Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 52

BARES, BOLICHES, BOHEMIA Y HUMOR 

Introducción

Hemos dejado para el final de esta serie sobre los 50 –que salió más larga de lo previsto- el recuerdo de la muy sustanciosa vida nocturna que transcurría en aquellos años en una Gualeguaychú más chica, casi familiar. 

Lo que contaremos en este último tramo –que sin duda les resultará desopilante- es rigurosamente cierto, aunque más de uno seguramente va a decir: “no, no puede ser, este petiso nos está verseando”. Claro, ya no viven los actores para ratificar, pero sí sus descendientes para hacerlo. Eso sí, hoy no se van reír todavía. Pero es todo cierto, no hay un gramo de fantasía ni imaginación. Es más, siempre hemos considerado que la historia anecdótica de cualquier pueblo, es un complemento de la oficial. Porque, ayuda a conocer, como se vivía, las costumbres, hábitos, el carácter, el modo de ser colectivo, y en fin, todo lo que se conoce bajo el rótulo común de “idiosincrasia”. 

Con ese convencimiento, hace casi 40 años, hicimos la investigación que ya hemos difundido por otros medios y hoy la reeditamos “masterizada” para los seguidores en facebook. 

Para cada ítem, hicimos en promedio unas veinte entrevistas y todas quedaron grabadas en el viejo formato de cassettes de audio que se conservan y algún día de estos haremos digitalizar. Luego se confrontaba una versión con otra,¡ con publicaciones, fotos o documentos de la época, para aproximarnos con cierto rigor a la verdad. Es decir, tratando los temas, con el criterio antedicho con el método de cualquier historiador, aunque no me considero tal. 

Todo empezó cuando allá por los 80 vino una delegación de la Embajada China, invitada por el Gobernador Montiel. Luego de un paseo en mi crucero Frenesí V hubo un agasajo en el Club Náutico, en cuyo transcurso el Ballet “El Lazo” de Nilo Right bailó magníficamente el “Vals a Gualeguaychú”. En ese momento un chino, luego de aplaudir fervorosamente, se dirigió a mi: “¡que linda canchión! ¿quién esh el autol? Con gran vergüenza, le dije que no sabía. Pero más vergüenza aún fue saber que casi ninguno de los presentes lo sabía. 

Resuelto a averiguar, Ruly Duboscq que aconsejó entrevistarlo a Quico Vallejo, muy amigo de él y de mi padre. Y así fue: él y su esposa Carmencita brindaron los primeros datos y me orientaron hacia Raúl Ghiglia para complementar. Pero cuando terminamos con éste, el tema del vals, surgieron tangencialmente otros, como el del “Copetín al Paso”. Justo uno de los que más me interesada conocer, por todo lo que había escuchado sobre ese legendario reducto. Y así, un relato iba trayendo otro y me encontré con un riquísimo anecdotario, que reclamaba ser difundido. 

Nos juntábamos en “Casa Sierra” los mediodías después del cierre con Raúl y otros contertulios, en sesiones que terminaban con grandes carcajadas. Y así fueron apareciendo otros, bares y boliches ya desparecidos. A medida que avanzaba la apasionante recopilación, las fui publicando en “La Página del Domingo” que hacían para El Argentino, Carmen Galissier y Pelusa Martinetti. Al principio iban a ser para tres o cuatro domingos; fueron más de dos años. Y vamos al grano:

Los gualeguaychuenses siempre nos hemos caracterizado por nuestro carácter jovial, abierto, la fluida entrada en confianza y el culto a la amistad.

Ese proverbial modo de ser de nuestro pueblo, impactaba a los forasteros y ello explica porqué se hallaban a gusto entre nosotros, lejos de las rigideces y acartonamientos de otras sociedades. Pero por sobre todo, les llamaba la atención el creativo humor de nuestras gentes.

Ese ángel que caracterizó a Gualeguaychú, se inspiraba en un Parnaso, animado por invisibles musas que aparecían por las noches y languidecían por la madrugada, para renacer a la tardecita del día siguiente con renovados bríos.

Tenían sus propios templos, en cada uno de los bares, cafés, fondas, comedores y boliches que abundaban a lo largo y a lo ancho de la ciudad.-

Desde esos santuarios de bohemia, humor y amistad, brotaba la savia inagotable que caracteriza a nuestro pueblo. Para demostrarlo, vayan las crónicas que nos ocuparán en esta serie. Relatos verídicos de nuestros mayores, que nos muestran sabrosos ingredientes de la vida cotidiana de aquel Gualeguaychú, y nos ayudan a la comparación con el actual.

El humor era la constante en esas tertulias; en algunas ocasiones resultaba fino y ocurrente, en otras, contundente y frontal.

Los parroquianos se turnaban en el incómodo papel de víctima propiciatoria de ocurrentes cargadas, o en el más “honroso” de autores de las mismas. Los que por falta de aptitudes, no salían jamás del deslucido papel de candidato, también aceptaban las reglas implícitas de este código no escrito y prueba de ello es que no se abrían del grupo.

Pero lo que marcaba el estilo y el relieve de cada santuario, era la figura omnipresente del dueño del local, que asumía batuta en mano, el papel de director de orquesta, o bien actuaba entre bambalinas, de acuerdo con su personalidad. Y cada uno de estos maestros de ceremonia, le transmitía al recinto que regenteaba su propia personalidad, lo que influía en la idiosincrasia y estilo de cada boliche. No había dos iguales.

Si bien la legislación los consideraba comerciantes, casi ninguno de ellos se encuadraba en lo que entiende por tal el Código respectivo, ya que el afán de lucro quedaba relegado a segundo plano: eran tan bohemios como sus contertulios y su vida estaba ligada a los aconteceres que sucedían mostrador de por medio. Reafirma esto último, el hecho de que ninguno se enriqueció; antes bien, muchos sucumbieron a los golpes adversos de la fortuna.

En algunos casos sus características personales eclipsaban hasta el nombre del recinto: la gente no iba a El Ancla, o al Bar Central, sino "a lo Tanicho", o "a lo Calavera".

Pasado el medio siglo, las cosas se modificaron: el tiempo libre empezó a escasear, el ritmo de vida se hizo intenso, aparecieron la inflación y los cambios bruscos en el orden económico, social y político; la televisión retuvo a muchos en sus hogares y la juventud se inclinó por el ruido. Entonces, estos bares y cafés, se fueron muriendo silenciosamente. 

Dos de los más representativos -la Pizzería y el Bar Central que habían sobrevivido a estos avatares- cayeron definitivamente bajo las piquetas implacables de las nuevas leyes de alquileres, golpe de gracia de los tiempos modernos que los despidió para siempre de la noche ciudadana. 

Como mejor homenaje, recordaremos a los que eran fuente inagotable de sabrosas anécdotas, en que lo bohemio, lo artístico y lo intelectual, unía por igual a encumbrados señorones y humildes empleados. El arte de los taberneros, ayudó a borrar diferencias entre enjundiosos doctores e ignorantes solemnes, vinculados espiritualmente por la magia de las copas. 

Por eso, en domingos venideros, habremos de convocar a Mario González, Calavera Orué, los hermanos Schismanov, Pedro Djukoff, Tanicho Indart, y a don Bernardo Lavigna.

Mañana arrancamos con el “Copetín al Paso”. Ahí se van desquitar por lo que hoy no pudieron divertirse.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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