...Sabios y menos sabios, nativos y foráneos;
que en esto del yantar no hay castas, ni razas ni oficios,
sino hambrones o abstinentes.
Cartel de Gastromuro ’89 (Programa de fiestas)
Un año más la vetusta Plaza de la Candelera, cargada de años, de Historia y también de ruinas, lucirá, pulcramente aseada, sus manteles y sus flores para celebrar el siempre esperado concurso gastronómico.
Sus azafatas, ¡no! , que mal suena asta palabra extranjerizada y cursilona en este marco, donde siempre se ha hablado un entremurano recio y recto. Mejor, si sus responsables entremuranas ponen la almibarada guinda a este certamen, con su saber organizar, su saber ser y saber estar, donde gastrónomos y gastrósofos, excitarán sus jugos gástricos junto a un numeroso enjambre de ciudadanos de afilado diente, entre tantas gollerías manducatorias, que como diría nuestro dilecto y vecino del Barrio Dr. Naval , auténtica orfebrería de los fogones y verdadero encaje de bolillos.
Desgranaremos en estas humildes líneas algunas curiosidades en el gozoso arte de reconfortar el esófago. Historia o leyenda, el lector tomará lo que cada uno quiera; las dos tienen su encanto. La una por haber sido, la otra por haber podido ser.
Se dice que el pavo, como tantos otros alimentos, vino de América; sin embargo, 69 años antes de descubrirse el Nuevo Continente, el marques de Villena publicó un tratado llamado ”El arte cisoria” donde enseñaba la mejor manera de trincharlo.
En Castilla, por aquel entonces ya lo servían en las mesas reales asado y entero, con un collarín a modo de esclavina, de paño de oro y las armas del Rey pintadas. La cola con sus vistosas plumas era protegida en el asado con un complicado sistema de paños mojados.
Asdrúbal, el famoso general cartaginés, según uno de sus historiadores, descansó con sus tropas bastante tiempo en Barbastro. Conocida la costumbre de éste general de no tener las tropas desocupadas, según el historiador Tito Livio, les hacía sembrar y cultivar garbanzos.
No sería de extrañar, pues, que La Maisón o la Boquera tuvieran este cultivo garbancil. Con esta legumbre, los judíos de Castilla, modificaron la adafina, el puchero de Santa Ana, añadiéndole exquisiteces porcinas, chorizo y tocino. Fue entonces cuando nació el cocido. Fabuloso plato que reconforta y despeja las nieblas de la mente, amansa al bravucón y da fuerzas al tímido. Gloria culinaria y milagro gastronómico.
Es conocida la costumbre romana de consumir grandes cantidades de caracoles, a los que engordaban en una alta especialización con harina y leche. El emperador Claudio César Nerón, celebró el incendio de Roma que destruyó gran parte de la ciudad con un gran banquete, en el cual el plato fuerte del mismo fueron los caracoles asados. Asistentes al mismo: la gran Popea, Séneca, Lucano, el elegante Petronio y el favorito Tigelino. Casi nada, y toda la “jet set” romana.
A finales del siglo pasado, la intendencia monacal del Santuario del Pueyo, asignaba, un huevo hecho en tortilla para cada dos trabajadores. Muy poco era aquello, pero un huevo era un huevo y valía un ídem. El comer diario debía ser una incógnita para muchos...
El mozo mayor, mientras labraba los olivares, lanzaba al viento, con toda la fuerza de sus pulmones, entre protestón y socarrón, la siguiente jota:
“Virgen Santísima del Pueyo
Que alto está tu camarín
¿Cuando pondrá la gallina
Un huevo ENTERO para mí?“
Había nacido la canción protesta. En fin, ¡cosas!
Felices Fiestas a todos.
Artículo de Angel Tornés Pelegrín,
publicado en el Programa de Fiestas de 1990.