Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 45

“KID MONEQUE”

Más adelante recordaremos algunas páginas de nuestro boxeo, cuando hablemos del Landini. Pero hoy, en nuestra galería de personajes populares de los 50, vamos a rememorar la figura del más singular de los boxeadores de Gualeguaychú. Y una de las figuras más conocidas de aquellos años locos, por lo que le dedicaremos varias notas a fin de dar cabida a su rico anecdotario.

Se llamaba Carlos Florentino Sosa, nació en Marzo de 1901; de su muerte en abril de 1988, nos anoticiamos al mes siguiente, cuando fuimos a su casa para visitarlo con Don Carlos Arturo Mac Dougall. Nos apenó mucho enterarnos de esa forma; no hubo siquiera una participación ni recuerdo, para quien había protagonizado tantas jornadas entretenidas, unos treinta años antes.

La vida de Moneque transcurrió entre diversas actividades: había sido capataz de vivero y conocía mucho ese oficio, al punto de dominar las técnicas del injerto. Durante muchos años tuvo un tradicional kiosco en la esquina de la Jefatura de Policía, desde el cual ejercía en forma subrepticia, "importantes funciones" que en seguida veremos. 

Había impuesto en su singular negocio, normas de higiene no exentas de originalidad: cuando le comprábamos una empanada, Moneque, antes de servirla, le pasaba ¡el plumero! En su barrio Norte, (vivía en Fray Mocho y Clavarino) era un vecino correcto. Lo que se dice un hombre común, salvo un pequeño detalle, que luego lo catapultó a la popularidad.

Su vida transcurría normalmente -como la de don Alonso Quijano en la novela de Cervantes- hasta que un día, el hombre se creyó ¡boxeador!. Y desde entonces, ya no fue el vulgar “Moneque”, sino que pasó a ser el gran “Kid Moneque”, que en poco tiempo fue llevado, por su ilusión desmedida y sus amigos generosos, al rango de ¡campeón mundial de todos los pesos!

Y para ser coherente con semejante categoría, tuvo también que creerse otras cosas, ya que no se concibe que un campeón se desempeñe como simple jardinero, o atendiendo un quiosco. Entonces pasó a ser ingeniero agrónomo y el quiosco se convirtió nada menos que en el camouflage que encubría su verdadera actividad: agente secreto de la Policía. Claro, estaba ubicado en un lugar estratégico: la esquina de Sáenz Peña y Luis N Palma, casi en la puerta de la casa del Jefe Departamental. Se jactaba Moneque, de que ningún sumario pasaba de la Jefatura al Tribunal sin su firma. Y como humor no ha faltado en nuestro pueblo, más de un oficial, abogado, juez o funcionario, al cruzar por el kiosco le presentaban expedientes para firmar y "de paso" le compraban cigarrillos.

También incursionó alguna vez en la actividad musical. Así, integró varios años la “Unión Argentina”, la Comparsa de Queirolo, en la que actuaba como guitarrista. En una ocasión, mientras Litardo gestionaba el permiso de la Jefatura, Moneque, a modo de ensayo, le dedicaba en guitarra una canción a su madre, sentada en un banco de la Plaza San Martín.

CELEBRE "MATCH" EN EL BARRIO

A campeón mundial de todos los pesos no se llega así nomás. Y menos cuando se mantienen cortadas las relaciones con Tito Lectoure. Nunca simpatizó Moneque con ese conocido empresario y tenía sus motivos. Claro que tampoco le faltaban managers de fuste, como lo fueron Coto Giambra o Luis Jordán, en cuya carnicería (Magnasco y Franco) se llevó a cabo la más memorable pelea de Moneque, en la que derrotó limpiamente a Carlitos Buffarini, marinero prefecturiano de gran popularidad.

La mayor parte de sus peleas transcurrieron en el Barrio Norte, eran fiestas casi familiares, y ¡vaya si eran fiestas! ya que a modo de preliminar, se hacían concursos de cantores y otros números de varieté, antes del espectáculo de fondo. La publicidad oral previa, la hacía el recordado bañero “Yegua” Martínez, quien, con una especie de corneta a modo de megáfono, recorría el barrio anunciando el gran duelo. La propaganda gráfica la distribuía una docena de chicos que iban casa por casa con los carteles respectivos, unos a favor de Buffarini y otros de Moneque

La “Lora” Amarillo, (empleado del Correo) se encargaba de los importantes telegramas que daban nivel a la velada. Pero para no hacer tan largo el relato de esta memorable faena, suspendemos acá y se las contamos mañana sin corte con todos sus detalles. 

No se la pierdan.

UN PUÑETAZO: UN HÍGADO

La pelea de "Kid Moneque" con Carlitos Buffarini

Decíamos en la nota de ayer, que tal vez la pelea más memorable de Kid Moneque, haya sido la que sostuvo con Carlitos Buffarini en el corazón de su barrio; concretamente, en los fondos de la carnicería de Luis Jordán, uno de sus "managers". 

Ya vimos la profusa propaganda que se hizo para el gran match. A ello debemos agregar la trascendencia que tuvo el encuentro, pues pese a ser una fiesta del barrio, contó con la asistencia de un calificado público, en el que figuraba el Jefe de Policía, algunos oficiales, conocidos políticos y amigos del campeón, quienes tomaron ubicación en el improvisado ring- side.

Para dar una idea de la "dimensión internacional" que alcanzaba la pelea, antes de su comienzo la “Yegua” Martínez leía los telegramas de prominentes personalidades del mundo: Nikita Kruschev, el Papa Pío XII; la Reina de Inglaterra, Charles De Gaulle, Frank Sinatra y otras surgidas de la imaginación de “la Lora” Amarillo, enviaban a Moneque saludos, abrazos y deseos de éxito. Llegaban noticias de imaginarias "apuestas", como la que María Inés Morrogh Bernard le ganaría al Almirante Rojas, por haber apostado el marino, al hombre de la Prefectura.

Previo a la gran pelea, se realizó un concurso de cantores durante cuyo transcurso, la numerosa concurrencia vació ¡diez damajuanas de vino! que se vendía por vasos.

Al promediar la pelea, ante un certero golpe de Moneque aplicado en el abdomen, Carlitos cayó tendido boca abajo. Con la celeridad de una saeta y en perfecta sincronización, el pícaro Jordán colocó bajo el caído, un hígado de ternera sacado de su carnicería.

Moneque quedó asombrado por las consecuencias de su vigoroso golpe, y absolutamente convencido de que al pobre Carlitos le había arrancado el hígado de una trompada. Y se sentía culpable al “haber arruinado a un muchacho joven”, a quien apreciaba mucho. Fue tan rápida la secuencia de ese golpe, que el fotógrafo Ricardo Avincetono pudo registrarlo en la foto”, pese a que trabajaba con el disparador ¡a un milésimo de segundo!. Es que la mano de Moneque superó esa velocidad, aunque a decir verdad, el rápido fue Jordán.

Un gran ramo de flores le fue entregado a Moneque, quien con encendido discurso prometió repartirlo entre todas las dependencias de "sus subalternos" en la Policía, si no a razón de una flor por cada oficina, por lo menos un pétalo. En cuanto al hígado, el asunto tuvo solución: “sesenta médicos de Buenos” Aires le injertaron a Buffarini un “hígado de plástico”, con el que sobrevivió sin problemas, salvo que cuando estaba el tiempo malo, le dolían las cuplas.

Mañana seguimos con este tema. 

“KID MONEQUE”

FRENTE A "JOE LOUIS"

Otra de las peleas clásicas de Moneque, fue la que sostuvo con el célebre boxeador norteamericano "Joe Louis". 

Dado el nivel alcanzado en su meteórica carrera, era casi imposible que a esa altura no se topara con aquel famoso negro, “el bombardero de Detroit”, campeón mundial de peso pesado. Y como Moneque estaba muy bien rankeado a escala mundial, no correspondía que él fuera desafiar al gigante negro. Debía ser revés, y en efecto, Joe Louis acudió personalmente a la casa de Moneque “a pedirle la pelea”. Con una pequeña diferencia: no llegó precisamente de los Estados Unidos, sino de un poco más cerca, ya que sólo unas cuatro cuadras separaban sus domicilios.

"Joe Louis" no era otro que el no menos célebre negro Pitingui Duarte, empleado del "Banco Nación" y personaje sin igual, que tenía un solo rasgo en común con el desafiante: el color. Y aquí vemos la forma peculiar en que se manifestaba la locura de Moneque. El conocía a Pitingui, como que lo veía pasar todos los días (salvo cuando el negro pasaba de noche). Sin embargo, bastó que se lo presentaran como Joe Louis, para que se transformara y diera rienda suelta a su delirio de boxeador, viendo en la esmirriada figura de Pitingui, al coloso estadounidense.

Y no aceptó que alguien desmintiera esa identidad.

El otrora triunfador del "Madison", acudió humilde y sumiso ante Moneque a plantearle su desgracia: “en Estados Unidos la cosa anda mal y tuve que venir a la Argentina a rebuscarme a ver si tengo mas suerte". Generoso y comprensivo, Moneque se compadeció del colega y le contestó de inmediato: "no se haga ningún problema, mi amigo; si es para ayudarlo, esta noche le daré la pelea". Y esa misma noche, el gran Joe Louis cayó vencido por los puños de Moneque. Seguramente ayudaron al vencedor, dos circunstancias de su contendiente: la tentación y algún vinito antes de la pelea.

SERIE DOMINGUERA

En un baldío frente al almacén de Felipe Vespa, en el Barrio Norte (Rioja y Santiago Díaz) Moneque disputó una serie de peleas que se llevaban a cabo los domingos por la mañana ante a una numerosa concurrencia y contra un solo contendiente, que se convirtió en su rival más clásico: “La Gata” Tibault. El ring para estas memorables jornadas, estaba hecho con palos de escoba y piola sisal, de modo que el rival tenía que cuidarse en las caídas para no llevarse el cuadrilátero con todo.

En una de esas ocasiones, ¡veinticinco chicas! le entregaron a Moneque sendos ramos de flores provenientes de afamadas personalidades: Presidente de la Nación, ministros, legisladores, diplomáticos y dignatarios extranjeros. Hay que hacer una salvedad: el ramo era uno solo, al que sus segundos recibían, lo volvían a pasar y se lo entregaban nuevamente, viniendo cada vez de un personaje distinto. Y las chicas eran tres. No era cuestión de ponerse en gastos.

Mañana concluimos con Moneque.

REQUIEM PARA EL CAMPEÓN: EL OTRO MONEQUE.

Bueno, se han divertido bastante con él. Pero hoy lo despedimos con seriedad, por dos motivos. Uno, para recordar al verdadero Moneque con abstracción de su gloria ficticia, o sea, a la persona, no ya al personaje. Y el otro motivo, es para que se vayan preparando, porque mañana hablaremos de un caminante de nuestras calles, tan singular y digno de respeto, que lo convierten en un caso único en el mundo.

Moneque, salvo su particular delirio boxístico, era un hombre como todos, de vida sencilla y procederes honestos.

Su existencia transcurrió entre los trabajos del vivero, el quiosco en la esquina de la Jefatura y las recorridas por nuestras calles con la canasta de embutidos. En el quiosco también vendía esos productos y para promocionarlos los exhibía colgados de la ventana.

Como muchos tenían la costumbre de tocar la mercadería, colocaba carteles de advertencia con increíbles errores ortográficos: "proivido tocar los chorisos".

Esta falencia no condecía con sus conocimientos sobre distintos temas, lo cual resultaba llamativo. Una vez dejó estupefacto a un médico hablando de anatomía. En otra ocasión allá por 1969, estaban leyéndole un contrato para una importante pelea concertada por su manager Jordán; cuando el "letrado" Beco Fariña terminó de enumerar las cláusulas, Moneque exigió la firma de la cónyuge del desafiante, indicación sorprendente, por tratarse de una reforma introducida por la Ley 17.711, que acababa de promulgarse.

Era pues Moneque, correcto en su trato y comportamiento, por lo que contaba con la estima sincera de sus vecinos.

Podríamos afirmar luego de escuchar numerosos testimonios, que las peleas no se las organizaban para humillación de su persona, sino para ayudarlo a vivir su ilusión. Bromas casi familiares, despojadas de toda maldad. Ejemplo de ello, es esta anécdota: cierta vez un chico intentó propasarse con él, por lo que recibió una seria advertencia de Carlitos Buffarini, haciéndole ver que nuestro personaje era tan acreedor de respeto como cualquier vecino.

Y todo esto nos lleva de nuevo a una comparación; encontramos en Moneque algo del Quijote. Porque don Alonso Quijano era también un hombre de vida sencilla y costumbres razonables, hasta que un día se le disparó el juicio y se creyó caballero, por lo que salió a enfrentar poderosos enemigos. Así también don Carlos Florentino Sosa, un día se vio tocado por la locura y salió a enfrentar famosos boxeadores, que sólo existían en su ilusión.

Tal vez, como el protagonista de la novela castellana, recuperó la razón al final de su vida y por ello se entregó, al comprobar que todo había sido ficticio. Porque el Moneque de los últimos tiempos, se derrumbó anímicamente cuando se acercaba el final y así murió el 1º de Abril de 1988. Después visité su tumba, como tratando de compensar aquel vacío. Porque al momento de su partida, salvo su familia y amigos más cercanos, su nutrido público estaba ausente.

Ni un recuerdo, ni una participación hubo para él. Y para que su tumba anónima tenga algo más que el número 39-828, propusimos por entonces este epitafio, que tal vez sintetice su vida de boxeador:

Aquí yace "Kid Moneque"

a quien llevó la ilusión

al rango de gran campeón.

pero del postrer combate

bajó del ring, ya difunto.

Imposible era ese empate:

la muerte ganó por puntos.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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