Los Maravillosos

Años 50

Nota Nº 61

CECILIO ERRASQUIN, UN GENIO DEL HUMOR ENTRERRIANO

En la serie de los 50 y esta ampliación, hemos recordado personajes inolvidables de la ciudad. 

Pero hay uno de “extramuros”, concretamente de Rosario del Tala, que merece ser incluido por haber sido uno de los bromistas más ocurrentes de la Provincia, cuyo territorio cubrió su fama. Estaba como “sin tema” hasta ayer, cuando Milcíades José Zuluaga, natural de Gualeguaychú que vive en Tala, lo recordó en un posteo (que compartimos hoy nuevamente, cerca de este, por si no lo vieron). Cuando José se graduó de Farmacéutico en La Plata, a principios de los 70, compró en Tala, la farmacia que había sido del Maestro, y por eso la publicidad de 1978, inspirada en su estilo humorístico. Y ahí se nos vino el tema: "EL BOTICARIO LOCO".

Si les gusta, mañana va otro relato, en el cual el humorista es el mismo José, un genio. Y yo, la víctima.

Les traemos entonces de Rosario del Tala, lo que rescatamos de aquel genio del humor que fue don Cecilio Errasquin (a) "El Boticario Loco".

Farmacia Errasquín en la  esquina de Caseros y Roque S. Peña en Rosario del Tala(Foto: La página de Gretel)

VIDRIERA INSÓLITA Y OTRAS RAREZAS

En la misma época de que tratan estas notas, o sea en la primera mitad del siglo, Don Cecilio Errasquin tenía en aquella ciudad, una de las dos farmacias. Para entrar en el tema, vayan las siguientes anécdotas.

La vidriera de la farmacia no estaba para promocionar remedios precisamente. 

Más bien, era para exhibir cuanta rareza natural apareciera por el pueblo: un gran zapallo gigante de un tal Tríbulo con la siguiente tarjeta: "Al verlo Tríbulo... ¡se atribuló!"; o un nido de hornero con doble puerta; una mandarina madura dentro de una botella, etc. La "zanahoria presidencial", era una de gran tamaño a la que le había acomodado un par de lentes, de modo que quedaba muy parecida a las caricaturas del entonces Presidente, Arturo Frondizi.

Arriba del techo de la farmacia tenía un bote: hombre precavido, no quería que lo tomara desprevenido el próximo diluvio. 

Y era don Cecilio persona de no caminar porque sí, ni perder el tiempo. A un amigo le mandó con el cadete una mano de madera, para que se la estrechara, ya que no tenía tiempo de hacerlo personalmente. 

A veces invitaba a almorzar al Padre Quinodoz, pero como la Iglesia estaba a una cuadra y no tenía teléfono, se subía a la azotea y desde allí le tiraba un balazo del 22 a la campana, para avisarle que la comida estaba lista.

DE PELUQUEROS Y TARJETAS

Cierta vez se radicó en Tala un nuevo peluquero. Al día siguiente, nuestro boticario se presenta y sin mediar palabra, toma asiento luciendo en su crecida cabellera una cantidad de rollitos de papel atrapados entre los bucles. El peluquero, sin disimular su asombro, empieza a desenrollar y leer los papelitos. 

Decían cosas como estas: "De política no me hable porque estoy enterado. No me converse de la carestía de la vida, ya la conozco. Ya lo sé: no es nada el calor, lo que mata es la humedad". 

Tan ingeniosa muestra de humor, marcó el inicio de una amistad duradera.

Otra vez llega al pueblo un empinado personaje que visita a Errasquin y le presenta su tarjeta, que contenía un montón de títulos pomposos como profesor adjunto, ex catedrático, asesor, etc. Don Cecilio lo atendió muy cortés y a la hora de la despedida le retribuyó con una tarjeta suya que decía: Cecilio Errasquin, y más abajo, una sola palabra con grandes caracteres: "NADA".

PLEITOS, RECLAMOS y SOSPECHAS

Como tantos boticarios de la época, don Cecilio fabricaba un linimento mágico, la Fricción "Tercec", apócope de Teresa (su mujer) y Cecilio, que calmaba cualquier dolor. Como tenía una imprenta en su casa, confeccionaba sus propias tarjetas de propaganda. (O las de ocasión, como la que le presentó al catedrático aludido).

Cuando todavía funcionaba la empresa Ferrocarriles de Entre Ríos, Errasquín preparó una etiqueta para el linimento donde aparecía la sigla del ferrocarril: "F.C.E.R." y la siguiente leyenda: "Después de viajar, use Fricción Tercec". La compañía le entabló una demanda, porque consideró ofensiva la alusión a la incomodidad de sus vagones, al asociar su sigla con los dolores.

Pero don Cecilio, ni lerdo ni perezoso, se defendió muy bien: dijo que jamás había querido aludir a la respetable empresa y que las iniciales de la etiqueta significaban "Fricción Colocando, Enfermedad Reculando".

Y ganó el juicio.

Otra vez escribió al Director de la Banda de Música, una original carta -que se conserva en el Museo Municipal de Tala- reclamando por la forma discriminatoria en que actuaba. 

Había otro farmacéutico de apellido Peret, y don Cecilio se quejaba de que todo lo que ejecutaba la banda, era "para-Peret-para Peret-para-Peret... y para mí, nada".

En ocasión de descubrirse el busto de un célebre personaje, hubo como es usual, enjundiosos discursos llenos de alabanzas al homenajeado. Cuando llegó el momento de quitar la funda, se encontraron que en lugar del busto, habían colocado una graciosa cabeza-propaganda de Geniol (era la de un viejito muy sonriente, a pesar de los clavos y tornillos que le pinchaban la pelada).

Es de imaginarse la expresión horrorizada de los organizadores y la tentación de más de un asistente, en medio del escándalo que se armó.

Nunca se pudo comprobar la autoría de la broma, pero todos sabían que la cabeza de Geniol, sólo la podía conseguir un farmacéutico.

HUMOR HASTA LO ÚLTIMO

Digamos para completar su semblanza, que don Cecilio era además un hombre culto: incursionó en el periodismo y la poesía con el seudónimo "Sarrasqueta"; creó un museo particular; colaboró con numerosas entidades, hizo mucho por la salud de los humildes, instituyó becas, instaló una precaria emisora de radio que captaban sus vecinos; fue, en fin, un verdadero filántropo. 

Ya gravemente enfermo, el incorregible humorista gastó una broma postrera: llamó a sus familiares y les dijo: "Tata Dios me está llamando; el pobre debe estar confundido: recién estoy en los 66, pero él desde arriba, ve los números al revés y cree que estoy en los 99".

Y se murió.

Fue un genio del humor y un grande de espíritu. Por eso todo Tala lo recuerda con cariño. ¿Vieron que valía la pena salirnos de la ciudad?. 

Autor: Dr. Gustavo Rivas 

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