Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 8

GUALEGUAYCHÚ EN LOS AÑOS 50

(Continuación)

En la nota anterior hablábamos de una comunidad menos compleja, en razón de que no habían proliferado las múltiples actividades del rubro servicio que hoy existen. Pero, aunque pocos, los había. Algunos han perdurado, otros desaparecieron, o languidecen, y de los primeros, recordamos algunos que nacieron justamente en los años 50. 

Entre los que desaparecieron, estaba el de colchonero. En aquella época los colchones eran de lana cruda y obviamente no se conocían los sommiers y otras innovaciones. 

Entre los que desaparecieron, estaba el de colchonero

Como la lana, con el paso del tiempo se apelmazaba y era más económico recuperarla, se llamaba al colchonero y éste concurría a domicilio. Se instalaba generalmente en el patio y allí armaba su máquina. Era una especie de escardadora con grandes pinchos en la base. Por encima pasaba una especie de corredera que a su vez tenía otros pinchos puestos de modo tal, que no chocaran con los de las base. El colchonero hacía ir y venir la corredera a medida que iba colocando a su paso los pelotones de lana. Así los ganchos de arriba y de abajo iban haciendo su trabajo y la lana iba cayendo totalmente desenredada. Al finalizar, la volvía a meter en la funda de cotín y el colchón quedaba blandito para tirar un tiempito más.

Otro era el paragüero, que venía a domicilio a arreglar los paraguas. 

También el afilador tenía mucho trabajo, ya que los chuchillos de esa época, al no tener sierrita como los Tramontina, que aparecieron después, necesitaban ser afilados. 

Lo hacía, sin entrar al domicilio, en la vereda, con una piedra redonda que giraba activada desde su misma bicicleta y finalmente los repasaba con una chaira, como la de los carniceros, También afilaba tijeras. 

El afilador no ha desaparecido del todo y todavía quedan algunos, que han mantenido no sólo la antigua tecnología, sino también la clásica flautita de plástico. 

Con la que anunciaban su paso por el barrio, para que la gente tuviera tiempo de aprontar los cuchillos.

El Afilador

Los peluqueros subsisten con algunas diferencias. Por entonces predominaban las máquinas de cortar manuales que el fígaro manipulaba como las partes de una pinza para activar las micro cuchillas en el extremo. Los cortes eran más sencillos y los estilos se mantenían en el tiempo. Lo que sí desapareció de las peluquerías, es el corte a navaja, previo el ablande de la barba con abundante espuma de jabón que el mismo peluquero preparaba en una especie de cuenco y la aplicaba con una brocha especial. La aparición de las gilletes primero y las afeitadoras eléctricas después, enterraron el uso de la navaja cuyo agudo filo se mantenía pasándola por una lonja de cuero duro especial.

Las modistas ya existían y también hoy. Pero los sastres han ido desapareciendo y creo que sólo queda Moisés Casanova, si es que todavía trabaja. Entre los que recuerdo de aquella década, en primer lugar a Longino Pérez, por ser amigo de mi padre y tocayos de cumpleaños: ambos cumplían el día del animal, 29 de abril y festejaban juntos. Longino había aprendido en París el manejo de la tijera. También a Alfredo Federico Muñoz, que se radicó en la ciudad en aquella época y era además, un eximio cantor de tangos. También entre los más prominentes recordamos a Ángel Marino Magnotta y frente a la terminal estaba la pequeña sastrería de Sosa.

Tampoco existían por entonces las casas de comidas con servicio de delivery que abundan hoy. 

Pero casualmente en los años cincuenta, se instaló con gran éxito la primera fábrica de pastas, en calle Urquiza 987, casi Chacabuco, pegado a la difusora Grecco. Su nombre era un acrónimo: “Tarañoca”, conformado por las primeras iniciales de todo lo que vendían: tallarines, ravioles, ñoquis y capeletis. Era de una familia italiana, del señor Giovanni “Nino” Russo, y la vendedora de los domingos era su señora, Irma, una italiana muy simpática y trabajadora.

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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