy Doello Jurado) ostentaba sabor tradicional, por los tres locales comerciales que allí existían: la Fonda de Rippa, en el ángulo SO; el Almacén de Don Benjamín Vega (con cancha de bochas), en el NO y la Carnicería de Lavigna, en el SE. La esquina restante era ya ocupada por la cancha de deportes de la Escuela Normal. Hoy sólo queda de esos tiempos la canchita. Es en la Carnicería, donde detendremos ahora nuestra atención.

Don Bernardo Lavigna vino a romper con el pasado peluqueril de aquel lugar. Porque antes había funcionado allí la peluquería de Cardona y más antiguamente la de Cepeda, que afeitaba con gilletes porque no tenía navaja.

UNA CARNICERÍA MUY POLÍTICA

¿Y en que se diferenciaba esta carnicería de las otras de su tiempo, para figurar en este rescate? Pues era esta una “carnicería política” y aunque parezca increíble, de a ratos ¡literaria!

En aquella década, el radicalismo se dividía en personalistas y antipersonalistas. La primera de ambas denominaciones correspondía a los seguidores de don Hipólito Yrigoyen. Era común entonces, y el hábito persistió hasta la década siguiente, que las distintas facciones políticas tuvieran determinados puntos de reunión, generalmente boliches.

Lo que resulta llamativo, es que se eligiera una carnicería para estos menesteres. En realidad no tendríamos que extrañarnos, porque los fundadores de nuestra patria se juntaban en una jabonería. Se da por descontado que los concurrentes a lo de Lavigna, no utilizaban el lugar para conspirar: las reuniones eran abiertas, públicas y a la luz del día.

MEDIODÍAS ANIMADOS

Don Bernardo era capataz del Matadero Municipal, que funcionaba en calle Suipacha (hoy Perón) al Sur, frente al Frigorífico. Al terminar la jornada al filo del mediodía, los obreros venían hacia el centro en sus bicicletas, trayendo achuras para la siempre pronta parrilla de Don Bernardo. Entonces se armaban animadas reuniones, entre naipes, vasos de vino y esa algarabía tan común a los boliches de la época, cuando se juntaban barras grandes a la salida del trabajo. A veces la picada comenzaba en las cercanías del Matadero, a media mañana. Era costumbre por entonces, que cuando promediaba la faena, se acercara la gente humilde de aquella zona, o del Munilla, entre la que se repartían las menudencias, actitud solidaria que fue desapareciendo con el tiempo.

ENRIQUE GUTIÉRREZ,"EL DOCTOR"

Lo más granado de la dirigencia radical (personalistas), se daba cita en las amplias dependencias de la carnicería de Lavigna, que como anexo, tenía sobre calle Montevideo, una cancha de bochas. Empezamos por el más característico de aquellos personajes: el Doctor Enrique Gutiérrez. Abogado de nota, político de raza, asiduo concurrente a las carreras de caballo, alternaba en todos los ambientes, donde era bastante conocido y respetado. Eran los tiempos en que los doctores eran Doctores y no como ahora, en que a los abogados recién recibidos, cualquier cliente los trata de “che pibe”.

Se recuerda a don Enrique con su proverbial figura galana, adornada con el infaltable sombrero rancho, sus trajes grises cruzados de impecable corte, camisa de seda y moño al cuello, lentes impertinentes sin patillas, pañuelo de tres puntas finamente arreglado, zapatos de pulquérrimo brillo, bastón en una mano y en la otra el infaltable portafolios. Era "el doctor" por antonomasia, y se movilizaba en mateo, conducido por su inseparable amigo Arístides Crisaldo, mas recordado como “Chinganga”, o bien en coches de alquiler. Cuando caminaba, era característico su andar acompasado, ya sea al ingresar a tribunales o al bajar en el hipódromo con sus binoculares. Atento y ceremonioso, el doctor tenía mil recursos para ganar amigos y generar adhesiones, sin distinguir fortunas ni edades. Una vez, quien esto escribe llegó a cortarse el pelo a lo de don Ceferino Lapalma, que terminaba de afeitar prolijamente al Doctor. Yo tenía por entonces quince años, y la precoz incursión política -en un partido que no era el de don Enrique- me había valido el apelativo de “Jefe”, que paternalmente él me adjudicara. Terminado el corte de pelo, al momento de pagar, me sorprendió la respuesta de don Ceferino:

-No me debés nada pibe; tu corte ha sido abonado por el doctor.

¡ECHARÉ RAÍCES!

Este es su dicho anecdótico más recordado en el tribunal. En una oportunidad, el Doctor se cruza con un señor, justo en una puerta que admitía el paso de uno solo por vez. Y en el cordial encuentro, se registró este breve dialogo:

-Pase usted Doctor.

- No mi amigo, pase usted…

- Primero usted doctor..

- De ninguna manera! de aquí no me muevo..¡echaré raíces!

Y asÍ se plantó hasta que pasó el otro.

OTROS CONSPICUOS CONCURRENTES

Habíamos dicho que la variada y prominente clientela de la carnicería de don Bernardo Lavigna, fue una de las razones de su renombre. Lo selecto de la dirigencia yrigoyenista, gente de letras, poetas, cantores, profesionales, comerciantes, trabajadores -y algún desocupado- amaban aquellas tertulias y compartían sin mayores distinciones de rango, ese sitio de reunión.

Otros personajes además del doctor, contribuían con su prestancia, como don Eduardo Seguí Duportal, quien se imponía por el señorío de su figura. Se trasladaba en su coche de caballos con impecable atuendo: sacos negros, pantalones a rayas, polainas y sombrero tipo galera.

También eran del ambiente, don Clemente Collado, Ubaldino Aguirre, Mariano Acosta, Camilo y Pedro Fernández Oyamburu los (Cocos) Piaggio, los Irazusta -Julio y Rodolfo-, Clodomiro Cepeda, el Negro Manrique y Sixto González, estos últimos conformaban el circulo áulico de "la gente del doctor".

LA GENTE "DEL DOCTOR"

Nuestra política criolla, desde remotos tiempos, se nutrió del caudillismo cuya evolución asume distintas manifestaciones. Aunque la atracción carismática de estos personajes -aglutinantes de adhesiones ciudadanas- se mantuvo incólume con los años, el ropaje exterior fué evolucionando desde el chiripá o la bota de potro, hasta las polainas y el chaleco, pasando por la levita y el bastón.

Y lo que un siglo antes había significado pertenecer a las huestes montadas de algún caudillo cerril, después fué acto de adhesión al estrecho círculo de "el doctor". Estos típicos exponentes de nuestra vida cívica de antaño, quedaron registrados en algunas estrofas de Héctor Gagliardi, o en las historias regionales, como el caso de los más salientes: Barceló, en la provincia de Buenos Aires, Cantoni en San Juan o Lencina en Mendoza, aunque no necesariamente fuesen doctores.

Ser "gente del doctor" suponía en aquellos ambientes un envidiable status de impunidad, que otros no tenían y los ponía a resguardo de cualquier redada o bien los habilitaba para ciertos menesteres, sobre los cuales la policía hacía "la vista gorda".

Si la "arriada" de esta gente resultaba inevitable o si algún milico no estaba en la pomada, una simple llamada de "el doctor", les permitía recuperar la libertad antes que otros.

Pero estas licencias, a la vez imponían ciertos "deberes" que había que cumplir al pié de la letra: estos iban desde alguna actuación especial en el mundo comiteril, hasta su participación como testigo falso en la vida tribunalicia.

"LOS ANGELITOS"

Contiguo a la carnicería de don Bernardo, sobre calle Paraná, funcionaba por aquel entonces el Bar y Comedor "Los Angelitos" que regenteaba su hermano, Lalo Lavigna

Este era como muchos propietarios de boliches de aquel entonces, una especie de caudillo, que ejercía su liderazgo desde el mostrador. Con su particular modo de ser, acriollado, le otorgaba un estilo franco y campechano al lugar donde los parroquianos se sentían como en su casa. Y sin olvidarnos de su mandadero: era Araujo, a quien hemos recordado en cuanto a las dificultades que su habla le causaba al disfrazarse.

Los asiduos concurrentes de "Los Angelitos" eran en parte, los mismos de la carnicería. Pero también debemos destacar, entre los más caracterizados, a Licho Angio, Camilo Fernández, Miguel Angel Chacón, Arturo Salas, Carlitos Rossi, Pato Luciano, Alfredo Durand Thompson, Juan C. Fernández, Rubén Peralta, Tuca Salas, y algunos jovencitos como Bebe Rossi, Petete Laxague Juan Luis Zuluaga, Chato Luciano y los Castagnino.

Si bien el comedor funcionaba todo el día, eran las veladas nocturnas las que le daban renombre.

Es que los noctámbulos de entonces, se habían acostumbrado a pasar por el comedor a la salida de los bailes, ya que el mismo no tenía limitaciones en cuanto al horario, y gozaba de ciertas licencias que posibilitaban una franca diversión.

Las reuniones más usuales eran las cenas de homenaje y festejos diversos. Muy especialmente, las infaltables despedidas de solteros "a todo bueno".

Baste como ejemplo, el ágape con que la barra de amigos agasajó al recordado "locutor, caballero y deportista" -así rezaba la tarjeta de invitación- Alfredo Durand Thompson.

Los ampulosos calificativos de la tarjeta no impidieron sin embargo, que sobre la cabecera de la mesa, justo arriba del homenajeado, colocaran cuidadosamente un balde con agua, que en el momento oportuno dejó caer su contenido sobre el agasajado, con lo que cobró realidad aquello de "aguarle la fiesta".

No conformes con ello, de allí se fueron al Bar Americano, que, como hemos recordado, funcionaba en calle Urquiza, frente al Teatro Gualeguaychú, de donde Pepe Zoilo, menos contemplativo que Lalo, los tuvo que despedir por "mal comportamiento".

EL NIÑO DEL BANDONEÓN

En el salón de "Los Angelitos", muchos tuvieron el privilegio de escuchar los primeros acordes del bandoneón que con singular maestría ejecutaba un niño de doce años. Su madre doña Celia Cruz (como la famosa cantante cubana), era la artífice en aquella cocina de buena fama y el niño le ayudaba en sus menesteres.

Cuando pasaba la hora de mayor afluencia y el trabajo mermaba, éste con anuencia de su madre, sacaba el bandoneón y hacía sus ensayos, para deleite de todos los presentes, entre los cuales se contaban algunos músicos conocidos que recordaremos mas adelante.

Y así, el niño del bandoneón se fue ganando el afecto de aquellos hombres que al escucharlo, se enternecían y reconocían el talento del precoz ejecutante. Era pues la mascota, el querubín de todos.

Con el tiempo se convirtió en un músico de nota cuya fama trascendió su Gualeguaychú natal y llegó a escenarios capitalinos. Fue, además, uno de los personajes mas queridos de la ciudad, dentro y fuera del ambiente musical. Nos estamos refiriendo al gran Guillermo Inchausty.

Mañana relataremos de qué modo un casual encuentro, cambió el destino de este eximio intérprete del bandoneón consagrado a nivel nacional. 

MÚSICOS DE ANTAÑO

Antes de ir al relato prometido sobre Guillermo Inchausty y sin perjuicio de lo que comentamos enseguida sobre las orquestas de antaño, vamos a detenernos en una de las más representativas del Gualeguaychú de unos 80 años atrás, que tiene relación con este relato.

Por aquel entonces, La Orquesta de Gualeguaychú, así con mayúscula, era la Kuroki Murua.

Orquesta Kuroki Murua

Era nota común por entonces que estos conjuntos incluyeran en su repertorio tanto música de tango como de jazz, lo que justificaba la cantidad y novedad de sus instrumentos. 

En otra nota ya analizamos las razones por las que perdieron vigencia las orquestas.

En otra nota ya analizamos las razones por las que perdieron vigencia las orquestas. Pero hace cincuenta años, estas eran irremplazables, y la que ahora recordamos, o su seguidora “Estrellita”, alcanzaron jerarquía por la calidad de sus interpretaciones.

Kuroki ejecutaba el bandoneón junto a Roberto Cis, en tanto que el dúo de violines estaba a cargo de Palito Merello y Antonio Smarrito

Estos últimos, a medio siglo de aquel suceso musical, se siguen juntando de vez en cuando, para desenfundar sus violines y sacarles deliciosa melodías que el paso de los años parece no haber empañado. ¡Músicos de alma!

Frente al piano se sentaba Azelio Angelini, un excelente jazzman que no hacía alardes de sus condiciones; la batería estaba a cargo de Miguel Giúdice y el contrabajo, en manos del eximio maestro don Mario Rodríguez, que integraba la banda del Regimiento 3 de Caballería. 

El saxofón era ejecutado por Teófilo Alonso, que perteneció a una verdadera dinastía de músicos, ya que casi todos en su familia, fueron clarinetistas o saxofonistas de nota.

La orquesta de Kuroki había sido contratada por Pepe Zoilo y actuaba en el Bar Americano los jueves, sábados y domingos por la noche. Aunque nosotros recordamos a Pepe y a su señora por los helados a la salida de la matinée del cine, ese lugar había alcanzado renombre por su restaurante y sus números de varieté.

Las actuaciones de la orquesta de Kuroki, habían sido contratadas por la suma de tres pesos y la cena para los músicos. Pero al poco tiempo, Pepe tuvo que cambiar la paga, ya que con aquel arreglo salía perdiendo: los muchachos, casi todos jóvenes, eran de buen apetito y comían opíparamente. Entonces arregló directamente por seis pesos, sin la cena.

Mañana volvemos al bar y comedor “Los Angelitos”, de Lalo Lavigna.

Y lo prometido sobre Guillermo Inchausty, uno de los músicos de Gualeguaychú que alcanzó relieve nacional e internacional. A tal punto, que algunos datos sobre su trayectoria artística los tomé de una página en francés. 

GUILLERMO FAUSTINO INCHAUSTY: MAESTRO DEL BANDONEÓN

EL DESCUBRIMIENTO

“El niño del bandoneón” con sus ensayos, pasó a ser el mimado de los mayores, entre ellos varios tangueros. Había nacido allá por 1930, y ya tenía 14 años cuando ocurrió lo que vamos a relatar.

Una noche, allá por los cuarenta, terminada la actuación en lo de Pepe Zoilo los músicos de Kuroki se fueron a comer a “Los Angelitos”.

Como era costumbre, el niño Guillermito Inchausty hacía sus ensayos de bandoneón, alentado por los más veteranos. Pero quiso la casualidad, que esa noche, además de los concurrentes habituales, hubiera un señor, de paso por la ciudad, de apellido Cano. Era oriundo de Gualeguaychú, y estaba radicado en Buenos Aires, donde actuaba como músico profesional.

Cuando Cano lo escuchó, quedó estupefacto, pues advirtió de inmediato las relevantes condiciones del niño. En seguida requirió sus datos y terminó ofreciéndose para ponerlo en contacto con maestros consagrados de Buenos Aires.

Guillermito, siendo todavía un chico, comenzó a viajar a Buenos Aires, donde tuvo como primer maestro, al hermano de Santos Lipesker, que se había perfeccionado en Estados Unidos.

ORQUESTA RENOVADA

Cuando Guillermo tuvo unos dieciséis años, volvió a Gualeguaychú y se incorporó a la orquesta “Estrellita” que creara Cesar Berrino, “Berri”.

"Estrellita" tuvo varios músicos que habían comenzado con Kuroki, aunque debemos señalar algunos relevos, como por ejemplo Azelio Angelini fue reemplazado en el piano por China Angeramo y Palito Merello en violín, por Pepe Galetto.

Después Inchausty regresó a Buenos Aires, donde comenzó sus actuaciones con el Maestro Alberto Mancione. También integró la prestigiosa orquesta de tango de Ernesto “Tití” Rossi, que también era bandoneonista y gran arreglista. Eran un éxito los recitales de esa orquesta en el “Richmond”. Y aunque Guillermo ya era era figura, ni se mareaba, ni se olvidaba de su gente. Y cada vez que iba a verlos un jovencito de Gualeguaychú que hacía la colimba en Buenos Aires, no sólo lo hacía entrar gratis, sino que le asignaba una silla en ubicación preferencial. Era Pedro “Pichungo” Pavón.

“LOS TUBA TANGO”

De ahí en más, prosiguió una brillante carrera, que culminó con la creación, en 1967, de su propio conjunto, al que denominó “Los Tuba Tango”. El nombre se adecuaba a la innovación ideada por él, consistente en reemplazar para los bajos, el tradicional contrabajo ¡por una tuba! e introducir una flauta. 

Nunca se había visto una combinación semejante y aunque al principio algunos dudaban si el público aceptaría esa alteración, en poco tiempo, no sólo se impuso, sino que “Los Tuba Tango” pasaron a ser un cuarteto de primer orden en el ámbito tanguero nacional. Guillermo, obviamente dirigía desde el bandoneón y le acompañaban: Ángel Rómulo Díaz en la tuba, Romeo Piluso en flauta y Alberto Remersaro, eximio guitarrista. Luego hubo algunas modificaciones en 1973, como el cambio de la flauta por clarinete.

A todo esto, se había casado con Dolores Norma Hernandez “Yoli” con quien tuvieron dos hijos: Malena, que vive en Catamarca y Guillermo, en Buenos Aires. Luego de su separación, se unió a Teresita Conte –hoy Señora del destacado cantor Hugo Rodolfo Reynoso- con quien tuvieron dos hijos: Fidel Ernesto y Carlos Conrado. Su muerte, en 1981, fue prematura cuando tenía 51 años, y había alcanzado la cúspide de su carrera. Estaba a punto de concluir el contrato para una gira por Japón, donde “Los Tuba Tangos” eran muy populares. Claro; los japoneses saben de tango, más que muchos de nosotros.

Y la semilla quedó, en 2005 el conjunto se rehizo con un nombre que recuerda su origen: “La Tuba Tango

REPERCUSIÓN Y RECUERDO

Esto pone de relieve la repercusión internacional que alcanzó aquel conjunto, que como decíamos ayer, algunos datos suyos los tomamos de una página web en francés.

Guillermo Inchausty merece figurar en la honrosa galería de los músicos gualeguaychuenses que han trascendido las fronteras del país, a partir de María Luisa Guerra, hace un siglo y medio. Ya ha tenido su homenaje: el barrio del Hipódromo, hay una calle que lleva su nombre. Y permanece en el recuerdo de muchos que lo conocieron y valoraron. Pero era necesario, refrescar su figura, para que las nuevas generaciones de músicos locales pueda participar del orgullo de pertenecer a la misma ciudad que vio crecer al GRAN MAESTRO DEL BANDONEÓN: GUILLERMO FAUSTINO INCHAUSTY.

Mañana arrancamos con "Calavera". 

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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