Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 39

LOS PERSONAJES POPULARES: “PACO”

"Pache, joven... póngache cómodo...ya vamo a buscar a chu amigo Lapalma."

Impactado por la personalidad e inconfundible dicción de aquel amable morador-portero del Asilo de Ancianos- no pude reprimir la curiosidad. Porque tuve el presentimiento de que estaba ante un personaje y le pregunté a una monja que pasaba por allí.

- Dígame, hermana... ¿quién es el señor que me atendió?

- Es Paco, el famoso Paco.

Instantáneamente fluyeron a mi memoria numerosas anécdotas oídas sobre el personaje que no alcancé a conocer en la calle, lo creía ya muerto, pero circunstancialmente lo vine a encontrar en el Asilo, en una de las visitas a mi amigo Manyún. La emoción de conocer a un personaje semejante, hizo que ni se me cruzara por la cabeza que 60 años después iba a estar escribiendo sobre él.

Aquel hombre ya anciano, de tez morena, de dicción cortante y apretada, que caminaba como hamacándose, parecía haber encontrado en el Asilo y tanto en su función de conserje, como ayudando en las misas de la Capilla, una justificación que la calle no le había dado. Su rostro irradiaba la satisfacción de ser útil, y el empeño que ponía en su cometido, le añadía una expresión de íntima felicidad.

¡Era Paco! El mismo que durante décadas deambuló por las calles de Gualeguaychú con sus canastas y sus paquetes; el de los mandados y de las changas con que se ganaba la vida, llenando con mil anécdotas la vida cotidiana de nuestro pueblo.

La vida de Paco -que en realidad se llamaba Rubén Gómez- fue como la de tantos tipos callejeros, un drama que arranca desde su infancia desgraciada, que le dejó secuelas permanentes.

A principios de siglo, en la esquina de Francia (Colombo) y Misiones había dos grandes y característicos ranchos. En uno de ellos vivía Paco con su madre, víctima desgraciada del alcohol. Las numerosas cicatrices que el hijo tenía en la cara, además de su desviación en la vista y su oligofrenia, fueron seguramente consecuencia de los malos tratos que recibió de niño.

Heredó de la madre la afición por el alcohol. Se ganaba la vida con los mandados para las familias que lo requerían, o haciendo changas como era muy usual en el Gualeguaychú de entonces. Era dado al diálogo, siempre y cuando no lo hicieran enojar, cosa que ocurría si lo farreaban deliberadamente.

Tal vez la anécdota más difundida de Paco, fue aquella relativa a su condición de inundado. Después de la creciente de 1959, se repartían entre los damnificados, colchones, ropas, víveres, etc., para lo cual se había formado una larga cola. Cuando le llegó el turno a Paco, alguien que lo conocía preguntó:

- Pero decime, Paco... ¿vos también sos inundado?

-¡Paneche que choy inundado! -replicó vehemente el aspirante al colchón.

-¿Y dónde vivís?

-¡Al lau del Hospital! . Paco no había aprendido a mentir.

Al igual que Manyún y Recalde, Paco terminó sus días en el Asilo.

Pasó allí sus últimos años. Tal vez fueron los más felices, porque bajo el cuidado de las monjitas, encontró el hogar que nunca había tenido.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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