Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 54

“LO TANICHO”

Antes de entrar en el tema, una acotación al paso (¿resabios del Copetín?).

En esta serie, arrancamos con un boliche del centro y seguramente culminaremos con el más central de todos: el “Bar Central”, de Calavera Orué, donde hace eclosión el espíritu de una época irrepetible. Pero fuera del centro, había otros con su propio y rico historial, como el de Tanicho y el de Don Bernardo Lavigna, que también investigamos en su momento. 

Sin embargo, lejos estamos de agotar el sabroso tema. Pero como no podemos abarcar todo, sería interesante que otros recuperen la memoria de otros emblemáticos boliches de barrio, como por ejemplo, el de Don Felipe Vespa, de Rioja y Santiago Díaz, con sus grandes quemas de Judas; “La Cumparsita” de Don Carlos Arellano y “El Cuco”, de Ricardo Omar Conculini, ambos de Pueblo Nuevo; “Cachinga” Fernández en Borques y Goldaracena, “PerengueBacigalupo en Barrio Norte; los de Etchegoyen y de Serulle en Del Valle al Sur y el de Patico Gómez, también en el barrio del puerto. Tienen un filón inexplorado para rescatar y hay muchos otros.

Ahora sí, al tema de hoy:

-  “ Vieja , me voy pa' lo Tanicho”...

¿ Cuántos maridos del barrio del Puerto, durante cuarenta años, se habrán despedido así de su mujer, para dirigirse hacia aquella meca de la bohemia, que fue el bar de Tanicho? Se llamaba “El Ancla”, pero como en muchos casos, la figura del dueño eclipsa el nombre del boliche, que termina tomando el suyo.

En la esquina Noroeste de Alem y Del Valle, en el corazón del populoso barrio, aún pervive parte del añoso edificio del Bar de Tanicho

En el corazón del populoso barrio -por mucho tiempo centro de la vida comercial y social de la ciudad- aún pervive parte del añoso edificio, en la esquina Noroeste de Alem y Del Valle. 

Sus paredes con señoriales arcadas, resabios arquitectónicos de un pasado mejor, fueron caja de resonancia del bullicio portuario con sus gentes alegres de vida sencilla, trabajo febril y espíritu jovial. Por su ubicación, clientela y características, puede decirse que el bar de Tanicho marcaba el pulso del puerto y por eso no podemos entrar en nuestro tema, sin referirnos primero a lo que era el pintoresco y pujante barrio.

LA COMUNIDAD PORTUARIA

El barrio del Puerto era propiamente una comunidad, compartida por trabajadores humildes y familias tradicionales de reconocida prosapia portuaria, como los Gavazzo, Obispo, Cerrutti, Buchardo, Czar, Murature, Portela, Razetto, Merello, Arévalo, Schiaffino, Márpez, Salas, Guastavino, Basile, Cabilla, Borro, Rivas, Duarte, Bonifacino, Ostera, Merlini, Bibé, Bagalciaga, Izetta, Giusto, Durrutty y otras tantas pueden llamarse con orgullo "fundadoras". Las que se incorporaron después, comparten ese especial apego por el Puerto.

"TANICHO”

Hasta allí llegó un día, en la década del treinta, Eusebio Valentín Indart, cuyo apodo “Tanicho” había heredado de su padre. Era oriundo de la costa brava del Gualeyán, donde vivió hasta los doce años. Después trabajó con Sixto Vela y fue dependiente de Don Juan B. Borro, con almacén en Paraguay y Jujuy. Cumplido el servicio militar, Tanicho se radicó un tiempo en Buenos Aires, en un garaje de la Calle Zuviría, donde alojaba a numerosos amigos que iban por motivos de estudio o trabajo. De vuelta a sus pagos, explotó en sociedad con Domingo Roberto Rodríguez Pivas, un bar en la esquina de Alem y Diamante (hoy 3 de Caballería), por breve tiempo. A principios de la década del cuarenta, animado por sus amigos, arrienda a Don Daniel Grané el espacioso local que hasta entonces había ocupado la confitería de Horacio Benvenutto. Después la adquirió en propiedad y llenó allí durante casi medio siglo, las páginas que seguiremos relatando.

Como todos los bares portuarios, el de Tanicho tenía ese especial sabor que otorga el ambiente barquero. Diríase que era una prolongación del puerto, como si de él formara parte, pues todo lo que acontecía junto al muelle, se reflejaba en la vida del bar, como había sucedido antes con el café “Caza y Pesca”, de don Daniel Risso.

Así era. En los años veinte por ejemplo, constituía un gran acontecimiento la llegada al puerto de los Ford T, para la agencia de don George Elmer Oppen. Multitud de curiosos, se arrimaban para verlos descender suspendidos en los guinches colgando de sus lingas y ya en tierra, partir en caravana tocando sus cornetas entre gritos y aplausos del público.

Terminado el espectáculo, se iban todos al café de Risso.

Dos décadas después, era el bar de Tanicho el que palpitaba al ritmo del puerto. Cuando el día domingo llegaba el vapor de pasajeros Ciudad de Concepción en viaje directo -el "Luna" y el "Viena" hacían trasbordo- desde el capitán hasta el último tripulante se dirigían "a lo Tanicho", donde se los esperaba con grandes asados, verdaderas fiestas que se prolongaban hasta la madrugada.

También el movimiento comercial repercutía en el tradicional bar. Hasta la década del 50, en épocas de trilla, las bolsas de cereales llegaban al puerto en carros. La espera para el pesaje y descarga obligaba a formar filas de mas de dos cuadras, tanto por Alem como por Del Valle. Los carreros mataban su tiempo en animadas reuniones en que alternaban los cuentos, chistes, partidas de truco y asados en el Sindicato Portuario (Alem y Concordia) o simplemente acudían a lo Tanicho.

Y estaba tan integrado a la vida portuaria, que muchas compañías le encomendaban pagar los de sueldos de sus barqueros, quienes en su concurrencia diaria, gastaban a cuenta.

Mañana tomaremos unas copas en el Puerto.

EL LOCAL 

La espaciosa finca, que antes había sido la fonda de Batmalle, abarcaba casi un cuatro de manzana. Sus numerosas habitaciones alrededor de un amplio patio, posibilitaban el desarrollo simultáneo de diversas actividades.

El aspecto señorial del salón principal, se percibía desde la entrada: hacia la izquierda había una gran arcada, que formaba un separador con barrotes de madera labrada. El mostrador principal era una pieza maestra de ebanistería, con motivos tallados a mano de excepcional calidad. Llamaban la atención los finísimos espejos biselados, sobre el estante de las bebidas. Completaban el mobiliario dos billares, mesas y sillas de estilo. A los fondos de la finca, funcionaban dos canchas de bochas, lo que nos da una idea de sus dimensiones: casi cuarta manzana.

A propósito de esto último, como ambas canchas estaban cerca de una pared baja, que separaba con la casa de una vecina, era frecuente que ante un bochazo fuerte, el mingo saltara a la propiedad de ésta. Por lo cual, iban hasta su puerta a pedir que se los alcanzara. Pero en una oportunidad, el mingo saltó dos veces seguidas y para no molestarla tanto, Carlitos Macchiavelo intentó cruzar la pared y terminó cayéndose él, en el fondo de la vecina. Fueron hasta su casa y al atenderlos, se estableció el siguiente diálogo:

-“Ya sé muchachos, vienen a buscar el mingo…

- “No señora, ¡venimos a buscarlo a Carlitos!

 LA BARRA

A lo largo de los años, infinidad de ocurrentes poblaron aquellos salones. Como en muchos bares de esa época, se daba aquí en forma muy especial, una característica ya señalada: la inexistencia de barreras sociales entre los habitúes, pues era frecuente que distinguidos profesionales o comerciantes compartieran las copas con changarines, marineros o carreros. El truco, el mus, la carambola o el casín, matizados por ese constante ir y venir de copas, entre bromas, cuentos y carcajadas, daban el clima a cada jornada embebida de puerto, de barcos y de río.

De los concurrentes, podemos recordar algunos nombres que constituyen el núcleo de la barra de Tanicho; don Juan Razzetto, Alvar Gavazzo (a) el Rengo, Chelo Murature, Tingo y Tuca Salas, Carlitos Macchiavelo, Oscar Quinteros, el Gato Rivollier, Enrique y “Carleye” Gavazzo, el Negro Caballero, Calengo Rivas, Garza Bottani, Palito Merello, Ramón Arigós, Samuel Villanueva, Enrique Gutiérrez, Eduardo Suárez, Chiche Razzetto, Carlos Reynoso, “Guacho” Almada, Alejandro Corvalán, Juanito Bonifacino, Leiva y Soto entre otros. Ocasionalmente, aparecían Mateo Dumón, el Pato Luciano y Carlitos Rossi. O Sandoval, un pintoresco peón del puerto que solía dar consejos o sugerencias, pontificando en tono de sermón. Un día. luego de una gran discusión, cerró con una contundente sentencia:

-“ Las deudas viejas no hay que pagarlas..

-“¿Y las nuevas Sandoval?”

.”¡Hay que dejarlas envejecer!”.

Sin imaginarse el pobre Sandoval, que años después, el país adoptaría su propuesta.

De vez en cuando se aparecía don Andrés A. Rivas (a) “Macho Viejo”, con sus aparejos y pescados, o algunos de sus hijos, como Agustín” Calandria”, nuestro padre Andrés R. “Tape” y Fernando “el Mono”. Y aquí nos detenemos acá, ya que nos comprenden las generales de la ley.

Mañana lunes: parte final de Tanicho.

EL RENGO GAVAZZO

Uno de los personajes mas simpáticos del Barrio del Puerto, y animador de innumerables jornadas del bar "El Ancla", fue Alvar Gavazzo (a)"el Rengo".

En todas las anécdotas que dan vida a estos relatos, el Rengo tiene algo que ver. No era para menos: dotado de un carácter jovial, el buen humor de que hacía gala no se empañaba con el paso de los años, al contrario. Se divertía él y entretenía a los demás con su repertorio inagotable de ocurrencias, cuentos, apodos, cargadas y solía tramar intrigas entre sus contertulios, cuyo desenlace provocaba un estallido de carcajadas, como en las comedias de enredo.

Hasta en los menesteres más simples -como despachar una carta- el Rengo demostraba su buen humor: la echaba en el buzón que había en la pared de Tanicho y luego, poniéndose en puntas de pie, se asomaba a la boca del mismo y al mejor estilo Homero Crespo, le gritaba:

-¡A Canelones, República Oriental! ...

Aquello tenía algo de Wimpi, quien definía al chichón, como "la fuerza que hace el de adentro para salir a ver quien le pegó".

Cierta vez estaba el Rengo en lo Tanicho, luciendo un elegante saco de su hermano Roberto, con las iniciales R.G. Alguien lo quiso farrear:

-Si le usas el saco a tu hermano, por lo menos sacale las iniciales.

- No, viejito, perdoname pero las iniciales son mías: ¡¡Rengo Gavazzo!! ..fue la contundente réplica.

POLLA MACABRA

El humor de aquellos bohemios, no retrocedía ante la enfermedad ni la muerte. Una vez lo fueron a buscar al “Guacho” Almada en lo mejor de una truqueada:

- Guacho, te vengo a buscar porque tu mujer está enferma ...

- Pues hombre, entonces te has equivocado: si mi mujer está enferma, no es a mi a quien tenes que buscar, sino al médico ... Resultaba notable la actitud displicente con que abordaban el tema de la muerte. Habían organizado una polla, que consistía en adivinar quien era el primero. Por supuesto que todos apostaban a el Rengo, quien encabezaba la mayor parte de las listas.

Pero una vez mas se dio aquello de el que ríe último ..., ya que el destinatario de tales apuestas, uno a uno los fue manijeando a casi todos.

Mas conmovedor aún, resulta la serenidad con que enfrentaban a la muerte ya "decretada". Ante su inminencia, no sólo no se entregaban, sino que la desdeñaban, haciéndola motivo de nuevas chanzas. Así por ejemplo en 1948, tanto Enrique Gavazzo como Fernando Rivas (el Mono), estaban desahuciados y no se les ocurrió mejor idea que hacer una apuesta para ver quien se iba primero.

Dios no quiso que en aquella puja hubiera un ganador y entonces decretó un empate: ambos murieron el mismo día: el 7 de octubre. Esto ocasionó algunos inconvenientes al Rengo, pues estando en el velorio del Mono, de tanto en tanto se cruzaba al de su hermano "por si alguno me va a saludar".

TANICHO

Destacamos al comienzo, que la personalidad del dueño, se transmitía como una marca a cada boliche. Encuadrado dentro de aquellos rasgos generales, cada uno tenía, sus peculiaridades. Así Tanicho, con su actitud tranquila y bonachona, tan distante del humor chispeante de Mario, como de las rabietas de Calavera, ejercía sin proponérselo, un sutil liderazgo desde el mostrador. Honesto, buen amigo, generoso, desinteresado, con su cabeza blanca y su mirada mansa, era querido por todos en el barrio. Radical de tradición, tenía como amigos a encumbrados políticos y dirigentes, pero jamás pidió ni aceptó favores. Muy rara vez bebía, salvo en oportunidades muy especiales y en forma muy medida. En ocasiones, cuando el bar estaba lleno de parroquianos, lo dejaba a cargo de su hijo Raúl -muy jovencito- y se alejaba un rato del mundanal ruido. Como para poder charlar tranquilamente, sobre todo si lo visitaba Don Carlos A. Carmona, su amigo de toda la vida. Excepcionalmente anotaba los fiados, ni siquiera los registraba en su memoria. Simplemente confiaba. Ese era Tanicho.

EL FINAL

Dijimos el domingo pasado que los bares del puerto estaban ligados a la vida de este. Tanto es así, que cuando comenzó a declinar la actividad portuaria en forma paulatina, a raíz del progreso de las comunicaciones terrestres, también el bar de Tanicho inició su lento declive. Pero no era hombre de entregarse así nomás. Fueron necesarios golpes muy grandes y reiterados para doblegarlo, como la creciente del 59. El era -como muchos del puerto- de los que no abandonaban su casa por mucha agua que viniera. Quedó literalmente arruinado, pero siguió adelante.

En la década del 60 dividió el local, al arrendar el bar a Meco Delavaut, reservándose una parte para explotar una carnicería. Pero no había nacido para eso. En la década del 70 lo vemos nuevamente al frente de su bar -mas reducido- que se poblaba de uruguayos cada vez que llegaba la lancha de pasajeros Carapachay. Al inaugurarse el Puente General San Martín en septiembre de 1976, los clientes orientales desaparecieron y con ellos el sostén principal del bar. Pero para vencer a Tanicho ya casi setentón, se necesitaba un golpe más contundente. Y vino la creciente del 78, cuya altura superó la del 59. Con veinte años mas encima, absorbió ese revés, reabrió el bar pero quedó herido de muerte.

Presentía el fin y tal vez por ello frecuentaba mas seguido el Barrio Norte de su adolescencia, en sus visitas a Don Carlos A. Carmona. Y una mañana de 1978, Tanicho olvidó despertarse. Se fue así, con la misma mansedumbre con que había vivido: en silencio, sin anuncios ni despedidas. Hubo lágrimas en todo el barrio el día de la muerte de Tanicho. Es que con él, moría un poco el puerto mismo. El mismo que lo vio llegar a principios del 40 y con el correr de los años, lo adoptó como uno de sus hijos mas queridos

Vamos llegando al final de la serie sobre los años 50. Como habíamos anunciado, dejamos para la despedida, el postre, con guinda y todo.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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