Alejandro II predicó la Primera Cruzada contra el Barbastro musulmán en 1063, cuando estaba bajo el dominio de Yusuf ibn Sulayman ibn Hud, alMuzaffar, emir de Lérida. El asedio a la ciudad pudo haber comenzado el 24 ó 26 de junio y la toma, cuarenta días después, a principios del mes de agosto de 1064. Acudieron caballeros franceses, normandos y del condado de Urgel. Es posible que participaran en la Cruzada Guillermo de Montreuil al mando de la caballería que salió de Roma, aunque algunos lo descartan; o bien el barón normando Robert Crespín, al que parece que las fuentes árabes llaman al-Bitubin. Pudo estar Guillermo, duque de Aquitania, y el obispo de Vich. Barbastro quedó bajo el dominio del rey de Aragón Sancho Ramírez, que quizás la entregó a su cuñado Ermengol III de Urgel, como tenente.
El historiador ibn Hayyán, contemporáneo de la Cruzada (988-1076) hizo una narración de los hechos, que tradujo R. Dozy y publicó Antonio Ubieto Arteta en Historia de Aragón, La Formación Territorial, Anubar Ediciones, 1981, pp. 53-67: "La Cruzada contra Barbastro (1064)":
[…] "El ejército de gentes del Norte sitió largo tiempo esta ciudad y la atacó vigorosamente. El príncipe a quien pertenecía era Yusuf ibn Sulaiman ibn Hud y la había abandonado a su suerte, de manera que sus habitantes no podían contar más que con sus propias fuerzas. El asedio había durado cuarenta días y los sitiados comenzaron a disputar los escasos víveres que tenían. Los enemigos lo supieron y, redoblando entonces sus esfuerzos, lograron apoderarse del arrabal. Entraron allí alrededor de cinco mil caballeros. Muy desalentados, los sitiados se fortificaron entonces en la misma ciudad. Se produjo un combate encarnizado, en el cual fueron muertos quinientos cristianos. Pero el Todopoderoso quiso que una piedra enorme y muy dura, que se encontraba en un muro de vieja construcción cayese en un canal subterráneo que había sido fabricado por los antiguos y que llevaba dentro de la ciudad el agua del río. La piedra obstruyó completamente el canal y entonces los soldados de la guarnición, que creyeron morir de sed, ofrecieron rendirse a condición de que se les respetase la vida abandonando a los enemigos de Dios tanto sus bienes como sus familias. Como así se hizo. Los cristianos violaron su palabra, porque mataron a todos los soldados musulmanes conforme salían de la ciudad, a excepción del jefe ibn-al-Tawil del cadí ibn-Isa y de un pequeño número de ciudadanos importantes. El botín que hicieron los impíos en Barbastro fue inmenso. Su general en jefe, el comandante de la caballería de Roma, se dice que tuvo para él alrededor de mil quinientas jóvenes y quinientas cargas de muebles, ornamentos, vestidos y tapices. Se cuenta que con esta ocasión fueron muertas o reducidas a cautividad cincuenta mil personas" [...].
Ilustración de “La Cruzada de Barbastro”. (Ed. Ikusager)
[...] "Los impíos se establecieron en Barbastro y se fortificaron" [...].
[…] "Un número incalculable de mujeres de Barbastro murieron, cuando, dejando la fortaleza donde se morían de sed, se arrojaron sobre el agua y bebieron inmoderadamente. Cayeron muertas en el mismo instante. En general la calamidad que azotó la ciudad fue tanta como terrible, hasta el punto que es imposible describirla o contarla detalladamente. Después de lo que se me ha referido, era frecuente que una mujer pidiese a los impíos, desde lo alto de la muralla, que le diesen un poco de agua para ella o para su hijo. Entonces recibía esta respuesta: "Dame lo que tengas, échame alguna cosa que me plazca; y- en ese caso te daré de beber". Ella arrojaba al soldado lo que había prometido de lo que tenía, vestidos, alhajas o dinero, y al mismo tiempo le echaba cualquier cosa o un odre atado a una cuerda, que el soldado llenaba de agua. De esta manera ella aliviaba tanto su sed como la del niño. Pero cuando el general jefe tuvo conocimiento de que esto se hacía así, prohibió a sus soldados que diesen agua a las mujeres de la fortaleza, diciéndoles: "Tened un poco de paciencia, pues pronto los sitiados estarán en vuestro poder". En efecto, los sitiados se vieron forzados a rendirse para no morir de sed, pero obtuvieron el "amán". El jefe, no obstante, se inquietó cuando vio su gran número, y creyendo que por recobrar la libertad realizarían cualquier acto desesperado, ordenó a sus soldados empuñar sus espadas y aclarar sus filas. Se dice que fueron muertos entonces en torno a los seis mil. Después el jefe hizo detener la matanza y dio a sus habitantes la orden de salir de la ciudad con sus familiares, siendo obedecido al instante. Pero la muchedumbre fue tal que cerca de la puerta un gran número de ancianos, de mujeres mayores y de niños fueron asfixiados. Queriendo evitar la aglomeración y llegar más rápidamente cerca del agua, muchas personas se dejaron deslizar, por medio de cuerdas, desde lo alto de las almenas de las murallas. Alrededor de setecientas personas notables y bravos guerreros, que preferían más morir de sed que ser degollados, permanecieron en la Alcazaba. Cuando los que habían escapado a la espada y no habían sido asfixiados en el tropel fueron concentrados sobre la plaza, cerca de la plaza principal, donde ellos esperaban su suerte con una ansiedad cruel, se les anunció que todos los que poseían una casa, volviesen a entrar en la ciudad con sus familiares. Se empleó la misma fuerza para apremiarles, de manera que cuando entraban en la ciudad sufrían otro tanto como habían sufrido a la salida. Cuando los habitantes habían sido devueltos a sus domicilios con sus familias, los impíos, obedeciendo la orden de su jefe, dividieron todo entre ellos, de acuerdo con normas fijadas de antemano. Cada caballero que recibía una casa en su partija, recibía a su vez todo lo que estaba dentro, las mujeres, los niños, etc., y podía hacer del dueño de la casa lo que considerase conveniente. También tomaba todo lo que el dueño le mostraba, y le forzaba por medio de torturas de todo género a entregarle lo que deseaba esconderle. Muchas veces el musulmán moría en medio de estas torturas, lo que era realmente beneficioso, ya que si sobrevivía, había de experimentar dolores todavía más grandes, puesto que los impíos, por un refinamiento de crueldad, tenían placer en violar las mujeres y las hijas de sus prisioneros delante de ellos. Cargados de hierros, estos desgraciados eran forzados a asistir a estas horribles escenas; ellos derramaban lágrimas y su corazón se destrozaba. En cuanto a las mujeres empleadas en los trabajos domésticos, los caballeros, en el caso de que no les interesasen para sí mismos, las abandonaban a sus pajes y criados, con el fin de que hiciesen de ellas lo que quisiesen. Es imposible decir todo lo que los impíos hicieron en Barbastro" [...].
Ilustración de “La Cruzada de Barbastro”. (Ed. Ikusager)
[…] "Tres días después de la conquista de la ciudad, los impíos fueron a cercar a los que se encontraban en la parte más alta de la alcazaba. Los cercados, a los que la sed había vuelto casi irreconocibles, se rindieron entonces después de haber recibido el "amán". Fueron en efecto protegidos por los impíos. Pero, cuando hubieron abandonado la ciudad para irse a Monzón, la ciudad más próxima entre las que estaban en poder de los musulmanes, los encontraron los caballeros cristianos que no habían asistido al asedio de Barbastro, y que, ignorantes que se les había dado la libertad a estos infelices, los mataron a todos, a excepción de algunos que consiguieron salvarse gracias a la huida. Pero el número de éstos fue muy pequeño. Esta tropa tuvo así un fin deplorable: Dios lo había querido así" [...].
[…] Cuando el jefe de la caballería de Roma se resolvió a abandonar Barbastro y volver a su país, escogió entre las jóvenes hijas musulmanas, las mujeres casadas que se distinguían por su belleza, los mozos y muchachos graciosos, varios dos millares de personas, que él se llevó con el fin de hacer un presente a su soberano, y dejó en Barbastro una guarnición de mil quinientos caballeros y de dos mil peones" [...].
Ilustración de “La Cruzada de Barbastro”. (Ed. Ikusager)
Mas adelante sigue ibn Hayyán:
[…] "He aquí lo que me ha escrito uno de mis corresponsales en la frontera". "Después de la conquista de Barbastro, un comerciante judío fue a esa ciudad desgraciada, con el fin de redimir de la cautividad a las hijas de un noble que había escapado a la matanza. Se sabía que estas damas habían caído en la parte de un conde de la guarnición. Ahora bien, he aquí lo que el judío me ha contado: "Llegado a Barbastro, me hice indicar el lugar donde vivía el conde y allí me dirigí. Habiéndome anunciado, lo encontré vestido con las ropas más ricas del antiguo señor de la casa, y sentado sobre el sofá que éste último ocupaba ordinariamente. El sofá y toda la habitación estaba todavía en el mismo estado que tenía el día cuando el viejo señor había sido forzado a abandonarla; nada había sido cambiado, ni los muebles ni los adornos. Cerca del conde se encontraban muchas bellas jóvenes, que tenían sus cabellos levantados y que le servían. Habiéndome saludado, me preguntó cuál era el motivo de mi visita. Le informé y le dije que estaba autorizado a pagar una suma considerable por cada una de las jóvenes que se encontraban allí". Él sonrió entonces y me dijo en su lengua: "Vete rápidamente si tú has venido para esto. Yo no quiero vender las jóvenes que están aquí, ni pensarlo. Pero te haré ver los prisioneros que tengo en mi castillo, te mostraré tantos como tu quieras". Yo no tengo intención, le respondí, de entrar en tu castillo; me encuentro muy bien aquí y sé que, gracias a tu benévola protección, no tengo nada que temer. Dime cuál es el precio que exiges por algunas de las que son aquí; verás que sólo comerciaré contigo." ¿Qué tienes para ofrecerme?. Oro muy puro y tejidos preciosos y raros. Tú hablas como si yo no tuviese nada". Después, dirigiéndose a una de sus servidoras con la que yo había hablado, le dijo: "Maddja (quería decir Bandja, pero como era extranjero, desfiguraba el nombre de esta manera), muestra a este tunante de judío alguna de las cosas que se encuentran en este cofre". Así interpelada, la joven sacó del cofre sacos repletos de oro y plata así como una infinidad de joyeros, que ella colocaba delante del cristiano y que era tan enorme que lo ocultaban casi a mis miradas. "Aproxima ahora alguno de estos fardos", añadió el conde. Obedeciendo esta orden, ella trajo tantos fardos de seda, de hilados y brocados preciosos, que me quedé deslumbrado y estupefacto; quedé convencido de que en comparación con estas riquezas, no podía ofrecerle nada que valiese la pena. "Tengo tantas cosas, dijo el conde, que no anhelo más; pero supuesto que no tuviese nada, y que se me quisiese dar todo a cambio de ésta mi señora, yo no la cedería, te lo juro, porque es la hija del antiguo señor de esta casa, que es un hombre muy considerado entre los suyos. Porque he hecho de ella mi señora, sin contar con que es una rara belleza, y espero que me dará hijos. Sus antepasados hacían lo mismo con nuestras mujeres cuando eran los dueños; la suerte ha cambiado ahora y tú ves que tomamos nuestro desquite". Después, indicando otra joven que se mantenía a distancia, dijo: "¿Ves esta bella mujer, que es un primor? Pues bien, era la cantante favorita de su padre, un libertino, que, cuando se emborrachaba, se divertía escuchando sus cancioncillas. Esto ha durado hasta que nosotros la hemos espabilado". Después, llamando a la joven, le dijo chapurreando en árabe. 'Toma tu laúd y canta a nuestro huésped alguna de tus cancioncillas". Ella tomó entonces su laúd y se sentó para afinarlo; pero yo le veía caer sobre sus mejillas las lágrimas que el cristiano secaba furtivamente. Se puso a cantar seguidamente versos que yo no comprendía y que por consiguiente el cristiano entendía todavía menos; pero lo que tenía de extraño es que éste último bebía continuamente mientras ella cantaba, y que él mostraba una gran alegría, como si hubiese comprendido las palabras de la canción que ella cantaba" [...].
[...] "Viéndome frustrado en mis esperanzas, me levanté para marcharme y me iba a ocupar de mis asuntos de comercio; pero mi asombro no conoció punto de límite cuando vi la enorme cantidad de mujeres y de riquezas que se encontraban entre las manos de estas gentes" [...].
Nueva toma de la ciudad por los musulmanes:
Al-Muzaffar de Lérida pidió ayuda a todo el Islam, y la recibió de su hermano al-Muqtadir de Zaragoza, y el emir de Sevilla al-Mutadid también envió quinientos caballeros. La fecha de reconquista de Barbastro por los musulmanes la da al-Himyari, que dice: "la recuperación de Barbastro por Ibn Hud tuvo lugar el 8 yumada del año 457 (19 de abril de 1065). Para conmemorar la victoria, éste príncipe tomó desde entonces el título honorífico de Al-Muqtadir billah". La duración de la ocupación de esta plaza por los cristianos había sido de nueve meses.
Ibn ldari: Al-Bayán Al-Mugrib, pp. 227-228 del texto árabe, traducción de A. Huici, publicada por Antonio Ubieto: [...] "Cuando vio lbn Hud este caso, pregonó una convocatoria para la guerra santa, en el resto del país musulmán, y se encendieron los ánimos de los musulmanes y acudió a él mucha gente, cuyo número no se puede contar". "Se refiere que llegaron del resto del país de Al-Andalus seis mil arqueros, buenos tiradores; sitiaron la ciudad de Barbastro y se aprestaron para combatir a los infieles que acudiesen contra ellos. Cuando comprobaron los infieles la fuerza de los musulmanes y la multitud de sus arqueros, cerraron sus puertas y abandonaron el combate y se les hizo grave su situación" […].
[...] "Mandó Ibn-Hud, al-Muqtadir billah, socavar el muro y mandó a los arqueros que rodeasen el muro, porque no impidiesen los infieles la acción de los zapadores. Los cristianos no sacaban sus manos por encima del muro, y abrieron una gran brecha; apuntalaron el muro, y prendieron fuego a las puntales, y se desplomó aquella brecha sobre ellos; y los musulmanes les asaltaron la ciudad" […]
[…] "Cuando los cristianos vieron esto, salieron desde otra parte, por otra puerta, y se lanzaron en un ataque de hasta el último hombre, contra el campamento de los musulmanes, pero los persiguieron y los mataron como quisieron, y no se salvó de ellos, sino muy poca gente de aquéllos, cuyo fin se aplazó" [...].
[...] "Cautivaron a todos los que había en ella, de sus familiares e hijos; y se mató, de los enemigos de Dios, a unos mil jinetes y cinco mil infantes, y no fueron alcanzados de la comunidad musulmana, sino unos cincuenta. Se adueñaron los musulmanes de la ciudad y la limpiaron de la suciedad del politeísmo y la pulieron de la herrumbre de la mentira" [...].
Ilustración de “La Cruzada de Barbastro”. (Ed. Ikusager)
Ermengol III de Urgel murió en este ataque a manos de los musulmanes.
Segunda toma de la ciudad por los cristianos:
El Rey Pedro I inició el cerco de Barbastro hacia marzo de 1099. Situó al abad Galindo de Alquézar en Castejón del Puente para controlar la antigua vía romana, se asentó en El Pueyo de Barbastro, y construyó el castillo de Trova o Poyet.
Es probable que los sitiados reclamaran la ayuda de todo el Islam, como hicieron anteriormente, condicionando su capitulación a la inasistencia. Luego se produjo un intento de ayuda por parte de Zaragoza que se resolvió con una batalla librada junto a Huesca en fecha desconocida del año 1100. Finalmente se establecerían los pactos de capitulación que conocieron Zurita y Abarca, y reproduce López Novoa en Historia de Barbastro: [...] "Que los moros de Barbastro entreguen dentro de veinte días todas las plazas que conservan sobre el Cinca, y después la misma ciudad. Que en el ínterin cesen todos los actos de guerra de una y otra parte. Que los sitiados salgan con vidas y vestidos, pero sin armas y sin hacienda. Que lleven salvoconducto del Rey hasta ser recibidos de los moros de Fraga y Lérida. Que para la fe y seguridad de lo que ofrecen entreguen rehenes á satisfacción del Rey" [...].
El 18 de octubre de 1100, el Rey Pedro I entró en Barbastro con su ejército. Entre los pobladores de la ciudad, a los que concedió fueros, firmaron el documento: Pepino Aznarez, Ato Galíndez, García Sanz, Sancio Banzóns, Galindo Galíndez, Petro Sancez, Galindo Sancez, San lohanz, Fertun lohanz, Lop Alutz, Martín Galinez, Blasquo Martínez. También nombra en el documento a Dalmacio, obispo de Barbastro, a Eximino Galíndez, Fertunyo Galíndez, Eximino Garcez, Galin Garcez, Fertuny Blasquez, Fertun Dat, Enneco Dat, Sancio Sanz, Lob Martínez, Petro Ecemenos. Les otorga ser francos y libres, exentos de décima, primicia, herbage, carnarage, lezda, cabalgada y hueste.
El 5 de mayo de 1101, con motivo de la consagración de la Catedral estuvieron también presentes aquéllos a los que llama los "príncipes de mi reino": Exemeni Garcez de Monzón, Calvet de Civitate, Fortunii Ati de Calasanz, Barbatorta y Sancii Exemeni Minnaia.
Pedro I dejó la ciudad en manos de un tenente. Los tenentes o seniores recibían tierras y poderes públicos en régimen de beneficio, y ejercían funciones públicas, jurisdiccionales y militares por un período de tiempo, a voluntad del rey. El primer tenente de Barbastro fue don Calbet, al menos desde 1107 a marzo de 1110. En junio de 1113 tenía ese cargo Gastón de Bearn. Fortun Dat II lo fue desde febrero de 1114 a mayo de 1123. En abril de 1116 compartió la tenencia con Pedro Tizón. Ato Garcés de Piracés lo fue de febrero de 1123 a julio de 1134. Fortun Dat III fue tenente de enero de 1134 a 1161. Es posible que Arnal Mir lo ocupara en 1164. De enero de 1165 a enero de 1168 estuvo Gombaldo de Benavente. Peregrino de Castillazuelo lo ocupó de junio de 1168 a enero de 1193.
El día 11 de agosto de 1137 se firmaban en Barbastro las capitulaciones matrimoniales de Ramón Berenguer IV con doña Petronila, pactando el casamiento con las condiciones que puso Ramiro II. Como testimonio de que se cumpliría lo pactado, citó a sus barones bajo homenaje y juramento. Entre ellos se encontraban: Pedro Ramón de Estada, Blasco Fortún de Azlor, Pedro Mir de Entenza, Pelegrino de Castillazuelo, Fortún Dat de Barbastro y García de Rodellar. A pesar de la aparente tranquilidad, al año siguiente Barbastro estaba despoblada.
El día 5 de junio de 1138, domingo, el obispo Gaufredo de Barbastro dirige una
carta a toda la cristiandad, tras haber sufrido la ciudad un ataque de los almorávides. La traducción del texto completo puede leerse en López Novoa, S. Historia de Barbastro, (tomo I) ed. Heraldo de Aragón 1981 p.129-134.
Dice que la ciudad de Barbastro, que en otro tiempo era de las mejores de España, había quedado despoblada. Localizó los restos de la iglesia de Santa Eulalia, construida por los cristianos en la antigüedad y destruida por los sarracenos. Crea una confraternidad para la defensa de la cristiandad y restauración de la ciudad, ofreciendo la remisión de los pecados y absolución de las almas de sus padres a todos los que acudieran y se establecieran en ella. Firman la conformidad los obispos Sancho de Pamplona, Miguel de Tarazona, Dodón de Huesca y Berengario de Gerona.
Barbastro se repobló, y ya no sería atacada más por los musulmanes.