Es un hecho innegable que hay mal en el mundo.
En la vida de toda persona, en algún momento, se hace presente el dolor, sufrimiento, soledad, desesperación, vacío... La historia humana está repleta de guerras, hambre, violencia, enfermedad, desastres, miserias y muerte.
La presencia del mal en la vida de las personas es posiblemente la negación más rotunda de Dios. El misterio del mal genera interrogantes ante los que no siempre hay palabras.
¿Cómo un Dios, bueno y omnipotente, podría permitir el mal, la injusticia, el dolor y la muerte del inocente?
Si Dios es bueno no permitiría el mal. Si no lo puede evitar no sería Dios. Si lo puede evitar y no lo hace sería un Dios cruel... El misterio del mal crea interrogantes sobre la imagen que tenemos de Dios o sobre la existencia misma de Dios.
¿El mal desdice la bondad de la creación? ¿Dios nos ha creado para sufrir? ¿Qué sentido tiene la muerte y el sufrimiento? ¿Dios es bueno, cruel, indiferente...? ¿De dónde surge todo el mal que hay en el mundo?
La presencia y poder del mal siempre ha sorprendido al ser humano. La fuerza que ejerce sobre las personas llega al punto de que cuando se adueña de alguien nos cuesta reconocerle como algo humano sino lo contrario: Inhumano.
Esta sorpresa y profundidad nos ha llevado a personificarlo a través de imágenes que lo representan como sujeto con voluntad propia y en relación a nosotros como adversario.
Los distintos nombres con que se le llama a esta personalización explican características del mal:
"Satán": Significa fiscal, el acusador, el que está en contra del hombre.
"Diábolo": Significa el que divide, el que fragmenta, el que rompe en dos, el calumniador, el que miente.
Vivimos en una sociedad en el misterio del mal no se quiere afrontar. Antes de dejarse interrogar por la presencia del mal se niega, se esconde, se justifica o se banaliza.
Se silencia el dolor pues perturba una sociedad del bienestar, en la que aparentar ser feliz es una obligación social.
Todo lo relacionado con la muerte es retirado de la vida pública, marginándola a los hospitales y los tanatorios.
Se proponen como aceptables modelos de conducta cercanos a la violencia o abiertamente perversos. Comportamientos que banalizan el mal. Negándolo o justificándolo. La expresión «banalidad del mal» se utiliza expresar que algunos individuos, que se justifican, actuando dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes, por seguir la corriente.
El tono infantil, despreocupado, ridículo o jocoso con que se envuelve todo lo relacionado con la muerte, la enfermedad, la violencia, el miedo... representa la inmadurez de un sociedad que no se toma en serio y quiere evadirse ante el misterio del mal.
Esta evasión respecto al interrogante del mal deja desprotegida a las personas para afrontarlo cuando llega. La presencia del mal, el dolor y la muerte acaba siendo inevitablemente un misterio que todas las personas tienen que afrontar durante su vida.
Si miramos las noticias en los medios de comunicación, la presencia del mal parece ocupar una gran parte. Las situaciones de sufrimiento no permiten ver más allá. Las injusticias apartan de la visión de la felicidad. El dolor nunca deja atender a otra cosa.
Aún así el bien que hay en el mundo, es mayor. La buena noticia de la vida, la alegría, la paz, la entrega cotidiana de tanta gente anónima... sigue llevando adelante a la humanidad.
Para el creyente el amor de Dios es siempre mayor, más fuerte y más decisivo. El mal nunca tiene la última palabra.
"Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia." Rom. 5,20