A. Los principios generales: la comunidad en formación y de formación, los «maestros» de la formación permanente, los frailes mismos

171. Desde su fundación la Orden ha sido llamada a proclamar la Palabra de Dios, a predicar por todas partes el nombre de nuestro Señor Jesucristo (LCO 1, I). Por nuestra profesión estamos consagrados a vivir la sacra praedicatio en toda su totalidad, algo que resulta evidente cuando la vida regular de los frailes y sus diversos apostolados, forman una síntesis dinámica que tiene su raíz en la abundancia de la contemplación (cf. LCO 1, IV).

172. Ser predicador es estar en constante diálogo con la palabra de Dios a través de la contemplación y el estudio, la oración y la vida fraterna, en constante adaptación a los nuevos tiempos y circunstancias. En las Escrituras leemos sobre encuentros con Dios en los que su Palabra llega a las personas y las llamas a su amistad y a la misión. Vemos también que dicho encuentro requiere una actitud abierta a la conversión y a una renovación incesante. Por esta razón el predicador está llamado a comprometerse en una formación permanente.

173. Esto significa para los frailes una forma particular de renovación continua y maduración de acuerdo con las diferentes etapas de la vida, buscando ser veraces en lo que predican por medio de la palabra y el ejemplo. A través de la formación permanente nos mantenemos atentos y buscamos entender las desarrollos y preocupaciones del mundo, y interpretar la realidad social y política de nuestro tiempo. Mantener la esperanza y compartir la fe, crecemos en integración humana y emocional, y formamos una comunidad de predicación al servicio del pueblo de Dios (Trogir 2013 n. 124). Renovándonos continuamente, a través de la formación permanente entendida en su sentido más amplio y profundo, al igual que participando de la vida divina (2 Pe 1, 4) y de las experiencias humanas que compartimos, podremos buscar soluciones a las preguntas con las que nos enfrentamos sea a nivel personal o social.

174. La formación permanente implica toda la persona del religioso, su formación humana, espiritual, intelectual y apostólica. Mientras que la Ratio Studiorum Generalis, da cierta orientación para la formación intelectual permanente, esta Ratio Formationis Generalis se centra más en la formación permanente desde una perspectiva humana, espiritual y apostólica. Es esencial que estos cuatro aspectos principales de la formación permanente estén en un equilibrio unos con otros. De aquí que la finalidad de la formación permanente sea integrar las gracias de conversión y de transformación espiritual ofrecidos por Dios y que tienen que ver con el bienestar y la santidad de toda la persona. La dimensión, más intelectual, de adquisición de nuevas habilidades y de actualización con el fin de predicación o de la pastoral, se subordina a este fin.

175. Como en el caso de la formación inicial, la formación permanente es responsabilidad en primer lugar, del fraile mismo. Así como la formación inicial está siempre bajo la guía de un maestro, sucede lo mismo con la formación permanente. Por analogía, podemos decir que un primer "maestro" en la formación permanente es la propia comunidad en la que vive el hermano.

176. Tradicionalmente, cada convento dominicano es una escuela de sacra praedicatio. El «maestro» de esta escuela es la comunión de frailes unánimes con una sola mente y un solo corazón hacia Dios (Regla de San Agustín). La calidad de la formación permanente en una comunidad refleja la fuerza de la comunión entre los frailes y los sacrificios que hacen para comprometerse holísticamente con esta formación. El entendimiento mutuo y la comunión fraterna (cf. LCO 5) están enraizadas en la vida común y en el compartir de la Palabra de Dios. Esto requiere una madurez humana y espiritual que debe caracterizar al testigo de la sacra praedicatio. Participando plenamente en la vida del convento (capítulos regulares, deliberaciones de la comunidad, predicación conventual, retiros comunitarios, vida de fraternidad, recreación, etc.), los frailes experimentan lo que Reginaldo de Orleáns afirmó cuando decía que él «había recibido más de la Orden que aquello que él había dado a la Orden».

177. En la comunidad local la responsabilidad particular para la formación permanente de los frailes reside en el prior, asistido por el lector conventual (LCO 88; 326-bis) y el capítulo conventual (LCO 311).

178. Además de lo que se menciona en LCO, el lector conventual deberá

• presentar a la comunidad un plan de formación permanente para el año,

• promover una reflexión teológica sobre la experiencia apostólica concreta de la comunidad,

• animar a los frailes a tomar parte en reuniones y cursos relacionados con la formación permanente, ya sea en su convento o provincia, en la diócesis o en otros centros.

179. El programa de la formación permanente será incluido en el proyecto comunitario de cada año y será evaluado en los informes del prior al prior provincial o al capítulo provincial, especialmente en el informe al final de su mandato (LCO 306).

180. En la provincia la responsabilidad de la formación permanente pertenece al prior provincial asistido por el promotor de la formación permanente (LCO 89 §I, 89 §III, 251-ter) y por el regente de estudios en lo que se refiere a estudios académicos. Ellos se preocuparán de sostener los esfuerzos de las comunidades locales y preparar acontecimientos para toda la provincia.

181. La Ratio Formationis Particularis establecerá la estructura general, los objetivos específicos y las modalidades concretas para la formación permanente en la provincia, teniendo en cuenta la vida y la misión de la provincia. 182. Animamos a las provincias de la misma región a cooperar ofreciendo talleres de formación permanente en las diferentes lenguas y culturas de la Orden.

183. El socio para la vida fraterna y la formación fomentará la comunicación entre provincias para cambiar experiencias de formación permanente. Asimismo, el capítulo general propondrá temas de discusión que sirvan de marco para toda la Orden.