Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 9

Sastrería La Aurora de Pascual Venditti en calle Urquiza 779  

Antes de abordar otros temas, vamos a algunos que ayer quedaron en el tintero, algunos por falta de espacio y otros por la gentileza de amigos que nos refrescan la memoria. 

Además de los sastres que mencionamos, cabe recordar también a Juan Carlos “Barón” Robles que hoy, al filo de los 88, todavía algo hace, a nivel de asesor, en el oficio. 

Y como además también es un buen cantor de tangos, debemos señalar que no era uno sólo el sastre cantor (por Alfredo Muñoz), sino dos. 

Hasta hace un rato, tuve una larga charla con él y mantiene tan prodigiosa memoria que me aportó otros datos, sobre éste y otros temas de la época. Como por ejemplo, de otros sastres, como los hermanos Taparí que eran cuatro y todos eran sastres. 

A raíz de eso recordé un chiste de por entonces, cuando se decía: 

- “¿Viste qué desastre la familia Taparí

- "¿Por qué, qué pasa?"

- "Y pasa que son todos sastres”. 

Pero lo más llamativo del relato de "Barón", fue lo referente a los hermanos Mondelo, Néstor y Amable, que también fueron sastres. Néstor, al igual que Longino Pérez, se formó en París y llegó a ser el principal modelista de la afamada trajería “Suixtil” de Buenos Aires. Y entre otros amigos importantes que tenía, había uno que resaltaba: Juan Domingo Perón, quien a menudo le enviaba regalos. 

También estaba Don Ramón De la Cruz en calle Gualeguay, entre 25 y San Martín.

¿Recuerdan que en nota anterior hablamos de los sombreros como elemento infaltable en la vestimenta? 

Pues bien, también el sombrero fue desapareciendo de nuestras usanzas indumentarias y con ello, el oficio de sombrerero. Ellos fabricaban su producto artesanalmente para cada cliente, al igual que los sastres. Utilizaban para su trabajo una especie de molde, denominado “conformador”. 

Recuerdo de esa época, dos buenos sombrereros, cuyas personalidades eran polos opuestos. Uno era Don Luis Cécere, a quien ya hemos recordado como dueño del velero “Cielo y Mar” que debe haber sido la embarcación más limpia y reluciente que surcó las aguas de la zona. 

Con sus barnices y pinturas impecables, debido a su particular cuidado por la limpieza. Lo que le valió el apodo puesto por los demás navegantes, no tan pulcros como él: “Trapito”. Obviamente, aunque yo fui amigo suyo, jamás me hubiera atrevido a cargarlo. Porque era un hombre muy serio y circunspecto y así se lo veía siempre en su local de 25 de Mayo entre Ayacucho y Maipú, vereda sur.

Por el contrario, su colega Alberto Negrete, era un personaje de singular buen humor y su vida fue un permanente anecdotario de graciosas vivencias, dichos y bromas. Mi amistad con él, fue heredada de mi padre, quien me llevaba a su local de chico. Antes estuvo en el barrio Norte y en las últimas épocas, en la calle Bolívar entre Montevideo y Suipacha, actual Perón. También había sido sastre anteriormente y su local siempre estaba poblado de amigos que no se aburrían nunca de escucharlo.

Otro oficio que desapareció fue el de los hieleros, en épocas en no todas las casas tenían heladera. Lo vendían a domicilio en barras, o bien media o cuarta barra, según el tamaño de la familia, que las mantenía en conservadoras con material aislante y revestidas en madera. Las barras se fabricaban en el puesto del frigorífico en el mercado municipal, con entrada por Bolívar, donde se vendían al público. 

También desaparecieron los lecheros, que salían con sus carros y grandes tachos de aluminio, cuya tapa en forma de tarro con manija, alojaba exactamente un litro, y lo utilizaban como medida. Por ahí algunos más pícaros, rebajaban la leche con algo de agua para que les rinda más, lo que originó múltiples chistes que todavía circulan. 

Ya en la década del 60 cuando comenzó a funcionar la Cooperativa Tambera, la Municipalidad prohibió la venta de leche suelta en la calle, con lo que el oficio cayó. No del todo, porque hasta hace unos veinte años, quedaban algunos lecheros que recorrían los barrios. El más popular era Enrique “Metralleta” Stürtz, aunque no tanto por lechero, sino por el gran boxeador que fue. 

Lo mismo pasó con los verduleros, que salían con sus coquetos carros a gritar de viva voz sus ofertas. Desaparecieron del centro, pero hasta hace unos años recuerdo haber visto pasar por Villa María a Norberto Borro voceando la mercadería con su corneta amplificadora. 

Y para terminar, los pescadores, que salían por las calles con sus cañas en las que llevaban colgada toda su mercadería, pescada en nuestro río, o en el Uruguay cuando todavía estaba sano. Con algunos de éllos íbamos al Uruguay en la lancha “Titán”, donde tiraban espineles de hasta casi 2.000 anzuelos. 

Pero lo trataremos más adelante cuando recordemos los personajes del río.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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