Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 27

Cómo se entretenían los gualeguaychuenses

Continuación...

Antes de seguir, vaya el agradecimiento a los memoriosos lectores que aportan con sus agregados, correcciones y datos –que vamos incorporando al texto original- en esta forma participativa de reeditar aquel sabroso tramo de nuestro pasado.

Otro entretenimiento de los gualeguaychuenses era la ida al Parque

Claro que no es una costumbre exclusiva de esa década, porque iban antes, ahora, e irán y por los siglos de los siglos. Pero en aquellos tiempos tenía un sabor muy especial, que es lo que vamos a destacar. 

Digamos, a modo de introito, que el parque, una joya de la naturaleza que le regalaron a la ciudad, nos vino por una donación de Saturnino J. Unzué y sus hermanas a la Municipalidad, a principios de la década del 20, para solaz y esparcimiento de la población. Pasaron varios años y como seguía en estado de abandono, los donantes amenazaban con revocarla por no cumplir su destino. 

A principios de los 30 se dio una triple conjunción de circunstancias que cambiaron el rumbo: la inauguración del puente en junio de 1931, la asunción del nuevo Intendente, Don Bernardo Luis Peyret, e indirectamente, la crisis del 30, pero es muy largo para este espacio. Peyret le dio un gran impulso por medio de una comisión muy activa que integraban Manuel I. Pesado, Remedios Avigliani, Federico Rossi y Víctor Iriarte, entre otros. 

A ello se sumó la llegada a Gualeguaychú de un florista y parquero muy eficiente a quien se le debe mucho y se lo recuerda poco: Don Ramón Barzola, que contribuyó mucho a su embellecimiento. La obra fue seguida por el intendente siguiente, Don Pedro Jurado, que trasladó allí el vivero municipal a cargo de Barzola. De tal modo, que ya en la década de los 30, el público de la ciudad –no había turistas- se volcó al Parque masivamente. 

Otro vecino que se sumó fue don Enrique Betolaza, que instaló gratuitamente una red de parlantes, toda una novedad para la época. En la segunda mitad de la década Neptunia organizaba importantes competencias de natación con visitas de clubes de Paraná y Santa Fe, que terminaban invariablemente con magnificas pruebas de saltos ornamentales a cargo de Julio Bibé y Alberto “Torito” Buschiazzo. También Neptunia organizaba en el parque, apasionantes carreras de automovilismo, que animaban “Topa” Open, Herman Fandrich, “Chelo” Murature, Florencio Sturla, “Corcho” Pérez Chiama (de Gualeguay) y otros. 

Pero no era el único club que movía la actividad; hay que recordar que Racing, primer concesionario de la cancha de fútbol, la inauguró en 1939 con la memorable visita de la Primera División de Racing de Avellaneda, que llegó en el "Luna". Y que para 1942, sus festivales musicales y bailables tuvieron tanto éxito, que dos artistas porteños que allí actuaron, para agradecerle a la ciudad todo lo que les había brindado, le dejaron otro regalo: el Vals “A Gualeguaychú”. Eran Nicolás Trimani y Pedrito Noda (guitarrista de Agustín Magaldi). Ese mismo año, Claudio Méndez Casariego, en su segunda intendencia, inauguró el “Chateau Vert” en lo que hoy es el complejo Racing-Juventud. Tampoco fueron los únicos artistas de nota que pasaron por el parque: en el verano de 1946, Neptunia trajo la prestigiosa orquesta de Francisco Canaro con su cantor Roberto Rufino y un pianista muy jovencito pero que ya daba que hablar: Marianito Mores.

Es decir, que cuando llega la década del 50, el Parque ya funcionaba a pleno y era visitado por miles de personas, no sólo en verano, ni solo de día. Cerca del actual Regatas, funcionó por entonces el primer balneario municipal y además por distintas concesiones se habían establecido los denominados recreos, explotados por particulares como lugares de parrillas y también de bailes. Obviamente que el más convocante y recordado fue el legendario “Lusera”, pero lo reservamos para cuando lleguemos a las diversiones de aquellos años. Junto al balneario había un gran tanque como reservorio de agua, que todavía se conserva; allí funcionó después el Recreo “El Tanque”, y más hacia el Este, “Los Sauces”. 

En la misma zona, pero en la mano de enfrente funcionaban a pleno los juegos infantiles que abarcaban: hamacas, subibajas, toboganes, botecitos y otros, todo enmarcado con un hermoso palomar donde los chicos podían observar las palomas en sus casitas. No era el único gusto que podían darse los niños de entonces: muy cerca de allí, tenía otro recreo la familia Roldán. Tenían una vaca lechera a la que ordeñaban de tardecita, y los niños hacíamos cola para disfrutar de un vaso de leche al pie de la vaca. Es la más rica que he tomado en mi vida. Por veinte centavos se podía dar una vuelta en “charrete” alrededor del parque. 

Los sábados por la noche, en el Chateu Vert se proyectaba cine al aire libre, a cargo de Carlos Aurelio Cepeda “el Pato”, uno de los personajes singulares de aquella época, a través de múltiples actividades, sin excluir las literarias y el periodismo. 

El Parque hizo que la gente se volcara al río, que antes no era concurrido y de hecho, la gran mayoría no sabía nadar. También influyó el loteo de Rébori y consecuente poblamiento de la isla en los 40. Pero para los cincuenta, ya todo había cambiado, muchos sabían nadar. Y eso que todavía no existían las colonias de vacaciones que recién llegaron en la década siguiente. 

Año 1931: Inauguración del Balneario del Club Náutico

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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