Un velo es aquello que oculta una realidad aunque al mismo tiempo lo puede dejar entrever. Lo insinúa, pero nunca lo muestra del todo.
Revelar es mostrar lo que está oculto. Dios desvela el misterio que hay en la vida humana. Revelándose a si mismo responde a la búsqueda de sentido de la existencia humana.
Dios es el misterio, el siempre Otro, el que nunca terminamos de conocer del todo. Dios es demasiado grande como para poder conocerle del todo.
Dios es aquel del cual no podemos hablar con seguridad. Es demasiado grande, demasiado misterioso para poder ser expresado con palabras.
Por eso todo lo que decimos de Dios es como tanteando, como sabiendo que dejamos por decir mucho más de lo que realmente decimos de él.
Dios toma la iniciativa. Sale al encuentro del ser humano y se da a conocer.
Dios siempre es el primero en iniciar la conversación, en comunicarse, en darse a conocer.
Dios inicia este diálogo y se da a conocer porque quiere la felicidad para el ser humano, para que logren dar sentido a su vida.
A Dios no se le puede ver. No se le percibe por los cinco sentidos.
Entonces ¿cómo podemos saber de él?
¿Cómo se da a conocer?
Para conocerlo es necesario encontrar las huellas de Dios en el mundo.
Unas huellas son la marca de una presencia. No ves quien lo ha realizado pero es razonable afirmar que alguien las ha realizado.
A partir de las huellas apenas puedes decir nada sobre como es aquel que las ha provocado, pero es razonable afirmar su presencia.
¿Dónde podemos encontrar esas huellas?
Podemos encontrar esas huellas de Dios en la naturaleza, en la historia, en la vida de las personas que tienen experiencia de él.