Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 49

LOS GIGANTESCOS BAILES DE LA ÉPOCA 

Introducción

Y bien, vamos llegando por fin, a la parte más sustanciosa de aquella década. Porque los bailes multitudinarios en pista abierta, y en especial los de carnaval, constituyen uno de los cambios sociales que hacen inolvidables e irrepetibles aquellos años locos. Algunos -como los de Independiente- llegaron a tener repercusión regional, por la gran cantidad de concurrentes foráneos entre los miles de bailarines que llenaban sus pistas. A lo que se asocia la irrupción de las más de 20 orquestas locales que los animaban. 

Pero considerando que hasta la década anterior, todavía predominaban los atildados bailes de salón, con sus rigurosas reglas y formalidades, se nos hace necesario, antes de ir propiamente a nuestro tema, echar un vistazo al pasado inmediato. Para comprender de dónde veníamos en materia de bailes, y valorar mejor la explosión que se produjo entre los cuarenta y cincuenta.

Si nos remontamos a los inicios, veremos que las primeras reuniones bailables fuera del marco de los ámbitos familiares, arrancan en la década de 1880. Por entonces, finalizadas las revueltas de López Jordán, que en la década anterior habían mantenido en estado de guerra a la Provincia, empiezan a llegar oleadas de inmigrantes y a conformarse las distintas colectividades. 

El entonces suntuoso edificio de "Entre Argentinos y Orientales" que aún subsiste en calle Palma. En su salón de plata alta se realizaban los bailes de "La Aurora". 

El ambiente más sosegado empezaba a generar mayor actividad social y entre otros cambios, se fueron dejando en un segundo plano, los bailes de familia. Se abría la puerta para los bailes de salón, cuya organización requería mayores esfuerzos. Para satisfacer esa naciente necesidad, se fundaron por entonces, las primeras sociedades de bailes: “La Aurora” en 1888 y “La Lira”en 1892. 

Eran agrupaciones sociales cuya única finalidad era la de hacer reuniones bailables. Es decir, que el fin social se agotaba en el baile mismo, no como medio para obtener una recaudación, lo que vino después. Por ello, no se ingresaba pagando la entrada, ni había boletería en la puerta: solamente se accedía al baile por rigurosa invitación, que era muy formal y había que reunir los requisitos y pasar los filtros necesarios para merecerla. 

Aquellas entidades se mantenían con las cuotas de sus asociados. Por entonces, no había ningún tipo de amplificación y por ello, tanto los presentadores como los cantores, debían esforzar sus cuerdas vocales para hacerse oir. Las niñas no iban solas y concurrían acompañadas de sus padres, madres u otros familiares; lo mismos para el regreso. Tanto ellas como los varones concurrían de rigurosa etiqueta y la invitación a bailar tenía sus propias reglas. 

Se realizaban muy pocas veladas en el año; generalmente para las fechas patrias u otras festividades. A cualquier joven que hoy lea esto, le costará digerir “semejante fiasco”, pero hay que ver de dónde veníamos, para entender que aquello fue un avance. 

Como es natural a la evolución de los tiempos y los cambios sociales, llegó un momento, ya bien entrado el siglo pasado, en que aquellos bailes de salón empezaron a incomodar por su excesiva rigidez y hasta aburrimiento. Ya en los años 30 empieza la evolución con los grandes bailes del recién fundado Neptunia, en el salón alto del Concejo Deliberante, o en su primer local de calle 25, donde había funcionado el Cine Moderno y después la Confitería París. Eran bailes con menos restricciones, mucha alegría, elecciones de reinas y otros atractivos. Sin embargo los más tradicionales de la las sociedades “La Lira”, y “La Aurora” subsistían en los años 40.

Pero a fines de los años 30, un grupo de jóvenes que secundaban a Claudio Mendez Casariego en la presidencia del Club Independiente, ya habían empezado a dar muestras de su espíritu de innovación, empuje y una férrea voluntad de trabajo.

Pero para darse el cambio, se sumaron otras circunstancias. A finales de los años 30 llegó la amplificación, recurso imprescindible para que se pudiera pasar del salón a la pista abierta. Y en la misma época, los clubes, cuyas sedes fundacionales eran generalmente una pequeña finca, se iban ampliando mediante la compra de otras propiedades linderas. 

Tal el caso de Independiente durante el período de Claudio Méndez, o de Central Entrerriano con su gran Presidente, José María “Morocho” Bértora. Es decir que ya teníamos tres factores que determinaron la evolución: el hartazgo de los bailes cerrados, la amplificación y las grandes pistas. Pero debemos agregar un cuarto: en la década anterior se había inaugurado la ruta terrestre a Buenos Aires, a inspiración de Don David Della Chiesa

Ello permitió abreviar los largos y costosos viajes en vapores, abriendo la posibilidad de traer grandes orquestas de Buenos Aires, cubriendo varios destinos en un fin de semana. En la nueva etapa, los bailes dejaron de ser por invitación; ahora bastaba con pagar la entrada en la puerta, por cuanto pasó de ser un fin en sí, a un medio para financiar las demás actividades del club. Lo definió en forma contundente Don Raúl Ghiglia cuando un día me dijo: “Los bailes cerrados y por invitación se acabaron el día que vino uno y puso una boletería en la puerta”.

Bueno ahora, con este introito vinculatorio, estamos en condiciones de empezar, relatando cómo se produjo en poco tiempo aquel gran cambio.

Pero mañana.

HACIA LOS GIGANTESCOS BAILES DE LA ÉPOCA

Antes de seguir, una aclaración. Habrán notado que la mayor parte de los recuerdos de esta etapa, están referidos a los bailes del Club Independiente. Ello no implica preferencia, ni desmedro de los otros clubes que también hicieron memorables bailes en aquellos años, como Central Entrerriano, y Defensores del Oeste. La razón es la siguiente: cuando en la década del 80 hicimos esta investigación, contamos con la memoria y disposición de Don Raúl Ghiglia, para este y otros temas. En más de una oportunidad, él invitaba para esas entrevistas a alguno de sus contertulios, como “Peluncho” Castillo. Más de una vez nos quedábamos charlando en “Casa Sierra” y era frecuente que termináramos con grandes carcajadas. Por otra parte, es públicamente reconocido por la gente de la época, que los bailes de mayor convocatoria fueron los de Independiente. Y otro motivo: la hilación del relato de aquellos interlocutores, nos permite analizar, a través de una sola institución, la evolución de los sucesivos cambios y cómo se fueron dando. Y así nos explicaremos mejor, la asombrosa evolución de los bailes de Gualeguaychú en muy pocos años. Con esa justificación, sigamos adelante.

Baile con Alberto Castillo en el año 1940 en la Barraca de Rossi. En primer plano a la derecha: el Dr Osias Zalzman

Como dijimos, la amplificación con parlantes había llegado a la ciudad en los años 30. Sin embargo, el paso a los bailes de pista abierta no se daba todavía; los clubes no contaban por entonces con los espacios que fueron adquiriendo después. Pero nos da la impresión de que aquel grupo de dirigentes rojos, ya vislumbraba lo que se venía y las inmensas posibilidades que se les presentarían. 

Por ello, el Club Independiente, durante la presidencia de Mario González -volveremos sobre este singular personaje- como para “ir haciendo escuela”, empezó incursionando a fines de los 30, en la realización de bailes en salón cerrado y por invitación. O sea, a la usanza de las sociedades de bailes, pero ellos eran un club. Y como no contaban, ni con el espacio apropiado en su pequeña sede, ni con la experiencia en la materia, decidieron asociarse con algunas de las sociedades de baile que subsistían, para hacerlos en conjunto e ir haciendo experiencia. 

Y así fue: se unieron a ese fin con la "Sociedad Recreativa Juventud Unida” (aunque no tenía vinculación con el club decano). Y como tampoco ésta, disponía de local propio, consiguieron el de la sociedad italiana "Unione e Benevolenza", que es el mismo que tiene hoy el Circulo Italiano, nacido en 1959 de la fusión con "Operarii Italiani" que luego vendió su sede de Montevideo 132. 

Allí realizaron con gran éxito el baile del 25 aniversario. Era el año1938 y además de los éxitos en fútbol, ya llevaban hechos varios bailes y acumulado experiencia. 

Ya en 1940, bajo la presidencia de Claudio Méndez Casariego, empezaron a dar prueba de lo que después se vendría, cuando Independiente -ahora sin otras entidades como socias- se largó al primer desafío a lo grande: traer a Gualeguaychú a una de las máximas figuras de la música argentina y de enorme popularidad: Alberto Castillo

No tenían local cerrado para una realización de esa magnitud. Todos los que había resultaban chicos para la talla y convocatoria de aquella figura. Y demostrando por anticiado de lo que eran capaces, alquilaron el inmenso galpón de la barraca de Don Luis Rossi, que en la década siguiente comprara el Racing Club, donde hoy tiene su sede, aunque era la mitad de la superficie actual. ¿En una barraca? Sí: en una barraca. Pero en pocos días la limpiaron, la revistieron, adornaron, colocaron luces, guirnaldas, parlantes, escenario, cortinas, mesas y sillas, para convertirla en un elegante salón de baile. 

Y así, un día de 1940, “el cantor de los Cien Barrios Porteños”, deslumbró a Gualeguaychú en una jornada musical y bailable de la que no había antecedentes. 

¿Quieren una anécdota? Acá va:

EL MICRÓFONO AMAESTRADO

Hacía pocos años que habían llegado a Gualeguaychú los primeros micrófonos. Un pionero en aquellas técnicas de sonido fue Pepe González, quien arrendaba su equipo al Club Independiente. Pero Pepe tenía sus bemoles: no le gustaba que los cantores le hamacaran los micrófonos. Alguien, para hacerlo engranar, le recordó que Castillo era famoso por esta costumbre. Aún cuando se trataba de un elemento de gran peso y tanto volumen, que casi tapaba la cara del cantor.

Pero a Pepe -que no era ni lerdo ni perezozo- no se le movió un pelo (aunque en su caso, podríamos decir más propiamente, que ni chistó), y sin acusar mayor preocupación se limitó a decir: “vamos a ver si a mi me lo bambolea....” Muchos pensaron que iba a clavar el micrófono en el escenario, pero como no hizo tal cosa, creció la curiosidad. 

La cuestión es que Castillo cantó toda la noche sin tocar el micrófono mientras Pepe muy orondo, saboreaba en silencio su triunfo.

¿Qué pasó? Muy sencillo: había tenido la previsión de dejarle un cable pelado y cuando Castillo lo quiso tocar, le pegó tal patada que fue la única vez en su vida que cantó ¡con las manos en el bolsillo!

Como diríamos ahora: "son años... "

Alberto Castillo en un baile del Club Independiente años 60

EL BAILE DEL SIGLO

El memorable baile con Aberto Castillo impactó en toda la ciudad. 

En épocas en que no había televisión, nadie quería desperdiciar la oportunidad de verlo personalmente y pagaron su entrada. Otros -cuyos bolsillos no se lo permitían- llenaban la esquina del Hotel Comercio y prorrumpían en hurras, cada vez que el astro salía al balcón para saludar. Aquel baile dejó su semilla; preparó el ambiente para futuros éxitos en el mismo recinto. 

Orquesta Kuroki Murua

Y no cesaban las innovaciones: para hacer más fluído el cambio de orquestas entre la de Kuroki Murúa y la de Luis Quaranta, colocaron un piano en cada punta del amplio escenario, de modo que terminaba un conjunto y enseguida arrancaba el otro. 

Al éxito inicial siguieron otros, con múltiples ventajas: por un lado, la amplitud del recinto los iba entrenando para la etapa siguiente, que ya estaba a la vista: la pista abierta. Y por el otro, las jugosas recaudaciones les permitieron ir comprando las propiedades contiguas y así tener el espacio que viabalizara los planes siguientes. 

De ese modo, luego del lote inicial, comprado en los años 30 por $ 2.000 con un préstamo de la Municipalidad, en la década del 40 fueron adquiriendo: dos casitas de la familia Rossi, la de Margalot, el antiguo almacén de Baffico en la esquina de Ituzaingó, y otras fincas. 

Pero ya no era con endeudamiento, sino con el dinero efectivo que salía de los rendidores bailes: el ambicioso plan, iba dando sus frutos. Pero por si faltaba alguna prueba del tesón de aquellos jóvenes entusiastas, ella vino a los cuatro años del baile de Castillo.

Por aquel entonces, Raúl Ghiglia en razón de su pertenencia a Casa Sierra, mantenía fluidos contactos con su colega de Uruguay Víctor M. Tóffalo, dueño de la tienda “El Sportsman”. Éste era también empresario artístico y esa relación comercial permitió la contratación conjunta en Buenos Aires de giras artísticas que cubrían dos o tres ciudades en un fin de semana. 

Pero un día, en junio de 1944, Don Víctor le hizo una oferta a Raúl que lo dejó temblando: la posibilidad de traer a Gualeguaychú, nada menos que la celebérrima “Santa Paula Serenaders”. Era la gran orquesta de jazz de Argentina y su proyección llegaba a toda América, pues sus giras cubrín varios países. Dirigida por el eximio bajista Raúl Sánchez Reynoso, por ella pasaron músicos de nota, como el pianista Ken Hamilton; el saxofonista y cantante Barry Moral (que en la década siguiente vino con su propia orquesta), el clarinetista Panchito Cao, quien a los pocos años brilló en todo el continente con su conjunto “Los Muchachos de Antes” y el trombonista Raúl Fortunato, entre otros. 

El conjunto, integrado por 20 músicos, impactaba por la sonoridad metálica de sus instrumentos, la percusión, sus cantantes y hasta la lujosa y brillante vestimenta. Pero claro, todo eso había que pagarlo: la contratación era de un costo sideral. Pero en lugar de amilanarse y encargarle a Tóffalo “algo mas barato”, se pusieron a pensar dónde podrían presentarla, porque el galpón de Rossi resultaría insuficiente en esa oportunidad. Mientras tanto, el club se había agrandado bastante y ya tenía un espacio propio abierto bastante holgado. 

Pero había un “pequeño inconveniente”: estaban en pleno invierno, la fecha era para julio. Sin embargo el baile se hizo, fue un éxito memorable y nadie pasó frío. ¿Acaso vino una ola de calor? No: simplemente que en pocos días cerraron totalmente la amplia pista. ¿Cómo? La cubrieron con una cantidad de lonas de carpas que les facilitó el Capitán Molino Torres, Jefe de la 4ta. Compañía de Construcciones del Ejército. Y como asimismo no alcanzaban, también llegaron todas las cortinas del Asilo de Caridad, conseguidas por Claudio Méndez Casariego y muchas telas más prestadas por familias allegadas. 

Horas antes del baile, la pista era un perfecto salón cerrado y calefaccionado. Contaban los espectadores de aquella velada, que de ratos dudaban si estaban soñando, al ver a la mismísima Santa Paula en pleno, en su ciudad, en su barrio, en su club. La jornada alcanzó su climax cuando, fuera de programa, el Presidente del Club, Claudio Méndez Casariego – eximio bailarín- invitó Beba, la la despampanante chansonnier del conjunto, a compartir un vals en la amplia pista. Todos pararon de bailar para contemplar ese derroche de elegancia y plasticidad. A tal punto, que el Maestro Sánchez Reynoso, impactado, ordenó repetir tres veces la pieza. Claudio quedó rendido.

Y hasta el tiempo acompañó, ni bien la gran orquesta se retiró entre fervorosos aplausos y se iban los últimos bailarines, se descolgó un aguacero descomunal. Tanto, que los músicos, viajando por la antigua ruta de tierra a Uruguay, recién pudieron llegar el día martes subsiguiente.

Por todo eso, por lo que significó aquella verdadera proeza dirigencial, y las puertas que abrió para lo que vino después, es que lo hemos caratulado así: ¡El baile del siglo!

Mañana por fin, entramos de lleno a los bailes de los 50.

LOS GIGANTESCOS BAILES DE LA ÉPOCA 

Y llegamos a la década de los cincuenta, en cuyo transcurso se desplegó a pleno lo que se venía gestando en materia de bailes, prolongándose hasta la década siguiente. 

Obviamente, los bailes abiertos monumentales que caracterizaron esa veintena, se circunscribían al verano. Sin perjuicio de ello, los clubes hacían bailes a salón cerrado en otoño e invierno, junto a otras actividades también rentables, aunque no tanto. El acierto de haber optado por la variante de incrementar el tamaño de las pistas, para poder mantener la variable del precio accesible y con ello la concurrencia masiva, fructificó en forma explosiva. 

A inicios de los años cincuenta, Independiente ya contaba con la mayor parte de la legendaria “pista roja”, cuya construcción estuvo a cargo de Pepe Sosa y la colaboración financiera de Don Bárbaro Longo. Por ella desfilaron la mayor parte de las orquestas locales que en el año inicial de la década fundaron la Asociación Musical de Gualeguaychú. Por razones de espacio, hoy enumeramos las agrupaciones locales que cubrieron esa época, y si quieren, en nota aparte recordaremos a sus integrantes. En general, se distinguía entre típicas, dedicadas al tango, milonga, algunos valses y otros ritmos; las de jazz, que tocaban baiones, foxtrot, boleros y las llamadas “características”, que ejecutaban una gran variedad de temas y estilos. Algunos directores tenían una orquesta para cada género.

De las orquestas típicas, cabe recordar algunas: “Casablanca”, dirigida por Juan Pedro Fusse; “Arolas”, de Blas Enrique “Rengo” Taffarel; la de Juan Carlos Pitter, “Tango Bar” de Eduardo Lalo Ferreira y también “Tango Club”; “Los Maestros del Tango”, de Guillermo Inchausty, la de Ruperto Gelós y la Típica “Ventarrón” de Carmelo Silva

Entre las de jazz, recordamos a “Los Estudiantes”; “Sao Paulo”, “Continental Jazz”, “Tropicana Club” de Miguel Ángel Chacón, “Dixieland Jazz”, “Estrellitas Azules”, “Jazz Columbia”. 

Entre las características: “Estrellita”, de Julio César Berrino. En alguna oportunidades actuó el recitador afro Hugo Devieri muy ligado a Gualeguaychú.

Pero el mayor atractivo y concurrencia se registraba con la actuación de los grandes conjuntos capitalinos. Entre ellos: el pianista, director y compositor de tangos Juan Carlos Barbará; la gran orquesta típica de Alfredo de Angelis, la Jazz de Barry Moral, prestigioso clarinetista y saxofonista que había integrado la Santa Paula Serenaders; el exitoso sexteto de jazz de Washington Bertolín, Jean Duval y su “Organo del Ensueño”, que vino varias veces y también a Central Entrerriano. 

Pero sin duda, el de mayor convocatoria de la época fue Feliciano Brunelli con su orquesta. Era un eximio acordeonista, bandoneonista y pianista, considerado el creador del género orquestal “característica”. Por si no lo recuerdan, su grabación del tango “Mi vaca lechera” fue la música elegida para la célebre película “Esperando la Carroza” de 1985. En sus dos visitas a Independiente llenó por completo la pista roja. Pero en la segunda de ellas, marcó un récord jamás superado de concurrencia, que algunos estimaron entre 4 y 5.000 personas. 

Ornamentación de la puerta de entrada a Independendiente. La máscara de un chino, por cuya boca ingresaba el público. 

Pero fuera de la cifra, lo concreto es que esa noche los directivos, cuando ya no cabía un alma en toda la sede, tuvieron que cerrar colocando en la puerta el cartelito “no hay más localidades” cuando en la calle todavía había una cuadra de cola. 

Por suerte llegué temprano y pude estar en esa jornada histórica. 

Perdura en mi memoria el clímax que se alcanzaba cuando Brunelli ejecutaba en su acordeón la popular canción “Barrilito de Cerveza”, de la que era autor y alcanzó difusión en todo el continente.

Y para ir terminando, merece que recordemos la ornamentación del local, que empezaba con la puerta principal de calle Ituzaingó. 

Se la cubría con la figura de un diablo rojo recibiendo a la gente cuya altura superaba la del propio edificio. 

O bien, la de un chino por cuya boca ingresaba el público. Ambos diseños estaban a cargo del pintor Félix Marfetán.

Y dejamos para mañana otro aspecto innovador y hasta revolucionario para la época: la “luz negra”, invento magistral de uno de los directivos del club. 

Antes de entrar en tema, debemos rememorar a los meritorios presentadores de espectáculos en Independiente

En los años 50, ese rol estuvo cubierto por José Lorenzo, que tenía su taller de reparaciones de máquinas de coser en 25 casi 3 de Febrero. Y en la década siguiente lo hizo una figura que muchos recordarán: Juan Oscar Roldán, tan integrado al club como todos sus hermanos. “Candombe”, fue por muchos años, el emblema mismo del club. Sin perjuicio de los presentadores de cada orquesta.

Y ahora sí: El carnaval por entonces se vivía a pleno en toda la ciudad, sea en el juego con agua -que en algunos barrios era masivo- o en el corso, o en los grandes bailes. Nuestros corsos, aún en la época anterior, cuando las familias pudientes se aposentaban en sus respectivos palcos, compartían sin embargo el mismo escenario con la gente de los barrios. Y muchos personajes barriales se convertían por una semana (eso duraba), en figuras estelares que la gente del centro aplaudía, como “El Pibe corcho”, “El Indio Galguera”, el “Dotor Martínez” y otros. Es decir, no había un corso para ricos y otro para pobres, todos se divertían en la misma fiesta. Esta característica se dio en los bailes de carnaval: a Independiente iba toda la ciudad, sin distinción de rangos ni de fortuna, y como el pueblo era chico todavía, aquello era realmente “encontrarse con todo el mundo”.

Juan Oscar Roldán ("Canbombe")

Por otra parte, predominaba por entonces la costumbre y el gozo de disfrazarse con el doble objeto de cargar a todos los conocidos, y a la vez, no ser descubierto. Muchas chicas que trabajaban como empleadas domésticas, esperaban todo el año el carnaval, y el mes anterior preparaban con esmero sus disfraces.En la “pista roja” se mezclaban a veces con sus empleadores y a menudo bailaban con ellos sin ser descubiertas. Así ha sido de igualador el carnaval desde sus lejanos orígenes.

Una noche apareció una pareja disfrazada de conejos. Llamaba la atención la cantidad de conocidos que tenían, ya que los iban cargando mesa por mesa, lo que aumentaba la intriga por descubrirlos. Finalmente, alguien los deschavó: eran Miguel Arévalo, el “Zorro”, aquel gran bañero del Neptunia que hemos recordado y su esposa, Felisa Aguirre. Claro, por entonces muchas familias iban al Neptunia ya que no existía la cantidad de playas actuales. Pero lo singular del caso es que quien los descubrió, fue un sordomudo. Era Raulito Ghiglia (h), quien luego de observarlos un rato, empezó a gritar:  ¡ “bañero” “bañero”!

Otro máscaro infaltable era el Negro “Pitingui” Duarte. Con sus disfraces, de León de Francia, de Mono (con éste era más reconocible) u otros, debía cubrirse el cuerpo en forma total para ocultar su negrura. Pero no tenía suerte: cuando la gente veía un máscaro totalmente cubierto, se apiolaban enseguida: “vos sos Pintingui!, ¿a quien querés joder Negro?” 

Otro que no tenía mucho éxito, por más bien que se disfrazara, era Araujo. Ni bien hablaba, lo sacaban al toque. Claro, era manzueto y el máscaro sorprendido, después les preguntaba. “¿..ómo me cono..is..e?

Tanto era el atractivo por disfrazarse, que ni los músicos podían sustraerse. Muchos de ellos, llevaban en una valijita su disfraz, y en los intermedios, cuando subía la otra orquesta, se iban a la cancha de bochas -que estaba atrás del palco- y ahí se cambiaban para salir disfrazados a bailar.

A más de un bailarín, la noche de diversión le costó un serio disgusto conyugal. Como era el darse cuenta de que la chica de sus sueños que se habían levantado ¡era su mujer! O avivarse después de un largo rato, que la mascarita querendona que tenían en la falda, era un amigo suyo. Tampoco la pasó bien Polo Orué. Una noche, luego de mucho trabajarla, logró levantar una atractiva mascarita. Al salir, no se decidían a qué casa ir a terminar esa noche de ensueño. Finalmente acordaron ir a la casa de ella; cuando llegaron, Polo exclamó asombrado:¡pero esta es mi casa! “Claro abombau” le respondió la mascarita sacándose el antifaz ¡soy tu hermana Cata!

Y, ahora sí, lo prometido ayer:

LA LUZ NEGRA

Muchos creen que la luz negra de radiación ultravioleta es un invento norteamericano. ¡No señor! La luz negra fue creada por “PelunchoCastillo para los bailes de Independiente. 

Se llamaba Eduardo, arreglaba cocinas y era hombre de mucha inventiva, aparte de su buen humor y ser el padre de Rudy (para que lo ubiquen los de la generación intermedia). Él había diseñado y fabricado una cantidad de esas lámparas, que sólo se encendían en el momento cúlmine del baile, cuando ya avanzada la madrugada, llegaba el momento de los boleros. Entonces, muchos bailarines, y hasta sus parejas, empezaban a reclamar a viva voz: “¡la luz negra Pelunchooo! Entonces, lentamente comenzaban a apagarse las luces blancas y de colores, mientras asomaban los tenues haces lumínicos de la apetecida luz negra. Era un conjunto distribuido alrededor de la pista, consistente en tachos de 5 litros cortados a la mitad, con un foco en su interior y revestidos con placas viejas de radiografía que le regalaban en el Instituto Altuna. Admirable.

Terminado el carnaval, resultaba muy corta la festividad, que sólo duraba una semana. Por ello, inventaron los bailes de “Mi Careme”. Es un término de origen francés, que denomina una tradición del interior de aquel país, donde algunos pueblos festejaban un post carnaval. De este modo, los bailarines carnavaleros tenían ese alargue muy apetecido.

Mañana les brindaremos algunos nombres que nos han ido quedando en el tintero. Y apróntense, porque después seguimos con “El Lusera”.

La Jazz Columbia rodeada de mascaritas, en un baile de carnaval en el palco de Independiente. En el centro su director, Abelardo Rivas.

Como cierre de este tramo, hemos considerado oportuno recordar a aquel grupo de jóvenes dirigentes, autores de los inolvidables bailes y del engradecimiento de Independiente

Algunos de ellos volvieron peinando canas, para promover allí la Educación, que hoy es uno de sus pilares. 

Vaya entonces nuestro homenaje a: Claudio Mendez Casariego, Raúl Ghiglia, Miguel Campañá, Enrique Kasten, Eduardo Castillo, Roberto Allende, Eduardo Castillo, Emilio Vitale, Luis A. Tagliana, Leopoldo Chiama, Horacio Rodriguez, Juan Carlos Vela, Carlos Costa, Ismael Caballero,Tulio González Puccio, Luís E. Salva, Ricardo Durand, Victor Allende, Hugo Echazarreta.

También nos parece oportuno recordar a las grandes orquestas de la época, que animaron no sólo los bailes en la pista roja, sino en otros clubes de la ciudad y localidades vecinas. 

Con riesgo de alguna omisión involuntaria, tratamos de consignar sus respectivos integrantes y su rol en cada una.

Ellas fueron:


TÍPICA “CASABLANCA”

Bandoneones: Juan Pedro Fusse (Director), con Fernando Galante, Lito Reynoso y Nenito Del Valle Piano: Mercedes Costa.  Contrabajo: Atilio Burgos; Violines: “Tesoro” Buschiazzo y Luis Sanz.  Vocalistas: Juan Luis Vallenari, Güerino Cusinato y Omar Peretti (animador). 

TÍPICA AROLAS:

Blas Enrique Taffarel, Director y bandoneón, con Carmelo Silva; Carlos Leiva en piano, Ismael Rébora en violín; Contrabajo: Euclides Hereñú y Atilio Burgos, Cantores: Juan Luis Vallenari, Pepe Ramos y Juan Carlos Noguera; Nenito Del valle y Juan Carlos Gonzalez en bandoneón; Pepe Galetto en violín; piano: Severino Espinosa. 

JUAN CARLOS PITTER

Bandoneones; Juan Carlos Pitter, Alfredo Fernández y Carlos Juan Ledri; Violines: Oscar Bernay, Ismael Martinelli, Palito Merello, Ricardo Feiguín. Contrabajos; Mario Rodríguez, Emilio Jurado y Lorenzo Bernay; Piano: Ceferino Ramón Espinosa e Ivo Daniel Pitter, Batería: Adolfo Camaratta; Guitarra: Martín Arroyo y Juan Carlos Portaluppi padre. Acordeón: Luis Gómez; Vocalistas: Juan Carlos Martínez y Ernesto Romero, Gualberto Villarreal, Hugo Barbosa Alfredo Villalba y Abelardo Rivas. Luego: Juan Luis Vallenari, Chino Jáuregui y Pepe Ramos; Animadores: Pato Cepeda, Boyero Ronconi y Carlos Durand Thompson.

RUPERTO GELÓS :

Hipólito Madera en violín; “Pescau” Vique en batería, Rodolfo Zuzunegui; Fernando Galante, bandoneón: Alberto Gelós; Ricardo Feiguín en violín. Cacho Borges en acordeón:  Juan Gelos; Nidia Estela Gutierrez de Chesini; a veces, Ruly Duboscq en acordeón. 

TÍPICA “VENTARRÓN”: 

Bandoneón y Director Carmelo Silva. Piano: Juan Carlos Leiva, Daniel Ronconi Guitarra: J. Carlos Noguera. Bandoneones: Conrado Conte, Nenito Del Valle, Lito Reynoso; Contrabajo: Atilio Burgos: Cantor: Pepe Ramos. 

“ESTRELLITA” 

característica y típica. Julio Cesar Berrino Director, Guillermo Inchausty en bandoneón, Juan Gelós, en vientos; Pepe Galetto, Antonio Smarrito y Palito Merello en violín; Miguel Giudici , Pinanga Rodríguez y Tono Rivas (batería); Mario Rodríguez en contrabajo, Pío Fernández, cantor, Hipólito Madera, en violín, viola, clarinete , trompeta y piano, Benjamín Mancini, en guitarra, China Angeramo y Azelio Angelini en piano.

JAZZ “COLUMBIA” 

Director: Abelardo Rivas, vocalista y acordeón con José Eleodoro Broggi; Cacho y Gómez en guitarra: Manuel Márquez; batería: Marcelino Amarillo; Contrabajo: Horacio Broggi luego, Ismael Rivas. Acompañante rítmico: Daniel Amarillo, Piano: Juan Carlos Leiva. Julio C. Portaluppi padre y Cacho Estrampes. 

DADOS ROJOS

Argelio Pietrafesa: Director, clarinetista y saxofonista; con sus hermanos, Gabriel y Dante. Pietrafessa, China Angeramo, Teófilo Alonso. 

LOS ESTUDIANTES

Toto Fazzini en guitarra; Juan Carlos Leiva en piano; “Pinanga” Rodríguez en batería; Juan Gelós en clarinete, Quico Hermelo; Betucho Irigoyen en piano, Eduardo Almirón en acordeón, batería: Hugo Plaza. Jorge Navarro cantante. Animador Edgard Garbino. 

SAO PAULO

Carlos “Veterano” Benetti, Raúl Hermoso, Rosbel Rios cantor, José Maselli, en trombón Euclides Hereñú en contrabajo; Pinanga Rodríguez en batería. 

CONTINENTAL JAZZ 

característica, luego típica. Director: Eduardo Cayetano “Lalo” Ferreira. Acordeones: Fito Perezzón, Carlos Lonardi, Daniel Espósito, Daniel Jiménez, Bencho Ortegozza y Esteban Elizabelar. Batería: Carlos Delfino, Juan Maciel; Daniel Solari y Anibal Callero; Guitarra Eléctrica: Juan Carlos Timone, Ernesto Dargains y Miguel Ángel Pérez; Contrabajo: Arturo Vergara, Juan García. Percusión: Beto Collazo; Vocalistas: Oscar González, Rulo Kratzer, Carlos Hermelo, Alcides Reynoso y Ernesto Dargains. Luis Alberto Chacón, René Misorini. 

TROPICANA CLUB

primer conjunto: Piano, canto y Director: Miguel A. Chacón, Guitarra: Lorenzo Macías, luego Hugo Dorrego; Trombón: Rodolfo Migueles padre, luego Coco Oliver; Contrabajo: Raúl Andisco; Batería: Carlitos Casquero; Acordeones: Eduardo “Chiche” Echazarreta y José Antúnez. Acompañamiento rítmico: Luis Pérez, luego Carlitos Celio; Vocalista: Carlitos Barthelemy y Emilio Alvarez, 2da formación: Acordeones: Fito Perezón y Raúl Casenave; Batería: Carlitos Celio, Contrabajo: Emilio Jurado; Vocalistas: Chacho Camejo, Pedrín Pía y Gustavo Machado; luego Roberto Atonatty y Negro Lamas; Carmelo Silva como bandoneonista. 

DIXIELAND JAZZ

Formación inicial: Hugo Dorrego guitarra, Euclides Hereñú Contrabajo, Carlitos Casquero en batería y Luis “Zurdo” Pérez acompañante rítmico y “Chiche” Etchazarreta en acordeón. Segunda: Pinanga Rodríguez y Darío Rivolta en batería, Manuel De Santis en guitarra, Pietrafessa en saxo. 

ESTRELLAS AZULES (Blue Star Jazz)

Angel Cremón Director, acordeón; Antonio Núñez, batería y Licho Capriotti. Grecielita Cremón como cantante; Lalo Fernández en contrabajo, Armando Cremón tumbadora, o zambomba, Miguel Silguero en trompeta, Güerino Cusinato, cantor, Calavera Solís, Alberto Rodriguez (maraca y pandereta). A veces, Marcelino Amarillo, en batería; Néstor Cremón, contrabajo, Toto Silva María Elisa Checha, Biondi. Presentador: Carlos Durand Thompson. 

JAZZ COLUMBIA 

Director: Abelardo Rivas, acordeón y vocalista Acordeonista: José Eleodoro Broggi Cacho y Gómez; Martínez. Guitarra: Manuel Márquez, Batería: Marcelino Amarillo, Contrabajo: Horacio Broggi, Ismael Rivas, acompañante rítmico: Daniel Amarillo, piano: Juan Carlos Leiva; J.C. Portaluppi padre, Cacho Estrampes.

ANIMADORES DE DIVERSAS ORQUESTAS

PEPE RAMOS, OMAR PERETTI, BOYERO RONCONI, LUIS ALBERTO CHACÓN, TOTÓ PUGLIESE, ALBERTO REYNOSO, CARLOS AURELIO “PATO” CEPEDA.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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