Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 12

GUALEGUAYCHÚ EN LOS AÑOS 50

(Continuación)

Parece que ayer se han divertido por donde menos esperaban.  

Más lo experimentarán seguramente, cuando lleguemos al capítulo referido a cómo nos divertíamos los gualeguaychuenses en los años 50. Y por eso lo reservamos para las notas finales. Pero no todo fue tan placentero en aquellos años, porque tuvimos también tres azotes, de los que hoy nos vamos a ocupar de dos, y más adelante, del más grave, que fue la gran inundación de 1959. 

Por orden cronológico, vamos recordar el primero de esos azotes del medio siglo.  

Fue la trágica epidemia de poliomielitis cuyos primeros casos en el país ocurrieron a fines de 1955 y acá se desató a principios de 1956. 

Hemos observado que algunos seguidores la ubican en años anteriores. Obviamente que antes habían ocurrido casos aislados, pero nos referimos a la epidemia. También es cierto que hubo otra anterior en 1942, pero no corresponde a la década de que tratamos, ni fue tan grave acá. Lo peor de aquella epidemia, es que, al revés de la actual del coronavirus, atacaba mayoritariamente a los niños, y uno de sus efectos es que les producía parálisis definitiva, en los casos en que sobrevivían. Por esa razón, antes de que se generalizara su actual denominación, la llamábamos "parálisis infantil". En algunos casos les paralizaba el diafragma, por lo que había que utilizar unos aparatos, abuelos de los actuales respiradores artificiales. Eran los pulmotores, cámaras en las que se introducía al enfermo, en lugar de intubarlo.  

Había muy pocos. En el país se registraron ese año 6.500 casos, de los cuales el 10% falleció. El otro factor que agravaba la emergencia, es que no había en Argentina vacuna disponible. Decimos así, porque la primera vacuna ya existía: había sido creada por Jonas Edward Salk en 1952, pero recién se aprobó en Estados Unidos en 1955 y en aquellos tiempos los nuevos medicamentos no llegaban tan rápido como ahora. Como prevención, nos colgaban del cuello una bolsita con alcanfort, que se extraía de una planta aromática a la que se atribuían efectos desinfectantes. Y también nos aplicaban una especie de suero, del cual hoy se ha vuelto a hablar, llamado "gamma globulina" que aumentaba las autodefensas del organismo. 

Obviamente que cuando la vacuna de Salk (Premio Nobel 1992), llegó el país, su aplicación fue masiva y el mal fue quedando atrás. Claro, muchos niños desde su punto de vista no compartían ese alivio esperanzador. Porque aquella vacuna era inyectable y todo niño se resistía a ser pinchado, algunos hasta con violencia a la enfermera. Los cinco hermanos Rivas Piaggio no opusimos ninguna resistencia. No porque comprendiéramos la utilidad de esa vacunación, sino por otros motivos.  

Nuestra enfermera era nada menos que la legendaria Rosita Agesta, que vivía a una cuadra de nuestro antiguo domicilio, en calle Paraná (hoy Doello Jurado) y España, frente a la "La Veneciana" de Don Juan Baggio. ¿Y qué tenía Rosita para no ser resistida? Primero su natural dulzura y simpatía. Pero nos terminaba de "anestesiar" con su inolvidable perfume, que nos cautivaba. Tan inolvidable, que hasta hoy mi hermana Lía recuerda la marca: "Chambley". Finalmente en 1962, el polaco Albert Sabín crea una vacuna no inyectable, que también nos administraron masivamente y todos los niños aceptaban gustosos. No sólo por no ser inyectable, sino porque se administraba en forma de gotitas en un terrón de azúcar. 

Otro de los dramas de aquel decenio, fue la marcada insuficiencia del servicio de electricidad, con el que contaba la ciudad desde 1907. Pero a 50 años, en 1957, la deficiente prestación del mismo lo hacía insoportable. En promedio, las casas de la ciudad disponían de luz apenas entre 3 y seis horas por día. Estaba a cargo de la CEEA, Compañía de Electricidad del Este Argentino y tenía la usina en la manzana comprendida por San Martín, Pellegrini, Bolívar y Suipacha (actual Perón), ocupando más de la mitad de la misma. Ello dio lugar a una queja generalizada de los vecinos que se manifestaban de distintas formas.  

Justamente ese año, llegaba a Gualeguaychú el primer obispo de la Diócesis creada en febrero, por el Papa Eugenio Pacelli, Pío XII. El obispo fue recibido con gran alborozo por toda la comunidad, constituyendo una de las notas salientes de la década. Pero, fuera de la unánime celebración comunitaria, los gualeguaychuenses no dejaron de aprovechar la ocasión para vivar al Obispo y a la vez, pegarle a la compañía de electricidad. Con este cantito que se viralizó rápidamente por todos los barrios: "No tenemos agua, no tenemos luz, ¡pero lo tememos a Monseñor Chalup". 

Año 1975 Incendio en la Usina Vieja en calle San Martín y Pellegrini

Y una vez más, como tantas en la rica historia de la ciudad "madre de sus propias obras", fue la propia comunidad, al unísono con las autoridades, la que procuró y logró la solución. 

En 1957 se constituyó la Cooperativa de Electricidad por un grupo de vecinos y a propuesta de Don Manuel E. G. Ahumada, que había sido empleado de la citada compañía. 

Al poco tiempo, otro grupo de vecinos tomo la conducción de la cooperativa bajo la presidencia de Don Emilio Greissing

Fue tal impulso que le dieron, más el apoyo activo del Intendente, Ignacio H. Bértora y el Gobernador Raúl L. Uranga, que en 1961 llegaban al puerto de Gualeguaychú -pero por ferrocarril- las primeras máquinas de la nueva usina con la presencia de los ingenieros Lainz y Botargues, ambos del estudio del Ing. Juan Sábato, de La Plata (hermano de Ernesto), que tuvo a su cargo la dirección técnica del montaje.

Y se hizo la luz. Hasta mañana.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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