Ambos personajes (Lc 18,-14 ) representan dos actitudes ante Dios.
El fariseo se fía de sus propias fuerzas y se presenta ante Dios con el orgullo de obrar según la ley. Cree que cumplir las normas le justifica ante Dios, y no cree que necesite nada de Dios. Espera que sus méritos le conviertan en mejor que los demás.
El publicano, en cambio, sabe que no cumple la ley. Se siente ante Dios dependiendo por completo de su perdón pues sabe que por si mismo no puede hacer nada. Por eso se siente humilde ante Dios, se reconoce pecador y lo espera todo de él, sin el merecer nada en actitud de agradecimiento.
Jesús es el nuevo Adán, el hombre nuevo.
Dios no se desespera ante la infidelidad del hombre, y empeñado en la salvación, se revela progresivamente al hombre en la historia hasta que envía a Jesús para que en él se reconcilie la humanidad con Dios.
El plan original de que el hombre viva en comunión con Dios se hace posible en Jesucristo.
Jesucristo es la misericordia de Dios. Jesús, muere por nuestros pecados, y muestra la cercanía de Dios a todos los que están alejados.