Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 50

LOS GRANDES BAILABLES DEL “LUSERA”

Introducción

Acabamos de recordar los grandes cambios ques se produjeron en esta década en materia de bailes, los que ya se insinuaban en la anterior. Y justamente en el lapso de esos dos decenios, tuvo lugar lo que ahora vamos a relatar. Vimos cómo evolucionaron, de los bailes cerrados a los de pista abierta. Los del “Lusera”, en cambio, nacieron y murieron al aire libre, en un ambiente genuinamente popular. Es decir, que se escaparon de los cánones clásicos de la historia de nuestros divertimentos.

El "Lusera" estaba ubicado en "Parque Grande" entre el gran tanque, que aún se conserva, y  "Le Chateau Vert", actual “Papaya”. 

Se explica su singularidad, por la época y el ámbito en que se desarrollaron; esos bailes nacen como recreación de amplios sectores sociales, justamente cuando aparece un escenario nuevo en nuestra ciudad, el Parque Unzué

El lugar agreste, el marco vegetal y la condición de sus concurrentes -incluidos vecinos de El Potrero- hicieron de estas reuniones una singular combinación entre lo urbano y lo rural, que explica el éxito alcanzado. 

Estaba ubicado en "Parque Grande", frente a la isla, entre el gran tanque, que aún se conserva, y  "Le Chateau Vert", actual “Papaya”. 

Casi no quedan vestigios de sus precarias instalaciones, que cubrían lo elemental: pista de baile con piso de cemento (no necesitaba riego), una casilla que servía de cantina, parrilla, pared baja con verja y otra construcción visible desde la calle, que separaba del sector de recreación.

Arriba de ésta, existía un gran cartel con el anuncio comercial del aperitivo “LUSERA”, muy apetecido en la región. 

Lo fabricaba la Compañía Sibsaya S.A. en Concepción del Uruguay, juntamente con otros dos de gran popularidad en la zona, todos a base de hierbas aromáticas: sibsaya y sibsaya. 

El amplio cartel, motivó que así se bautizara lugar.

El terreno era de propiedad Municipal, así como las instalaciones fijas, y se otorgaba su concesión por temporadas. 

Entre los concesionarios del Lusera, podemos mencionar al señor Florio -zapatero de la zona del Puente- y al “Chivo” Villanueva

Y aquí aparece la diferencia que marcamos en otra parte, con los bailes de las sociedades “La Aurora” o “La Lira”: aquellos se hacían sin fines de lucro, por el sólo interés de bailar; estos en cambio, constituían una explotación netamente comercial. Con lo que, en ese aspecto, se adelantaron al destino final –el actual- en cuanto al objetivo movilizador.

Los bailes del Lusera fueron los más populares de Gualeguaychú durante las décadas del cuarenta y cincuenta. A fines de ésta, declinaron hasta desaparecer.

Se realizaban en época de verano generalmente los días sábados y algunos jueves, domingos y feriados. En carnaval, se hacían todos los días de la semana, salvo el miércoles.

Obviamente, la mayor concurrencia al Lusera se registraba lo sábados. A la caída del sol empezaban a trasladarse grupos desde distintos barrios, aún los más lejanos, como el Cementerio o Hipódromo. Dadas las distancias, la mayoría convergía en la esquina de 25 de Mayo y Rocamora, donde funcionaba el Café Argentino (el de mayor duración en la historia: 60 años). Allí hacían cola para tomar los colectivos que cubrían el trayecto al Parque.

Según las épocas, a ese servicio lo realizaba la Empresa El Cóndor, de Deolindo M. Gavagnin, o los pintorescos ómnibus abiertos de Herman Fandrich que por no tener techo, la picardía popular bautizó con el nombre de “bañaderas”. 

Este no era el único medio para llegar al Lusera: unos completaban la peregrinación a pie; otros en bicicleta; muchos vecinos de El Potrero concurrían en carros o sulkys. Otros lugareños eran gente de a caballo y en ese medio llegaban al Lusera. De la zona Sur ribereña, especialmente de los barrios Munilla y Pueblo Nuevo, concurrían en canoa.

Al empezar cada jornada bailable, el lugar ofrecía un aspecto singular por la variedad de los medios de transporte aparcados en los alrededores: innumerables bicicletas, carros, sulkys, caballos y automóviles, más decenas de canoas sobre la costa, daban la pauta de la multitudinaria y variada concurrencia.

Como la entrada era libre y la pared a la calle muy baja, muchas familias del centro de la ciudad iban nada más que a mirar, por lo que permanecían en sus vehículos presenciando el baile y de yapa, muchas de las incidencias que más adelante relataremos. Ello les otorgaba un clima integrador, como el que le adjudicamos a los antiguos corsos.

El numeroso público tomaba ubicación en las mesas que rodeaban la pista, en cuyo centro un frondoso tala contribuía a darle ese aspecto mezcla de urbano y rural. A la vez, servía de guía, ya que las parejas giraban a su alrededor en el sentido de las agujas del reloj y cualquiera que bailara de contramano, podía generar uno de los infaltables incidentes.

Decíamos que la entrada era gratuita, pues la ganancia estaba en el consumo de bebidas (abundante), y en la venta de los sabrosos choripanes que preparaba Macho Pinasco.

En el Lusera no le mezquinaban a la bebida y ello explica ciertas reacciones del público que le dieron tanta popularidad. Es que el alcohol libera las pasiones más encontradas, tanto las iras como los arrebatos amorosos. 

Durante el baile y después de algunas ginebritas, algunos se daban ánimo para invitar a bailar a la dama de su preferencia, a lo que ésta accedía después de dejar su copita de licor. 

Otros, en cambio, se embriagaban de tal forma, que provocaban a los demás, o bien respondían a provocaciones trenzándose en entreveros que se generalizaban a niveles de escándalo. Los espectadores tenían entonces la oportunidad de presenciar la gresca en forma gratuita y, si se daba el caso, algunos ligeros aprovechaban para rajarse sin pagar.

El "Lusera" estaba ubicado en "Parque Grande" entre el gran tanque, que aún se conserva, y  "Le Chateau Vert", actual “Papaya”.  (Imágen actual: Google Maps)

“TENEME EL NENE”

Hoy nos referimos a los dos aspectos de estos bailes que más se recuerdan, aparte de la proverbial figura de su animador, que guardamos para después, a fin de no “atosigarlos”, como dijera Isabelita.

Era numerosa la concurrencia femenina a los bailes del Lusera. Algunas iban acompañadas por sus novios o maridos; otras asistían solas procurando encontrar acompañante. De estos encuentros surgieron noviazgos, origen de muchos matrimonios -hoy con hijos grandes o nietos- que recuerdan haberse conocido en el Lusera.

Pero el público femenino no se limitaba a quienes buscaban su “príncipe azul”, pues además concurrían las desengañadas que ansiaban “cambiar de príncipe”. Y así concurrían muchas mujeres con sus críos pero sin su pareja, ya sea por viudez, soltería o separación.

Era tan abigarrada la concurrencia, que resultaba imprudente abandonar a los niños, permaneciendo éstos en brazos de sus madres. Este oficio, por sagrado que fuere, no se consideraba reñido con la diversión, de tal modo que cuando un caballero se acercaba para invitar a bailar a alguna dama, madre soltera o separada, ésta requería la colaboración de su compañera con la clásica rogativa que titula este párrafo. Y sirvió para que la picardía pueblerina bautizara aquellas jornadas: “los bailes Teneme el nene".

Cuartel del Regimiento 10 de Infantería en la Av, Rocamora e/ Goldaracena y Buenos Aires

ZAPADORES vs. POLICÍAS

Gualeguaychú ha tenido varias agrupaciones de distintas armas del Ejército Argentino, todas las cuales han dejado el recuerdo de su paso y hasta han merecido el nombre de alguna calle. 

En 1910, se instala en el viejo edificio de la Sociedad Rural en avenida Rocamora, el Regimiento 10 de Infantería, cuya banda aportó a nuestra ciudad las primeras retretas. 

En 1938 viene el 3 Batallón de Zapadores Pontoneros, que permaneció entre nosotros hasta 1947, cuando se instaló el Regimiento 3 de Caballería.

Muchos soldados eran oriundos del norte (tucumanos, santiagueños, etc.) Formaba parte de su equipo de armas, un pequeño "couteau" o bayoneta. 

Los fines de semana, los colimbas (término que representa las tareas habituales del conscripto: COrrer, LIMpiar y BArrer) concurrían a los bailes del Lusera como espectadores. 

En cambio, los agentes de policía debían hacerlo en función de trabajo y se desplazaban a caballo, provistos de un sable largo. Nadie sabe explicar el porqué, pero la verdad que entre Zapadores y Policías se había generado una creciente rivalidad. Y este fenómeno no parece circunscrito a Gualeguaychú, porque en localidades vecinas sucedía lo mismo.

En tren de ensayar alguna explicación, podríamos aventurar que esta rivalidad es la que comúnmente se genera entre lugareños y forasteros o bien entre el que se divierte y el que trabaja. Tal vez se combinaban ambas circunstancias.

La verdad es que invariablemente los días sábados, ante la menor provocación, se trenzaban en luchas que llegaban a adquirir contornos de verdaderas batallas campales, en las que unos pugnaban por arrebatarles el couteau, y los otros por bajarlos del caballo. Cabe recordar que una de las faltas más graves, era presentarse de regreso sin esa bayoneta y daba lugar a sanciones. 

Más adelante, por orden superior, se les prohibió a los soldados salir con esa arma, pensando que así se iban a evitar las reyertas. Pero no resultó; porque entonces los Zapadores se sacaban los cintos y los revoleaban de tal modo, que las pesadas hebillas de bronce resultaban más contundentes que los couteau.

Cada jornada dejaba como saldo una cantidad considerable de heridos que eran internados en la sala de primeros auxilios del batallón. Estas emergencias interrumpían el descanso de sus médicos. Me contaba el Dr. Horacio Clemenceau -quien fue Intendente- que todos los sábados de noche lo despertaban y tenia que salir corriendo “a coser a los muchachos”.

A veces las iras provocadas por sablazos y cintazos repercutían “más arriba” y cuentan que en una ocasión, el Jefe de Policía José María Romero y el Mayor Plá, estuvieron a punto de irse a las manos.

No se preocupen: hay Lusera para rato.

ALFREDO DURAND THOMPSON

La nota de hoy la dedicamos en exclusivo a una de las figuras mas recordadas, no sólo del Lusera, sino en todo Gualeguaychú. Creemos que la merece; ustedes dirán.

Alfredo Durand Thompson "Pelotilla"

Fue el locutor, animador y figura indiscutiblemente emblemática de aquellos bailes. Lo fue también –ya lo vimos- de algunas orquestas locales y ante todo, un reconocido promotor publicitario, usando su inconfundible voz. 

Por si algo le faltara, era también árbitro de fútbol. Si bien no fue “un Castrilli”, era honesto y respetado por los jugadores, aunque no tanto por algunos pícaros de las barras.

Alfredo Durand Thompson fue por todo ello, uno de los personajes más populares de Gualeguaychú y pese a que frecuentaba muchos escenarios, ya lo vimos en Independiente -su barrio- se lo recuerda especialmente por su larga actuación en el Lusera, tan rica en anécdotas, algunas reales y otras inventadas por sus amigos.

De rostro moreno y redondo, pelo ondulado, fino bigote y mirada penetrante; su figura se completaba con el clásico traje blanco, el moño colorado y lustrosos zapatos de charol.

Su decir era ceceoso y pausado, cuando hacía las presentaciones de los conjuntos, además de la publicidad. 

Muchas frases de Alfredo, dedicadas a la promoción de conocidas firmas comerciales, se repiten todavía, ya que han quedado grabadas en la memoria colectiva. 

No está demás recordar, entre sus más celebradas creaciones, la que usaba para publicitar una bebida popular, con estos versos insuflados de fanático localismo:

Vivir en Gualeguaychú,

bajo un rancho con alero

un jardincito y un tero

y en medio un gran ombú.

Tener siempre en el brasero

puchero de caracú;

para cuidar la salud:

lo mejor ¡Amargo Obrero!

Obviamente su público no se detenía a analizar el sentido y significado de cada uno de los versos, porque no era tan exigente. Él se preocupaba más por la rima que por el contenido, aunque el innegable sabor criollo y lugareño de sus letras, era en definitiva lo que festejaban sus seguidores.

Su inagotable creatividad unida a una personalidad despojada de ataduras, le permitían intercalar sin temor al ridículo, la imitación de algunos sonidos, como cuando decía: “oaka, oaka, oaka hacen las cornetas de Casa Ferrando”, entre los muchos recursos creativos de su propia cosecha, que utilizaba en las promociones.

Particularmente originales, resultan las cuartetas que había creado para publicitar el vino “Tunquelén”, que vendía Pedro Mazella, cuyo negocio estaba en el ángulo NE de Urquiza y España:

Dicen los sabios que el vino

hace bien a la salud,

pone en el alma fuego

y alegría de juventud.

Por eso tomen el vino

¡el gran vino "Tunquelén"!

cómprenlo en Mazzela Hermanos,

o en el próximo almacén.

Sus anécdotas más recordadas, son las que se originaban cuando alguien lo hacía enojar deliberadamente para que incurriera en algún furcio, micrófono de por medio, lo que provocaba estallidos de un público siempre pierna para la broma.

Una vez, el conjunto de Néstor E. Ríos estaba presto a ejecutar el tango "9 de Julio". Por tratarse de la víspera del día de la Madre, Alfredo se permitió intercalar, antes de la célebre pieza, unas glosas de su creación dedicadas a la fecha. 

Empezó entonces con evocaciones a la madre universal, para seguir con las madres presentes y ausentes de todos los espectadores, elevando el tono de voz con gran emoción. Justo cuando tenía a flor de labios la palabra “madre”, un desfachatado de los que nunca faltaban, aprovechó la pausa para gritarle desde el fondo, su proverbial apodo: ¡Pelotilla! No le cortó la inspiración, pero preso de ira, el enfurecido locutor continuó con el tema y prosiguió, aunque cambió en el aire su destinatario: “madre…¡madre que te remil parió atrevido de mierda!” La barra, en la mayor gloria.

También le atribuyen la épica putiada, a cuando inadvertidamente pisó un pucho prendido, justo con el agujero en la suela de su lujoso zapato de charol.

Otra anécdota de Alfredo, fue el famoso “telegrama de San Pedro”. Una noche el cielo amenazaba con un gran chaparrón, entonces para retener al público, leyó por los altoparlantes un supuesto telegrama enviado por el guardián del cielo a los concurrentes del Lusera, anunciando que no llovería. Algunos confiaron en el mensaje y se quedaron, pero a los cinco minutos se descolgó un gran aguacero, que no paró en toda la noche.

Sean ciertos o no estos relatos, la figura de Alfredo Durand Thompson, perdura en el recuerdo ciudadano con verdadera simpatía.

Particularmente siento por él una inmensa gratitud. Pues -por si no se dieron cuenta al leer el comienzo recién transcrito de la primera cuarteta- él, desde el más allá, le vino a poner el título que buscaba para mi libro sobre la historia anecdótica de nuestra ciudad: “VIVIR EN GUALEGUAYCHÚ”.

Recuerdo que un día en el tribunal, Guengo Martinez Garbino me recitó varias de aquellas propagandas y las anoté. Y mucho tiempo después, cuando buscaba denodadamente un título gancho, que representara el contenido del libro, me vino a la memoria aquel primer verso.

¡Gracias querido Pelotilla!

Te debía este reconocimiento.

AMÉRICO SALAZAR

Entre los muchos artistas que desfilaron por su escenario, Américo fue sin duda una figura consular del Lusera. Llevaba la música en la sangre, que le venía por línea paterna: su padre, Don Brígido Salazar, había integrado una de las buenas murgas de los años veinte. 

Era pues, lo que se dice un cantor de raza. Peluquero de profesión, hizo algunas incursiones en otros oficios, como ayudante en el colectivo de Bancalari, o explotando un ring de box con Héctor Carmona. Pero su verdadera pasión fue la del tango.

Desde muy joven, los boliches (en la acepción antigua del término) de Gualeguaychú lo tuvieron como uno de sus animadores de renombre. También se lo recuerda en las noches de corso, recorriendo la calle 25 de Mayo. Allí pulsaba la guitarra en compañía de su amigo Julio Velázquez, ambos vestidos de gauchos, con camisa blanca pañuelo celeste, bombachas, botas y el sombrero aludo colgado en la espalda. 

Cantaban tangos mientras caminaban recibiendo los aplausos del público. Américo nunca se negaba si lo invitaban a cantar y así se mezclaba en serenatas de estudiantes o en casas de particulares. Y si había que ir a algún baile de campo, allá marchaba con sus acompañantes. Hacía frecuentes incursiones en los bares mas caracterizados. Así, animó veladas exitosas del Café Argentino, durante el carnaval; y también actuaba en el Café de Smith, barrio del hipódromo; el “Copetín al Paso” (sobre el que volveremos) y en la “Guardia Vieja” de Villarreal.

No soñaba como cualquier cacatúa con “la pinta de Carlos Gardel”, ¡la tenía! Alto y elegante, unía a la calidad de sus interpretaciones una prestancia física que le daba el don de cautivar al público y ganarse su aprecio.

Actuó en muchos escenarios, pero el Lusera fue el lugar que mas frecuentó y donde el público siempre lo aclamaba. Se presentaba como el Zorzal Criollo: pantalón oscuro, saco rayado y camisa blanca, con el toque malevo que le daban aquellas prendas tradicionales de nombres lunfardos: el funyi (característico sombrero de ala caída) y el lengue (pañuelo que se anudaba al cuello con voluminoso doblez). Un tango los recuerda con esta frase: no uso funyi, lengue ni macana...

Fue Américo uno de los cantantes que contribuyó a popularizar en mayor medida el Vals a Gualeguaychú de Nicolás Trimani y Pedro Noda, estrenado en 1942 por sus autores, en el Parque Unzué. Lo llevó por muchos escenarios y hasta en su madurez lo seguía cantando a dúo, con su amigo Luis Segovia.

Se fue de Gualeguaychú para radicarse en San Fernando donde residió hasta su muerte, hace dos años. Aquí dejó muchos amigos, entre ellos, el recordado Luis Segovia, Walter Schaumann, Piche Elgue, el Paisano Denardi, Roberto Cabilla y otros. Los visitaba cada vez que volvía a su terruño para dedicarles algún tango suyo, pues también los componía.

Américo Salazar era la figura mas ovacionada del Lusera cuando lo anunciaba pomposamente Alfredo Durand Thompson. Pero su cartel abarcaba toda la ciudad. Llenó una época: fue el Señor de la Noche en Gualeguaychú.

MÁS DEL ELENCO ARTÍSTICO

El recordado Américo Salazar y sus acompañantes no eran, por supuesto, los únicos artistas del Lusera. Ocupaban el escenario muchos otros músicos, recitadores, animadores y bailarines.

Varios conjuntos, sobre todo los cuartetos, se armaban especialmente para tocar en el Lusera. Algunos alcanzaron renombre y otros se perdieron en el olvido. Entre los más recordados, tenemos el cuarteto de Quito Bossio, quien cantaba acompañándose con guitarra. Su canción preferida era "La Fragata Sarmiento", que repetía varias veces en cada jornada, por lo que sus amigos lo farreaban diciendo que no sabía otra. Completaban el conjunto, Salvia en violín, Juan Ferreira, también con guitarra y Carlos “Veterano” Benetti, quien los sábados dejaba las bicicletas para dedicarse al bandoneón.

También actuaba el cuarteto “Inspiración”. Aquí la figura descollante era el presentador, Joaquín López más conocido como “El Mariscal del Tango”. Por si le faltara algo para singularizarlo, tenía una pequeña casilla en el islote Martín Chico. Otros integrantes eran: Severino Espinosa en violín, Juan Carlos Portaluppi con Martín Arroyo, en guitarras y el correntino Ferreyra en bandoneón.

Otro conjunto muy recordado del Lusera era el cuarteto “LOS ENTRERRIANOS” de Néstor Eduardo Ríos y sus hermanos: Héctor (padre de Pipi) y Pedro en bandoneón, “Coto” en violín y “Poroto”, el menor, en guitarra. A menudo viajaban a bailes de El Potrero en una Ford T.

Estas agrupaciones hacían música popular de todo tipo, abarcando tangos, valses, rancheras, milongas etc. Había muchos otros cuartetos y músicos sueltos que se juntaban para amenizar el Lusera

A algunos se los recuerda muy especialmente, aunque por motivos extramusicales. Por ejemplo a Vásquez, a quien en la mitad de un tema se le atoraba el bandoneón. Entonces paraba la música y le daba unos golpes para destrabarlo. Muchos recuerdan al conjunto que comandaba Eduviges Migueles con su bandoneón. 

Pero nada más ilustrativo para graficar la prestancia de este conjunto, que recordar la glosa con que los presentaba Pelotilla: “En esta polifacética y multitudinaria reunión del Recreo El Lusera, tengo el agrado de anunciar la actuación en el proscenio, del afiatado y rítmico conjunto orquestal del Maestro Eduviges Migueles, Adelante Maestro!!" 

Y no menos popular era el conjunto “EL TALA” (denominado así por el tala del Lusera), que dirigía el bandoneonista Roberto “Tango” Espinosa.

Y ya que estamos, cabe recordar otra de las singulares presentaciones de Pelotilla, que nos quedó colgada al tratar los bailes de Independiente, con la que presentaba al Rengo Taffarel:

Ya resuenan los acordes

Vibra entero News Old Boys

La orquesta de Blas Taffarel

La voz de ¡Cuto Godoy!

Algunos bailarines se constituyeron en atracción de la concurrencia al par de los conjuntos. Se bailaba mucho tango en aquella pista, pero cuando lo hacía el Negro Luis Silva, era cuestión de sentarse para admirar su maestría.

Entre el compás marcado por la orquesta y las aclamaciones reiteradas del público, se lucía en variadas figuras: cortes, ochos, quebradas, sentaditas y en general, un dominio absoluto del dos por cuatro. Vivía en Pueblo Nuevo, dedicado a la venta de pescados y gallos. Muchos amigos con humor, atribuían su paso acompasado a la costumbre de portar los gallos de riña, uno en cada brazo. Alto, de tez morena, con botas negras en acordeón y pilchas que le regalaban, bombacha, camisa blanca y pañuelo al cuello, el eximio bailador de tangos fue una de las figuras descollantes de aquellas noches.

El Lusera dejó un rico anecdotario. Quizás el caso más pintoresco fue protagonizado por un guitarrista: cuando sus compañeros intentaron hacer una presentación extra, él se opuso terminantemente a desenfundar el instrumento, pues tal alargue no figuraba en el contrato. El hombre se ajustaba a la ley. Después de insistir infructuosamente, consiguieron otro ejecutante; éste tomó la viola del titular y la notó muy pesada. A todos llamó la atención el sonido un tanto sordo, hasta que se descubrió la causa: dentro de la guitarra, el remiso músico había guardado los chorizos que en un descuido le había robado al parrillero. Esa noche bautizaron al instrumento: "la guitarra choricera".

El ambiente del Lusera resultaba pintoresco por la variedad y cantidad de público. Muchos vecinos del centro iban con frecuencia y -aunque no bailaban- se sentaban a tomar la copa y a seguir las alternativas de las movidas jornadas. A veces les tocaba presenciar alguna rosca entre zapadores y policías, aunque ninguna alcanzó los niveles de batalla campal como la del verano de 1944.

Estos incidentes nunca con mayores consecuencias que algunos lesionados y no le pasaba a nada al que no se metía. Por eso el lugar mantuvo su concurrencia. No se lo consideraba “de la pesada” como otros lugares donde según las mentas, al entrar te palpaban de armas, y si no tenías, te proveían una. Es lo que cuentan los más mentirosos.

Cuando se generalizaron otros bailes en pista abierta, los del Lusera comenzaron a languidecer y el público que les dio vida enderezó su rumbo hacia otros lares, repartiéndose en escenarios más cercanos.

Pero perdurarán en el tiempo los recuerdos de estos pintorescos y animados bailes que tanto entretuvieron a nuestros padres.

Para el final de esta serie sobre los bailes, hemos dejado como broche de despedida, el tema que muchos esperaban.

Mañana: La inolvidable CONFITERÍA PARÍS.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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