La realidad se identifica generalmente con lo real y lo verdadero. Podemos relacionarla con lo que es fiable y se puede confiar con certeza en su existencia. Lo que se nos impone desde fuera como un mundo externo a nosotros mismos, pero también con todo lo que vivenciamos en nuestro interior o con lo que podemos conocer del interior de los otros.
El ser humano siempre se ha preguntado sobre qué es real y qué no. Hasta qué punto podemos acceder a la realidad, sobre si nuestros sentidos nos engañan, sobre si aquello que percibimos es toda la realidad o si hay algo más.
La complejidad de la experiencia humana nos hace plantearnos, al menos, dos tipos de realidad:
Es aquella realidad a la que nuestra experiencia puede acceder por los sentidos: Vista, oído, gusto, olfato, tacto.
Es nuestra experiencia objetiva de la realidad. Se puede medir. Es la que estudia las ciencias empíricas. Se suele identificar con el mundo físico.
Al igual que nosotros la percibimos, los demás también pueden acceder a ella, del mismo modo, adquiriendo un fácil consenso sobre lo que percibimos. En ese sentido el acceso a esta realidad es compartida por todos.
Es aquella realidad a la que nuestra experiencia no puede acceder por los sentidos: Vista, oído, gusto, olfato, tacto. Pero si es vivida por el sujeto.
Es nuestra experiencia subjetiva de la realidad. Es experimentada dentro de uno mismo. No es medible desde fuera. Y su consenso resulta más discutible.
La persona que la vive no puede negar que es real para él, aunque los demás no pueden acceder a ella. En ese sentido el acceso a esta realidad no es compartida desde los sentidos. Solo se tiene noticia de ella cuando es comunicada por aquel que la vive como real.
Estar enamorado, el amor de tus padres... son experiencias que no podemos negar que desde nuestra experiencia son reales, otros podrían intuirlas, pero no pueden ser conocidas con seguridad por los demás si no las expresamos previamente.