Abram vive en un contexto donde hay muchos dioses. cada pueblo, cada ciudad, adora a un dios con el que se identifican. Pugnando unos y otros estar con el dios más poderoso. Son dioses vinculados a un lugar: una ciudad, una montaña, un templo...
El Dios al que Abram responde, no es un dios de lugares, sino un Dios de Personas: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, El Dios de Jacob... El Dios de Jesús.
No es un dios vinculado a un lugar, sino que se vincula a las personas que le conocen. Un Dios que le acompaña donde quiera que va. Un Dios que le encuentra en su interior.
No es un dios impersonal, sino un dios que le conoce por su nombre y con el que se relaciona. Abram mantiene un diálogo con Dios. Dios se comunica con Abram.
No es un dios lejano, sino que Abram lo siente cercano. Preocupado por sus intereses, que le ayuda, le protege y quiere algo para él. Uno confía en el otro.
Dios llama a Abram a mantener una amistad con él. Esta relación personal con Dios le cambia la vida.
Dios le pide a Abran que confíe en él y salga de la tierra de su padre, y se ponga en camino.
Abandone la seguridad de lo que conoce y se deje llevar por él. Se arriesgue a fiarse más de Dios que de lo que haría por si sólo.
Fiarse de Dios le hace superar sus pequeños límites y avanzar.
Quien hacer una promesa ofrece una relación de confianza. Si no te fías de la persona que te promete algo, simplemente no te lo crees.
Una promesa te prepara para un futuro y un futuro mejor. Nos genera una esperanza y da ánimos para empezar a caminar y esforzarse para lograr que llegue.
Dios hace una promesa a Abram:
Apoyándose en esta promesa, Abram cambia su vida.
La respuesta a la llamada de Dios es la FE.
Abram establece una relación de confianza con Dios.
Esa relación le lleva a cambiar su vida.
Apoyándose en Dios se atreve a hacer lo que no haría por si solo. Y esa confianza le hace avanzar e ir donde no iría por si mismo.