Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 33

MÁS RECUERDOS DE ESTUDIANTINA 

Los paseos del estudiante tenían una nota diferencial con los de otras ciudades. En ellas, el festejo se hacía en lugares cercanos, como un parque o una plaza, dentro del ejido de la localidad. Acá en cambio, los estudiantes íbamos a pasar el día a lugares distantes, como el Chalet de Vela, “El Plato” de Secchi, El Salto de Méndez u otros. 

Así, mientras en otras partes de la provincia los alumnos iban, a pie, en bicicleta o en autos, acá en Gualeguaychú íbamos invariablemente en camiones, Porque siempre alguno tenía un camionero en la familia o en el barrio y ellos accedían a ese servicio. 

Claro, no podían ser camiones cerrados, por razones obvias, y entonces los preferidos eran los de transporte de hacienda, donde podíamos treparnos en las barandas. 


La salida no llamaba tanto la atención porque se partía desde distintos puntos, a distintas horas, y todos íbamos tranquilitos, bajo los efectos de la serenata. Pero en el regreso, todos los camiones juntos, entrando en hilera por la calle 25 y Urquiza, constituía uno de los mayores espectáculos populares. 

Por ello congregaba a decenas de miles de espectadores, que tenían hijos, sobrinos, vecinos, amigos en esa barahúnda bullanguera. Y aún los que nos los tenían, concurrían a presenciar el espectáculo de tanta alegría juvenil contagiosa.

Hasta que un día los camiones repentinamente se detuvieron, los alumnos se iban bajando, y medida que los ocupantes del anterior iban informando a los de atrás, estos descendían en el mayor silencio, que contrastaba con el bullicio hasta ese momento. De ese modo, se iba corriendo la noticia del grave accidente de Paulina Pérez Fortunato, que conmovió de inmediato a toda la comunidad. Y si bien el triste hecho no pertenece a la década que rememoramos, lo recordamos acá, porque fue el principio del fin de la tradicional entrada de los camiones con estudiantes.

Otro modo de celebrar la primavera, era el paseo en carruajes por el centro, que se hacía el día 20 de septiembre, previo a las serenatas. Alumnos de distintos colegios, salían por la 25 en carros, chatas rusas, sulkys, tumberos, chatas Ford T y cuanto vehículo apropiado podían conseguir. Los adornaban con hojas de palmeras, que unidas en lo alto llegaban a formar un techo, ramas de árboles, muchas flores y algunos carteles celebratorios o alusivos. 

Y por supuesto, muy abundante en algunos, el infaltable “líquido elemento”. Y en muchos casos, el toque de humor. Como un gran carro en el que los festejantes iban disfrazados de “damas mendocinas”. Pero en la parte posterior del carro, se develaba la realidad: un cartel con letras bien grandes decía: “Las damas chupandinas”. Y en el centro de la escena, Polo Orué, enarbolando una damajuana -seguramente afanada a “Calavera”- se mandaba unos cuantos tragos por cuadra. 

Bueno, no serían damas, pero que eran chupandinas, nadie lo puso en duda. Y fíjense cómo se dio, por algo comparable a los “corsi e ricorsi” de los tiempos, de Giambattista Vicco (no Manuel), en esos carros estaba la semilla que cambió la historia de Gualeguaychú. 

Porque en 1958, una prestigiosa docente muy atinada y observadora, reparó en la belleza que mostraban algunos carruajes, pese a lo precario de sus elementos decorativos. Y soñó con que los estudiantes gualeguaychUenses serían capaces de construir carruajes más bellos aún. Se llamaba Blanca Rebagliatti de Lyall y para embalar al estudiantado a ese desafío, se le ocurrió la maravillosa idea de esperarlos al año siguiente con una bella carroza. 

Porque en 1958, una prestigiosa docente muy atinada y observadora, reparó en la belleza que mostraban algunos carruajes, pese a lo precario de sus elementos decorativos. Y soñó con que los estudiantes gualeguaychuenses serían capaces de construir carruajes más bellos aún. Se llamaba Blanca Rebagliatti de Lyall y para embalar al estudiantado a ese desafío, se le ocurrió la maravillosa idea de esperarlos al año siguiente con una bella carroza. 

Pero ¿quién la haría? Bue, no había otro que el gran Eclio Giusto, que ya había dado muestras de ingenio, creatividad y sentido de la estética, porque también pintaba. Y accedió a hacerla, pese a que unos meses antes se habían inundado su casa y su negocio. 

Se llamó “Álbum Familiar” y desfiló por el centro de la ciudad el 20 de Septiembre de 1959, como para que los estudiantes las vieran y se entusiasmaran. Así fue, y entonces vino el segundo paso magistral de la visionaria Blanca: les hizo una convocatoria pública: si se animaban, podrían concursar el año siguiente en un gran “Desfile de Carrozas y Corso de Flores”, tal como le denominó. 

Y así, el 20 de Septiembre de 1960, Gualeguaychú tuvo su primer Desfile de Carrozas Estudiantiles, que hoy lleva 6 décadas de brillo creciente y ha sido la simiente de la calidad de nuestro carnaval. 

El baile del estudiante por entonces no estaba segmentado, de modo que se hacía un único baile para todos, lo que hoy sería imposible, por la cantidad de colegios y el número total de alumnos. Y tampoco existían locales cerrados de tamaño suficiente. 

Recordemos que en aquellos años no existían los amplios gimnasios cerrados que tenemos hoy. El “José María Bértora” de Central se hizo en la década siguiente, al igual que el de Independiente; el “Marangatú” de Neptunia, el “Lucio Martinez Garbino” de Juventud, el “Eliseo Rébora" de Pueblo Nuevo, y los de Sudamérica , Sarmiento y Black River, son más recientes. 

Sólo existía por entonces el de Racing, más chico que el actual “Antonio Giusto” y emplazado en forma perpendicular a éste. No obstante ello, la mayor parte de los bailes del estudiante se hicieron en Racing. Y eran con orquestas, ya que por entonces, casi no había disck jockey ni equipos de sonido como los actuales. Eran bailes multitudinarios, aunque los concurrentes no los podían disfrutar a pleno, ya que venían muy filtrados por la serenata y el paseo. Más de uno cometía el error de tirarse a dormir un rato para estar bien en el baile. ¿Por qué "error"? Solían despertarse al otro día y sus compañeros les contaban cómo había estado. También se bailaba en la Confitería París, sobre la que volveremos.

Confitería Royal en Urquiza y Santiago Diaz

Y fueron muy característicos de la época los chocolates danzantes. Estos eran bailes específicos para estudiantes secundarios y se realizaban en distintos locales, como el salón del Club Frigorífico, o en la de la confitería “Royal”, cuando todavía era del Sr Derudi, en Urquiza y Santiago Díaz, ángulo noreste. 

No eran necesariamente bailes nocturnos; había chocolates danzantes en el Royal, de tarde, tipo matiné. 

Tenían una característica que nos atraía a todos: era el servicio de telegramas. ¿En qué consistía? entre los organizadores del baile, se armaba un grupo de telegrameros. Ellos se encargaban de llevar el telegrama, que era una esquela, mediante el cual alguien invitaba a bailar a una chica, y ésta le contestaba por la misma vía, con un esperanzador “si” o un decepcionante “no”. Pero casi siempre la respuesta era acompañada con algún texto adicional; por ejemplo, en el caso negativo, con alguna disculpa y en el de invitación solía agregarse un piropo. 

No resulta fácil recordar ahora algún texto en particular. Salvo aquel con que me contestó una amiga en el Club Frigorífico:

“Vos me dejaste un día

y me volviste a querer,

como perro que vomita

y después vuelve a comer.”

Me despernucó! 

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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