B. El proceso de integración en la vida dominicana
33. Nuestra formación nos inicia en el seguimiento de Cristo según el camino ideado por Santo Domingo. Lo logramos asumiendo el modo de vida del que se ha hablado en la sección precedente (A). Todo esto constituye la «cultura dominicana» en la que nos hemos iniciado dentro del proceso de formación. Dado que la integración en la vida dominicana es progresiva, ésta debe incluir, en todas las etapas y bajo las modalidades apropiadas, todos los elementos que componen nuestra vida.
Madurez
34. Todos los aspectos de la formación requieren tiempo. LCO describe qué clase de madurez necesitamos: física, psíquica y moral (LCO 27 §II). Dicha madurez se evidencia en la estabilidad de ánimo y en la capacidad de tomar decisiones ponderadas y de asumir las responsabilidades propias (LCO 216 §II). Esto significa una buena comprensión de la autonomía personal combinada con la conciencia de los demás y de los intereses de la comunidad, capacidad para encontrar equilibrio dentro de un estilo de vida con exigencias diversas, libertad de comportamientos adictivos y compulsivos, capacidad para vivir en medio de tensiones y de resolver conflictos, estar cómodo con las personas, sin importar su raza, edad, sexo o posición social. La formación busca ayudar a los hermanos a madurar en todos estos aspectos. La obra de Santo Tomás acerca de las acciones humanas, pasiones y virtudes, ofrece un sólido punto de partida para reflexionar sobre la madurez psíquica y el desarrollo moral. Su pensamiento debe caracterizar nuestra formación en diálogo con lo mejor de la experiencia y el pensamiento contemporáneos sobre estos temas.
35. Las personas también maduran cometiendo errores, aprendiendo a seguir adelante a pesar de los mismos y, a menudo, aprendiendo cosas importantes de esos mismos errores. Nosotros «buscamos compasión en compañía de otros» (Caleruega 1995 n. 98.3): una persona madura es la que puede recibir compasión hacia sí mismo y ofrecerla a los demás.
36. La experiencia de la Cruz está en el centro de la vida cristiana, es una vida vivida con «aflicción y alegría» (1Ts. 1:6). Necesitamos ayuda, en cualquier etapa de nuestra vida, para integrar experiencias de fracaso, decepción y pérdida con fidelidad a nuestra vocación. Una tarea de la formación es ayudar a los frailes a madurar dejando atrás los malos momentos y avanzando hacia lo que se debe hacer. La formación ayuda a los hermanos a prepararse para los momentos pascuales en la vida del predicador.
37. A los formadores, como también a otros, se les pide a menudo que acompañen a los frailes en momentos de crisis. Esto también es una parte necesaria del crecimiento y de la maduración. Algunas veces, parece que el Señor duerme mientras la barca es zarandeada, pero siempre podemos llamarle y con la ayuda también de nuestros hermanos y hermanas, restablecer la calma y prepararnos para el nuevo desafío que nos espera en la otra orilla. Deberíamos rezar con regularidad por los hermanos que están en dificultad, para que Dios les regale su presencia y les envíe una persona que pueda ayudarlos.
38. La formación inicial continúa por muchos años y la formación permanente, por toda la vida. Esto puede resultar, por momentos, tedioso. Es otro desafío y oportunidad para madurar, para perseverar en el vivir diario de nuestra vocación, en la observancia regular, para vivir esta vocación con constancia y profundidad (Providence 2001, n. 355).
39. Una madurez humana básica es esencial para aquellos que tienen una responsabilidad especial en la formación, así como en los asignados a las comunidades de formación. Esto es necesario, especialmente, para brindar modelos positivos a los frailes en formación inicial y evitar todo tipo de explotación de los frailes en formación por parte los frailes más antiguos.
40. Los formadores deben ir en contra de tendencia común, especialmente en los años de la formación inicial, de infantilizar a los frailes más jóvenes. Por otra parte, hay un fenómeno en las generaciones más jóvenes de una ‘adolescencia prolongada’ y una cultura de dependencia y de derecho. Todo esto presenta nuevos desafíos a la formación, en especial en relación a la vida común, la pobreza y la obediencia. La naturaleza de la libertad en Cristo, que Domingo quería para sus hermanos, puede llevar a algunos a una regresión en la forma en que reaccionan a la autoridad. Deben explicarse las razones de las reglas y lo que se espera, a la vez que los frailes deben estar preparados para responder por su conducta.
41. Ser discípulo significa permanecer fiel a la Palabra, permaneciendo en la verdad y así encontrar la verdadera libertad (Jn 8, 31-32). La fuerza de nuestra vida procede del hecho que ella está centrada en la búsqueda de la verdad: esto nos da estabilidad, doctrina que nos guía, fraternal comunión en la amistad con Cristo y una libertad fortalecida por la obediencia (LCO 214 §II).
42. Aún antes de la profesión solemne, los frailes deberían ser educados en el funcionamiento del gobierno dominicano (Roma 2010 n. 194). Deben participar en reuniones de la comunidad, en los procesos de discernimiento y decisión, salvo en asuntos en los que se requiere la profesión solemne. Los frailes verán, en la práctica que, en nuestra forma de gobierno, basada en la confianza mutua y el respeto, es esencial el escuchar y el compartir con otros. El gobierno dominicano es responsable, participativo y consensuado, presupone una libertad evangélica y una obediencia que no nace del miedo (Bogotà 2007 n. 207, f).
43. Los frailes deberían recordar la importancia de la amistad y saber que la verdadera amistad nunca es excluyente o enemiga de la vida comunitaria. El don de la amistad tiene que ser bienvenido, ya sea entre frailes o con compañeros fuera de la Orden. Las buenas experiencias de amistad ayudan a la integración madura de una vocación religiosa. Sin embargo, cualquier amistad, incluso cuando está en conformidad con el voto de castidad, tiene que ser coherente con la exclusividad de nuestra relación con Dios.
44. Un desafío para la formación es ayudar a los frailes a establecer una nueva relación con sus familias, desde dentro de la opción de una vida consagrada y en la que el mismo fraile ayude a su familia a entender el camino que ha elegido. Las responsabilidades con la familia de origina de cada uno pueden variar de cultura a cultura y a veces crear tensiones con las responsabilidades asumidas con la profesión. Estos temas necesitan ser abordados lo antes posible durante el tiempo de formación inicial para que las relaciones de la familia no sean un obstáculo para la completa integración del fraile dentro de la comunidad. Debemos reconocer las responsabilidades para con la familia y cómo se entienden culturalmente, ayudar a los frailes a afrontarlas y, al mismo tiempo, a no permitir que ellas perjudiquen el tipo de pertenencia que nuestra profesión requiere.
45. En algunas partes de la Orden, el programa de formación es compartido con otros miembros de la Familia dominicana, especialmente con las monjas y con las hermanas. Aún donde este no sea el caso, nuestra formación debe también iniciar a los frailes en la vida de la familia dominicana. Es otro contexto en el que aprendemos a compartir la vida con otros, tanto mujeres como hombres, religiosos y seglares, donde debemos practicar el diálogo, la solidaridad y la reconciliación fraterna.
46. El amor a la Iglesia está en el corazón de nuestra vocación. La integración dentro de la vida dominicana es la integración dentro de la vida de la Iglesia: es en este lugar y de esta manera donde vivimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Estamos al servicio de la Iglesia en la manera apropiada a nuestro carisma y nuestra misión siempre tiene que estar relacionada con la misión de la Iglesia en un lugar particular.