Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 10

Una de las posibilidades que nos brinda el Facebook, es la de realizar estas historias en forma colectiva. Hay sitios muy interesantes especialmente dedicados a distintos aspectos del pasado de Gualeguaychú, en los que uno aborda un tema y muchos otros contactos, en sus comentarios, le van agregando datos o correcciones, por lo que el trabajo de pluraliza y perfecciona a la vez. Algo de eso está pasando en esta serie, lo que agradecemos y vamos incorporando. En algunos casos, corrigiendo o agregando en lo que ya estaba publicado, y en otros, mediante comentarios posteriores. Como por ejemplo, la aclaración de que las barras de hielo que se vendían en el "Mercado Municipal", no venían del Frigorífico, sino que se fabricaban allí mismo, mediante un proceso en que se empleaba amoníaco. 

Muchos otros oficios o servicios de los que veíamos en aquella década también fueron desapareciendo. 

Al igual que el de los sastres, unos en forma total, y otros languidecen. 

Como por ejemplo, las herrerías con sus grandes fuelles para avivar las llamas de la fragua, con la que calentaban al rojo los metales y los ablandaban convirtiéndolos en maleables. 

Recuerdo dos en particular, la de los hermanos Capurro, en Andrade entre España y Alberdi vereda norte, casi frente al negocio de ferretería que tenían en la esquina de Alberdi. Los Capurro, al igual que los hermanos Crespo, del "Bazar Alemán", sobre el que volveremos, se caracterizaban por su permanente buen humor y espíritu bromista. 

La otra, era la de Don Alejandro Casani, en Ayacucho entre Andrade y Bolívar, vereda oeste. Uno de los trabajos más llamativos que hacían, era herrar los caballos, clavándoles las herraduras en los cuatro vasos. Pero claro, los caballos fueron reemplazados por los autos; en tanto que los carros, o desaparecieron suplidos por las camionetas, o tuvieron que convertir sus ruedas reemplazando el hierro por la goma: Y con ellos, se fueron las herrerías.

Luis Barreto preparando un barco que requiere de calafateo

Otro oficio desaparecido era el de los calafates. Por entonces la casi totalidad de las embarcaciones eran de madera y otras de hierro o acero marino. 

Para que el agua no se filtrara por entre las maderas, se colocaba en la separación de las mismas, una tira de pabilo, que era un material textil resistente al agua. 

El calafate aplicaba primero en el hueco, una mano de aceite de lino para que impregnara la madera, luego iba sacando el pabilo del ovillo, y antes de introducirlo entre las maderas, lo iba retorciendo para que quedara más fuerte y apretado. 

Y para que penetrara dese la superficie hacia el centro del espacio a cubrir, lo golpeaba a martillo con una herramienta especial. Luego lo impregnaba con aceite de lino y finalmente, para cubrir el hueco que quedaba, aplicaba una mano de masilla. 

Esto no me lo contaron, simplemente que cuando yo tenía 15 años y navegaba en la “Titán”, Héctor Giusto me fue enseñando y yo le ayudaba aprendiendo. 

Pero el calafate más recordado en el río era “Pipo”. 

Sobre ellos volveremos. 

La cuestión es que en la década anterior se había inventado el material plástico y las embarcaciones se empezaron a construir de fibra de vidrio: adiós maderas, adiós calafates. Lo mismo pasó con los relojeros; hoy día la gente casi ni usa relojes, porque los tienen en los celulares. 

Volviendo al principio, no sólo los amigos aportan sus datos después de haber leído los diversos temas, sino que algunos lo hacen online, en tiempo real. 

En efecto, dado que en un rincón de la pantalla, aparecen cartelitos con los avisos del Messenger, recién se me da por leer uno que me hablaba del que vendía ranas. Y qué mejor entonces que incorporarlo sobre la marcha, recordando a aquel singular oficio de prestador único: era Pinto Saldaña, que se dedicaba a cazar ranas y las vendía. Su principal cliente era el restaurant del "Hotel Comercio" –cuyo prestigio cubría toda la región- uno de cuyos platos emblemáticos era el de las ranas. 

Y para ir finalizando, otro servicio desparecido muy utilizado en aquellos años era el de levantar puntos corridos en la medias de nylon de las damas. Cuando se soltaba un punto, la falla se corría a toda la media, quedando en evidencia. Entonces nuestras madres nos mandaban a la Mercería “La Princesa” o a “Casa Zully”, de la familia Marpez

Hace unos años entrevisté a Doña Cecilia Marpez de Carrozo, fundadora de “La Princesa”, investigando la historia de la Difusora Grecco. Con más de 90 años y una memoria prodigiosa, me contó cómo se reparaban las medias, generalmente a la vista del público, con la famosa maquinita, llamada remalladora. 

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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