Todos los seres humanos sufrimos en nuestra vida: soledad, vacío, desprecios, violencias, desesperación, falta de amor, enfermedad, marginación, fracasos, desgracias... No solo heridas del cuerpo, también del espíritu. Y muchas veces estos sufrimientos nos bloquean y no nos dejan vivir.
El sufrimiento crece y muchas veces las heridas se acumulan sin que nada ni nadie las alivie. Se convierten en callejones sin salida que no dejan vivir.
Toda herida clama a Dios para ser atendida, curada, cuidada, acompañada y sanada. Jesús cree en un Dios que cura las heridas.
Jesús pasa por el mundo, no hablando contra el sufrimiento desde lejos, sino acercándose a los que sufren y curando el sufrimiento que encuentra a su alrededor.
Sufriendo con los que sufren. Llorando por los que lloran. Deteniéndose ante el olvidado, levantando al que ha caído y fracasado, animando al que no le quedan esperanzas, comiendo con todos que son excluidos, acogiendo al despreciado, acercándose a los que no cuentan, perdonando al que no ve salida.
Las curaciones que Jesús realiza buscan siempre y únicamente sanar el sufrimiento del que sufre y que vuelva a vivir la vida.