Este modesto artículo, es un homenaje a D. Ambrosio que fue nuestro querido Pastor y vecino 25 años.
Llegó a Barbastro en el año I974, sustituyendo en la Sede Episcopal a D. Damián Yguacen y estuvo con nosotros hasta 1999.
Con anterioridad había sido muchos años, profesor en la Academia militar de Toledo y tenía la graduación de Coronel Castrense.
A primera vista, parecía un hombre de carácter un tanto seco, pero al tratar con él, relajadamente en su despacho, esta primera impresión se desvanecía por sí misma, al comprobar que su conversación era cercana y afectiva y en su rostro expresaba una sonrisa serena, lo que inmediatamente hacía olvidar el protocolo y sentirse cómodo en su compañía.
El retrato al ó1eo que hay en la Sala Capitular de la Catedral, ha sabido captar de forma magistral esa sonrisa que inspira confianza.
A D. Ambrosio se debe la anexión a la diócesis de las parroquias de la Franja, problema que se eternizaba desde hacía años y que él supo solucionar con tacto tipo que esta anexión conllevó.
También hubo satisfacciones y grandes en su episcopado. La Beatificación de los mártires misioneros, la de D. Florentino Asensio y la del gitano D, Ceferino Jiménez malla, El Pelé. Los nuevos Beatos, D. Ambrosio y Barbastro, fueron durante unos días, protagonistas en todo el Orbe Católico. D. Ambrosio puso especial empeño en conseguir de Roma que se beatificaran juntos al Obispo y al Pelé y todos recordamos con especial emoción el momento solemne en que, en la Plaza de San Pedro, abarrotada de fieles, se acercó, solo, D. Ambrosio al Santo Padre, para cumplir con el protocolo de pedir las beatificaciones. Recuerdo su voz entrecortada por la emoción del momento, resonando sola en la enorme y maravillosa Pza. de San Pedro.
Otra preocupación pastoral de D. Ambrosio, fue, la construcción de la nueva sede de la Parroquia de San José, por necesidad de dotarla de mayor espacio. No pudo Verla terminada, pero seguro que la verá el día que se inaugure.
Pero lo que más le robaba el sueño, era el ver a los Sacerdotes de su Diócesis envejecer e ir desapareciendo por la edad, sin haber sustitutos; lo cual originaba tener que hacer cambios, siendo consciente del trastorno que suponía para los que eran removidos, llevando algunos muchos años, pero siempre tenía en cuenta que el Sacerdote es también humano y que los cambios llevan consigo dificultades.
De ahí también su desvelo por crear animadores Pastorales seglares que fueron llevando, en parte, los pueblos que no podía atender el Sacerdote semanalmente.
Un problema importante fue también para D. Ambrosio en los últimos años de su episcopado, la devolución del Patrimonio Artístico de las parroquias de la Franja, que se habían anexionado a la Diócesis de Barbastro-Monzón; problema éste que se incrementaba, al ser no solo un problema eclesiástico sino también civil. No escatimó esfuerzos para solucionarlo, viajando a Lérida, Madrid y Roma en sucesivas ocasiones y aunque antes de dejar su Sede, el Tribunal Eclesiástico había fallado a favor de su devolución, todavía está por resolver definitivamente.
Pero su faceta más destacable, para nosotros los entremuranos, es el cariño con el que nos acogía siempre al ir a visitarle y cuando paseaba por nuestras calles, camino de las Capuchinas. El mismo afecto nos demos traba, cuando cada año, al llegar las Fiestas, le rogábamos escribiera para el Programa, sobre nuestro Patrón el Santo Cristo de los milagros. Sus artículos son una verdadera catequesis familiar a la vez que una prueba de afecto y cariño para con el Barrio. Solo, en una ocasión, por causas ajenas a su voluntad y delegó en ello a D. Raimundo Marquina, no escribió en nuestro Programa de Fiestas.
El peso de los años y sobre todo sus preocupaciones pastorales, fueron minando su salud, la cual nos hizo temer en una ocasión lo peor; pero salió bien del lance y pudo seguir su vida normal, pero con limitaciones. En su último año de estancia entre nosotros, Se le rindieron homenajes, los cuales aceptó con humildad y agradecimiento.
D. Ambrosio está ahora en su patria chica, gozando de su bien merecido descanso, pero sin olvidar a Barbastro y a sus queridos vecinos del Entremuro.
Luis Montes