Dios escoge personas para revelarse a través de las palabras y de sus vidas.
Los profetas hablan no en nombre propio sino en nombre de Dios. Su misión es transmitir el mensaje de Dios.
Los profetas denuncian, ante el poder, las infidelidades del pueblo cuando rompen la alianza y se alejan de la voluntad de Dios.
Llaman a su conversión, a volver a relacionarse con Dios y estrechar su unión de sus vidas con él.
Dicen la verdad aunque sea incómoda.
La incomodidad que causan en los que incumplen la voluntad de Dios hace que los profetas sean rechazados, amenazados, perseguidos, maltratados e incluso matados por decir la verdad.
Los profetas expresan el mensaje de Dios a través de dos formas:
Palabras: Hablan en nombre de Dios expresando su voluntad.
Gestos: Hacen gestos significativos con sus vidas que expresan, sin necesidad de palabras, la voluntad de Dios.
Los profetas no son adivinos. No predicen el futuro. Pero si anuncian una nueva esperanza, sobre todo cuando el pueblo pasa momentos de dificultad.
Ante la infidelidad reiterada del pueblo, los profetas apuntan a una nueva alianza. Una en la que la unión con Dios no esté escrita en piedra, en la ley. Sino que esté escrita en los corazones de todos los hombres.
Esta esperanza en una nueva alianza apunta a Jesús.