Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 51

LA CONFITERÍA PARÍS, UNA BISAGRA EN EL TIEMPO

Cuesta empezar; cuesta encuadrarla, porque fue muchas cosas a la vez; un caso único, irrepetible. Ello por distintos motivos: en primer lugar, porque su actividad fue mucho más allá de los bailes. Por otra parte, aunque fue el primer boliche bailable de Gualeguaychú, no se la puede equiparar a los actuales, que en general -sobre todo los grandes- aparecieron después de los bailes en pista abierta. 

"La París" en cambio, coexistió con ellos durante la mayor parte de su larga existencia: casi dos décadas. 

La Confitería "París"en calle 25 de Mayo e/Italia y Montevideo. En la foto, cuando funcionaba -previo a la "París", la Confitería "Tutankamon"

Constituyó un avance en el tiempo, en cuanto era una explotación comercial de los bailes. Como ya vimos, éstos fueron en origen, un fin en sí: bailar. Luego en el tiempo, un modo de recaudación para los clubes y actualmente, una explotación lucrativa de particulares: en eso la "París" fue pionera. Y tuvo el local de mayor tamaño, pues abarcaba más de media cuadra de fondo en la parte techada y otro tanto en su parte abierta, es decir una cuadra de largo. 

Manejada por una familia de muchos hermanos, unidos, muy trabajadores, de origen alemán. Poco sabían de baile y de música al principio. Pero sabían lo principal: satisfacer al cliente. Y lo hicieron en un sitio lleno de historia: allí habían funcionado antes: el "Cine Moderno", el Bar “Tutankamon”, la primera sede social del Neptunia, el “Bar Munich” de Haënecke y Sommer

En el local que ocupó el Bazar "Manías" (hoy "Zoom") funcionó la Confitería "París"

La "París" fue la que aglutinó el mayor espectro en cuanto al origen de su clientela. 

Si bien esto se debía a la cantidad de servicios que se ofrecían a distintas hora del día, en su función central, los bailes del sábado a la noche, se encontraban en la misma pista, parejas bien entradas en años, con estudiantes secundarios, pasando por todas las franjas intermedias. Y la misma amplitud, respecto de la condición social de los asistentes. 

Todo eso era la "París", la primera discoteca bailable de la ciudad. 

Muchos de estos conceptos los ampliaremos al desarrollar la crónica, pero queríamos exponerlos a modo de introducción. Así, quienes no la conocieron, se irán percatando de su singularidad y sabrán por qué está tan adentrada en los recuerdos de Gualeguaychú.

A principios de los años cincuenta, la firma “Massut Hermanos y Sánchez”- propietaria del “Hotel París” en nuestra ciudad y su similar “Santo Grande” en Concordia, había arrendado a la familia Rossi el amplio local de 25 de Mayo entre Humberto Primo (hoy Italia) y Montevideo, vereda sur. Julio Sánchez, el responsable local de la firma, se proponía establecer allí un negocio de confitería y gastronomía que llevara el mismo nombre del hotel. Fue el origen del nombre. 

Pero al poco tiempo sobrevino un cambio de planes que vino a converger con una numerosa familia de origen alemán: los Heinrich. Eran nueve hermanos: María, Guillermo, Alejandro, Matilde, Juan, Agustín, Aurelio, Roberto, y Angelito, que murió joven. María, se fue a vivir a Carrasco con su esposo y fue por ello la única que no participó en este emprendimiento. Lo que más sorprende, es que quienes mantuvieron durante muchos años un exitoso local bailable que hizo historia en la noche de Gualeguaychú, se habían criado en el medio del campo. 

En efecto: eran hijos de Don Juan Heinrich y María Lell, de la generación subsiguiente a los alemanes del Volga que llegaron a Diamante en 1878 y fundaron la primera colonia, luego de permanecer 114 años maltratados en Rusia. Unos allí y otros en La Paz, eran trabajadores rurales, hasta que vinieron a nuestra zona. En cambio Guillermo, se orientó a Buenos Aires, donde trabajó en “Al Grano Café” del microcentro. Finalmente trajeron a sus padres, primero a la Isla Libertad, y después de la creciente de 1959, los establecieron en una chacra de 10 hectáreas que compraron en Urquiza al Oeste. 

Trabajaban en distintas actividades, pero su única experiencia en el rubro -salvo Guillermo en Bs. As.- fue cuando los hermanos mayores Juan y Alejandro tomaron a su cargo la cantina y comedor del Club Frigorífico. Con ese motivo, lo trajeron a Guillermo, quien allí conoció a su esposa, Elvira Broggi “Mecha”, cuando ella ganó un certamen de tango realizado en ese local. Hasta que Alejandro, Juan y Guillermo, dejaron aquella cantina para acometer esta nueva empresa. En la que luego convergieron los demás hermanos, como empleados, y todos juntos protagonizaron esta etapa memorable.

Que empieza mañana.

EL LOCAL Y SUS PROTAGONISTAS

Hay mucho por contar y seguramente el tema abarcará varias notas. De modo que “vayamos por partes”, dijera Jack. 

Corresponde entonces describir el local, teniendo en cuenta que a estas notas las siguen muchos que no conocieron aquella cautivante etapa de transición. Empecemos entonces por ubicar el lugar, aunque ayer lo anticipamos. 

Dado que actualmente carece de número, estaba en calle 25, pleno centro: entre Italia y Montevideo vereda sur. Para mejor referencia, digamos que en tiempos más recientes fue ocupado por la tienda de Ramez Hassan, “Gigante”, por la “Casa de los 5.000 artículos” y actualmente por “Zoom”. 

El frente se mantiene con pocas modificaciones, obviamente las mismas medidas, aunque ignoramos cuánto tiene hoy de fondo. Pero en los años 50, llegaba ¡hasta la calle San Martín!, o sea, una cuadra. Ingresando por 25, sobre el lado izquierdo había una muy larga barra, que llegaba casi hasta la mitad del salón, donde estaba la pista de baile. 

El local de la "Paris" en la década del 70 se convirtió en "Confitería Bahillo"

Del lado derecho al entrar, había una gran cantidad de mesitas con sus sillas, que se continuaban hacia el lado sur, detrás de la pista de baile. 

Al final de la barra estaba el centro musical con sus dos bandejas y grandes parlantes que se replicaban en forma envolvente cubriendo todo el local. Del otro lado de la pista, sobre la derecha, había una escalera que conducía a un amplio altillo, que era el restaurant. 

Luego de las mesitas del fondo había dos mesas de billar y continuando, a la derecha, estaban los baños. El gran salón tenía en su parte central un techo corredizo. 

En verano, cuando se abría, provocaba en los bailarines la romántica experiencia de estar bailando bajo las estrellas. Las paredes del salón estaban recubiertas por grandes frescos, algunos alusivos a París, de un gran valor pictórico, sobre lo que volveremos en esta misma nota.

Llegando al patio, sobre la izquierda, había una amplia cocina. Ésta se vinculaba con el comedor a través de un elevador, construido por los mismos Heinrich. Con ese artefacto se evitaba que los mozos del comedor tuvieran que estar pasando con los platos por el borde de la pista, subiendo y bajando la escalera, ya que a menudo había comensales cenando mientras abajo se bailaba. 

Y si no eran de digestión muy pesada, luego bailaban también. Ver los elegantes matrimonios bajar a la pista de baile, tenía un glamour propio de la belle époque.

Llegando a la parte abierta, había un gran patio que se prolongaba hasta la calle San Martín, donde había otra entrada para los que venían en verano a comer en el sector parrilla, que estaba del lado izquierdo.

Bueno, hecha la descripción, será más fácil comprender, todos los variados servicios que se prestaban en la "París" a lo largo del día, cada uno con su clientela: a la mañana desayunos, al mediodía el vermouth y abundante cantidad de platitos con guarniciones; a la noche, servicio de comedor o baile, y al fondo, parrilla al aire libre.

Corresponde ahora ver cómo se distribuían aquellas múltiples tareas los hermanos Heinrich. Guillermo y Angelito atendían el largo mostrador. Pero además, Guillermo preparaba los sándwichs, las picadas, y Angelito, en los primeros tiempos era quien pasaba la música. 

Juan cocinaba muy bien ayudado por Matilde “Chimba”, y Alejandro era muy buen parrillero: su pollo al galeto gozaba de prestigio en leguas a la redonda. Aunque en invierno hacía de mozo, junto con Roberto, Aurelio y Agustín. Aparte de ello, Juan, Guillermo y Alejandro criaban chanchos y otros animales de granja en su chacra de Urquiza al Oeste, donde vivían sus padres, que también ayudaban. Y allá, fabricaban chorizos y otros embutidos, con los que abastecían el comedor y la parrilla.

Pero eran tan completos que, por si les faltara algo a estos muchachos criados en el campo, también tenían entre ellos a un gran artista. Era Roberto, que también trabajaba de mozo. Él fue quien pintó los magníficos frescos del salón que cubrían las paredes del piso al techo, los que merecieron enjundiosas ponderaciones entre los entendidos. 

Y el tramo que más se recuerda de su obra: en el contrafrente, sobre calle 25, parte alta, había dibujado un hermoso reloj cucú. Debajo del cual, escribió en francés la siguiente leyenda: “pour l’homme heureux n’existe pas l’heure”: PARA EL HOMBRE FELIZ, NO EXISTE LA HORA. 

Como sucede con muchos artistas, Roberto tenía “sus bemoles”,¨era afecto a la bebida y siempre se comentó que para pintar, tenía que mandarse algunos tragos, a fin de mantener el pulso. Pero no se debe haber excedido: nunca se cayó de los andamios.

Mañana seguimos: Hay “París” para rato.

LOS MOZOS

Fragmento del techo de la Confitería París

Respecto de lo de ayer, hay dos interesantes comentarios al pie, que se complementan. 

Uno es el de Edgardo Zavarén, quién dice tener como recuerdo, un panel metálicos de los que cubrían el techo de la París

Luego se inserta el comentario de Néstor Piquet, referido a la descripción de Carlos Daneri “Pototín”, sobre el Cine Moderno. De allí surge que ese lujoso cielorraso metálico ya estaba en aquel salón, desde la época del cine. 

A lo que nos agrega Mario Fischer, que ese tipo de artesonado, es similar al que se colocó en el Teatro, en una etapa posterior a su construcción original de 1914. 

Y de paso, nos dice que el altillo del comedor era antiguamente el pullman del cine, al que se accedía por calle San Martín y allí estaba el proyector. 

Es decir, que la pantalla del cine, mudo en su origen -de los años veinte- estaba sobre calle 25. Y otro dato antes de seguir –aportado por Marta Graciela Benítez-, vecina en su infancia de Alejandro Heinrich: la prematura muerte de Angelito, que dejó maltrecha a toda la gran familia, ocurrió en forma totalmente repentina, cuando sólo tenía 21 años.

Claro, con colaboradores así, esto es manzana, así que cuando feliciten, ténganlos en cuenta a ellos. Ahora si, prosigamos.

Hasta aquí habíamos mencionado a los dueños y a los hermanos Heinrich, que sin ser socios, participaban como empleados en sus distintas funciones. Pero faltaba algo que no es menos importante, sobre todo, en este tipo de emprendimientos: los mozos

Ellos eran los que tenían el contacto directo con el cliente y hasta conocían las preferencias de cada uno, por lo que a menudo se apresuraban a servirles, sin necesidad de esperar el pedido, ni siquiera una seña. Por ese y otros motivos, la mayor parte de los clientes, que hoy peinan canas, los recuerdan por sus nombres con mucho afecto; salvo uno, todos han fallecido.

Pasaron muchos, pero los que más permanecen en la memoria colectiva por haber estado durante la mayor parte de la trayectoria fueron: “Ñato Delguis”, “Mono Espíndola”, Santiago Blanco, correntino, único que hoy vive, Almirón, Celestino Domiciano Benitez. Este último se había iniciado como lavacopas y se casó con Matilde “Chimba” Heinrich, también fallecida. Sus hijas tienen hoy una conocida óptica en calle 25, enfrente a donde estuvo la París.

Seguramente al llegar al punto y aparte, más de uno habrá pensado “¡pero que animal, se olvida del principal!”. ¡No muchachos! al contrario, no lo pusimos en el párrafo, porque merece un capítulo aparte, que va a continuación.

ESTEBAN

Perteneciente a una muy respetable familia del barrio de Independiente, junto con sus hermanos, también muy conocidos: Juan Oscar “Candombe” (a quien ya hemos recordado), Héctor “Lumbrí”, Helena y otros, CARLOS ESTEBAN ROLDÁN “el Tarta”, no sólo fue el mozo más emblemático de aquella inolvidable confitería, sino además, un paradigma de ese oficio, que exige tantos sacrificios como virtudes. 

Le cabe a él, la misma definición que hace muchos años utilizamos para Eduardo Piedrabuena, el legendario servidor del Café Argentino: “Un filósofo con bandeja”. Quién era atendido la primera vez por Esteban, no podía dejar percibir de entrada, los signos de no estar ante cualquiera. Con modales pausados, pulquérrimamente vestido, voz potente y siempre con algún gesto levemente reverencial, como por ejemplo, una inclinación de cabeza, se presentaba amable y dispuesto a escuchar el pedido. Ese modo de trato lo repetía aunque tratara con clientes ya asiduos, y aún con amigos. Es más: a nosotros los jóvenes, nos trataba siempre de “usted” antecedido de un “joven cliente”. 

Conocía lo que le gustaba tomar a cada uno, su mesa de preferencia y hasta su hora de llegada. Era muy atento y gentil con las damas; cuando tenía cierta confianza, sin abandonar el “usted”, les deslizaba algún respetuoso piropo. O simplemente les decía. “¿Qué se van servir princesas?” Confianza bien utilizada por chicas y muchachos que -sabedores de su discreción y maestría- lo utilizaban a veces como mensajero, para mandarse saluditos. A muchos matrimonios actuales, los vinculó Esteban y por ello lo recuerdan con gratitud. De chico trabajó en el Apolo, y con los Heinrich hasta el final, en 1969. Lo de filósofo lo demostraba con sus ocurrentes salidas. Me contaba un viejo rematador de Landó Elgue y Cía, casa remates vecina a la París, que un día Esteban, al ver que le pedían al disck jockey, temas de Palito Ortega, levantaba su vista al cielo, como buscándolo a Gardel y le decía “¡Perdónalos Carlitos!”

No se necesita fortuna, ni poder para ser personaje. Esteban, desde su sabia sencillez, lo era. Cuando en 1998 presenté mi libro “Vivir en Gualeguaychú”, fui a su casa a pedirle prestada la bandeja, para aparecer en una foto caracterizado con algo de cada uno de los personajes. Y como “Calavera” Orue ya no estaba, lo hice con la bandeja de Esteban, tal como aparece en la tapa del libro. 

También mereció una enjundiosa nota de Fabián Magnotta en los “Cuadernos” de Nati Sarrot y Marco Aurelio Rodríguez Otero. Y finalmente, es el único mozo en la historia que recibió como tal, un homenaje -propiciado por Alejandro Watters- y ovacionado a sala llena en el Teatro Gualeguaychú.

Por todo eso, esta nota aparte.

Mañana seguimos con la París.

OTROS INGREDIENTES “PRE BAILE”

Con relación a lo que decíamos sobre el artesonado metálico del cielorraso, recordarán que el dato provenía de Edgardo Zavarén. Hoy subió en su muro de facebook, la foto de la pieza de que él conserva, de aquella magnífica cobertura. Si no pueden acceder –vale la pena- Patricio Alvarez Daneri la adjuntará en su sitio Gualepedia, junto con la nota del sábado.

Bien, sigamos: Antes de ir al tema central que seguramente muchos esperan, los bailes de sábados a la noche, recordemos los restantes servicios que se enmarcaban en el rubro de “Confitería”. 

Por la mañana se abría temprano para atender el de desayuno, al que iban clientes habituales y también los de ocasión, que concurrían al centro por compras o trámites bancarios. 

Una gran máquina de café express manejada por Guillermo surtía la mayor parte, aunque también se servía chocolate, submarinos con facturas, masas y algunos postres. Cerca del mediodía, aterrizaban los parroquianos habituales para saborear su Gancia o Cinzano con cantidad de platitos que también atendían Guillermo y Angelito

Entre los clientes habituales, se recuerda a Guillermo Popp, dueño de la estación de servicio Shell frente al puente, que él hizo construir y hoy existe aún, bajo otra marca; también Nelson Pitrau, conocido vendedor de autos, Abelardo Barcia “el Ruso”, a veces Guito y Natalio Guastavino, dueños de la óptica vecina y algunos clientes de la prestigiosa firma martillera “Landó Elgue y Compañía", contigua a la París

Pero las mañanas más fuertes eran las de los domingos y en fechas patrias. Muchos jóvenes a media mañana, luego de asistir a las misas de la Parroquia San José, luego de 1957 Catedral, salían a caminar por la 25 y en su mayor parte, terminaban en la Confitería París. Lo mismo se daba en ocasión de las fechas patrias, ya que los colegios asistían en pleno a sus respectivos actos y participaban en los desfiles, terminados los cuales, confluían todos en la Confitería. Era tal la cantidad, que llegaban llenarla y por supuesto, todo terminaba un gran baile diurno. También algunos domingos a la tarde se organizaban chocolates danzantes, (con los consabidos telegramas) aunque en estos casos, los Heinrich no los organizaban, sólo prestaban el salón.

Era usual sacar mesas a la calle de mañana los fines de semana, como por la tardecita y noche. Pero cuando llegaba la semana de carnaval, las mesas de la París se multiplicaban ostensiblemente, y no sólo cubrían el frente y aledaños, sino toda la cuadra y en ambas veredas. Para ello, contaban con el beneplácito de las familias de enfrente, como la Dr. Marcó, la de Carlos Altuna (después la Sociedad Rural) que autorizaban a ocupar sus veredas. De lado sur en realidad no era toda la cuadra, porque el sector cercano a calle Montevideo pertenecía al “Bar Central” de Calavera Orué, con quien no había mucho margen para la discusión, porque era chinchadísimo (en realidad, más se hacía que o que era, ya lo veremos cuando lleguemos a él). 

Otra actividad complementaria era la de los billares que estaban al fondo del salón. Allí concurrían muchos clientes de Calavera, habida cuenta de que su bar no los tenía, más el factor cercanía. Entre otros, los hermanos Olaechea, “Choclera” Ferroni, “Ministro Poderti” y mi primo, el Negro Rivas (que me ha brindado muchos datos sobre éste y otros temas). Algunas veces se organizaban grandes campeonatos de billar, tan reñidos, que a menudo ocasionaban algunos enojos o reacciones.

Por otra parte, además de los bailes habituales, los Heinrich solían traer orquestas y/o cantantes de prestigio que brindaban buenos espectáculos. Una de ellas era “Morocho Carlomagno y sus Tropicales” de Victoria. Y si me permiten la inmodestia, quien trajo por primera vez aquel magnifico conjunto fue quien esto escribe. Los “descubrí” en un baile del Club Social de Gualeguay, les tomé el nombre, teléfono, y debutaron aquí en el Club Neptunia, en Enero de 1967 para un baile aniversario, durante la fructífera presidencia de Ruly Duboscq. Fue tal el éxito, que siguieron viniendo durante 5 años a Gualeguaychú. También se realizaban desfiles de modelos, diversas presentaciones comerciales, y en algunas ocasiones, espectáculos que nada tenían que ver con la música, como por ejemplo, magos. En cierta ocasión un mago masticaba una copa de vidrio hasta hacerla añicos. El “ColorauVespa lo desafió a que él hacía lo mismo sin tanta alharaca. En el primer mordiscón se lastimó labios, lengua, encías…menos mal que el Instituto Altuna estaba enfrente.

Aunque no era habitual, también en el salón de la París se realizaron algunos actos culturales, como coros, exposiciones o charlas. Una última autorreferencia y no jodo más: allí dí mi primera charla cuando era estudiante secundario; sobre José Hernández y el Martín Fierro, que terminó con un recitado.

Y prepárense, porque mañana por fin, bailaremos en la rutilante Confitería París de los sábados a la noche.

MÁS SOBRE PRESENTACIONES ARTÍSTICAS

Entre los artistas que los Heinrich presentaban en ocasiones especiales, debemos recordar a los locales de más relieve. Como los que animaron los “Domingos de Tango”. Ellos eran Hugo Rodolfo Reynoso y Néstor “Tape” Larrivey. Ya los hemos recordado y ahora marcamos una coincidencia: ambos surgieron artísticamente en el mismo escenario: La Difusora Grecco. Hugo a los 12 años y Tape a los 18. 

Vibrante resultaba el inicio del espectáculo cuando bajaban por la escalera cantando. Acompañaba un magnífico cuarteto: “Guitarras Argentinas”. Hacían una presentación cada uno y en final se unían para cantar a dúo el tango “Adiós Muchachos”. También actuó en la París el trío local “Los Cristales”, que integraban: Manolo De Santi, Julio César “Cascarilla” Portaluppi y “Yacaré” Murillo. Entre los conjuntos foráneos, cabe recordar uno muy prestigioso de Concepción del Uruguay: “Los Viking” conducido por el eximio guitarrista Carlos Basín, quienes hacían temas en inglés de moda. Pero también concretaron presentaciones de relieve internacional, como la del célebre conjunto “Los Nocturnos” y el dúo brasileño “Yacaré Paguá”.

SÁBADOS A LA NOCHE

Sin duda, el fuerte de la París fueron las veladas bailables de los sábados a la noche. A partir de las 10 se empezaba a poblar la sala y antes de arrancar el baile, el público se deleitaba con la música melódica que irradiaba la red de parlantes. Ya no estaba Angelito, quien fue suplido por dos eximios melómanos, como eran Daniel Edgardo Viviani “Turulo” y Lito Nóbile . Podemos decir que fueron los primeros disk jockey de Gualeguaychú. 

Se Las arreglaban sin mezcladoras ni los demás recursos que hoy permite la digitalización, y operando con las dos bandejas, hacían el enganche de un tema a otro con verdadera maestría. Conocían cuáles le gustaban a los clientes habituales, los complacían, y a la vez, iban adecuando el tipo de música a cada momento de la noche. Entre los temas que más se recuerdan, me perece estar escuchando todavía aquel melódico que decía: “Kalu..Kaluuu por el brillo de tus ojos te adoré…” Otros clásicos eran “Siboney” “María la O”, “Tico tico no fubá”. 

Pero el clímax llegaba después de las 24, con los temas de la célebre orquesta “Serenata Tropical”. La discoteca era completísima y generalmente los hits de entonces llegaban primero a la París, que muchas veces traía los long play directamente de Buenos Aires. Y así iban pasando los baiones, mambos, rumbas, fox trox, y en algún momento de la noche, se hacía presente el tango. Porque, como dijimos, allí convergían las distintas edades y todos tenían su cuota de música preferida. 

Entre la gente mayor, amantes del tango, lo que más se recuerda es una barra de matrimonios amigos, muy animosa y dispuesta para el baile. Ellos eran: Petete Laxague y Estela Angeramo, Guillermo Schaumann y María Estela “Gola” Delfino, Jorge “Nene” Majul y Olga Angeramo, Juan Luis “Negro” Ferrando y Zulema, Abelardo Pauletti y Elba, Miguel Angel “Piche” Elgue y Titina Vasallo, Florencio Jacinto Pauletti y Sra., Edelmiro Pauletti y Blanca Corfield, Hugo Spoturno y Ester Pauletti, Ramón Paulino Gonzalez “Gonzalito” y Lidia Ester “Tota” Lema (padres de Guille y Cola). Cuando llegaban los tangos, la mesa quedaba vacía. Y en parte, también la pista, porque muchos jóvenes se sentaban para verlos bailar a Petete y Estela. Inolvidable.

Finalmente con la noche bien avanzada, llegaban los lentos. Si bien no se alcanzaba la oscuridad de hoy para ese momento, se apagaban algunas luces y con eso nos conformábamos.

Bueno, con esto vamos concluyendo la historia de este exitoso emprendimiento iniciado por aquellos 8 hermanos nacidos en al campo. No sólo innovó en la noche de Gualeguaychú, sino que abrió rumbos para la nueva etapa de los bailes a salón cerrado. Fue una transición entre dos épocas, y por ello la denominamos “una bisagra en el tiempo”. 

Cerró definitivamente en 1969 y los hermanos Heinrich tomaron distintos rumbos: Alejandro a Gualeguay, Agustín y Aurelio a Rosario del Tala, Guillermo al Neptunia. Hoy ellos ya no están en este mundo, pero nos dejaron para siempre el recuerdo imborrable de la Confitería París, reina de la noche gualeguaychuense.

En la próxima arrancamos con el rico y divertido anecdotario de los bares de aquella época.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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